“El deporte debe unir a judíos y árabes”: superviviente de Masacre de Múnich
Shlomit Nir revivió los detalles de la tragedia que empañó los Jugos Olímpicos de 1972 y destacó el papel del deporte como agente reconciliador.
Pablo Duer - EFE
A punto de cumplirse 50 años del ataque de un grupo palestino contra la delegación israelí que participaba en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, la superviviente Shlomit Nir revive detalles de la tragedia, insta a no olvidar para evitar que se repita y destaca el poder del deporte para acercar a judíos y árabes.
Nir recuerda la hora exacta, su reacción inicial y hasta qué obra teatral presenció la noche anterior a la masacre que cambió su vida y acabó con la de 11 miembros del equipo que la acompañó a la cita olímpica en Alemania.
La madrugada del 5 de septiembre, esta exnadadora de 69 años dormía junto a la otra mujer que integraba la delegación israelí cuando ocho atacantes palestinos armados con rifles, pistolas y granadas entraron al apartamento de sus compañeros hombres, ubicado en un edificio adyacente. Allí, asesinaron casi de inmediato a un árbitro y un entrenador y tomaron nueve rehenes.
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“Me desperté a las 7 de la mañana, salí de mi habitación y una mujer de limpieza, que no hablaba inglés, me dijo ‘terror’ y señaló la ventana”, recuerda Nir durante una entrevista con Efe en su apartamento frente al Mediterráneo en la serena ciudad de Netanya, al norte de Tel Aviv.
Por esa ventana, relata, observó incontables soldados a bordo de camiones militares. El resto de la jornada lo pasó junto al resto de los supervivientes en el noveno piso de un edificio de la Villa Olímpica, desde donde vio el despliegue de las fuerzas alemanas y sus francotiradores y presenció la negociación entre los miembros del grupo palestino Septiembre Negro y la Policía.
“Fueron muchas horas en las que no podíamos hacer más que esperar”, cuenta sobre una agonía que se prolongó hasta pasadas las 10 de la noche, cuando vio a sus compañeros salir del edificio con los ojos vendados y subirse a los helicópteros en los que serían acribillados y carbonizados horas después durante el fallido operativo de rescate alemán.
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“Yo nunca perdí el optimismo, confiaba en que Israel enviaría una unidad militar para lidiar con la situación, pero los alemanes no lo permitieron”, agrega, sobre una cuestión que el Estado judío aún recuerda con profundo dolor.
El día anterior a la masacre, Nir ya había acabado su participación en los juegos y solicitado regresar a su país para avanzar con los preparativos de su boda. El jefe de la delegación, Shmuel Lalkin, le pidió que esperara al día siguiente y acompañara a otro atleta que se había lesionado. Este falleció durante el ataque.
La nadadora regresó el día posterior junto al resto de la delegación y 11 ataúdes con los restos de sus compañeros. En ese momento, recuerda, no podían entender cómo las competencias se habían reanudado como si nada hubiese pasado.
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“Con el paso de los años, sin embargo, entendí que fue la decisión correcta, porque de lo contrario el éxito de los terroristas, que ya habían conseguido la atención de millones de televidentes en el evento más importante del mundo, hubiese sido aún mayor”, reconoce.
Aquellos juegos fueron los segundos y últimos de Nir, que tras regresar a Israel se casó, estudió y fue voluntaria durante años ayudando a soldados heridos en el campo de batalla.
Oriunda de un kibutz (comunidades cooperativas agrarias) en el norte del país, esta atleta ya había atravesado múltiples situaciones de violencia, incluyendo el lanzamiento de cohetes desde Siria en enfrentamientos militares y la muerte de su hermano mayor mientras combatía contra las fuerzas egipcias en la península del Sinaí en 1969.
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“Cuando enterramos a mi hermano, mi madre me dijo que encontraría las fuerzas para seguir viviendo, pero no como una víctima”, cita emocionada, y explica que fueron esas palabras las que la inspirarían años más tarde a superar la tragedia de Múnich y convertirse en una agente del cambio.
En 1994 comenzó a trabajar en el Ministerio de Deportes, donde durante 25 años lideró programas que favorecieron la inserción de más mujeres en el deporte profesional.
Actualmente, ya retirada, dedica su tiempo a la “Liga de la Amistad”, ONG que lidera y que promueve la interacción de jóvenes judías y árabes de Israel a través del deporte.
Además, desde hace varios años brinda charlas sobre su carrera deportiva y el legado de Múnich en escuelas, en bases militares y en distintos tipos de instituciones.
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“No quiero que la gente olvide, primero porque cosas como esta pueden volver a suceder, y segundo para entender que debemos hacer algo para unirnos y acabar con el odio”, explica.
“El espíritu olímpico habla de cómo el deporte puede acercar a las personas, y eso es algo que yo no me he olvidado en todos estos años a pesar de lo que me pasó”, narra, y dice sentir una obligación de al menos hacer un intento por mejorar la situación en su país, aunque sea trabajando para generar vínculos entre unos y otros.
Conmovida mientras ojea un álbum de fotos de su adolescencia y los años previos y posteriores a la tragedia, Nir dice que le cuesta entender que ya hayan pasado 50 años.
“Pasaron demasiado rápido, pero incluso aunque haya sucedido hace 50 años, yo aún lo recuerdo y lo tengo presente como si hubiese sido ayer”.
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A punto de cumplirse 50 años del ataque de un grupo palestino contra la delegación israelí que participaba en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, la superviviente Shlomit Nir revive detalles de la tragedia, insta a no olvidar para evitar que se repita y destaca el poder del deporte para acercar a judíos y árabes.
Nir recuerda la hora exacta, su reacción inicial y hasta qué obra teatral presenció la noche anterior a la masacre que cambió su vida y acabó con la de 11 miembros del equipo que la acompañó a la cita olímpica en Alemania.
La madrugada del 5 de septiembre, esta exnadadora de 69 años dormía junto a la otra mujer que integraba la delegación israelí cuando ocho atacantes palestinos armados con rifles, pistolas y granadas entraron al apartamento de sus compañeros hombres, ubicado en un edificio adyacente. Allí, asesinaron casi de inmediato a un árbitro y un entrenador y tomaron nueve rehenes.
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“Me desperté a las 7 de la mañana, salí de mi habitación y una mujer de limpieza, que no hablaba inglés, me dijo ‘terror’ y señaló la ventana”, recuerda Nir durante una entrevista con Efe en su apartamento frente al Mediterráneo en la serena ciudad de Netanya, al norte de Tel Aviv.
Por esa ventana, relata, observó incontables soldados a bordo de camiones militares. El resto de la jornada lo pasó junto al resto de los supervivientes en el noveno piso de un edificio de la Villa Olímpica, desde donde vio el despliegue de las fuerzas alemanas y sus francotiradores y presenció la negociación entre los miembros del grupo palestino Septiembre Negro y la Policía.
“Fueron muchas horas en las que no podíamos hacer más que esperar”, cuenta sobre una agonía que se prolongó hasta pasadas las 10 de la noche, cuando vio a sus compañeros salir del edificio con los ojos vendados y subirse a los helicópteros en los que serían acribillados y carbonizados horas después durante el fallido operativo de rescate alemán.
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“Yo nunca perdí el optimismo, confiaba en que Israel enviaría una unidad militar para lidiar con la situación, pero los alemanes no lo permitieron”, agrega, sobre una cuestión que el Estado judío aún recuerda con profundo dolor.
El día anterior a la masacre, Nir ya había acabado su participación en los juegos y solicitado regresar a su país para avanzar con los preparativos de su boda. El jefe de la delegación, Shmuel Lalkin, le pidió que esperara al día siguiente y acompañara a otro atleta que se había lesionado. Este falleció durante el ataque.
La nadadora regresó el día posterior junto al resto de la delegación y 11 ataúdes con los restos de sus compañeros. En ese momento, recuerda, no podían entender cómo las competencias se habían reanudado como si nada hubiese pasado.
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“Con el paso de los años, sin embargo, entendí que fue la decisión correcta, porque de lo contrario el éxito de los terroristas, que ya habían conseguido la atención de millones de televidentes en el evento más importante del mundo, hubiese sido aún mayor”, reconoce.
Aquellos juegos fueron los segundos y últimos de Nir, que tras regresar a Israel se casó, estudió y fue voluntaria durante años ayudando a soldados heridos en el campo de batalla.
Oriunda de un kibutz (comunidades cooperativas agrarias) en el norte del país, esta atleta ya había atravesado múltiples situaciones de violencia, incluyendo el lanzamiento de cohetes desde Siria en enfrentamientos militares y la muerte de su hermano mayor mientras combatía contra las fuerzas egipcias en la península del Sinaí en 1969.
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En 1994 comenzó a trabajar en el Ministerio de Deportes, donde durante 25 años lideró programas que favorecieron la inserción de más mujeres en el deporte profesional.
Actualmente, ya retirada, dedica su tiempo a la “Liga de la Amistad”, ONG que lidera y que promueve la interacción de jóvenes judías y árabes de Israel a través del deporte.
Además, desde hace varios años brinda charlas sobre su carrera deportiva y el legado de Múnich en escuelas, en bases militares y en distintos tipos de instituciones.
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“No quiero que la gente olvide, primero porque cosas como esta pueden volver a suceder, y segundo para entender que debemos hacer algo para unirnos y acabar con el odio”, explica.
“El espíritu olímpico habla de cómo el deporte puede acercar a las personas, y eso es algo que yo no me he olvidado en todos estos años a pesar de lo que me pasó”, narra, y dice sentir una obligación de al menos hacer un intento por mejorar la situación en su país, aunque sea trabajando para generar vínculos entre unos y otros.
Conmovida mientras ojea un álbum de fotos de su adolescencia y los años previos y posteriores a la tragedia, Nir dice que le cuesta entender que ya hayan pasado 50 años.
“Pasaron demasiado rápido, pero incluso aunque haya sucedido hace 50 años, yo aún lo recuerdo y lo tengo presente como si hubiese sido ayer”.
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