El hombre que cambió la historia del deporte
En el aniversario 150 del natalicio del barón Pierre de Coubertin, el actual presidente del Comité Olímpico Internacional habla de su legado y del futuro de la entidad.
Jacques Rogge, Especial para El Espectador*
Al igual que mucha gente, creo que el Año Nuevo es un momento muy propicio para reflexionar sobre el pasado y, al mismo tiempo, mirar al futuro. Y eso es especialmente cierto ahora, cuando celebramos el aniversario 150 del nacimiento del fundador de los Juegos Olímpicos modernos, el barón Pierre de Coubertin.
La divisa personal de Coubertin era “mirar a lo lejos, hablar con franqueza y actuar con firmeza”, pero ni siquiera él hubiera podido prever que su visión de los Juegos daría lugar a uno de los acontecimientos culturales más significativos de la historia, ni que afectaría, de una forma u otra, a miles de millones de personas en casi todos los hogares del planeta.
Evidentemente, estaría gratamente sorprendido si supiera que, 118 años después de crear el Comité Olímpico Internacional (COI), el movimiento olímpico es más fuerte que nunca. Y podemos suponer que se quedaría asombrado con todo lo ocurrido en 2012.
El año pasado, Londres organizó unos Juegos que quedarán en nuestra memoria como unos de los mejores de todos los tiempos. Los Olímpicos de la Juventud siguieron echando raíces y creciendo, con la exitosa primera edición de invierno en Innsbruck, Austria. Se alcanzaron objetivos muy importantes en cuanto a la participación de las mujeres en el deporte o la planificación medioambiental y del legado, entre otros. Se siguieron adoptando y mejorando iniciativas destinadas a difundir los valores olímpicos, especialmente aquellas que se emprendieron en colaboración con las Naciones Unidas con el objetivo de utilizar el deporte como herramienta para el desarrollo. Reforzamos y ampliamos nuestros esfuerzos para proteger la integridad del deporte. Y la situación financiera del COI es muy sólida.
Mientras saboreamos las mieles de un año olímpico tan destacado, es fácil olvidar la tarea titánica que tuvo que llevar a cabo Coubertin para resucitar, casi sin ayuda, los Juegos Olímpicos a finales del siglo XIX. Él sostenía que el deporte organizado no sólo reforzaba el cuerpo, la mente y la voluntad, sino que también promovía la universalidad y el juego limpio, algo comúnmente aceptado en la actualidad. Pero, en aquella época, la mayoría de la gente consideraba que el deporte era una ocupación frívola y que, en realidad, resultaba perjudicial para el aprendizaje y el intelecto. Por eso, sus demandas para que se reinstauraran los Juegos eran recibidas con indiferencia o con resistencia. Más tarde, Coubertin reconoció que muchos pensaban que su idea era “un sueño y una quimera”.
Pero Coubertin no perdió la determinación y dedicó gran parte de su tiempo, trabajo y fortuna personal a intentar inyectar nueva vida a los Juegos Olímpicos de la Antigüedad. Y no lo hizo en su propio beneficio, sino para el bien de la humanidad, puesto que estaba convencido de que el deporte y la actividad física inspiraban importantes valores como los de excelencia, amistad y respeto.
Dotado de un intelecto y una certitud moral considerables, así como de una fortaleza todavía mayor, poco a poco se fue ganando el apoyo y la confianza de un pequeño pero creciente grupo de personas con ideas afines. En un lapso de tiempo sorprendentemente corto, esas mismas personas se convirtieron en los miembros fundadores del COI, en 1894. Dos años después, Atenas celebró los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
Coubertin fue el segundo presidente del COI y el que ocupó más tiempo ese cargo (1896 - 1925). Cuando abandonó el cargo, dedicó gran parte de su vida a garantizar la continuidad de las justas y la pureza de las competiciones. A lo largo de su existencia, el movimiento olímpico tuvo que hacer frente a diversas perturbaciones, pero consiguió sobrevivir gracias a este dirigente.
Además de los Juegos, le debemos los anillos olímpicos (uno de los símbolos más reconocibles del mundo), las ceremonias de apertura y clausura, el juramento de los atletas y el Museo Olímpico, por citar sólo algunos de sus legados. Pero, sin duda, lo que ha influido más profundamente es la Carta Olímpica, redactada por Coubertin, que contiene los valores olímpicos.
La misión del COI no es únicamente celebrar una competición deportiva cada dos años. Nuestro mandato consiste en poner el deporte al servicio de la humanidad y asegurarnos de que las competiciones aprovechan lo mejor de nuestra sociedad y contrarrestan lo negativo. Los valores olímpicos siguen siendo el hilo conductor de nuestras actividades.
¿Se sentiría Coubertin satisfecho con todo lo que ha ocurrido desde su muerte, en 1937? Claro que no. Hemos tenido que salvar muchos obstáculos, pero gracias a la guía moral y ética que constituye la Carta Olímpica hemos podido superar los momentos difíciles.
Una cosa es segura: Coubertin estaría encantado de ver que sus principales ideales han perdurado. Y no me quedo corto si afirmo que todo lo que admiramos sobre el olimpismo en 2012 no hubiera sido posible sin Pierre de Coubertin. Ahora nos toca a nosotros garantizar la pertinencia, la viabilidad y la pureza de los Juegos durante los próximos años.
Coubertin se entregó por completo a esta causa y por estos días todo el Movimiento Olímpico se quita el sombrero ante el hombre que lo empezó todo.
¡Feliz 150º cumpleaños!
* Presidente del COI
Al igual que mucha gente, creo que el Año Nuevo es un momento muy propicio para reflexionar sobre el pasado y, al mismo tiempo, mirar al futuro. Y eso es especialmente cierto ahora, cuando celebramos el aniversario 150 del nacimiento del fundador de los Juegos Olímpicos modernos, el barón Pierre de Coubertin.
La divisa personal de Coubertin era “mirar a lo lejos, hablar con franqueza y actuar con firmeza”, pero ni siquiera él hubiera podido prever que su visión de los Juegos daría lugar a uno de los acontecimientos culturales más significativos de la historia, ni que afectaría, de una forma u otra, a miles de millones de personas en casi todos los hogares del planeta.
Evidentemente, estaría gratamente sorprendido si supiera que, 118 años después de crear el Comité Olímpico Internacional (COI), el movimiento olímpico es más fuerte que nunca. Y podemos suponer que se quedaría asombrado con todo lo ocurrido en 2012.
El año pasado, Londres organizó unos Juegos que quedarán en nuestra memoria como unos de los mejores de todos los tiempos. Los Olímpicos de la Juventud siguieron echando raíces y creciendo, con la exitosa primera edición de invierno en Innsbruck, Austria. Se alcanzaron objetivos muy importantes en cuanto a la participación de las mujeres en el deporte o la planificación medioambiental y del legado, entre otros. Se siguieron adoptando y mejorando iniciativas destinadas a difundir los valores olímpicos, especialmente aquellas que se emprendieron en colaboración con las Naciones Unidas con el objetivo de utilizar el deporte como herramienta para el desarrollo. Reforzamos y ampliamos nuestros esfuerzos para proteger la integridad del deporte. Y la situación financiera del COI es muy sólida.
Mientras saboreamos las mieles de un año olímpico tan destacado, es fácil olvidar la tarea titánica que tuvo que llevar a cabo Coubertin para resucitar, casi sin ayuda, los Juegos Olímpicos a finales del siglo XIX. Él sostenía que el deporte organizado no sólo reforzaba el cuerpo, la mente y la voluntad, sino que también promovía la universalidad y el juego limpio, algo comúnmente aceptado en la actualidad. Pero, en aquella época, la mayoría de la gente consideraba que el deporte era una ocupación frívola y que, en realidad, resultaba perjudicial para el aprendizaje y el intelecto. Por eso, sus demandas para que se reinstauraran los Juegos eran recibidas con indiferencia o con resistencia. Más tarde, Coubertin reconoció que muchos pensaban que su idea era “un sueño y una quimera”.
Pero Coubertin no perdió la determinación y dedicó gran parte de su tiempo, trabajo y fortuna personal a intentar inyectar nueva vida a los Juegos Olímpicos de la Antigüedad. Y no lo hizo en su propio beneficio, sino para el bien de la humanidad, puesto que estaba convencido de que el deporte y la actividad física inspiraban importantes valores como los de excelencia, amistad y respeto.
Dotado de un intelecto y una certitud moral considerables, así como de una fortaleza todavía mayor, poco a poco se fue ganando el apoyo y la confianza de un pequeño pero creciente grupo de personas con ideas afines. En un lapso de tiempo sorprendentemente corto, esas mismas personas se convirtieron en los miembros fundadores del COI, en 1894. Dos años después, Atenas celebró los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
Coubertin fue el segundo presidente del COI y el que ocupó más tiempo ese cargo (1896 - 1925). Cuando abandonó el cargo, dedicó gran parte de su vida a garantizar la continuidad de las justas y la pureza de las competiciones. A lo largo de su existencia, el movimiento olímpico tuvo que hacer frente a diversas perturbaciones, pero consiguió sobrevivir gracias a este dirigente.
Además de los Juegos, le debemos los anillos olímpicos (uno de los símbolos más reconocibles del mundo), las ceremonias de apertura y clausura, el juramento de los atletas y el Museo Olímpico, por citar sólo algunos de sus legados. Pero, sin duda, lo que ha influido más profundamente es la Carta Olímpica, redactada por Coubertin, que contiene los valores olímpicos.
La misión del COI no es únicamente celebrar una competición deportiva cada dos años. Nuestro mandato consiste en poner el deporte al servicio de la humanidad y asegurarnos de que las competiciones aprovechan lo mejor de nuestra sociedad y contrarrestan lo negativo. Los valores olímpicos siguen siendo el hilo conductor de nuestras actividades.
¿Se sentiría Coubertin satisfecho con todo lo que ha ocurrido desde su muerte, en 1937? Claro que no. Hemos tenido que salvar muchos obstáculos, pero gracias a la guía moral y ética que constituye la Carta Olímpica hemos podido superar los momentos difíciles.
Una cosa es segura: Coubertin estaría encantado de ver que sus principales ideales han perdurado. Y no me quedo corto si afirmo que todo lo que admiramos sobre el olimpismo en 2012 no hubiera sido posible sin Pierre de Coubertin. Ahora nos toca a nosotros garantizar la pertinencia, la viabilidad y la pureza de los Juegos durante los próximos años.
Coubertin se entregó por completo a esta causa y por estos días todo el Movimiento Olímpico se quita el sombrero ante el hombre que lo empezó todo.
¡Feliz 150º cumpleaños!
* Presidente del COI