1989: el año en el que se encendió la rivalidad de Millonarios y Nacional
Verdolagas y embajadores definen este sábado en El Campín de Bogotá la estrella del primero semestre de 2023.
La anécdota del pito que al árbitro chileno Hernán Silva se le cayó, de la boca al césped, cambió la historia de la rivalidad entre Nacional y Millonarios.
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La anécdota del pito que al árbitro chileno Hernán Silva se le cayó, de la boca al césped, cambió la historia de la rivalidad entre Nacional y Millonarios.
Fue el 18 de abril de 1989, vuelta de los cuartos de final de la Copa Libertadores, y El Campín era una marea azul. Arnoldo Iguarán se adentró en el área rival cuando René Higuita, al pique para frenar el gol, se lanzó a los solitarios pies del Guajiro. No tocó la pelota y la inercia del cuerpo lo llevó a derribar al delantero. Cayendo, el goleador miraba al árbitro, mientras el Loco se paró al instante, como un resorte, recomponiéndose como si no hubiese pasado nada.
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Dicen que Silva iba a pitar penalti, pero el pito se le cayó de la boca. Y al recogerlo y levantar su mirada, como si por su cabeza en ese instante hubiese pasado algún crudo recuerdo, lo que pitó fue tiro de esquina. Millonarios ganaba 1-0 y, tras la victoria verde en Medellín, había empatado la serie 1-1. El evidente penalti, inolvidable con el paso del tiempo, como los fuera de lugar pitados ese día, podría haber puesto en ventaja a los azules. Sin embargo, los verdolagas, finalmente campeones, un hito en la historia del balompié local, ganaron y pasaron de ronda, mientras la tensión entre los dos equipos, una deuda nunca fue saldada, creció con los años.
Hasta entonces, Millonarios, sin duda, era el equipo más grande de Colombia. Para el 89, de las 15 estrellas que tiene actualmente por títulos de Liga, ya había ganado 13. El Dorado, la gloriosa época del 60 y los cuatro títulos entre los 70 y 80, encumbraron a los embajadores en lo más alto del fútbol local. Era una representación del poder centralista y hegemónico de la capital que edificó la estructura política del país y que demostraba, al mismo tiempo, la pugna histórica desde las regiones y su lucha por resistirse al olvido del Estado.
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A finales de la década de los 70, Millonarios y Santa Fe eran los únicos equipos colombianos que habían sido protagonistas en la Copa Libertadores, el torneo más importante del continente, dominado en sus tres primeras décadas de existencia por Argentina, Uruguay y Brasil, los tres campeones del mundo suramericanos.
En los primeros años del fútbol colombiano, el gran rival de los azules era el otro equipo bogotano, Santa Fe, el primer campeón. Era el poderío capitalino a pleno fulgor. Resistía, entre los grandes, Deportivo Cali, equipo con el que Millonarios disputó sus primeros títulos y protagonizó lo que hoy conocemos como el clásico añejo. De hecho, hasta la década del 80 los vallecaucanos, en 1978, fueron los únicos colombianos que disputaron una final de Libertadores.
Pero en los 80, con el advenimiento del narcotráfico en todas las estructuras de poder, llegaron nuevos poderosos. La mafia corrompió a todas las organizaciones del balompié nacional, pero fue extremadamente influyente en equipos como América de Cali, pentacampeón en esa década, y Atlético Nacional, ganador de la Libertadores en el 89.
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Para 1980, los antioqueños, surgidos en 1947 como Atlético Municipal, y bautizados como Atlético Nacional hasta el 51, tenían apenas tres títulos, muy lejos de la sombra de Millonarios. Hasta 1972, de hecho, nunca había jugado una Libertadores y en sus primeras décadas su gran rival era Independiente Medellín.
Sin embargo, el poderío de los verdolagas empezó a venir a más desde finales de los 70, con la llegada del revolucionario Osvaldo Zubeldía, la entrada de una fuerte inversión económica y la irrupción de planteles históricos como los puros criollos de Francisco Maturana, la base de la selección de Colombia que volvió a los mundiales en 1990.
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En la otra cara de la moneda, por esos años Millonarios empezaba a dejar de ser el conjunto hegemónico de antaño. Y antes de sumirse en años de profunda sequía, en los 80 peleó con los nuevos grandes, América y Nacional, por mantenerse en la cima.
Antes del 89, Millonarios, de Luis Augusto el Chiqui García, ganó la 12 en el 87, peleando la fase regular con Nacional y el octagonal final con América. Y un año más tarde ganó la 13 en un mano a mano con los verdolagas. Ahí inició la rivalidad, la que estallaría un año más tarde en el inolvidable juego de Libertadores en el que el árbitro Silva cambió de decisión y le negó un penalti a los azules después de recoger el pito del suelo.
Tras la estrella del 88, los bogotanos entraron a sus años más aciagos y tuvieron que pasar 24 temporadas para volver a ganar un título. A esa altura, Nacional y América ya habían igualado el palmarés recogido por los azules y habían aumentado su popularidad, con hinchadas enormes por todo el país, masificadas por la gloria obtenida en tiempos de mayor difusión mediática e inicios de la globalización.
Millonarios, a diferencia de otros como Santa Fe, no perdió la base más grande de su público, que esperó durante épocas el regreso de sus mejores tiempos y miró con recelo el éxito de los otros equipos que se instalaron en la cumbre del fútbol nacional.
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Sobre todo a Nacional, el nuevo equipo más grande del país y, en números, el más ganador con, además, dos Copas Libertadores. Una rivalidad que también se entiende en las disputas entre capitalinos y antioqueños, entre Medellín y Bogotá, entre dos equipos que encendieron su rivalidad en el 89 y realmente, hasta ahora, más allá de alguna Merconorte o una Superliga, jamás habían tenido una revancha del tamaño que la que representa la lucha por el título del primer semestre en la Liga BetPlay.
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