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Aunque Adrián Ramos amaba que lo dejaran en casa de su abuela cuando era niño y su papá se iba a trabajar, no siempre respetaba las reglas de ese lugar. Él sonreía cuando veía que lo consentían con un plato de arroz, pero su desbordante apetito lo obligaba a experimentar en la cocina, pese a que lo tenía prohibido y a que sus conocimientos culinarios eran casi nulos. Aunque algunas veces los resultados gastronómicos eran positivos, un día fueron realmente desastrosos. Todavía no sale de su memoria ese huevo que intentó fritar con una cantidad exagerada de manteca, que terminó saltando a sus manos.
“Quemadura fija y pela fija también para el sobreviviente”, recordó Ramos en diálogo con El Espectador. Y no fue la única que recibió en Villa Rica (Cauca). Muchas fueron por jugar fútbol, el legado que heredó de su padre, cuyo cadáver fue encontrado a la edad de 33 años en La Buitrera (Valle del Cauca) una semana después de terminar un trabajo como jardinero en el barrio Ciudad Jardín, de Cali. Aquel pequeño que se quedó huérfano aprendió a patear la pelota y no ha podido dejar de hacerlo.
Gustavo Adrián se escapaba a pescar con sus amigos, pero era imposible no armar un “picadito” de regreso al hogar, de la misma manera en la que alguna vez lo hicieron hombres que después llegaron al balompié profesional. Los pies descalzos impactaban un balón duro en un terreno con rocas, que en ocasiones eran más grandes que el mismo esférico, y que tenía rústicos arcos, que al vulnerarlos generaban la mayor felicidad por entonces conocida. “No importaba si te sacabas una uña, lo importante era jugar”.
Era lo vital. Para Ramos no eran tan significativos los regaños de la madre porque desgastaba los zapatos del colegio. Él solo anhelaba experimentar esa sensación inexplicable que inundaba su cuerpo cuando la pelota lo buscaba. Por eso recuerda la ocasión en la que una “juetera” terminó siendo el fin de lo que comenzó como la intención de responder con una labor académica. “Salí muy temprano a hacer una tarea. Me tocaba volver a la casa, pero me quedé jugando fútbol en el parque. Pasaron las horas. En un momento un amigo me dijo: ‘Te anda buscando tu mamá’. Cuando quise reaccionar, ya me estaban dando correa”, contó Adrián, quien tras perder a su papá intentaba ayudar a su progenitora, Anayiber Vásquez, con los gastos de su vivienda.
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Residían bajo un humilde techo que colindaba con un trapiche en el que los trabajadores pagaban por los almuerzos que preparaba la madre de Adrián. Sin embargo, como les pasa a la mayoría de las familias en Colombia, los ingresos no eran suficientes, por lo que saciar el hambre era sinónimo de múltiples trabajos. Ella maltrataba sus manos con caña de azúcar y también ejercía labores domésticas en otros hogares. Mientras tanto, Adrián, el mayor de los dos hermanos Ramos, les ayudaba a su abuelo y sus tíos a sembrar árboles, sin dejar de pensar en el fútbol. Además, conseguía algo de dinero en un local de videojuegos que era propiedad de un amigo.
Triunfar y volver
Sus destacadas condiciones con la pelota, en principio, no fueron suficientes para los entrenadores de las divisiones menores del América, que lo rechazaron por flaco. En un momento sus goles eran tan frecuentes como el hecho de que destacaba sobre los demás jóvenes de su edad. Adrián ganó una de sus luchas al ser convocado a la selección de Colombia sub-17 que fue dirigida por Eduardo Lara y culminó cuarta en el Mundial de Finlandia 2003. No obstante, las necesidades en casa seguían aguardando. Por participar en ese certamen le dieron una plata. Le entregó la mitad a su madre y con el resto renovó su colección de bermudas, su prenda favorita.Y llegó el momento en el que ya no usó más prendas “chiviadas” de su amado club: América de Cali. En 2004 se puso la original. Debutó como profesional y sintió un desahogó por él, y por su mamá, quien ya podría descansar un poco más. Ahora dependía de sus piernas, en césped y no en arena, la prosperidad. Y a pesar de que debió irse al Trujillanos de Venezuela y adquirir experiencia en Independiente Santa Fe antes de triunfar en el equipo escarlata, logró ser campeón de primera división en 2008. Ya no jugaba con el miedo de romper sus zapatos, sino con el anhelo de clavarla en un ángulo con guayos decentes.
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Cuando fue fichado por el Hertha de Berlín, un año después de consagrarse con la camiseta roja, los padecimientos económicos, que en algún momento parecieron más invulnerables que un portero en racha, se esfumaron. Lo cual no significa que hayan desaparecido sus preocupaciones más especiales: las que existen en torno al fútbol. Ramos se exigió y dos veces sacó al cuadro de la capital alemana de la segunda división. Fue contratado por el poderoso Borussia Dortmund y posteriormente logró un nuevo ascenso con el Granada, de España.
Oriundo de Santander de Quilichao, porque Anayiber Vásquez debió trasladarse hasta allí para darlo a luz vía cesárea, Adrián dejó su huella en Europa. Nunca protagonizó un escándalo, y los clubes dan las mejores referencias de él por su profesionalismo. Entregó todo y sintió que había que regresar a la amada “Mechita” que le provocó lágrimas al verla descender a la segunda categoría del fútbol colombiano. “Era un sueño volver al América”, expresó el atacante, quien retornó al balompié nacional como uno de los fichajes más importantes para la presente temporada.
Sus festejos no han aparecido aún en la Liga BetPlay; en su lugar, una lesión muscular en el bíceps femoral derecho lo tendrá un mes sin partidos. Se presentan las dificultades, pero ellas han sido parte de la vida de Adrián, por lo que no se desespera. Al contrario, se siente confiado de que cuando vuelva a jugar los goles aparecerán. “Son cosas del fútbol. En algunas ocasiones puede que convierta al comienzo de los campeonatos y, en otras, al final. Estoy tranquilo”, afirmó el delantero americano, otro hincha que no deja de pensar en la Copa Libertadores, que en cuatro finales ha sido esquiva para la institución escarlata.
“Tenemos esa ilusión. Ojalá se pueda hacer realidad”, agregó Gustavo Adrián Ramos Vásquez, el ser que no se olvida de Villa Rica, que ayuda a los niños de su pueblo buscando que tengan una mejor escuela y condiciones aceptables para disfrutar del fútbol. Un ser que espera disfrutarlo de manera profesional durante un par de años más y luego dedicarse a formar goleadores del futuro. Un ser que no les teme a los obstáculos, porque los conoce desde que sus pies eran pequeños y pateaban piedras.
@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)