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Un partido con historia, un partido de varias estrellas, de dos regiones relevantes para el país, de un presente con contextos diferentes. América y Nacional, que se enfrentan esta tarde en el Pascual Guerrero, una rivalidad que se hizo fuerte desde la década de 1970 por la grandeza que ambos construyeron desde entonces y que le dieron, si se quiere, un giro diferente a la identidad del fútbol colombiano.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de un clásico en el fútbol? ¿O de qué hablamos incluso cuando hablamos de algo clásico? ¿No es la palabra algo que nos remite al origen del tema en mención? Aunque agregarle ese adjetivo o calificativo a algo termina muchas veces siendo subjetivo, el debate alrededor de la historia y de aquello que la define en sus épocas puede ayudar a vislumbrar detalles que nos permitan comprenderla mejor.
Hablemos de fútbol colombiano. ¿Cuáles son los clásicos? ¿Los llamados rivales de patio, los que representan a ciudades o regiones, constituyen un derbi o un clásico? Se cree o se entiende que un derbi es el partido entre los equipos de una misma ciudad, en este caso, podría hablarse de un América vs. Cali, Medellín vs. Nacional o Millonarios vs. Santa Fe, y se podría hablar de clásicos cuando nos referimos a un América vs. Nacional, Cali vs. Millonario, Santa Fe vs. América, Nacional vs. Millonarios, entre muchas otras variaciones de aquellos equipos considerados grandes en Colombia, ¿pero son realmente clásicos o son partidos importantes teniendo en cuenta la historia de los rivales que se enfrentan?
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Guillermo Ruiz Bonilla, historiador del fútbol colombiano, opina que cuando se habla de clásicos se habla de rivalidades que surgieron desde el inicio del torneo, que por ende aquellos que llamamos derbis podrían bien ser llamados clásicos regionales, pero que aparte de esos juegos, hay uno que podría llamarse clásico, y es el que muchos llaman precisamente “el clásico añejo”, y es Millonarios vs. Cali: “El primer partido que se denominó como clásico nacional fue Cali vs. Millonarios, fue desde 1949, desde los orígenes. Pasaron muchos años para que Nacional, que aparece en 1970, se enfrentara a un América poderoso, y fue diez años después de que Nacional se hiciera grande, o sea, en 1980. El partido entre estos dos equipos vino a ganar prestigio fue desde esa época. ¿Y el resto de la historia qué? ¿La borramos? No. Les pertenece a otros que fueron pioneros en hacer de un partido grande un clásico, pero fueron los primeros. Primero se enfrentaron Millonarios contra Cali, o Millonarios contra América, que América y Nacional con equipos poderosos”.
Hace unos meses, la cuenta de la Copa Conmebol Libertadores publicó un trino donde se citaban los historiales de los clásicos del fútbol sudamericano. Y en ese listado se mencionó la rivalidad entre América y Nacional, lo que revivió el debate sobre el que sería el partido más representativo del balompié nacional. Y es que tanto escarlatas como verdolagas se destacaron entre las décadas de 1980 y 1990 a escala internacional y dejaron varios registros de enfrentamientos en el torneo más importante de Sudamérica, razón por la cual, además de lo que representan en el aspecto cultural o social, se empezó a considerar que el encuentro entre ambas escuadras era el más importante en el país.
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Citar a Guillermo Ruiz Bonilla y el caso de la Conmebol sirve para plantear de nuevo un debate que más que suscitar una polémica es devolvernos en la historia para entender desde cuándo se habla de este partido como un superclásico. Y tampoco se trata de caer en una falacia de autoridad, pues tener como referencia lo planteado por ambas partes es, de nuevo, poner sobre la mesa la importancia de ambos clubes en la historia del fútbol colombiano y no pretender construir una única verdad alrededor de las rivalidades que son más o menos importantes para el deporte nacional.
Es cierto que la historia no se borra, que todo cuanto ocurrió es importante, que hay épocas más doradas que otras, y no es hablar del equipo más grande, pues más allá de los argumentos y los títulos, finalmente cada hincha y cada persona opinará distinto según sus pasiones y visiones del fútbol y la vida. Sin embargo, ¿por qué hablaríamos de la rivalidad entre América y Nacional como un superclásico o por qué es tan importante este partido?
Tanto América como Nacional catapultaron la imagen del fútbol colombiano en el ámbito internacional entre 1970 y 1990, con sus participaciones en Copa Libertadores. Las finales de los escarlatas en el torneo, bajo la dirección del médico Gabriel Ochoa Uribe, en 1985, 1986 y 1987, o el título de los verdolagas liderado por Francisco Maturana, en 1989, fueron hechos que volvieron a poner el balompié nacional entre reflectores. Con una dimensión similar a la que logró Millonarios décadas antes con el llamado Ballet Azul.
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“Quien empezó la revolución en Nacional fue José Curti, un argentino que había sido jugador de River Plate; luego vino el maestro Osvaldo Juan Zubeldía, que cambió todo el concepto del fútbol de Antioquia; fue campeón con Nacional un par de veces, transformó la mentalidad y fue un hombre que influyó mucho en la conformación de ese equipo para ser grande, porque empezó a sugerir nombres y trajo jugadores como Alejandro Semenewicz. Luego vino Francisco Maturana, que recibe un legado de un trabajo que ya se había iniciado”, cuenta Guillermo Ruiz.
América y Nacional se han enfrentado en 266 oportunidades. Los verdolagas lideran el historial, con 94 victorias frente a 93 de los escarlatas. El número de partidos restantes (79) han sido empates, y uno de ellos fue justamente el de la última vez que jugaron ambos conjuntos, en la pasada edición de la Liga BetPlay, cuando igualaron 2-2 en el Atanasio Girardot. Por Copa Libertadores, Nacional y América se han visto en once ocasiones, dejando un registro de seis triunfos para el cuadro vallecaucano y cuatro para el conjunto antioqueño, más un empate.
“En los años 80, América empieza a destacarse trayendo a los paraguayos Battaglia y González, y ya había traído a Pascuttini, a la fiera Cáceres. Empiezan a llegar jugadores grandes. Llegan varios jugadores de Nacional, incluso. Pasan otros como Gareca, el Pipa de Ávila, Willington Ortiz... Quien le da a América el destino final sin dudas es el doctor Ochoa. Entre 1979 y 1992 ha pasado toda una vida. Después viene Umaña, y Maturana también pasa por ahí. Ahí le van dando al equipo esa fortaleza institucional; ojo con ese concepto, porque conformar grandes instituciones hace que los equipos traten de conseguir objetivos con buenos jugadores y con títulos”, dijo Ruiz Bonilla.
Hace un tiempo, Andrés Dávila, autor del libro Ganar sin ganar: nación e identidad en la selección de fútbol de Colombia, dijo para este diario que el narcotráfico encontró en el fútbol colombiano un medio para legitimar su presencia en la sociedad. Y aunque intentemos desligar esta problemática de los equipos del torneo local, por lo reprochable que resultó, la influencia de varios capos en los clubes, no podemos negar que en el caso de América y Nacional (también de Millonarios) este elemento fue determinante, y no solo porque eso permitió tener grandes nóminas, sino porque incluso, y de manera paradójica, mientras los mismos narcos aumentaban la violencia en Colombia, las victorias de estas instituciones, en especial la Libertadores de Nacional, unieron a un país y le brindaron pequeños destellos de alegrías en medio de los miedos y duelos constantes. Ese símbolo de grandeza atrajo al narcotráfico, y esa misma grandeza y jerarquía que se empezó a construir en la cancha agregó una razón más para que las regiones de Antioquia y Valle del Cauca fueran importantes para el territorio nacional. Eso, a su vez, hizo que ambas escuadras tuvieran hinchadas numerosas, pues aunque Millonarios ganó títulos locales, quienes representaron al país en juegos internacionales fueron estos conjuntos, que desde ese entonces no dejaron de ganar y sumar trofeos a su palmarés, convirtiéndose así en grandes, y fundando, además de otra mentalidad y estilo de juego, un partido lleno de historia, ídolos y anécdotas que traspasan el fútbol y cuentan también una parte de lo que somos como nación.
