Yo estuve en el ascenso del América
El domingo 27 de noviembre de este 2016 resucitó “La Mechita”, luego de cinco penosas temporadas en la segunda división. El Pascual Guerrero, vestido de rojo, vivió una de sus tardes más gloriosas.
Sebastián Arenas - @SebasArenas10
“América juega para ser campeón”, así inicia la canción del Grupo Niche que mueve el corazón de los hinchas escarlatas con la velocidad con la que corrían las piernas del argentino Jorge Ramón “La Fiera” Cáceres en 1979, cuando “de la mano de Ochoa comenzó el sabor”.
Arrancó –aquel 19 de diciembre- el sendero de títulos del equipo que hasta ese año sufría por la sequía de victorias, las que luego llegaron continuamente, antes del fatídico 17 de diciembre de 2011.
Hace cinco años, la vida le cobró a Jairo Castillo su reprochable comportamiento fuera de las canchas. “El Tigre”, quien en muchas ocasiones colmó de alegría a la multitudinaria afición escarlata, erró un penal decisivo aquella noche. Posteriormente la efectiva ejecución del arquero de Patriotas, Carlos Chávez, quien admitió ser hincha del América, mandó al cuadro rojo a la segunda división. Histórico acontecimiento, por la magnitud del club, cuatro veces finalista de la Copa Libertadores y en 13 oportunidades campeón colombiano.
Después de cinco temporadas en la B y varios intentos fallidos por ascender, la cita con la gloria era el 27 de noviembre de este 2016. Llegué a Cali ese domingo en la mañana y la ciudad tenía un ambiente de nerviosismo. “¿Se nos escapará otra vez?”, se preguntaban los hinchas del América, que desde muy temprano cantaban en los alrededores del estadio Pascual Guerrero. Las banderas rojas decoraban los buses que de todas partes del país arribaron plagados de almas que anhelaban unidas cesar su sufrimiento.
Ingresé al escenario un par de horas antes del definitivo partido ante el Deportes Quindío. En pocos minutos se llenó el estadio, a excepción de la tribuna sur, sancionada por una pancarta amenazante contra los árbitros, que exhibió la barra Barón Rojo. Las canciones del elenco escarlata ambientaron la previa, al igual que los gritos a todo pulmón de los hinchas, entre los que se encontraban viejas glorias como Julio César Falcioni, Luis Eduardo Reyes, Willington Ortiz, Freddy Rincón, Julián Vásquez y Julián Téllez.
El compromiso empezó y América atacó en busca del gol, de la tranquilidad, de la alegría. Yo veía a los fanáticos con las manos en su rostro, con los ojos al borde de las lágrimas, presenciando 90 minutos que se hicieron interminables. Uno de los tantos jugadores argentinos que será eterno en la historia americana, Ernesto “El Tecla” Farías, abrió el marcador en el arco sur y se desató un grito de gol que no terminaba. Ya escuchaba voces disfónicas seis minutos después, tras el gol en contra de Jonny Mosquera, que generó el empate parcial.
A mi lado, una escena bella, honesta y natural: un abuelo con su esposa. El hombre, que antes del inicio del juego me contó las hazañas de Reyes, Falcioni y compañía, me asustó porque su estado expresaba agitación extrema. Las dudas en las tribunas se esfumaron tras la anotación de Cristian Martínez Borja, al minuto 42, la última de América en la B.
El memorable hincha abrazó a su amada, sus lágrimas se desbordaron y yo confirmé, de nuevo, que el fútbol es la actividad más hermosa que existe, y que los sentimientos que produce la sagrada pelota son incomparables.
El entrenador Hernán Torres, otro que se ganó un lugar en el olimpo escarlata, decidió, aunque no es lo que prefiere, defenderse durante el segundo tiempo. Luego de la inolvidable atajada de Carlos Bejarano en los instantes finales, el pitazo de Wílmar Roldán desencadenó los gritos del ascenso que estuvieron estancados por cinco años, dio paso a los abrazos más fuertes que ha presenciado el Pascual Guerrero en la época reciente, y me hizo mirar a mi costado para tranquilizarme porque el abuelo ya no corría peligro. Repartió sonrisas y regresó a casa de la mano de su esposa en medio de la caravana de celebración en la noche caleña.
“Hemos aguardado durante el largo, larguísimo día y hasta hace un instante suspirábamos aún a causa de su longitud, mas ahora nuestra desesperación se ha transformado en alegría”, una de las frases con las que comienza “Pasión femenina”, del autor danés Soren Aabye Kierkegaard. Palabras acopladas con excelencia a lo experimentado por América de Cali ese 27 de noviembre, un día imborrables en su historia.
“América juega para ser campeón”, así inicia la canción del Grupo Niche que mueve el corazón de los hinchas escarlatas con la velocidad con la que corrían las piernas del argentino Jorge Ramón “La Fiera” Cáceres en 1979, cuando “de la mano de Ochoa comenzó el sabor”.
Arrancó –aquel 19 de diciembre- el sendero de títulos del equipo que hasta ese año sufría por la sequía de victorias, las que luego llegaron continuamente, antes del fatídico 17 de diciembre de 2011.
Hace cinco años, la vida le cobró a Jairo Castillo su reprochable comportamiento fuera de las canchas. “El Tigre”, quien en muchas ocasiones colmó de alegría a la multitudinaria afición escarlata, erró un penal decisivo aquella noche. Posteriormente la efectiva ejecución del arquero de Patriotas, Carlos Chávez, quien admitió ser hincha del América, mandó al cuadro rojo a la segunda división. Histórico acontecimiento, por la magnitud del club, cuatro veces finalista de la Copa Libertadores y en 13 oportunidades campeón colombiano.
Después de cinco temporadas en la B y varios intentos fallidos por ascender, la cita con la gloria era el 27 de noviembre de este 2016. Llegué a Cali ese domingo en la mañana y la ciudad tenía un ambiente de nerviosismo. “¿Se nos escapará otra vez?”, se preguntaban los hinchas del América, que desde muy temprano cantaban en los alrededores del estadio Pascual Guerrero. Las banderas rojas decoraban los buses que de todas partes del país arribaron plagados de almas que anhelaban unidas cesar su sufrimiento.
Ingresé al escenario un par de horas antes del definitivo partido ante el Deportes Quindío. En pocos minutos se llenó el estadio, a excepción de la tribuna sur, sancionada por una pancarta amenazante contra los árbitros, que exhibió la barra Barón Rojo. Las canciones del elenco escarlata ambientaron la previa, al igual que los gritos a todo pulmón de los hinchas, entre los que se encontraban viejas glorias como Julio César Falcioni, Luis Eduardo Reyes, Willington Ortiz, Freddy Rincón, Julián Vásquez y Julián Téllez.
El compromiso empezó y América atacó en busca del gol, de la tranquilidad, de la alegría. Yo veía a los fanáticos con las manos en su rostro, con los ojos al borde de las lágrimas, presenciando 90 minutos que se hicieron interminables. Uno de los tantos jugadores argentinos que será eterno en la historia americana, Ernesto “El Tecla” Farías, abrió el marcador en el arco sur y se desató un grito de gol que no terminaba. Ya escuchaba voces disfónicas seis minutos después, tras el gol en contra de Jonny Mosquera, que generó el empate parcial.
A mi lado, una escena bella, honesta y natural: un abuelo con su esposa. El hombre, que antes del inicio del juego me contó las hazañas de Reyes, Falcioni y compañía, me asustó porque su estado expresaba agitación extrema. Las dudas en las tribunas se esfumaron tras la anotación de Cristian Martínez Borja, al minuto 42, la última de América en la B.
El memorable hincha abrazó a su amada, sus lágrimas se desbordaron y yo confirmé, de nuevo, que el fútbol es la actividad más hermosa que existe, y que los sentimientos que produce la sagrada pelota son incomparables.
El entrenador Hernán Torres, otro que se ganó un lugar en el olimpo escarlata, decidió, aunque no es lo que prefiere, defenderse durante el segundo tiempo. Luego de la inolvidable atajada de Carlos Bejarano en los instantes finales, el pitazo de Wílmar Roldán desencadenó los gritos del ascenso que estuvieron estancados por cinco años, dio paso a los abrazos más fuertes que ha presenciado el Pascual Guerrero en la época reciente, y me hizo mirar a mi costado para tranquilizarme porque el abuelo ya no corría peligro. Repartió sonrisas y regresó a casa de la mano de su esposa en medio de la caravana de celebración en la noche caleña.
“Hemos aguardado durante el largo, larguísimo día y hasta hace un instante suspirábamos aún a causa de su longitud, mas ahora nuestra desesperación se ha transformado en alegría”, una de las frases con las que comienza “Pasión femenina”, del autor danés Soren Aabye Kierkegaard. Palabras acopladas con excelencia a lo experimentado por América de Cali ese 27 de noviembre, un día imborrables en su historia.