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Doña Luz Martha Bedoya llevaba toda su vida aguardando este momento. A sus setenta y tantos años confiesa que desde niña quería ser “butaca para vivir en el estadio”, al que se iba desde las nueve de la mañana para alentar al Deportivo Pereira, el equipo de sus amores.
Su hija Francia González, que le heredó la pasión por un conjunto que jamás había ganado nada, dice en cambio que no pensó vivir para verlo y resume el espíritu de la ciudad, en donde no se detienen las celebraciones desde el primero de diciembre, cuando el Pereira clasificó a la final, con una sola frase: “contener la alegría de 78 años”.
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La alegría, pero sobre todo el dolor. Cualquier hincha conserva una infinidad de momentos íntimos de frustración y lágrimas, por ejemplo, cuando en 1982 el Pereira malogró una campaña memorable porque, según la creencia local, su dueño, el narcotraficante Octavio Piedrahíta, presionó para favorecer al Atlético Nacional, del que era un seguidor furioso y además socio.
O cuando el equipo cayó otra vez al descenso en los últimos segundos de un partido que parecía sentenciado: “fue con alguno de esos animales que tiene el fútbol colombiano, creo que era Jaguares o Leones”, recuerda Daniel Vergara: “ya el Pereira estaba casi ascendido y en el minuto 93 nos hicieron un gol y descendimos”.
O cuando jugándose la permanencia en la primera división en 2011 la derrota contra el Tolima vino con anotación de Rafa Castillo, vaya ironía, él un jugador nacido en Pereira y formado en el equipo al que acababa de mandar al descenso con un único gol dice Juan Londoño, quien con sus compañeros siente que llegar a la final ya es un gran triunfo, y que admite haber aguantado hambre y palizas de la Policía viajando por todo el país para ver al equipo “jugar en potreros” contra conjuntos de la segunda división.
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Por eso la primera noche de diciembre la ciudad festejó ese cupo a la final igual que si hubiera vencido de antemano en el campeonato: “es como cuando a uno le dan un regalo nuevo, así todos los amiguitos ya lo hayan tenido”, confiesa Francia González. “Esto es inexplicable, es algo que nunca habíamos vivido”, dice Juan Londoño, quién con sus compañeros siente propio este triunfo “los ojos empiezan a charquearse, a llenarse de lágrimas. La barra es la que se ha bancado todos los problemas, la que ha ido a todos los potreros”, dice.
Desde su nacimiento en 1944 con la fusión de Vidricol y Otún, los dos conjuntos más populares de la ciudad en su momento, con una primera alineación de ebanistas, zapateros y guarnecedores, de obreros de una fábrica de vidrios y operarios de los ferrocarriles, en la que jugaba hasta el volquetero del pueblo, el Deportivo Pereira se convirtió en un símbolo de la identidad local que despierta un amor irracional heredado de generación en generación, como símbolos fueron sus hinchas célebres: el padre Valencia que alentaba desde el púlpito, doña Cecilia Monsalve “Chila”, que se murió vestida de rojo y amarillo esperando una final.
¡SOMOS CAMPEONES! ❤️💛🐺 pic.twitter.com/DyIMmLZupv
— Deportivo Pereira (@Corpereira) December 8, 2022
Las estadísticas del equipo siempre fueron malas, de eterno sufrimiento. Un año y once días consecutivos perdiendo con 34 fechas sin ganar. Ocho años condenados al descenso y varias veces por un gol de último minuto, jugando además en el estadio de Cartago, cuando se hacían las remodelaciones a la estructura del Hernán Ramírez Villegas. Años de saqueo de sus directivas, pésimos manejos administrativos y pleitos judiciales que llevaron el equipo a la ruina absoluta.
Acá sólo se celebraban glorias ajenas, como que Diego Maradona admitiera alguna vez que el gol más bonito de toda su carrera lo había marcado en 1980 contra el Deportivo Pereira en el estadio de la ciudad, jugando con Argentinos Juniors, o victorias secundarias y minúsculas, incomprensibles para cualquiera en el resto del país, como salir campeones de la segunda división dos veces.
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Ninguna derrota fue suficiente para desmoralizar a su hinchada fiel, que elige como ninguna otra el camino del sufrimiento. Esa hinchada corajuda y luchadora es alentada por la barra del Lobo Sur, la misma que encabezó las marchas del paro nacional en la ciudad con una larga pancarta de colores donde se leía su declaración de principios: “nos sobra aguante por nuestro pueblo”.
Han hecho falta ocho décadas de aguante para que el equipo más sufrido de Colombia consiguiera su primera final en un campeonato importante dejándose, literalmente, toda una vida sobre las canchas.
¿Y qué se siente ganar? Parece que nadie lo supiera todavía. Como si este triunfo no fuera suyo y todo suyo, al Hernán Ramírez lo inunda esta noche una creciente ansiosa y palpitante de llanto por los que no alcanzaron a llegar a este instante. En una ciudad acostumbrada a la derrota perpetua, aquellos muchachos que levantan la copa y corren la vuelta olímpica allá abajo son apenas la imagen borrosa y fugaz de un sueño.
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Hay estética en los días en los que se busca hacer historia. Se puede hablar de belleza cuando hay imágenes como el que dejó el estadio Hernán Ramírez Villegas anoche en la final de la Liga BetPlay. Las dos hinchadas. Las bengalas. La pólvora. Los cánticos que retumbaban en toda Pereira. En el costado norte, el rojo y el azul predominaban con la afición de Medellín, el resto del estadio era de rojo y amarillo. Seriedad en los visitantes en los himnos, lágrimas y una entonación también para romper las cuerdas vocales en los locales. Ese es el fútbol, el que refleja el peso de la vida, de los esfuerzos y de la emoción de estar cerca de lograr lo épico.
El desarrollo del primer tiempo tuvo pocas opciones de gol. Pereira salió a arrollar, se ubicó en campo contrario y Medellín tuvo que exigir al máximo su concentración para no dejarle espacios al conjunto matecaña, y mucho menos a Leo Castro, el goleador de la Liga.
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Con el pasar de los minutos la intensidad se fue perdiendo. Es una final y aunque hay convicción de ganar, ese mismo anhelo no puede significar desorden y riesgos innecesarios. Pereira bajó su presión y Medellín empezó a verse más cómodo en la cancha. La posesión fue dividida y el juego se realizó en buena medida en la mitad del campo.
En la segunda mitad aparecieron las opciones de gol. Sobre la hora de juego aparecieron, así como en el juego de ida, los arqueros de ambos equipos para decir “presente” y mantener sus arcos en cero. Primero fue Harlen ‘Chipi Chipi’ Castillo, que evitó un gol de tiro libre de los visitante y también salvó a su equipo en el rebote. Doble atajada; luego fue Andrés Mosquera Marmolejo, que atajó una, pero su meta estuvo en peligro por los acercamientos de León, Castro y Berrío en la misma jugada.
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Las jugadas de gol brillaron por la ausencia en la final. Fue un partido cerrado. Al final pudo más la táctica defensiva que los riesgos que haya podido asumir cada uno para llevarse la victoria en los 90 minutos.
Corazones latiendo a toda velocidad. Manos unidas, pegadas a la boca y pidiendo a Dios que se haga del lado de quien reza. En las gradas coreaban a los arqueros. Todos se encomiendan a las atajadas, hay quienes creen en el azar, otros aseguran que es trabajo. Pero es el peor de los finales para los involucrados. Nadie quiere penaltis. Pero así fue. Hinchas de parte y parte aseguraban que se sufre porque así es Medellín, porque así es Pereira.
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