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“El fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 durante 90 minutos y al final siempre gana Alemania”, de esa manera Gary Lineker definió en pocas palabras la impresión que se tenía acerca de la presencia de la selección alemana en las fases decisivas en las Copas del Mundo. En Colombia ese dicho puede caerle como anillo al dedo a Atlético Nacional. Es el equipo que domina en el país. Desde 2011 se coronó campeón en cinco semestres y a eso se le suma el maravilloso 2016 que tuvo, en el que logró ganar por segunda ocasión en su historia la Copa Libertadores de América y llegó a la final de la Copa Sudamericana.
Al cuadro verde el único que parece que puede frenarlo en la Liga Águila es Independiente Medellín. Recientemente lo derrotó en el último partido del Todos contra Todos 4-3 en un duelo de esos que quedará para siempre guardado en la memoria de los fanáticos. El resto de los equipos está varios escalones abajo. Regados uno por uno en una escalera que casi siempre termina con Atlético Nacional como número uno.
Y lo demostró este miércoles en el estadio Municipal de Montería. Dejó su serie de cuartos de final casi definida tras ganar 3-1. Jaguares apenas pudo hacerle frente. Ni los 32 grados de la capital de Córdoba fueron suficientes para incomodar al cuadro dirigido por Reinaldo Rueda. Ni el 77% de humedad sirvió para agotar las ideas de Macnelly Torres, ni para debilitar las piernas de Dayro Moreno, ni para extenuar el alma de un equipo al que solo le queda el torneo local, después del fracaso de la Copa Libertadores, de la que quedó eliminado en la fase de grupos.
En Montería dejó claro que va por la liga. Que está lanzado de cabeza por ese objetivo, que en otras ocasiones pareció menor. A Jaguares no lo pasó por encima, pero sí lo dominó a placer. Demostró su superioridad dentro del terreno de juego. Aprovechó los errores del equipo costeño. Le hizo pagar sus inocentadas. Como esa de Ramón Córdoba al minuto 28. El defensor salió con alma de armador: dribló, dribló y dribló. Dejó a uno en el camino y cuando intentó pasar al segundo, Elkin Blanco lo desarmó, asistió a Dayro Moreno, quien de reojo vio a Wilder Mosquera dos pasos adelantado y con sutileza acomodó la punta del borde interno de su guayo por debajo del balón, que voló para encontrarse con la malla de la portería local.
La reacción costeña fue la esperada. Intentó levantarse de los escombros y de arrimarse por intermedio de Jesús Arrieta y Ray Vanegas a predios de Franco Armani, ese argentino que la defiende a capa y espada la portería, con voladas imposibles, que dejan boquiabierto hasta el más escéptico de todos. Pero Jaguares no pasó de ahí. El esfuerzo que hacía no se veía reflejado y así se extinguieron los minutos.
Y bastó un pestañeo para que apareciera la magia de Macnelly Torres. Para que el pie bendecido de este barranquillero encontrara un espacio en medio de la multitud. Y como en las películas del oeste: donde pone el ojo pone la bala. Por ahí se filtró el pase a Rodin Quiñonez para que Nacional marcara el segundo. Un golpe a la quijada para la fanaticada cordobesa que llenó la gradería occidental, la única con sombra del estadio Municipal.
El calor arreció y las piernas con el paso de los minutos se volvieron más pesadas. Correr era más difícil y la humedad ahogaba. Cuando Reinaldo Rueda pensaba darle aire a su equipo apareció Ray Vanegas para entregarle una pequeña pizca de esperanza a los locales, al minuto 65. El mediocampista marcó el descuento tras pase de Kevin Londoño. Y las ilusiones reaparecieron, pero así mismo fueron aplastadas. Cuatro minutos más tarde Dayro hizo de Macnelly y Macnelly hizo de Dayro. El primer asistió, el segundo definió. El 3-1 era la lápida marcada que dejaba fuera de juego a Jaguares. Después de eso el partido se hizo un suspiro. Pasó rápido y Nacional ganó. Una victoria más en liga. Tres puntos al bolsillo y la serie, que se define el sábado en Medellín, casi definida.
jdelahoz@elespectador.com