Christian Rivera, el motor del Deportivo Cali

El caleño de 23 años fue guiado en el camino del fútbol por Hernando, su papá, quien le trasladó su sueño de ser profesional. Padre de dos hijos y administrador de empresas frustrado, es hoy referente del equipo azucarero.

Luis Guillermo Montenegro Silva / @Luisguimonte
02 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
 Rivera debutó en el profesionalismo gracias a Fernando El Pecoso Castro.  / Deportivo Cali
Rivera debutó en el profesionalismo gracias a Fernando El Pecoso Castro. / Deportivo Cali
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Christian Rivera juega fútbol por imposición, porque desde que nació no le dieron otra opción. Hernando, su papá, había intentado ser futbolista y no lo logró porque en Algeciras (Huila), en donde creció, sus padres vieron con malos ojos que quisiera vivir del deporte y lo obligaron a estudiar y luego a trabajar, siguiendo una tradición. Él aceptó, pero su espíritu rebelde lo llevó a ser diferente con su hijo. Los primeros regalos que le dio a Christian fueron uniformes de fútbol, guayos y balones. Quería trasladarle sus sueños.

Cuando el primogénito de la familia Rivera Cuéllar apenas se podía sostener de pie porque le costaba mantener el equilibrio, ya le lanzaban balones y él los pateaba. Yenny, su madre, era profesora de inglés en el colegio Claret de Cali, por lo que intentó imponer su disciplina para que la academia estuviera por encima del deporte. Sin embargo, con el paso de los años fue el talento innato de Christian como futbolista el que marcó su camino.

Con cuatro años comenzó a entrenar en la escuela de fútbol de la Universidad de Santiago de Cali, en la que su madre también trabajaba como docente. Allí jugaba como delantero. Se caracterizaba por su velocidad y por pegarle bien al balón, algo poco común en niños de esa edad. Luego comenzó a integrar la selección del colegio Claret, en donde estudió becado. Estuvo desde la categoría preinfantil hasta la de mayores y se volvió un hombre popular. Rivera era el crack, el mejor jugador y al que todos sus compañeros le veían potencial para llegar a figurar en este deporte a nivel profesional.

No los defraudó. Pero para llegar necesitó de sacrificio. A los nueve años entró a la Sarmiento Lora y para cumplir con los horarios de entrenamiento debía seguir una rutina exigente. Salía de su casa, en el barrio Santa Fe, a las 5:30 de la mañana. Se iba en bus hasta Pance, en donde quedaba su colegio. Lo dejaban salir temprano para llegar hasta el otro extremo de la ciudad a los entrenamientos de su escuela de fútbol. Cansado, sudado y con sueño, llegaba a casa sobre las 8:00 p.m. a hacer tareas. Y al otro día repetir la rutina.

A pesar de la exigencia, nunca pensó en dejar el fútbol. Todo lo contrario: al ver que con su talento podría llegar lejos, se visualizó en estadios llenos de gente haciendo lo mismo que su gran ídolo, el argentino Juan Román Riquelme. En su proceso de formación, fue el entrenador Américo Orbes quien más lo marcó. De hecho, fue él quien le dijo que el puesto en que mejor le iría sería el de volante de marca, en el que hoy se desempeña.

Aunque creció en una familia de clase media de Cali y nunca le faltó nada, Christian recuerda lo que hizo a los 14 años cuando le dieron su primer sueldo en la Sarmiento Lora. Fueron $250.000, un auxilio de transporte que les daban a quienes lograban ser convocados a la selección del Valle. “Me abrieron una cuenta de ahorros en AV Villas. Ahí me consignaban puntualmente ese auxilio. Cuando tuve esa plata, guardé lo de los buses y con lo poco que sobró invité a mis papás a comer helado en un sitio que nos gustaba cerca a la casa”, recuerda.

Gracias a un convenio entre la Sarmiento y el Deportivo Cali, los jugadores más destacados de la escuela podían pasar a jugar a las divisiones menores del equipo azucarero. Tras un partido de prueba, eligieron a tres futbolistas de su categoría para jugar con la camiseta del cuadro caleño el Torneo de la Américas de 2012: Peter Arboleda, Albeiro Sánchez y Christian Rivera. Desde ese certamen, que además ganaron, pasó del todo a ser jugador del Cali.

En ese momento, su madre siguió insistiendo en la importancia de prepararse académicamente. Por eso, cuando se graduó del colegio, y gracias a una beca que le daban por ser hijo de una docente de la Universidad Santiago de Cali, comenzó a estudiar administración de empresas, carrera en la que solo estuvo tres semestres porque no aguantó el ritmo y le apostó todo al fútbol.

Un día, agotado, sentó a sus padres en la sala y les contó lo que ya era una decisión: “Me veo en una cancha. Ustedes saben cuál es el deseo de mi corazón. No quiero estudiar más”. No hubo respuestas, solo un abrazo familiar que simbolizó el apoyo.

El Checho Angulo fue otro de sus maestros. Lo dirigió en la sub-19 y le dio la confianza para ser un volante mixto, con capacidad para recuperar y armar. El tradicional 8, con visión de juego y buen pie. Con Checho quedaron campeones del Torneo de las Américas Sub-19 y en la siguiente temporada, por petición de su DT, el Pecoso Castro le dio la oportunidad de entrenar con el equipo profesional.

Ahí se encontró con grandes referentes en su posición, como Andrés Pérez y Abel Aguilar, de quienes aprendió sobre todo en la destrucción de juego. Pensó que su proceso sería más rápido y que el momento del debut llegaría, pero tuvo que esperar, tener paciencia y creer en él. “Recuerdo mucho que Germán Mera fue el que siempre me decía que yo era muy bueno, que jugara tranquilo y que disfrutara todos los momentos, que ya llegaría el mío. Me repetía que tenía condiciones para llegar lejos y que no tuviera afán”, asegura Christian. Y así fue.

El Pecoso Castro lo hizo debutar con el equipo profesional, pero sería Lucas Pusineri quien le daría la total confianza, a la que él ha sabido responder. Particularmente, en este semestre ha sido uno de los mejores jugadores del plantel, tanto así que por su talento podría aportarle a la selección colombiana de fútbol en su posición. Según las estadísticas de la Dimayor, tiene una efectividad en sus pases del 87,6 %, toda una virtud.

El 16 del Deportivo Cali tiene 23 años y, según él, una de las razones por las que está en un alto nivel son sus hijos. Leandro va a cumplir un año este 3 de noviembre y su esposa está embarazada hace dos meses. “Ahora siento una responsabilidad adicional de hacer las cosas bien, ser el orgullo de mi familia. Esto hasta ahora es el comienzo”, finaliza el caleño que piensa en grande.

Por Luis Guillermo Montenegro Silva / @Luisguimonte

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