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“Se escucha mucho la pregunta: ¿Ganar o jugar bien? Creo que debería ser una afirmación: jugar bien para ganar, no una interrogación entre dos opciones”, dijo alguna vez Marcelo Bielsa en una de sus ruedas de prensa. La ropa del Tolima del último año, que se compra con el verbo de los resultados, es la más elegante del fútbol colombiano: final de Copa en enero, campeón de Liga en junio, semifinalista de Copa en octubre, finalista de Liga en diciembre y líder de la reclasificación. Y ante ese disparador se escucha mucho la pregunta desafiante: “Pero, ¿juega bien?”.
Todo por ese imaginario colectivo en el que las transiciones rápidas y los bloques bajos -los mejores, pero no los únicos colmillos del Tolima- son etiquetados como “jugar mal o jugar feo”.
Jugar bien se resume en ejecutar el plan de juego del entrenador. ¿Cómo se mide? No en el que haga más goles, sino en la cantidad de opciones de gol generadas versus las sufridas, todo condicionado al modelo de juego de ambos equipos, porque solo se deben contemplar las opciones de gol causales por ese plan, no las casuales del azar. Esa interpretación, que puede caer en el terreno de la subjetividad, depende de la buena lectura de quien analice el juego. Y es un hecho que a lo largo del campeonato al Tolima le llegan poco y le hace mucho daño a su rival. ¿El cómo? Los caminos son todos válidos, infinitos. La única opinión valorable es la del reglamento.
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“Hago un llamado a que se contemplen otras ideas de juego en el fútbol colombiano distintas al repliegue y el contragolpe”, fueron las palabras de Juan Carlos Osorio, técnico del América, tras caer la semana pasada 1-0 ante el Tolima y quedar eliminado, molesto por la imposibilidad suya y de su equipo de hallar fórmulas de imponer su juego sobre el del bloque corto y bajo del equipo de Hernán Torres.
Se cree que el Tolima cede la iniciativa, el protagonismo. No es cierto... si el partido se juega a los beats y administración de ellos, no son los actores de reparto, están dominando. Al final, el fútbol es una lucha de fuerzas.
Y tampoco es que todos los juegos los afronten con las mismas partituras, las finales de la Liga pasada las ganó saliendo a atacar alto a sus rivales sin que les quemara la pelota. “El Tolima te sale a proponer, nosotros queremos ir casi siempre y no esperar a que el rival nos ataque para ahí sí atacar. El profe tiene muchos módulos, hay muchos planteamientos, tenemos un gran equipo”, dice Juan David Ríos, uno de los jugadores capitales del equipo de Hernán Torres.
Capitales porque, más allá de su función de no dejar partir al equipo, es la personificación de la mentalidad del plantel: tanque largo, sacrificio y fortaleza física. El Tolima es el equipo más atlético del fútbol colombiano y ha logrado mantener la intensidad la mayor parte de los 90 minutos. No se funden. Una radiografía del trabajo liderado por el preparador físico Alejandro Guzmán. “Uy sí, el profe no nos deja respirar... nos exigen mucho, pero eso se nota en los partidos, aguantamos hasta el final para ganarlos”.
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Sobre las palabras de Osorio, tal vez, nuestro fútbol sí necesita una mayor paleta de colores y propuestas, pero el hecho de que el Tolima encarne una, se apropie de ella y la haga suya es un fenómeno reciente inédito en nuestro fútbol, en el que el timón apunta a todas las direcciones y a ninguna. Que todas las decisiones administrativas y deportivas del club vayan encaminadas a nutrir y perfilar su idea, crear identidad.
El pero es la palabra más estéril para describir el juego del Tolima. En el fútbol no hay respuestas incorrectas, solo mentes que tratan de imponer como válidas apenas un par de las mil caras que tiene este deporte por ofrecer.