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Luego de dos lesiones en el ligamento cruzado de la rodilla derecha, Sebastián Botero tuvo que retirarse del fútbol. La tristeza en ese momento también fue corporal. Tenía 28 años y una gran destreza para dominar el balón fabricada a punta de entrenamientos.
–Fresco, pues, que la vida sigue. Pa’lante.
–Empiece a estudiar algo que le guste y yo lo patrocino.
Las palabras y la preocupación de Mauricio Molina, la sinceridad del amigo que ayudó a apaciguar el momento, a entender que la tragedia enseña y que darle trascendencia suele ser un mecanismo de autodestrucción. Mejor dicho: apagar el incendio sin prestarle atención al origen de la conflagración. Toda una transfusión de optimismo. Sebastián y Mao se conocieron en 2003. Uno era un juvenil con ganas de cruzar la puerta que comunica con el mundo; el otro, un jugador consagrado en Independiente Medellín. La primera vez que hablaron fue por teléfono, un diálogo escueto con el ídolo para motivar al talento naciente, para procurar la cercanía entre el presente y el futuro. Al siguiente año, en la pretemporada, terminaron concentrados juntos. Y cuando Molina supo que Botero no tenía carro para llegar hasta Llanogrande, lugar en el que entrenaban, se ofreció a transportarlo sin titubear.
La generosidad de Molina ha marcado su carrera deportiva dentro y fuera de la cancha. En el juego nunca le negó una pelota a un compañero mejor ubicado, fuera de esta tampoco dijo que no ante un favor. Sus acciones siempre han sido la síntesis de lo que es y será su vida. “Me invitaba a desayunar y, con el tiempo, hasta me llevaba a la casa. A mí me daba vergüenza”, rememora Botero.
Jugaron muy poco juntos. De hecho, a Sebastián le cuesta recordar con precisión milimétrica cuántas veces. Incluso su amistad con Mauricio pudo ser la razón ante un entrenador reaccionario que, con los ojos encendidos, le arrojó una advertencia así, a secas: “Vos no tenés por qué andar con él. Tenés que tener claros los roles: ellos son los grandes y vos un pelao. Y si seguís así con Mao, no te voy a poner ¡Punto!”. No le importó y, por ende, no jugó. “No vale la pena ni recordar el nombre de ese señor, pero imagínate las peticiones”. Sus encuentros fueron algo más cotidianos, alejados del fútbol. Que las idas a comer en familia, que los aborrajados de doña Leonor en la casa de Sebastián. Fue tal el entendimiento, que cuando Botero le pidió ser el padrino de María del Mar, la segunda hija de Molina, él dijo que sí de inmediato. Curiosamente ese día fue la única vez que Sebastián lo vio ansioso, preocupado y angustiado. La ceremonia era en una finca en Copacabana, al norte de Medellín, y el cambio de temperatura hizo que Alejandro, el primogénito, tuviera un shock pulmonar. Los ojos se le pusieron blancos y durante 10 minutos estuvo inconsciente. “Mao no sabía qué hacer. Por fortuna lo llevamos rápidamente a la clínica más cercana y esa noche estábamos bautizando a la niña”.
También personificó un poco la aventura de Molina en Corea del Sur, país en el que estuvo durante seis años. “Acababa de terminar contrato con Once Caldas y me invitó un mes”. No tuvo que pagar nada, tampoco gestionar tiquetes ni visa. Mauricio se encargó de todo. Lo único que no pudo controlar fueron los regaños de Laura, su esposa, cuando Sebastián dejaba el baño mojado o migajas en el cuarto. “Ella es como una mamá para mí y me reprochaba, pero con cariño”.
Ahora, repasando todo lo vivido, Sebastián, una de las personas que mejor conocen al jugador de Independiente Medellín, entiende por qué la gente lo quiere tanto, por qué los hinchas, no sólo los del equipo Poderoso, lo respetan. Porque con su carisma y sencillez, con sus actuaciones memorables en el terreno de juego, con su espontaneidad lejos del fútbol, logró ganarse el respeto por tener siempre los pies en la tierra. El próximo miércoles, en el juego de ida de la final de la Copa Colombia, frente a Júnior, la hinchada paisa le brindará un homenaje al futbolista talentoso que en la vida lejos del balón, en la de verdad, sigue pregonando que para ser feliz la única manera es viviendo para los demás.