Freddy Rincón, el “Ángel negro”
En homenaje a una gloria inmortal del fútbol colombiano, Freddy Eusebio Rincón Valencia, hoy 13 de abril, día de su traspaso a los estadios eternos, lo recordamos con este relato que hace parte del libro “Relatos cancheros” que la editorial Sílaba publicó en 2022.
Farouk Caballero, especial para El Espectador
Esta historia inició en el Barrio Manrique de Medellín, mera comuna popular de gente trabajadora. Aquí no nacimos pa’ semilla y aunque nos peguen y nos peguen con guerras de narcos, paras, guerrillos, tombos, de todos, pues lo que es la esencia no cambia, por eso le digo de una vez que los palos de guanábana, en Medallo, no dan manzanas.
La vuelta mía empezó jugando en la cuadra como todo niño. De pelao uno jugaba lo que es yeimis, cero contra pulsero y chupe y preste. El cero contra pulsero era melo, porque un parcero se agachaba, así como si se pusiera en cuatro, pero no de rodillas sino parado pues, y uno le saltaba gritando un número: “cinco y aquí te brinco, seis mi primer planchazo u ocho el culo te lo remocho”. Pero la melería buena era el chupe y preste. Uno se llevaba a las primitas o por ahí una vecina querida para una esquina y chupe trompa mijo y preste.
Era diversión pura, sin azararle el parche a nadie, pero uno que es mero sentimiento se enamoró. Ahí conocí, entre chupe y chupe, a mi primera novia, la Natalia Hoyos. ¡Cómo me gustaba esa pelada, parce! Parecía un angelito, ehhh eso era mucha mujer hermano. Cabello así mono-mono y ojizarca, pero piel canela. Yo andaba más tragao’ que calzón de loca y pues el día de sus quince años ella me dio la pruebita de amor, todo un clásico.
Año 1990 mes de febrero día 17, ahí cerquita al día de San Valentín que celebramos nosotros en Colombia como si fuésemos gringos, ¿nocierto? Ese día conocimos juntos la vuelta del amor juvenil, pero profundo. Yo hoy no sé por qué los cuchos son tan afiebrados a esa vuelta de la virginidad, mero fetiche barato con las hembras. Uno virgen es un fiasco a lo bien, pero eso sí le digo, ya después de los veinte la virginidad es mera descortesía ¿no? Lo que sí le marco es que, para la vuelta del amor, nos tocó prenderlo. Yo había fumado bareta antes, eso por aquí es normal sin hacerle daño a nadie, es mera sensibilidad de barrio, pero fumar bareta y darle al peluchito en plena traba es la revuelta, el cielo parce. Es que me acuerdo y de una me voy de viaje. Esa fue la primera vez, pero el que es caballero repite y así anduvimos varios meses hasta junio pegándole al peluche.
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Nacer donde nos tocó no es fácil, pero tocó. Pille le cuento, como la Natalia era La hembra, pero La hembra del barrio, a principios de junio la nombraron reina del Colegio Porfirio Barba Jacob y hasta ahí nos llegó el diciembre. Mi familia, don Gildardo y doña Josefina, eran hijos de “Medellín sin Tugurios”, que era el programa social del Patrón. El man les daba casas a los barrios populares y ahí mismo lo que hacía era hacerse de un ejército que lo protegía. El agradecimiento de las familias era eterno. Gente que no tenía nada y de un momento a otro tiene casa… y ¡propia! ¡Ave María!, el paisa puede ser lo que sea mijo, pero es agradecido. El gobierno los tenía en el olvido y Él se los echó al bolsillo quitando los tugurios.
Y la familia de Natalia la misma historia. Bien por un lado, porque a uno le daban techo, pero mal por el otro, porque entonces ellos eran los dueños ya de todos nosotros para lo que se les antojara, pa’ las que sea. En el reinado del colegio, Natalia fue coronada y ahí mismo llegó El Patrón con sus dos camionetas y cuatro motos, en total eran diez escoltas bien enfierrados. Le regaló doscientos mil pesos y la invitó a su finca, lo que para todas las peladas del barrio podía ser un regalo, para nosotros fue el mero visaje.
Por la parte de la plata fue bueno, porque doscientas lucas en el 90 era mucho, haga cuentas y sume que el salario mínimo, que era lo que se ganaba mi cucho pa’ esa época, camellando sin descanso, eran por ahí cuarenta mil pesos. Yo no podía estar contento por estar con la reina, porque ya sabía lo que se venía. A los tres días, volvieron las camionetas sin El Patrón, venían por Natalia. Le dijeron que se arreglara, que Él quería verla para una reunión que tenía con un político antioqueño que le había legalizado pistas y avionetas al Patrón cuando el mansito estaba en la Aerocivil. La Natalia fue y volvió al día siguiente por la mañana, uno sabe que ahí no puede preguntar nada porque son las leyes del barrio y uno crece con eso. Ella no me quería hablar. Yo sabía que había gato encerrado, pero qué se le hace, ahí mismo pensé, “ah, hágale que todo bien, ya se le pasará”.
A los tres días se me apareció el diablo. Salía como a las 6:30 de la tarde de la cancha Las Esmeraldas, que es donde jugamos los calidosos de Manrique, ahí no puede jugar ningún tronco niño, en el barrio es mera calidá. Le cuento que fueron llegando las camionetas otra vez, pero esta vez venían por mí. Me subieron los escoltas enfierrados con esas caras de chunchurrias amargas. Llegué y ahí sí se vino lo duro. De una esposado y me llevaron a un cuarto oscuro que tenía una mesa con porras, cuchillos y un televisor de esos de manivela. Me colgaron de un tubo con las manos arriba y parado. Ahí me dijeron que me tocaba esperar al Patrón. Me tuvieron toda la noche y cuando alumbró el 19 de junio me soltaron del tubo, pero me esposaron a una silla con las manos atrás.
A las horas llegó El Patrón, le dijo a uno de los sicarios suyos que me aplicara el baño porque yo estaba sucio y que así no se trataban las visitas. Agua helada me echaron por todo el cuerpo y cuando me estaba sacudiendo la cara me reventaron a pata y puño. Ahí mismo vi la muerte de frente con guadaña y todo, no tenía salida por ningún lado y El Patrón me dijo por qué me había llevado. Me preguntó si me creía muy varoncito para quitarle la virginidad a las niñas de sus barrios, ahí entendí. Él me dijo que le gustaban las vírgenes y que, si yo le hubiera regalado la virginidad de Natalia, hasta pa’ una moto nos daba. Yo qué iba a saber, si hubiese sabido hasta lo pienso y le metíamos al negocio con la socia.
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Estaba cagado del susto y me oriné. Todos se reían en mi cara y me gritaban: “¡oílo tan varoncito, velo tan mujeriego el niño!” Al Patrón le entró una llamada y contestó afuera un teléfono inalámbrico gigante, que parecía más una pesa para hacer brazo. Volvió y pidió que le pusieran el partido, me puso a verlo con él y el resto de su combo. Jugaban en el Mundial de Italia Colombia vs Alemania. El Patrón se veía animado y decía: “tenemos cómo ganarles a esos hijueputas alemanes: Higuita, El Chonto, Andrés, El Coroncoro, Gildardo, Leonel, Barrabás y El Bendito son de Medellín, más El Pibe, Rincón y La Gambeta, la madre si no les plantamos cara a esos tanques hijueputas”. De los 11 jugadores en cancha, 8 eran paisas, por eso decían que la Selección Colombia era Atlético Nacional con tres refuerzos.
El partido fue durísimo y cuando Higuita nos salvó de un gol hecho, con una volada que todavía recuerdo, El Patrón mandó a traer guaro para todos. A mí me brindaron también, eso sí, él mismo me advirtió: “beba que bajo tierra no le dan nada y allá sí que da sed”. Así quedó el primer tiempo 0 – 0. El Patrón explicaba que con el empate pasábamos a la otra ronda y sería la primera vez en la historia que Colombia llegaría a la segunda fase de un Mundial de Fútbol.
El segundo tiempo fue igual que el primero, Colombia llegaba con peligro, pero no metía el balón. Y al minuto 88 llegó el gol de Alemania. Ni me acuerdo quién lo hizo, para mí todos los alemanes eran iguales, gigantes, cuajos, monos y ojiazules. El Patrón no dijo nada y nadie se atrevió a hablarle. Él se quedaba mirando los minutos finales como si pudiera enviarles indicaciones desde su finca hasta Milán, que era donde estaba jugando Colombia contra Alemania.
“¡Vamos hijueputa que se puede!”, dijo El Patrón cuando Colombia sacó de la mitad. Los jugadores quedaron aturdidos, pero reaccionaron rápido. Seguían tocando y buscando la forma de llegar a la portería alemana. Ahí sucedió la jugada que me salvó la vida. La he repetido mil veces y cada vez que la veo no puedo evitar emocionarme y pa que’, una que otra vez chillo. Leonel Álvarez fue y metió las güevas para recuperar el balón. Hay que decir que era el minuto 92 y Leonel corría como si el partido acabara de iniciar. Si a alguien le quieren explicar el significado de la palabra verraco, tienen que ponerle ese partido de Leonel.
Leonel tocó y le dejó el balón al Bendito Fajardo, ningún apodo más preciso en el fútbol colombiano. El Bendito se juntó con el capo de capos del equipo, El Pibe. El peludo de oro, como le digo yo, tocó con Rincón, otra vez se metió El Bendito y se la dejó al Pibe, quien tuvo la visión y la cabeza fría para filtrar ese pase a Fredy Rincón.
Ese negro hermoso adelantó el balón y cuando debía romperles el arco a los alemanes, decidió gafiar al arquero. Con todo su talento le metió el balón suavecito por el medio de las piernas, gafiadito quedó el alemán. Es que los grandes, donde todos se apuran, inventan cositas ‘ome. Yo tengo clara esa imagen de Rincón gritando con los dos puños tensionados y sus 365 dientes blanquísimos al aire. En cada uno de esos dientes estaba el júbilo colombiano y esa camiseta roja nos representaba más que ninguna otra, porque este país ha sabido derramar sangre, pero también ha sonreído sobre esa sangre, no para burlarse de los difuntos, que son sagrados, sino para decirles a los violentos que la dignidad nuestra es más fuerte que sus balas.
El estadio en Milán se quería caer y en Medellín se vivió igual. El Patrón se volvió loco, gritó abrazado a Popeye: “¡golazo hijueputa, alemanes malparidos, Rincón es el negro de oro de Colombia y no lo discuto con nadie!”. Sacó su pistola y echó tiros al aire y todos sus matones hicieron lo mismo, parecía una alborada, pero en junio, y en vez de pólvora, tronaban las balas. El partido se acabó ahí mismito y El Patrón con un grito me devolvió la vida: “¡suelten a ese hijueputa que lo que nos trajo fue suerte!”. Después me miró de frente y me encomendó al ángel negro: “mijo váyase pa’ la casa y récele a San Freddy Eusebio Rincón, el santo de Buenaventura y Colombia fue el que lo salvó, de todos los ángeles guardianes, el suyo es el ángel negro”.
Yo bajé a pie, me demoré dos horas caminando para llegar al barrio porque me perdí, pero sobreviví. Estaba con mera alegría, como excitado de adrenalina yo no sé. Desde ese día, desde el 19 de junio de 1990, mi ángel de la guarda y el santo más milagroso es el negro Freddy Eusebio Rincón. Nada de María Auxiliadora niño, el santo mío hace milagros con goles. Cada vez que cuento esto chillo como mera cagalera, pero es que ese gol pa’ mí fue un resucitar, yo ya estaba muerto. Algún día espero poder contárselo a Rincón de frente y darle un abrazo. Parce, por eso yo no entiendo cómo hay gente que se atreve a decir que el fútbol son 22 hombres corriendo detrás de un balón. Nunca, en ningún partido, se sabe realmente qué es lo que está en juego.
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Esta historia inició en el Barrio Manrique de Medellín, mera comuna popular de gente trabajadora. Aquí no nacimos pa’ semilla y aunque nos peguen y nos peguen con guerras de narcos, paras, guerrillos, tombos, de todos, pues lo que es la esencia no cambia, por eso le digo de una vez que los palos de guanábana, en Medallo, no dan manzanas.
La vuelta mía empezó jugando en la cuadra como todo niño. De pelao uno jugaba lo que es yeimis, cero contra pulsero y chupe y preste. El cero contra pulsero era melo, porque un parcero se agachaba, así como si se pusiera en cuatro, pero no de rodillas sino parado pues, y uno le saltaba gritando un número: “cinco y aquí te brinco, seis mi primer planchazo u ocho el culo te lo remocho”. Pero la melería buena era el chupe y preste. Uno se llevaba a las primitas o por ahí una vecina querida para una esquina y chupe trompa mijo y preste.
Era diversión pura, sin azararle el parche a nadie, pero uno que es mero sentimiento se enamoró. Ahí conocí, entre chupe y chupe, a mi primera novia, la Natalia Hoyos. ¡Cómo me gustaba esa pelada, parce! Parecía un angelito, ehhh eso era mucha mujer hermano. Cabello así mono-mono y ojizarca, pero piel canela. Yo andaba más tragao’ que calzón de loca y pues el día de sus quince años ella me dio la pruebita de amor, todo un clásico.
Año 1990 mes de febrero día 17, ahí cerquita al día de San Valentín que celebramos nosotros en Colombia como si fuésemos gringos, ¿nocierto? Ese día conocimos juntos la vuelta del amor juvenil, pero profundo. Yo hoy no sé por qué los cuchos son tan afiebrados a esa vuelta de la virginidad, mero fetiche barato con las hembras. Uno virgen es un fiasco a lo bien, pero eso sí le digo, ya después de los veinte la virginidad es mera descortesía ¿no? Lo que sí le marco es que, para la vuelta del amor, nos tocó prenderlo. Yo había fumado bareta antes, eso por aquí es normal sin hacerle daño a nadie, es mera sensibilidad de barrio, pero fumar bareta y darle al peluchito en plena traba es la revuelta, el cielo parce. Es que me acuerdo y de una me voy de viaje. Esa fue la primera vez, pero el que es caballero repite y así anduvimos varios meses hasta junio pegándole al peluche.
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Nacer donde nos tocó no es fácil, pero tocó. Pille le cuento, como la Natalia era La hembra, pero La hembra del barrio, a principios de junio la nombraron reina del Colegio Porfirio Barba Jacob y hasta ahí nos llegó el diciembre. Mi familia, don Gildardo y doña Josefina, eran hijos de “Medellín sin Tugurios”, que era el programa social del Patrón. El man les daba casas a los barrios populares y ahí mismo lo que hacía era hacerse de un ejército que lo protegía. El agradecimiento de las familias era eterno. Gente que no tenía nada y de un momento a otro tiene casa… y ¡propia! ¡Ave María!, el paisa puede ser lo que sea mijo, pero es agradecido. El gobierno los tenía en el olvido y Él se los echó al bolsillo quitando los tugurios.
Y la familia de Natalia la misma historia. Bien por un lado, porque a uno le daban techo, pero mal por el otro, porque entonces ellos eran los dueños ya de todos nosotros para lo que se les antojara, pa’ las que sea. En el reinado del colegio, Natalia fue coronada y ahí mismo llegó El Patrón con sus dos camionetas y cuatro motos, en total eran diez escoltas bien enfierrados. Le regaló doscientos mil pesos y la invitó a su finca, lo que para todas las peladas del barrio podía ser un regalo, para nosotros fue el mero visaje.
Por la parte de la plata fue bueno, porque doscientas lucas en el 90 era mucho, haga cuentas y sume que el salario mínimo, que era lo que se ganaba mi cucho pa’ esa época, camellando sin descanso, eran por ahí cuarenta mil pesos. Yo no podía estar contento por estar con la reina, porque ya sabía lo que se venía. A los tres días, volvieron las camionetas sin El Patrón, venían por Natalia. Le dijeron que se arreglara, que Él quería verla para una reunión que tenía con un político antioqueño que le había legalizado pistas y avionetas al Patrón cuando el mansito estaba en la Aerocivil. La Natalia fue y volvió al día siguiente por la mañana, uno sabe que ahí no puede preguntar nada porque son las leyes del barrio y uno crece con eso. Ella no me quería hablar. Yo sabía que había gato encerrado, pero qué se le hace, ahí mismo pensé, “ah, hágale que todo bien, ya se le pasará”.
A los tres días se me apareció el diablo. Salía como a las 6:30 de la tarde de la cancha Las Esmeraldas, que es donde jugamos los calidosos de Manrique, ahí no puede jugar ningún tronco niño, en el barrio es mera calidá. Le cuento que fueron llegando las camionetas otra vez, pero esta vez venían por mí. Me subieron los escoltas enfierrados con esas caras de chunchurrias amargas. Llegué y ahí sí se vino lo duro. De una esposado y me llevaron a un cuarto oscuro que tenía una mesa con porras, cuchillos y un televisor de esos de manivela. Me colgaron de un tubo con las manos arriba y parado. Ahí me dijeron que me tocaba esperar al Patrón. Me tuvieron toda la noche y cuando alumbró el 19 de junio me soltaron del tubo, pero me esposaron a una silla con las manos atrás.
A las horas llegó El Patrón, le dijo a uno de los sicarios suyos que me aplicara el baño porque yo estaba sucio y que así no se trataban las visitas. Agua helada me echaron por todo el cuerpo y cuando me estaba sacudiendo la cara me reventaron a pata y puño. Ahí mismo vi la muerte de frente con guadaña y todo, no tenía salida por ningún lado y El Patrón me dijo por qué me había llevado. Me preguntó si me creía muy varoncito para quitarle la virginidad a las niñas de sus barrios, ahí entendí. Él me dijo que le gustaban las vírgenes y que, si yo le hubiera regalado la virginidad de Natalia, hasta pa’ una moto nos daba. Yo qué iba a saber, si hubiese sabido hasta lo pienso y le metíamos al negocio con la socia.
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Estaba cagado del susto y me oriné. Todos se reían en mi cara y me gritaban: “¡oílo tan varoncito, velo tan mujeriego el niño!” Al Patrón le entró una llamada y contestó afuera un teléfono inalámbrico gigante, que parecía más una pesa para hacer brazo. Volvió y pidió que le pusieran el partido, me puso a verlo con él y el resto de su combo. Jugaban en el Mundial de Italia Colombia vs Alemania. El Patrón se veía animado y decía: “tenemos cómo ganarles a esos hijueputas alemanes: Higuita, El Chonto, Andrés, El Coroncoro, Gildardo, Leonel, Barrabás y El Bendito son de Medellín, más El Pibe, Rincón y La Gambeta, la madre si no les plantamos cara a esos tanques hijueputas”. De los 11 jugadores en cancha, 8 eran paisas, por eso decían que la Selección Colombia era Atlético Nacional con tres refuerzos.
El partido fue durísimo y cuando Higuita nos salvó de un gol hecho, con una volada que todavía recuerdo, El Patrón mandó a traer guaro para todos. A mí me brindaron también, eso sí, él mismo me advirtió: “beba que bajo tierra no le dan nada y allá sí que da sed”. Así quedó el primer tiempo 0 – 0. El Patrón explicaba que con el empate pasábamos a la otra ronda y sería la primera vez en la historia que Colombia llegaría a la segunda fase de un Mundial de Fútbol.
El segundo tiempo fue igual que el primero, Colombia llegaba con peligro, pero no metía el balón. Y al minuto 88 llegó el gol de Alemania. Ni me acuerdo quién lo hizo, para mí todos los alemanes eran iguales, gigantes, cuajos, monos y ojiazules. El Patrón no dijo nada y nadie se atrevió a hablarle. Él se quedaba mirando los minutos finales como si pudiera enviarles indicaciones desde su finca hasta Milán, que era donde estaba jugando Colombia contra Alemania.
“¡Vamos hijueputa que se puede!”, dijo El Patrón cuando Colombia sacó de la mitad. Los jugadores quedaron aturdidos, pero reaccionaron rápido. Seguían tocando y buscando la forma de llegar a la portería alemana. Ahí sucedió la jugada que me salvó la vida. La he repetido mil veces y cada vez que la veo no puedo evitar emocionarme y pa que’, una que otra vez chillo. Leonel Álvarez fue y metió las güevas para recuperar el balón. Hay que decir que era el minuto 92 y Leonel corría como si el partido acabara de iniciar. Si a alguien le quieren explicar el significado de la palabra verraco, tienen que ponerle ese partido de Leonel.
Leonel tocó y le dejó el balón al Bendito Fajardo, ningún apodo más preciso en el fútbol colombiano. El Bendito se juntó con el capo de capos del equipo, El Pibe. El peludo de oro, como le digo yo, tocó con Rincón, otra vez se metió El Bendito y se la dejó al Pibe, quien tuvo la visión y la cabeza fría para filtrar ese pase a Fredy Rincón.
Ese negro hermoso adelantó el balón y cuando debía romperles el arco a los alemanes, decidió gafiar al arquero. Con todo su talento le metió el balón suavecito por el medio de las piernas, gafiadito quedó el alemán. Es que los grandes, donde todos se apuran, inventan cositas ‘ome. Yo tengo clara esa imagen de Rincón gritando con los dos puños tensionados y sus 365 dientes blanquísimos al aire. En cada uno de esos dientes estaba el júbilo colombiano y esa camiseta roja nos representaba más que ninguna otra, porque este país ha sabido derramar sangre, pero también ha sonreído sobre esa sangre, no para burlarse de los difuntos, que son sagrados, sino para decirles a los violentos que la dignidad nuestra es más fuerte que sus balas.
El estadio en Milán se quería caer y en Medellín se vivió igual. El Patrón se volvió loco, gritó abrazado a Popeye: “¡golazo hijueputa, alemanes malparidos, Rincón es el negro de oro de Colombia y no lo discuto con nadie!”. Sacó su pistola y echó tiros al aire y todos sus matones hicieron lo mismo, parecía una alborada, pero en junio, y en vez de pólvora, tronaban las balas. El partido se acabó ahí mismito y El Patrón con un grito me devolvió la vida: “¡suelten a ese hijueputa que lo que nos trajo fue suerte!”. Después me miró de frente y me encomendó al ángel negro: “mijo váyase pa’ la casa y récele a San Freddy Eusebio Rincón, el santo de Buenaventura y Colombia fue el que lo salvó, de todos los ángeles guardianes, el suyo es el ángel negro”.
Yo bajé a pie, me demoré dos horas caminando para llegar al barrio porque me perdí, pero sobreviví. Estaba con mera alegría, como excitado de adrenalina yo no sé. Desde ese día, desde el 19 de junio de 1990, mi ángel de la guarda y el santo más milagroso es el negro Freddy Eusebio Rincón. Nada de María Auxiliadora niño, el santo mío hace milagros con goles. Cada vez que cuento esto chillo como mera cagalera, pero es que ese gol pa’ mí fue un resucitar, yo ya estaba muerto. Algún día espero poder contárselo a Rincón de frente y darle un abrazo. Parce, por eso yo no entiendo cómo hay gente que se atreve a decir que el fútbol son 22 hombres corriendo detrás de un balón. Nunca, en ningún partido, se sabe realmente qué es lo que está en juego.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador