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Ángel María Torres tenía nueve años cuando debió abandonar su natal municipio de La Paila para irse a vivir al corregimiento San Antonio de los Caballeros, de Florida (Valle del Cauca), porque su padre, Camilo Torres, iba a trabajar en el ingenio Central Castilla. Allí el niño soñador comenzó a jugar a la pelota en el pavimento que rodeaba su hogar. Por eso su madre siempre le repetía: “Pilas con romper los zapatos y los pantalones, que no tenemos para comprar más”. Pero la pasión ganaba y no fueron pocas las ocasiones en las que el protagonista de estas letras llegó casi a medianoche, tras eternos cotejos, con la ropa rota y los zapatos sin suelas.
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“Las pelas con rejo y chancla no faltaban”, le contó a El Espectador el ser que no descuidaba el estudio. Fue un buen alumno al que le gustaban matemáticas, algebra y geometría. Mientras sus compañeros no querían ver números en sus modestos cuadernos, a él le encantaba hacer todo tipo de operaciones aritméticas. Las cifras les fascinaban, al fútbol lo amaba (todavía).
La familia Torres se trasladó a Cali y, apenas cumplió la mayoría de edad y era legal que trabajara, Ángel María comenzó a hacerlo en una empresa de textiles. Colaboraba en la economía del hogar y tenía más libertad para transitar el sendero del balompié como carrera profesional. Jugaba en partidos a los que lo llevaba su hermano mayor. Se destacaba como centro delantero y pasó al equipo Barrios Unidos. El entonces ojeador del Deportivo Cali, Víctor Celorio, lo quiso para las divisiones menores y el talentoso joven le vendió sus derechos deportivos a dicho club, por $3.000.
En 1970, Torres disputó los Juegos Nacionales con la selección del Valle del Cauca, fue goleador y Santa Fe y Deportivo Pereira le ofrecieron $40.000 por llevárselo. Él se colmó de rabia porque ya había firmado con el Cali y se quejó en la institución verdiblanca, a cuya sede deportiva no fue por cuatro meses. Un día volvió con la convicción de que ganaría mucho más gracias a sus goles y disfrutó el proceso hasta llegar al plantel profesional, aunque casi muere en el mar por ir a jugar unos partidos a la isla Gorgona.
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“Estaba en las divisiones menores, fuimos a una gira allá y en el regreso el barco se encalló y se hundió. Casi nos quedamos ahí. Afortunadamente todo el equipo pudo regresar sano y salvo”, relató el hombre que en 1971 vistió la camiseta de la selección de Colombia en el Campeonato Suramericano Sub-20 en Asunción (Paraguay), que ese mismo año representó al país en los Juegos Panamericanos de Cali y que en 1972 estuvo en los Olímpicos de Múnich (Alemania).
Al vallecaucano le gustaba jugar por el centro del ataque y “gambetear hasta el arquero para meterme al arco con pelota y todo”, pero sus conceptos futbolísticos cambiaron gracias a Vladimir Popović, uno de los entrenadores yugoslavos que llegaron en aquella época al fútbol colombiano.
Ante la presencia de Jorge Ramírez Gallego (máximo goleador en la historia del Deportivo Cali), a Torres le tocó correrse hacia la banda derecha y ubicarse como puntero por ese costado. Popović le enseñó los movimientos que debía realizar en esa posición y el Ñato, como lo decían en el equipo, respondió con históricas actuaciones y el cuadro azucarero fue campeón del rentado local en 1974.
Con la camiseta del Cali el Ñato fue feliz, porque además de jugar al fútbol compartía con seres humanos que lo llenaron de carcajadas. Y hasta en los partidos. En uno contra el Deportes Tolima en Ibagué, Germán Burrito González notó que Hébert Barona estaba desconcentrado y le gritó: “Hébert, viva el partido”. Barona, también a los gritos, le respondió: “¡Que viva!”. Torres no pudo contener la risa por esa anécdota que después comentaron en el vestuario y en charlas de amigos cuando el fútbol profesional ya era un recuerdo.
En 1976, Carlos Salvador Bilardo llegó a la dirección técnica del Deportivo Cali e implementó sus extensas charlas con pizarrón, las explicaciones con video y algunas decisiones que para el Ñato no fueron tan entendibles. En el 77, durante un encuentro en el Pascual Guerrero ante Cúcuta Deportivo, el futbolista, enormemente enojado, abandonó el estadio luego de una decisión del Narigón (apodo del estratega argentino que fue campeón mundial en México 1986). “En el primer tiempo no me estaban saliendo bien las cosas, pero ya en el segundo mejoré y hasta hice gol. Desafortunadamente me sacó. Eso no me gustó y opté por salir inmediatamente del estadio e irme para mi casa”.
Con Bilardo el Cali enfrentó a Boca Juniors en la final de la Copa Libertadores de 1978. En el Pascual empataron 0-0. En La Bombonera Torres no cobró a gusto los tiros de esquina: no podía tomar el impulso adecuado para impactar la pelota, porque ahí se habían ubicado policías con perros. El equipo argentino fue superior, goleó 4-0 y se quedó con el título. Y es que el Ñato era especialista en dichos balones parados, pues junto con el argentino Ernesto Cococho Álvarez se quedaban ensayándolos después de los entrenamientos. Dicen los testigos de aquellas jornadas que de diez intentos de goles olímpicos anotaban nueve.
Y eso lo trasladaron al terreno de la verdad. El argentino, quien posee el récord en el balompié nacional, marcó nueve tantos de esa manera (ocho con el Cali y uno con Emelec de Ecuador). Y Ángel María, cinco. Uno de ellos en un histórico partido ante Atlético Nacional, en el cierre del torneo de 1978. El cuadro verdolaga se puso en ventaja con un tanto del recordado goleador Oswaldo Marcial Palavecino. En el último minuto, tiro de esquina para el Cali. El Ñato acomodó la pelota, le puso el efecto perfecto con su botín derecho y convirtió un nuevo golazo, que le dio al cuadro vallecaucano el subtítulo (el campeón fue Millonarios) y la clasificación a la Libertadores de 1979.
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Torres jugó dicho certamen continental, recibió ofertas de Independiente (Argentina) y Santos (Brasil), pero Alex Gorayeb, legendario presidente del Cali, no lo dejó ir del club hasta 1982, cuando tuvo un breve paso por Santa Fe y Millonarios. En 1983 regresó al cuadro azucarero y en 1985 se retiró con Cúcuta Deportivo. “Para el 86 había arreglado con un directivo del Deportes Quindío, pero desafortunadamente llegó el Chiqui García, quien me dijo que me llamaba. Todavía estoy esperando”, contó Torres, quien no tiene buenos recuerdos de la selección de Colombia.
“En el 74 y 75 estaba jugando mejor que todos los aleros derechos del país, donde había muy buenos: Willington (Ortiz), Ernesto Díaz, Chumi Castañeda… Pero estaba mejor y el técnico (Efraín Caimán Sánchez) no me llamó en primera instancia. Lo hizo cuando alguno se lesionó. Entonces fui con desgano, le dije que no quería estar y me vine para mi club”, explicó el Ñato Torres, que no sufrió por el retiro. Luego fue profesor de educación física, entrenador de las divisiones menores del Cali y trabajó en una notaría, porque un hincha del club verdiblanco lo quería tener ahí como compañero.
En la actualidad, Ángel María Torres se dedica a ver fútbol. Admira el del Manchester City y Barcelona. Ese que necesita extremos desequilibrantes, como lo era él. Este sábado observará el partido en el que su amado Deportivo Cali buscará asegurar la clasificación a la siguiente fase de la Liga. Un juego durante el cual su mente volverá a reproducir el golazo agónico olímpico que anotó en 1978 ante Atlético Nacional.