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En la década del 30, el cerebro de Ernesto Sábato ahondaba en las ciencias exactas y sus emociones lo llevaban a imaginarse que era defensor central de Estudiantes de La Plata, el club de fútbol que amó hasta el 30 de abril de 2011, día en el que falleció con 99 años y una gloria eterna en los estadios de las letras.
(Pedro Zape: entre azúcar y barro)
En 2004, el deporte más popular unió al genio literario y al goleador colombiano Julián Vásquez, quien dejaba Newell’s Old Boys de Rosario para ir a Estudiantes de La Plata, por pedido de Carlos Salvador Bilardo, ídolo del cuadro que por entonces dirigía Reinaldo Mostaza Merlo.
“Ernesto Sábato me llama y me pide una camiseta autografiada. Le dije que claro, pero que él me tenía que dar un libro firmado. Hicimos el intercambio y fue uno de los momentos más especiales en mi vida, porque, a pesar de que no fue dentro de la cancha, fue recibir el reconocimiento de una persona demasiado importante”, le contó Vásquez a El Espectador.
El túnel, la obra más famosa del escritor argentino, fue el libro que recibió Vásquez, quien ya lo había leído y en ese momento obtenía un envidiable regalo. Un hombre al que Sábato le dijo que era un honor conocerlo, al que abrazó y al que le confesó que le seguía la carrera desde que estaba en América de Cali.
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Y es que Vásquez se dio a conocer por sus constantes celebraciones en el equipo escarlata, con el que fue campeón en 2001 y 2002, y anotó 64 goles en dos años y medio. “Las dos finales fueron contra equipos de mi tierra. En la primera marqué contra Medellín en los dos partidos y al semestre siguiente, ante Nacional, fue muy lindo porque no pude jugar el primer encuentro en Cali y la vuelta en Medellín fue de los mejores partidos que América jugó en mi paso por el club. Ellos tenían orquesta, camisetas y fiesta preparadas, porque llevaban un invicto muy grande, pero los que gozamos y los que dimos la vuelta en el Atanasio fuimos nosotros”.
Con esos títulos soñaba cuando era niño y armaba arcos de piedra en el barrio Laureles de Medellín, donde los “partidos duraban hasta que uno se cansara. Y así un equipo metiera 30 goles, al final siempre se decía que el que hiciera el último gol ganaba”. A esas calles llegaba después de practicar bicicrós o voleibol, y luego de unas jornadas escolares en las que disfrutaba las clases de geografía e historia, “porque siempre me gustó viajar”.
Tras ser arquero de la selección prejuvenil de Antioquia, fue delantero en la juvenil. “Ya me quedé ahí, porque me gustaba más hacer goles, a que me los hicieran”, contó Vásquez, cuyos padres, un abogado y economista, y una gerontóloga y psicopedagoga, le dijeron que si decidía seguir como futbolista debía estudiar simultáneamente una carrera universitaria.
Y él hizo caso y debutó como profesional en la primera temporada de Envigado en la máxima categoría del fútbol profesional colombiano, en 1992. En 2000 fue goleador con la camiseta naranja y le llegaron varias ofertas de instituciones grandes. Aceptó la de América, triunfó y todavía es querido por sus hinchas, porque, además, como gerente deportivo conformó la nómina que en 2016 logró el regreso a primera división.
(Yo estuve en el ascenso del América)
En 2018, el exdelantero y administrador de empresas creó en Cali el Club Deportivo Julián Vásquez. Actualmente forma a aproximadamente a 500 soñadores entre los cinco y 21 años. Y además de transmitirles sus conocimientos futbolísticos, a muchos los ayuda con el tema de la alimentación y el transporte, y ya ha enviado a varios a Argentina y a Europa. Implementa la neurociencia y la psicología deportiva, los motiva a que hagan muchos goles y a que lean a Ernesto Sábato.