Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La rabia de la derrota, aunque fuera lógica. Carlos Enrique Estrada tenía diez años y agarraba a piedra a su hermano Óscar, dos años mayor que él, porque le ganaba en los picados que jugaban uno contra uno. Sus ojos se inundaban, producto de la impotencia. “Me convertí en una persona exitosa porque nunca me gustó perder ni ser normal. A mí me encanta hacer la diferencia y, cuando no la hacía, me autocriticaba. Eso sirvió para forjar un futuro ganador”, le contó la Gambeta a El Espectador.
Lea también: Las escuelas que han marcado la historia del fútbol colombiano
Sus berrinches de adolescente fueron múltiples, gracias a ese anhelo arrollador de ser mejor que los demás. Cuando tenía trece años, jugaba en su natal Tumaco para un equipo que se llama Todelar. Comenzó un partido desde el banco, ingresó y a los pocos minutos el técnico lo volvió a sacar. Carlos mandó la camiseta al aire y se fue a discutir con el entrenador. Se calmaba en los picados con sus amigos, en canchas de arena, en los que marcaba la diferencia.
Otro bálsamo para sus sensaciones era observar a los grandes futbolistas que surgieron de esa tierra. “Vi a muchos: Willington Ortiz, Eladio Vásquez, Domingo Tumaco González, Víctor Bonilla padre y Juan David Caicedo, entre otros. Y hubo jugadores con mejores condiciones, que no tuvieron la fortuna de salir al fútbol profesional”, relató Estrada, quien se crió a diez metros de la cancha donde se formaron esos cracks.
“Teníamos la fortuna de jugar descalzos en esa cancha y en la playa. Así ganábamos muchas capacidades psicomotrices y adquirimos más ductibilidad, la cual tiene que ver con la sensibilidad para conducir un balón. Además, observaba a esos maestros que quería imitar”, agregó el hombre que fue apoyado por su padre, Manolo, cuyo trabajó obligó a la familia Estrada a trasladarse a Buenaventura cuando Carlos Enrique tenía quince años.
Con 17 fue enviado a Cali a terminar el bachillerato y allí se destacó con un equipo aficionado. El exfutbolista Pedro Nel Ospina se deleitó con las cualidades de la Gambeta y lo llevó a probarse al Deportes Tolima a finales de la década del 70. “Ahí arranqué mi periplo profesional en un equipo en el que había jugadores como Óscar Héctor Quintabani, Víctor Hugo del Río, Cristino Centurión y otros paraguayos”.
(Flavio Robatto y sus ideas “guardiolistas”)
En 1983 el habilidoso tumaqueño fue comprado por $1 millón por el Deportivo Cali, club que lo había rechazado años antes cuando fue a probarse, así como también lo había hecho el América. “Tuve la fortuna de compartir con Bernardo Redín y el Pibe Valderrama, jugadores técnicamente superdotados. También con Checho Angulo, Piripi Osman y Jorge Amado Nunes, un paraguayo muy interesante. Quedamos subcampeones en 1985 y 1986”, rememoró Estrada.
En un compromiso de 1986, el entonces atacante del club verdiblanco jugó contra el Deportes Quindío que dirigía Luis Augusto el Chiqui García, quien vio su gol de ese día y le dijo que en 1987 lo quería llevar a Millonarios. “Claro, profe, vamos”, fue la respuesta de la Gambeta. Ambos cumplieron su palabra y el protagonista de esta historia pasó a compartir plantel con Arnoldo Iguarán, Mario Vanemerak, Rubén Darío Hernández, Alberto Gamero y Hugo Galeano, además de otros compañeros con los que fueron campeones ese año y en 1988.
Por sus goles, desbordes, desmarques y todas las condiciones demostradas en Millonarios, Estrada fue convocado por Francisco Maturana para el Mundial de Italia 1990, en el que fue titular en el histórico empate 1-1 contra Alemania. “Fue maravilloso. Se compaginaron los dos extremos de la vida: la tristeza inmensa por un gol injusto y la alegría exorbitante por el tanto de Freddy Rincón. Además era darle alegría a un país que vivía una situación social terrible. Donde llegábamos nos decían ‘drogadictos’ y nos nombraban la cocaína”.
Carlos Enrique Estrada solo tenía el sueño de ser profesional. Haber llegado a una Copa del Mundo fue una añadidura que califica como “una bendición”. En su memoria todavía visualiza los golazos que anotaba en los terrenos arenosos de Tumaco. Quisiera seguir jugando, porque el amor por la pelota es infinito y no lo derrumbaron las constantes lesiones de rodilla que lo retiraron en 1995. Estudió en España y trabajó en las divisiones menores de América formando a jugadores como Adrián Ramos y Duván Zapata. Estuvo en El Salvador, en otros equipos del fútbol colombiano y actualmente dirige la sub-18 de Fortaleza. A los jóvenes soñadores les inculca la importancia de querer marcar la diferencia y no aferrarse a la normalidad.