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Lo que pocos saben es que Jorge Andrés Carrascal no pudo jugar la primera final de su vida. Y que lloró mucho, pues la decisión de un padre aleccionador no cambió. Pero había una razón de fondo: una pelea con un niño después de una ráfaga de palabras, muchas trompadas y la sanción en el colegio Comfamiliar. También el reproche para el papá, que por ese entonces era el coordinador de disciplina. “Usted, profesor, encargado de que estos pela’os se comporten, ¿y su hijo yéndose a los golpes?”. Jorge Luis, hombre de convicciones, mantuvo su decisión. Y a él también se le escaparon las lágrimas al ver el desespero de Jorge Andrés por no poder ir al partido de fútbol, pero no hubo marcha atrás. Quizás ese momento de nostalgia para el hoy jugador de River Plate haya sido también el fundacional de un carácter fuerte y un sentido de la responsabilidad que perdura.
“Entendió que las cosas son merecidas, que lo iba a apoyar siempre, pero que la sensatez y la coherencia marcan el camino”, recuerda Carrascal papá con la síncopa tan habitual del cartagenero, con esa manera de hablar que por instantes demanda una escucha más aguda, más esforzada, para el que no es de allá. Jorge hijo empezó su carrera en el Club Deportivo Heroicos, fundado por sus tíos maternos como una iniciativa para promover la práctica organizada en Escallón Villa de Cartagena, uno de los barrios más antiguos de la ciudad, también más populares, donde la masificación del fútbol es indirectamente proporcional a las oportunidades de llegar al profesionalismo.
“Mucho pela’o bueno que se pierde en las calles, que se deja absorber de los peligros de la vida y ahí queda”. Por eso el miedo de Jorge papá cuando miraba a la puerta de la casa y Jorge hijo ya no estaba. Entonces empezaba la búsqueda incansable por las quince canchas que hay en el sector, que primero ir a las que más le gustaban y luego a las más alejadas. Por fortuna siempre lo encontró jugando, a veces en los terrenos pavimentados, otras en los potreros que hacían las veces de estadios. “Llegaba de mal genio, pero al verlo con la pelota me tranquilizaba, lo dejaba terminar y me lo llevaba en moto. Es que, usted sabe, como decimos en la costa: es mucho más fácil que se pegue el grajo que el perfume. Y siempre hay que estar pendiente de los niños”.
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Esos encuentros curtieron la personalidad, forjaron el temperamento y fortalecieron las amistades de siempre, las que más adelante lo defendieron de uno que otro que lo quiso moler a patadas como respuesta reaccionaria a su talento. “Hacía una jugadita, un desborde, un túnel y venían y lo buscaban para pegarle. Eso lo ayudó a desarrollar la paciencia que tiene ahora”. La primera vez que Jorge Andrés se fue de la ciudad tenía once años, un contrato con el Club Formar Antioquia y la ilusión de engancharse a un equipo grande de Medellín. Sin embargo, hubo incumplimientos, primero que iba a vivir en un lugar y salieron con otro, que esto y aquello, y eso no le gustó a Jorge Luis, que viajó para volver con su hijo.
Ese año lejos de los suyos fue didáctico para Jorge Andrés. Tal vez por eso, tiempo después y luego de brillar en un torneo nacional en Barranquilla, con la selección de Bolívar, no le dio tan duro irse para Bogotá a jugar en Millonarios. “Conocíamos a Neis Alfonso Nieto, en ese entonces director de las inferiores, y confiamos en él”. Carrascal llegó a la casa hogar del cuadro embajador y de a poco se fue ganando un espacio con movimientos desequilibrantes. “Solo tengo 16 años y creo que si estoy acá es porque me he ganado las cosas. Quiero decir que mi ídolo en Millonarios es Máyer Candelo”, fueron las primeras palabras de un adolescente de voz carrasposa, introvertido frente a las cámaras, pero muy seguro de sus habilidades.
Ya luego vino el debut con el plantel profesional en 2014, el 9 de noviembre frente a Deportes Tolima en Ibagué. “Estábamos eliminados de los cuadrangulares y quise ponerlo unos minutos para que se probara. Creo que entró por Luis Mosquera y tocó un par de veces el balón”, rememora Ricardo Lunari. Cuatro meses antes de cumplir los 18 hubo una propuesta de ir a España, con Sevilla, algo que se mantuvo a pesar de que en un entrenamiento sufrió la rotura de ligamento de la pierna izquierda. “Que no importaba, que ellos esperaban a que se recuperara para tenerlo y por eso se dio su traspaso”, apunta Carrascal papá.
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Estando allá, el acuerdo era que lo iban a dejar dos meses en terapias intensivas, pero alguien de la filial del conjunto de Andalucía se apresuró en los tiempos, lo mandó a la cancha, Jorge recayó en la lesión y fue operado de nuevo, pero cuando estuvo a punto para jugar, las inscripciones para el campeonato estaban cerradas. “Llegó la opción de irse a Ucrania, al Karpaty Lviv. Era eso o quedarse quieto seis meses”.
Allí, en el este de Europa, Carrascal superó lo que para su papá fue la prueba más grande, hasta ahora. El idioma (tuvo que contratar un traductor durante cuatro meses), la comida, el clima y la gente no fueron obstáculo para alguien que parece haber nacido para sobrevivir. De hecho, Jorge Andrés jugó cuarenta partidos, 34 como titular, y marcó seis goles, siendo figura en un país lejano.
“Y llegó la oportunidad con River Plate. Y de a poco se ha ido abriendo espacio, aprendiendo todo lo que puede de Marcelo Gallardo, siendo arropado por Juan Fernando Quintero y Rafael Santos Borré. Se lo ha ganado todo, él solito, con su empuje y templanza”, concluye Jorge papá, convencido de que si el presente es bueno, el futuro será mejor para un futbolista que ha antepuesto el esfuerzo al talento. Porque como dijo el escritor irlandés Óscar Wilde: “El talento es 10 % de inspiración y 90 % de transpiración”.