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Jorge Quijano nunca tuvo unos guayos Nike ni uniforme Adidas para jugar fútbol, pues en su maleta no cargaba más que una vieja pantaloneta y unos botines Venus, que con tanto esfuerzo le había comprado su tía. Desde que puso un pie en una cancha de microfútbol supo que lo que quería para su futuro era ser futbolista. “Me gustó porque vi a mis tías jugar; ellas son deportistas y no se la pasaban en la casa por estar jugando”, dice.
Desde que marcó sus primeros goles ha tenido a Cristiano Ronaldo como su gran ídolo. Para él, el portugués es un gran ejemplo de disciplina e integridad y él espera ser como CR7 algún día. Sin embargo, había un impedimento: Jorge nació y creció en Tibú, Norte de Santander.
Tibú es uno de los 11 municipios que componen la región del Catatumbo, al noreste de Colombia. Un lugar conocido por sus cultivos de café, cacao y caña de azúcar, pero también por ser escenario del conflicto armado desde hace más de tres décadas. Vivir en el Catatumbo es un desafío constante, ya que en la zona confluyen no solo las guerrillas del ELN y el EPL, sino también las disidencias de las FARC y grupos paramilitares. Para los habitantes de Tibú la violencia es pan de cada día
Al igual que la mayoría de los jóvenes de la región, Jorge tenía pocas posibilidades de progresar en la tierra que lo vio nacer. Las opciones eran convertirse en raspador de coca o ser víctima del reclutamiento forzado por alguno de los grupos al margen de la ley que constantemente se disputan el territorio.
“Cuando yo me fui, ya estaban empezando a llevarse a los chinos. En realidad la edad no importa, más o menos desde los 13 años se los empiezan a llevar para la selva. Todas esas cosas lo obligan a uno a tratar de salir de allí”, dice Quijano.
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Cuando llegaba a su casa después de raspar la coca y llenar sacos con sus hojas, Jorge escapaba de la cruda realidad del Catatumbo en una cancha de fútbol. Por 90 efímeros minutos, lo único que importaba era anotar un gol para vencer al equipo rival. Sin embargo, estos juegos no eran más que partidos aficionados, ya que en la región no había ningún torneo organizado y mucho menos escuelas de formación deportiva.
La más cercana a la que pudo asistir Jorge era en Cúcuta, pero debía viajar más de cuatro horas por la precaria carretera que conecta a Tibú con la capital de Norte de Santander. Los intentos de asistir a las clases de fútbol eran en vano: su familia no tenía los recursos suficientes para mandarlo cada fin de semana a una ciudad tan lejos de casa.
Su posibilidad de ser futbolista profesional parecía cada vez más lejana, pero ocurrió algo que le dio la oportunidad de cumplir su sueño. “Gracias a Dios, en 2021 conocí a Germán* con la Fundación Deportivo Catatumbo. Todo esto sin saber que en ese momento la vida me iba a cambiar”.
Germán y el torneo de la esperanza
Germán nació en la década de los 90 en el Catatumbo, una época en la que la violencia ya se había apoderado de la región. Él siempre quiso ser futbolista, pero la falta de recursos y el abandono estatal en la zona hicieron que esto se convirtiera en un sueño frustrado. Para evitar que los niños amantes del fútbol tuvieran su mismo destino, Germán decidió crear la Fundación Deportivo Catatumbo.
“Empezamos con una categoría abierta con partidos amistosos de varios equipos de la región. Me di cuenta de que tenían mucho talento y quería mostrar a muchos de estos chicos en Bogotá”, dice Germán.
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Lo que se buscaba con el proyecto era llevar a veedores de varios clubes del balompié y alejar a los jóvenes de los malos caminos que suelen tomar quienes deben quedarse en la región. Sin embargo, sacar una fundación sin apoyo económico de terceros es muy complicado. Todo lo relativo a la Fundación Deportivo Catatumbo fue posible por las donaciones que les han dado y las formas que se han inventado para viajar y disputar partidos con el fin de demostrar el talento que hay en la región.
Tras amenazas por parte de los grupos guerrilleros, Germán tuvo que retirarse de la fundación porque le estaban pidiendo $500 millones para no atentar contra su vida. A pesar de eso, miembros del ELN hicieron un atentado en su casa en el Catatumbo y Germán se vio obligado a dejar el lugar para no volver jamás. Desde hace meses se alejó de la Fundación y ahora solo es uno más de los cerca de ocho millones de habitantes de los 1.775 kilómetros cuadrados de Bogotá.
El potrero que se convirtió en cantera
En el kilómetro 6 de la vía Suba-Cota, lo que antes era un gran potrero ahora es la sede deportiva de Kanteranos F. C., un club filial del Envigado F. C. Al equipo paisa se le conoce como la “Cantera de Héroes”, ya que de sus escuelas han salido grandes jugadores como James Rodríguez y Juan Fernando Quintero. Entre los 205 jugadores activos de Kanteranos se encuentran nueve miembros de la Fundación Deportivo Catatumbo.
El camino de Jorge Quijano en Kanteranos empezó en 2021 con la primera Copa Catatumbo organizada por el club. En esta participaron planteles de la división sub-15 de equipos de renombre como Santa Fe, Millonarios y La Equidad. Ricardo Patiño, socio de Kanteranos, fue uno de los organizadores del torneo y poco a poco se ha convertido en el padrino de varios de estos muchachos.
“Hicimos un campeonato y los chicos quedaron enamorados. Germán los iba a subsidiar y patrocinar con lo de la fundación, pero después del atentado tuvo que salir y esos pobres niños quedaron botados. Yo los he venido recibiendo poco a poco para ayudarlos, porque los papás dicen que esa zona está muy alterada e incluso los tenían de raspadores de coca”, relata.
Patiño ha acogido a los muchachos para salvarlos del reclutamiento forzado por parte de la guerrilla en el Catatumbo. Kanteranos se encarga de entregarles todo lo necesario para cumplir su sueño de convertirse en futbolistas, desde el acceso al gimnasio hasta el uniforme naranja característico del Envigado. La única condición para que chicos como Jorge sigan en el club es que deben continuar con su formación educativa.
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Todo el equipo humano de Kanteranos espera formar a los muchachos que puedan ser jugadores profesionales para llevarlos a la sede de Envigado, en Antioquia. Se espera que a finales de este año lleguen seis jóvenes más del Catatumbo a los cuales la violencia y el abandono estatal les impide perseguir su sueño de ser futbolistas.
La llegada a la nevera
Para Jorge lo único más difícil que dejar los 33 grados centígrados de Tibú, fue alejarse de su familia. “Mi mamá, insistía e insistía: ‘Váyase, vea cómo está esto. Vea que uno nunca sabe, uno no le está haciendo nada a esa gente, pero en temas de una bala perdida uno nunca sabe”, cuenta Quijano.
Con el dolor en el alma, decidió seguir el consejo de su mamá. Cambió sus sandalias y pantalonetas por sacos y bufandas para montarse por primera vez en un avión y emprender el viaje que le abriría las puertas a una nueva vida.
Llegar a Bogotá fue enfrentarse a un mundo completamente diferente: pasó de conocer a todos en Tibú a no tener ni una sola cara conocida en la gran ciudad. Soportar esa soledad fue uno de los desafíos más grandes que ha tenido. El tiempo fue pasando y su carisma lo ayudó a encajar en los entrenamientos y generar amistades rápidamente. De partido en partido, dejó de ser llamado ‘el man del Catatumbo’ y volvió a ser simplemente Jorge.
Lo que depara el futuro
Esta es una de las etapas más importantes de la vida de Jorge y gracias a Kanteranos ha encontrado su mejor versión, fuera y dentro de la cancha. Sin embargo, no ha sido un proceso fácil. Lo más duro es no poder estar cerca de la familia y los amigos, no estar en fechas importantes compartiendo con ellos, pero sabe que más adelante todo tendrá su recompensa.
“Las personas que me rodean están muy felices al ver que una persona como yo, que no tiene tantos recursos, sale de su pueblo a una temprana edad buscando cumplir su sueño de salir adelante y sacar adelante a su familia. Poder ayudar a muchas personas es lo que anhelo con este sueño”, dice Quijano.
Independientemente de que su sueño del fútbol profesional se le dé o no, Jorge quiere hacer cosas por los demás como las que Germán hizo por él. “Allá en el Catatumbo hay mucho talento, demasiado; solo que no hay oportunidades. Si uno tiene la posibilidad en algún momento de su vida de ayudar a esas personas por medio del deporte, pues uno los ayudaría, ¿no? Para qué desperdiciar todo ese talento”.
Jorge Quijano está agradecido con la vida, con Germán, con Kanteranos y sobre todo con el fútbol. El sueño de ser un jugador profesional le está cambiando la vida y con el actual escenario de violencia en el Catatumbo cualquier oportunidad de salir adelante debe ser aprovechada. Hoy tiene el dorsal 29 en su camiseta, pero espera algún día llegar a tener el número 10 y convertirse en el primer jugador nacido en Tibú en llegar a jugar en el Real Madrid.
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