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Radamel Falcao García creció entre camerinos, entrenamientos, balones, petos, conos y camisetas. Desde que era muy pequeño acompañó a su padre en su carrera como futbolista profesional. Le gustaba salir a la cancha con los equipos en que jugaba Radamel y desde muy niño entendió la manera de ver este deporte. No tuvo pijamas ni pintas diferentes a uniformes de fútbol. El del Unión Magdalena, de la selección colombiana o la de Argentina. Maradonita le decían en Santa Marta a Falcao porque apenas sabiendo caminar pateaba balones y portaba un uniforme de Argentina con el 10 de Maradona.
“Tiene estilo, mira cómo patea el balón”, le decía Radamel a su entonces esposa Juana Carmenza Zarate. Algo que los motivó a seguir apoyando a su hijo en el proceso de fútbol. Nunca lo obligaron a nada, pero tampoco lo dejaron solo. Fueron fieles compañeros en la soledad, entre los partidos y las concentraciones de Radamel. Como gitanos recorrieron el mundo y como gitanos, detrás del padre, se adaptaron a todos los lugares por donde pasaban. Su vida itinerante era de ellos, del fútbol y de Dios. Y mientras Radamel, el padre, se paraba en la defensa y no se movía de ahí, el pequeño se preguntaba por qué. ¿Por qué no hace goles mamá, por qué no hace goles? Ella intentaba explicarle que esa no era su labor, pero él no entendía y sentía que tenía que hacer algo. Entonces salía por toda la cuadra, cuando el sol comenzaba a bajar, con el balón en la mano. Así, de la misma manera que hoy lo coge para cobrar penales. «¡Amigos – gritaba–, salgan a jugar!». Y los niños salían detrás de él. Era él quien hacía los goles, los que no le veía hacer a su papá.
(Puede leer: Radamel por Radamel)
Radamel jugó en Júnior de Barranquilla, Independiente Santa Fe, Unión Magdalena, Deportes Tolima, Atlético Bucaramanga e Independiente Medellín. Al final de su carrera tuvo un breve paso por Deportivo Táchira de Venezuela. Desde que jugó en el Unión, Falcao estuvo junto a él. En Venezuela estuvo tentado por cambiar de deporte y dedicarse al fútbol, pero el consejo de Rada fue no desviarse y seguir sus pasos.
Económicamente el fútbol de antes no era como ahora. Y aunque jugó por varios años, a Radamel le tocó sufrir para darle una infancia digana su hijo. Luego del retiro, cuando decidió comenzar a ser formador e jugadores y técnico de equipos, la plata no llegó tan fácil, así que le tocó ser taxista para conseguir los recursos necesarios de la familia. Falcao nunca pasó hambre, sin embargo, le tocó acostumbrarse a no exigir y acomodarse a lo que había. En Bogotá, cuando estaba en Fair Play, muchas veces se iba caminando o echando dedo desde Barrancas hasta la Alhambra para ahorrarse lo del bus.
Cuando Falcao todavía era un jugador sub-17, lo llamó el entrenador de la selección de Colombia sub-20 para los microciclos previos al Mundial de Emiratos Árabes. Era uno de los jugadores en que confiaba Reinaldo Rueda, quien lo había seguido desde tiempo atrás. Cuando faltaban pocos meses para la Copa del Mundo, le comunicaron que sería convocado para ese Mundial. Sin embargo, por esos mismo días también le dijeron en River que lo iban a tener en cuenta para un partido con el equipo de tercera. Falcao llamó emocionado a su papá para contarle la noticia, y Radamel se alegró, pero con mesura le advirtió que no fuera a jugar, porque debía cuidarse para el Mundial con la selección. “Hijo, mucho cuidado, porque te pueden lesionar, esos partidos con jugadores mayores que tú pueden ser peligrosos en este momento, cuídate”, le recomendó Radamel a su hijo vía telefónica desde Bogotá, pero Falcao, por el afán de quemar etapas rápidamente, no le hizo caso a su papá y jugó el partido con River.
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Desde el costado derecho del campo un jugador tiró un centro al borde del área, ahí estaba Falcao bien ubicado y con serias posibilidades de meter un cabezazo que sorprendiera al arquero rival. Sin embargo, tuvo tan mala suerte que justo antes de levantarse para buscar el balón, un defensor del equipo rival lo pisó, le incrustó los taches en el tobillo derecho y le rompió los ligamentos. Inmediatamente lo operaron, pero su recuperación no alcanzó y se perdió el Mundial.
Cuando el Tigre comenzó a figurar en River y su carrera despegaría, la labor de su padre fue más de asesoramiento. Su experiencia en el fútbol era clave para poder darle consejos a su hijo. Veía los partidos por TV y lo llamaba y le decía qué debía hacer mejor. Eso ocurrió hasta el último momento. De hecho, ya en el Mundial de Rusia 2018, un de los momentos más felices de Falcao, su padre veía los juegos en la tribuna y luego se veían para comentar algunas jugadas, cuando los futbolistas tenían derecho de saludar a sus familias.
El viejo Rada se fue luego de sufrir un derrame cerebral mientras jugaba tenis este jueves en la noche, en Santa Marta. Pero se fue con la tranquilidad de formar a uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos para Colombia. Un hombre ejemplar dentro y fuera de la cancha que llevará por siempre el nombre que Radamel le puso en honor a uno de sus ídolos, el brasileño Paulo Roberto Falcao. Paz en su tumba y fuerza para la familia García Zarate. Michel y Melany, las hermanas de Falcao, así como Juana Carmenza, la mamá del Tigre.