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Las autoridades nacionales y locales tomaron la medida de suspender todos los eventos masivos en el país, incluido el fútbol profesional, por supuesto.
Aunque los clubes y la Dimayor estudiaban la alternativa de jugar a puerta cerrada, este viernes tomaron la decisión de cancelar temporalmente la liga, pues los futbolistas y su entorno seguirían expuestos al contagio del coronavirus.
Claro, hay muchos aspectos que consideraron, como la afectación en las taquillas, los compromisos adquiridos y la manera de cumplirles a los empleados con sus salarios, pero prevalecieron el sentido común y el bienestar de la población.
“Se estará evaluando la situación de manera diaria y siguiendo las directrices estipuladas por el Ministerio de Salud y el Gobierno Nacional”, señala Dimayor en un comunicado. No se tomarán determinaciones definitivas hasta que no se supera la emergencia, por lo que apenas en un par de semanas se sabrá si la liga se cancela defintivamente o se modifica el calendario.
Sería apenas la segunda vez que se cancele el torneo profesional desde su creación, en 1948. El único antecedente fue en la edición de 1989, tras el asesinato del árbitro Álvaro Ortega.
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Ese año había sido particular en Colombia. En enero se perpetró la masacre de La Rochela; en marzo fue asesinado José Antequera; en julio el gobernador de Antioquia, Antonio Roldán, y en agosto el candidato presidencial Luis Carlos Galán. También estallaron varios carros bomba, uno de ellos contra la sede de este diario.
A pesar de la complicada situación social, el fútbol no se detuvo. En mayo, Nacional ganó la Copa Libertadores y en octubre la selección de Colombia clasificó al mundial Italia 90, después de 28 años de ausencia.
Hasta que llegaron las finales del rentado. El 26 de octubre Álvaro Ortega pitó el partido América 3-Medellín 2. Ese día le anuló un gol de chilena al delantero del rojo paisa, Carlos Castro, al considerar que fue una jugada peligrosa. Tiempo después, John Jairo Velásquez Vásquez, lugarteniente del extinto capo de la mafia, Pablo Escobar Gaviria (hincha del Medellín), reveló que su jefe estaba viendo el encuentro por televisión y consideró que la decisión de Ortega había sido “un robo”, por lo que ordenó asesinarlo.
Tres semanas después, el 15 de noviembre, el sentenciado a muerte fue designado por la Dimayor como uno de los jueces de línea del partido entre Independiente Medellín y América, que ahora debía jugarse en el Atanasio Girardot.
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Aquel miércoles, Ortega partió de Barranquilla, donde vivía, junto a su amigo y colega Jesús Díaz, quien no quería que los incluyeran en la terna para el partido en la capital antioqueña e intentó convencer a la Dimayor de que los cambiaran. Al final no fue así y, en Medellín, ambos se hospedaron en el hotel Eupacla. Sobre las dos de la tarde, en su habitación, Ortega recibió una llamada que lo inquietó. “Álvaro se descompuso, se puso pálido. Le pregunté quién lo había llamado y no quiso decirme, que después del partido me contaba. Le insinué que no estuviera en el juego, pero respondió que no se arrugaba”, relató Díaz, quien en ese juego, al igual que Ortega, fue juez de línea.
Tras el empate 0-0 abordaron una patrulla de policía para regresar al hotel, pero se quedaron en un restaurante cercano. Poco después escuchó el chillido de las llantas de un taxi. Giró y vio que un hombre se bajó con una miniametralladora. Ortega salió a correr, recibió un tiro en una pierna y cayó al suelo. El sicario se acercó, lo cogió por el cuello y le propinó nueve disparos más.
“Me hirieron, me jodieron, Chucho. Coge a ese hijueputa”, alcanzó a decir Álvaro Ortega. Y Jesús Díaz agarró del cuello al conductor del taxi e insultó a sus ocupantes, mientras el asesino le apuntaba con el arma a la cabeza y le decía: “Chucho, tranquilo, no nos metas en problemas con el patrón. No te queremos hacer daño”.
Después, el vehículo aceleró y Chucho Díaz cayó al pavimento entre la calle 53 y la carrera 50 de Medellín. Se levantó y buscó que algún carro se detuviera y llevara a Ortega a un hospital. Ante la impotencia por falta de ayuda, se atravesó en la avenida y con un habitante de calle, que le robó la billetera al árbitro atacado, logró subir el cuerpo de su colega a un taxi. Cuando llegaron a la clínica Soma, un médico le informó a Jesús Díaz que Ortega había muerto. El árbitro fallecido tenía 32 años, era oriundo del corregimiento Robles, del municipio de El Guamo (Bolívar) y ese era su primer año como juez profesional.
A raíz de ese episodio, la Dimayor canceló el campeonato de 1989. En medio del escándalo se anunciaron severas medidas para erradicar el narcotráfico del fútbol, aunque nunca se cumplieron.