Las escuelas de fútbol colombianas: el escalón entre el barrio y el profesionalismo
En el país miles de niños van a entrenar con la ilusión de llegar a primera división. En ese propósito las academias juegan un papel fundamental y sirven de filtro.
Daniel Bello
Ya sea sobre canchas de barro, arena, césped o algún material sintético, muchos jóvenes a partir de los cinco años se embarcan en el sueño de ser futbolistas profesionales. En su camino para meterse a las divisiones menores de algún club suele estar, como un primer escalón, su escuela de barrio o aquella que tiene conexiones entre el fútbol aficionado y el de alto rendimiento.
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Ya sea sobre canchas de barro, arena, césped o algún material sintético, muchos jóvenes a partir de los cinco años se embarcan en el sueño de ser futbolistas profesionales. En su camino para meterse a las divisiones menores de algún club suele estar, como un primer escalón, su escuela de barrio o aquella que tiene conexiones entre el fútbol aficionado y el de alto rendimiento.
En El Espectador se publicó hace unos días un mapa del fútbol colombiano en el que se buscó el lugar de origen de cada uno de los jugadores de la Liga BetPlay. Los departamentos con más representantes en la primera división colombiana fueron en orden: Antioquia, Valle del Cauca, Bogotá, Nariño y Atlántico.
Sus escuelas de fútbol, con distintas realidades, retos y enfoques, son la etapa en la que los jóvenes descubren si tienen o no las condiciones para llegar al profesionalismo.
La capital y sus talentos
En Bogotá es común que los parques distritales tengan una escuela y también es frecuente que el tráfico en el noroccidente de la ciudad sea pesado los fines de semana por la cantidad de padres que llevan a sus hijos a entrenar en las academias que quedan en ese sector. Uno de los clubes formativos más destacados de la capital es Caterpillar Motor, fundado hace 45 años, que tiene 10 sedes distribuidas en varias localidades de la ciudad.
De allí salieron jugadores como Carlos Carbonero, mundialista en Brasil 2014 y campeón con River Plate; Cristian Dájome, ganador de Copa Libertadores 2016 y Copa Sudamericana 2019; y Francisco Delgado, pieza clave de Santa Fe en los 2000.
En sus inicios, Caterpillar y su dueño, Jorge Chaparro, buscaron promover talentos hacia el profesionalismo y el escenario ideal era el popular Torneo del Olaya, que se juega hace más de 60 años en el sur de la capital. “El éxito de nuestra escuela son los tres pilares que manejamos, que son el amor, el respeto y el liderazgo”, reconoce Daniel Chaparro, gerente administrador del club e hijo del fundador.
La profesionalización del entrenamiento es clave para que los procesos formativos germinen. La escuela bogotana, por ejemplo, contrató como metodólogo a Fabián Torres, quien dirigió a Patriotas en el fútbol de primera división. Al ser uno de los clubes de mayor tradición y proceso más serio, Caterpillar tiene en el horizonte no solo mantenerse en la formación, sino llegar a tener una ficha en el fútbol profesional.
En Bogotá también queda el Club Deportivo Gol Star, cuna de talentos que vistieron la camiseta de la tricolor como Natalia Gaitán, Oriánica Velásquez y Tatiana Ariza. Pese a los frutos y ser una de las escuelas más destacadas en la rama femenina, su director, Guillermo Gaitán, denuncia que el apoyo es limitado. “Para el fútbol femenino todavía no se exigen derechos de formación, no hay venta de pases, simplemente una jugadora para que salga del club tiene que estar a paz y salvo”, comenta Gaitán, cuya principal fuente de ingresos son donaciones y mensualidades de las jugadoras inscritas.
Más semilleros
Los derechos formativos son un aspecto importante al financiar un proyecto de este tipo. Por ejemplo, en el caso del Club Deportivo Estudiantil, una de las instituciones de mayor éxito no solo en Medellín —donde tiene su sede— sino a escala nacional, este tipo de ingresos son su principal fuente de dinero.
“Nosotros tenemos un lema que es de formar ganando. Creemos que si usted tiene los mejores jugadores lo normal es que siempre obtenga buenos resultados”, puntualiza Jesús Ramírez, director y fundador del Estudiantil, institución de la que salieron más de 40 jugadores que hoy están en el fútbol profesional colombiano y en ligas del exterior. Se han enfocado en captar talentos en la vasta geografía nacional y no limitarse solo a Antioquia. Allí se curtieron jugadores como Santiago Arias, Roger Martínez y Tomás Ángel. Además del buen ojo para identificar jóvenes con potencial, para Ramírez el secreto también ha estado en los formadores.
“Tenemos técnicos especializados en formación de jugadores. Muchas veces en Colombia se hacen los entrenamientos como para llenar el tiempo, pero nuestros DT no solo trabajan la parte física, sino también la parte técnica, hacemos énfasis en eso”, subraya Ramírez, quien tuvo en el club a Alejandro Restrepo, antes de que dirigiera las categorías menores de Nacional.
En Medellín también está Belén La Nubia-Arco Zaragoza, dirigida por Juan Carlos Sánchez, quien fuera técnico de Envigado y ha cosechado resultados importantes en el baby fútbol. También hay proyectos sobresalientes en otras zonas como el Valle del Cauca, donde funciona un equipo que incluso llegó a jugar fútbol profesional, la Escuela Carlos Sarmiento Lora, que ha cosechado jugadores con potencial, masculinos y femeninos.
Con una historia de reinvención y también con un pasado en el profesionalismo está el Sporting de Barranquilla, que ha dado pasos interesantes en el ámbito regional y ha servido como enlace entre el fútbol aficionado de la costa y las divisiones menores del Júnior en los últimos años.
Pero así como hay procesos que se sostienen por una diversidad de ingresos, hay otros que se mantienen a flote con más amor al arte que otra cosa. Por ejemplo, en Tumaco, donde funciona la Fundación Unión Pacífico Sur, algunos de los profesores que acompañan a los chicos desde los ocho hasta los 15-16 años, denuncian que el principal beneficiado de su trabajo formativo no son ellos sino los empresarios que se llevan a los jóvenes.
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