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A mediados de marzo los titulares ya hablaban de la inminente llegada del virus. Una semana antes del encierro, Gabriel Ochoa Uribe abrió las puertas de su casa en el sur de Cali para conceder la que sería su última entrevista. Se notaban los achaques de salud, no hablaba mucho, pero entendía, alzaba la mirada y tiraba una sonrisa. Apretaba las manos con fuerza: Lucero, su enfermera y una de las personas que mejor lo entendían, rompió el silencio con un gesto amable: “Están con suerte: hoy Gabriel está bien lúcido”. Y apareció la eterna pregunta: “Gabriel, Gabriel, ¿de qué equipo era hincha?”.
Ya, desmarcado de las mieles de la fama, de los compromisos, de las apariencias, de todo, respondió: “Del América”.
Video: Gabriel Ochoa, el director técnico más importante del fútbol colombiano
Un equipo que dirigió días después de haber tomado la decisión de no dirigir nunca más luego de su salida de Millonarios, club con el cual ganó cinco títulos de Liga. No había reversa: abrió su consultorio médico en la clínica Marly de Bogotá a ejercer lo que había estudiado. Pero apareció la llamada con la insistencia de José Pepino Sangiovanni para que se uniera al América de Cali, un equipo que se convertiría después en una selección suramericana con hombres como Julio Falcioni, Ricardo Gareca, Juan Manuel Battaglia, Willington Ortiz y Anthony de Ávila. No pudo decir que no. “Bueno, miremos unos meses a ver cómo nos va”. Meses que se tradujeron en 12 años...
Y en un saldo de siete títulos de Liga -cinco de ellos consecutivos- y tres subcampeonatos de Copa Libertadores al hilo. Dejó el fútbol sin una pensión tras una vida dedicada al fútbol. Porque el dinero siempre fue secundario, los papeles también. La palabra no.
“El factor plata nunca le interesó, todo lo hacía de palabra, para él eso valía mucho más que cualquier contrato”, dice Cecilia Perea, su mujer y compañera de vida, a quien conoció porque llegó al hospital donde él estaba haciendo la residencia médica tras sufrir un grave accidente de tránsito que la tuvo un año hospitalizada. “Me conquistó a punta de perros calientes cuando estaba de turno. Aunque era más bien un conquistador algo pasivo”, dice entre risas Cecilia.
Con ella construyó una familia de nueve hijos. Y con muchos otros “segundos hijos”: sus jugadores. Era tan paternal, que algunos futbolistas le pedían que les retuviera el sueldo para que lo invirtieran en comprar vivienda. Y como buen padre no le faltó la mano dura. “Ay, claro... siempre hubo muchos pícaros de la noche. Iba bien tarde con Gabriel a buscarlos. Me quedaba esperando en el carro. Y terminé tejiendo muchos manteles (risas)”.
Un hombre obsesionado por los detalles, por los buenos modales, por ir más allá. El primer entrenador en grabar los partidos para hacer análisis tácticos. El primero en discernir el valor del coaching. O de los extremos de ida y vuelta. Del pressing para defender atacando. De tantas cosas tan cotidianas hoy, pero que hace 50 años eran tan raras y hacía Gabriel Ochoa Uribe, un adelantado de sus tiempos.
Sentado en la primera banca del bus del América, como siempre, también con Rocky, su perro y compañero de viaje, que está en el asiento de al lado, aparece Gabriel en la otra vida. Y en los asientos de atrás tienen un cupo asegurado sus más grandes discípulos: Jorge Luis Pinto, Ricardo Gareca y Julio Falcioni.
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En la medicina quedará grabado por su legado familiar y por mejorar los tratamientos quirúrgicos en el país. Quedaron también las manos de su hijo Germán Alberto, médico del América de Cali. Y de Gabriel, su hijo mayor, quien también siguió la herencia: es médico ortopedista. Hasta de los nietos, Nicolás es un destacado estudiante de medicina que seguirá sus pasos.
Pero hay un anhelo que dejó pendiente Gabriel Ochoa Uribe: su fundación. Que no es una fundación común y corriente; de esas que sirven para servirse de los demás. Que se camuflan con pequeñas labores sociales para tocar las trompetas y hacerse notar.
Héctor, su hijo, quedó a cargo de un proyecto sembrado en una zona adonde nadie quiere ir, ni el mismo Estado: el norte del Cauca. Una región en la que confluyen disidencias guerrilleras, narcotraficantes y demás grupos al margen de la ley que hacen eso: su propia ley. Con el fútbol como vehículo, mas no como fin, quieren cambiar las vidas de las familias de esa región azotada por la violencia.
“De 400 mil jugadores, 2 mil tienen la capacidad de entrar en el deporte de alto rendimiento, y apenas 200 lo hacen. ¿Y qué pasa con el resto?”, reconoce Héctor.
Los hijos de Ochoa piensan en el “resto”, eso resume la bondad del proyecto. En su educación, su formación, su futuro y sus sueños. Un proyecto que de entrada reúne a 1.000 niños con sus familias del Cauca, pero que ha tenido un problema para hacerse realidad: el dinero. Los planes, estudios, todo eso está listo. Solo buscan un buen corazón.
(La relación entre Francisco Maturana y Gabriel Ochoa Uribe)
“Papá murió el sábado a las 7:40 de la noche con mamá al lado suyo. Sin sufrir, en paz”, agregó Héctor.
La terquedad en algunas personas es una virtud. “Muero con la mía, pero no sobrevivo con la de los demás”, su máxima. Siempre un paso más allá del resto: en el fútbol, en la medicina, en las labores sociales. En la vida.