Los estilos en el fútbol colombiano, desde las influencias argentinas
Carlos “Cacho” Aldabe, Adolfo Pedernera, Osvaldo Zubeldía y Carlos Bilardo son algunos de los hombres que desde el sur del continente trajeron ideas que han contribuido al desarrollo del balompié nacional. De Fernando Paternoster a José Néstor Pékerman.
En la década del 20, cuando en el mundo se jugaba 2-3-5 o 4-1-5 —y sus variantes—, apareció un defensor central que no solo se dedicaba a jugar: entendía el porqué de esos sistemas tácticos y de los movimientos que ellos permitían. Los analizaba y desde su posición visualizaba cómo crear nuevos espacios para lograr lo anhelado por todos: anotar más goles que el contrario. Fernando el Flaco Paternoster le explicaba conceptos a Ludovico Bidoglio, su compañero de zaga, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928. Un año después triunfó en el Campeonato Sudamericano —hoy en día Copa América— con la selección de Argentina.
(Aquí, toda la información deportiva)
Con el combinado albiceleste, Paternoster participó en el Mundial inaugural, el de Uruguay 1930, donde se convirtió en el primer jugador en errar un penalti en esta competición. Esa vez fue José Della Torre —con quien también compartía en Rancig— quien se deleitó escuchando sus indicaciones, que no evitaron que el equipo anfitrión ganara la final, pero que ya le iban dando al ex-Atlanta el prestigio de ser un sabio del balompié. Sus conocimientos los compartió en Argentinos Juniors hasta 1936, año en el que dejó de ser futbolista profesional.
En 1938, Paternoster llegó a Colombia para dirigir al Club Deportivo Municipal —a la postre Millonarios— y a la selección de fútbol, con motivo de los primeros Juegos Bolivarianos, que permitieron inaugurar el estadio Nemesio Camacho El Campín de Bogotá, al cumplirse 400 años de la fundación de la ciudad. Paternoster arribó en una época en la que el mundo ya conocía la WM del Arsenal de Herbert Chapman (tres defensores, dos mediocampistas, dos delanteros interiores retrasados y tres más adelantados) y las maneras en las que se intentaba contrarrestarla.
Aunque promovía un juego de ataque y de constante búsqueda de nuevos espacios, también inculcó algunos conceptos defensivos, que ayudaban en una época en la que eran más los futbolistas ofensivos. Esas ideas las llevó después a Atlético Nacional, y le dio al club antioqueño su primera estrella, en 1954, cuando ya había pasado El Dorado, la era entre 1949 y 1953 en la que algunos de los mejores jugadores del mundo vinieron a Colombia. Tiempos que marcaron la historia del balompié nacional y moldearon varias de sus maneras de entender al más popular de los deportes.
El segundo gran influenciador argentino en el fútbol colombiano fue otro defensor, Carlos Roberto Cacho Aldabe, primer entrenador campeón con Millonarios, en 1949. Fue la primera piedra del Ballet Azul —que deleitó al planeta y que para algunos especialistas de la época era el mejor equipo del mundo—, pues fue el que inculcó la idea de ese fútbol lírico a un plantel al que después se unió Adolfo Pedernera, convencido por él. Y el Maestro, que a los cuatro años ya le pegaba con potencia a la pelota y que fue un enorme delantero, llegó con lo aprendido en La Máquina de River, el cuadro legendario que dominó el fútbol argentino en la década del 40.
Lea también: Jugar de falso nueve tras un desprendimiento de retina, y convertirse en leyenda
Pedernera reemplazó a Aldabe en la conducción del cuadro albiazul, en el que luego Alfredo Di Stéfano, Néstor Raúl Rossi y Alfredo Castillo, entre otros, dejaron un eterno legado. En el Ballet Azul inculcó su amada posesión de la pelota con mediocampistas conceptualmente destacados, la constante postura ofensiva, la amplitud y profundidad con extremos habilidosos y la definición efectiva con certeros centro delanteros. El público bogotano se divertía y con esa visión fue tricampeón con Millonarios entre 1951 y 1953, año en el que los cracks extranjeros retornaron a sus países de origen o emigraron a otros.
“Además de Pedernera, también hablé aquí en Madrid con Di Stéfano y aprendí de ellos algo muy importante: la humildad. Estamos hablando de próceres del fútbol, de gente que inventó el fútbol, y ¡la sencillez que tenían! Poseían un amor gigante por la pelota y el juego. Me reunía con ellos para eso: para que me dijeran cómo defendían, cómo atacaban y cómo veían los partidos”, le contó Ángel Cappa a El Espectador.
Alguna vez, irónicamente, Pedernera, quien les daba tanta importancia a las formas como al objetivo, dijo: “El éxito es el dueño y señor”. Él se enfocaba en la preparación individual de cada dirigido. De hecho, uno de sus consentidos era Francisco Cobo Zuluaga, y en ese entonces le expresó: “Necesitas tener el máximo de movilidad para poder marcar bien al alero. Si puedes reducir un poco de peso, mejor”.
En ese equipo de Pedernera era arquero Gabriel Ochoa Uribe, el técnico más ganador en la historia del fútbol colombiano. No se quedó únicamente con lo aprendido de Pedernera, indagaba a hombres de fútbol de diferentes ideas y moldeó las propias. Inicialmente le preocupaban más los detalles ofensivos. Después no descuidó ninguno. Fue un adelantado en su época para manejar conceptos como el pressing y las transiciones, tan comunes en la actualidad. Entrenaba dos y, a veces, hasta tres veces al día. Su obsesión así lo demandaba.
En Santa Fe, Millonarios y América, entre la década del 60 y finales de los 80, conformó equipos fuertes defensivamente, que intentaban llegar lo más rápido posible al arco contrario, con extremos veloces y mediocampistas dotados para los lanzamientos largos. Cuando se podía, no despreciaba las posesiones largas y la gestación lenta. Un revolucionario del fútbol colombiano, cuyo dominio fue arrebatado, en un tramo de la historia, por el argentino Francisco Pancho Villegas.
Educado bajo la escuela riverplatense, Villegas le dio al Deportivo Cali un juego de pausa y aceleración, de mucho toque, orden en defensa y movilidad arriba, para crear espacios en pro de asistencias que filtraban talentosos mediocampistas. Y logró ser campeón en 1965, 1967 y 1969, con equipos en los que brillaron, entre otros, el goleador Jorge Ramírez Gallego, el brasileño Iroldo Rodríguez de Oliveira y el también argentino Mario Desiderio.
En el año en el que Pancho Villegas conseguía su primer título como entrenador del Cali, en Argentina se gestaba una de las corrientes futbolísticas que marcarían la venidera existencia del balompié de ese país y del colombiano. Una madrugada, Osvaldo Juan Zubeldía tocó a la puerta de la casa de Carlos Salvador Bilardo, jugador de Deportivo Español que lo recibió con insultos porque le estaba interrumpiendo el sueño. Charlaron hasta el amanecer. Zubeldía fue a convencerlo de que firmara con Estudiantes de La Plata y no con Argentinos Juniors. El entonces mediocampista prometió darle una respuesta en 24 horas. Le dijo que sí. Esa conversación, en medio de mates y en la que imaginaron esquemas tácticos que luego se hicieron realidad, surtió el efecto deseado por Zubeldía. La dupla Zubeldía en el banco y Bilardo en la cancha marcó una revolución en El Pincha.
Zubeldía fue un destacado mediocampista de Vélez, Boca, Atlanta y Banfield, que siempre fue exigente consigo mismo y con los que tenía a cargo. En su corto paso por la selección de Argentina, antes del Mundial de Inglaterra 66, promovió un detallado plan de alimentación y de enseñanza de inglés para los jugadores. Sin embargo, se terminó yendo por una ofensa que tuvo la Asociación del Fútbol Argentino con su dupla técnica, Antonio Faldutti.
“Vamos a buscar a buenos jugadores, pero que vayan al frente. Que jueguen, pero que lo hagan durante los 90 minutos. Gente que transpire la camiseta, que sea viva, que luche siempre. Buscamos tipos que corran a todo el mundo, que jueguen para todo el equipo, que les compliquen la vida a los contrarios. En fin, jugadores que rindan”. Ese era su plan para el combinado argentino.
Zubeldía pasaba noches enteras analizando a sus rivales y encontrando nuevas formas de entrenamiento y de juego, con el único objetivo de ganar, sin importar la forma. Con múltiples flechas en pizarrones y trabajos a doble jornada, cambió la historia de Estudiantes de La Plata y la de Atlético Nacional, a donde llegó en 1976 tras negociar con Hernán Botero Moreno, el entonces máximo accionista y presidente de la escuadra verdolaga.
Desde que llegó, Zubeldía cambió todos los métodos de entrenamiento vigentes e impuso sus reglas, con las cuales conquistó el campeonato colombiano en su primera temporada. Repitió título en 1981. De ese equipo surgieron jugadores que después se volvieron técnicos, como Francisco Maturana, Hernán Bolillo Gómez, Eduardo Retat, Norberto Peluffo, Pedro Sarmiento, entre otros. “Al jugador hay que hablarle siempre, explicar las razones de cada determinación”, decía el Zorro, que, por ejemplo, inventó la jugada de cabecear en el primer palo y rematar en el segundo en los tiros de esquina. Que era un amante de equipos ordenados y fuertes defensivamente, de sacarle provecho a cada ítem del reglamento, de las transiciones rápidas y de trabajar el juego aéreo defensivo y ofensivo.
Esas prácticas las aplicó su alumno Bilardo en el Deportivo Cali que fue finalista de la Copa Libertadores 1978, año en el que Pedro Dellacha fue campeón con Millonarios en el rentado local. “Nunca me voy a cansar de repetir que Zubeldía fue mi maestro, tanto en lo futbolístico como en lo humano. Llegué a Estudiantes cuando tenía 25 años y no pensaba ni remotamente que el fútbol iba a ser mi profesión exclusiva. Es cierto que me gustaba de alma, pero me había encaminado decididamente en la medicina. Osvaldo me mostró una nueva dimensión del rol del jugador profesional. Me explicó cómo se puede hacer, con base en un hombre con las cualidades necesarias, un cuidadoso trabajo de orfebre y potenciarlo al máximo. Cuando uno entiende que entrenando se va acercando a la perfección, a rendir al máximo, el fútbol cobra otro significado, es como si se lo volviera a descubrir”, escribió Carlos Bilardo en su libro Así ganamos. La verdadera lucha por la Copa. Y esos conocimientos los acogieron algunos de sus dirigidos, como Fernando Pecoso Castro y Diego Édison Umaña, que luego fueron campeones como estrategas con Cali y América, respectivamente.
Desde Estudiantes también arribó otro histórico argentino, que cambió la vida del Júnior: Juan Ramón la Bruja Verón. En 1977, su compatriota José Varacka dirigió casi todo el campeonato. Por motivos personales tuvo que regresar a Argentina y Verón se desempeñó de jugador y técnico en la primera estrella del club barranquillero. Varacka retornó al Júnior y lo volvió a sacar campeón en 1980. En ese año Francisco Maturana ya tejía sus ideas para ser entrenador.
(Ángel Cappa: “El fútbol está agonizando”)
En 1987 lideró a la selección de Colombia que comenzó a caracterizarse por su juego de posesión y paciencia, que lo hizo vencer a Argentina —que en 1986 había sido campeona del mundo con Bilardo— en su casa en el partido por el tercer puesto de la Copa América de ese año. También impuso ese juego de respeto por la zona en el Atlético Nacional de los “puros criollos” que conquistó la Copa Libertadores en 1989 y en los combinados nacionales que clasificaron a los mundiales de Italia 1990 y Estados Unidos 1994.
“Jugar bien es tener un estilo y defenderlo, traducir los principios, subprincipios y los subsubprincipios (sic) que tiene el juego. Es respetar el juego como tal, a la afición y al rival. En un momento determinado, también es conseguir resultados. La forma como quiero conseguir ese resultado puede ser un premio de consolidación (…) Si tengo buenos cabeceadores, le doy la raya al extremo para que me tire el centro, pero si no los tengo y poseo buenos volantes centrales que hacen cobertura, no le daría la raya al extremo y lo invitaría a que juegue hacia el centro para que ahí se pudiera hacer el doblaje. Hay que tratar de conjugar el orden y el desorden. Orden para defender y desorden para atacar. Debe haber un patrón, un modelo de juego, que permita a los jugadores entender lo que sus compañeros harán tanto en defensa como en ataque. A mí me gusta la intensidad, pero la táctica, no la de correr y correr. La intensidad táctica es que en una jugada haya cinco o seis jugadores involucrados en ella, así estén en costados diferentes”, explicó Maturana en diálogo con este diario.
Esos principios y subprincipios fueron asimilados e implementados por su asistente, Hernán Darío Bolillo Gómez, quien clasificó a Colombia a Francia 1998. Aquel estilo que tuvo su efervescencia en la década del 90 es el que muchas veces ha sido catalogado como el del fútbol colombiano, como su identidad. Es el que recuperó José Néstor Pékerman —formador argentino que aprendió en su era de futbolista de Juan José Pizzuti— en las eliminatorias a Brasil 2014, antes de alinear equipos con bloques más retrasados, como lo fue el de Rusia 2018. Pero, como se ha explicado, no es el único que ha tenido la selección y los equipos del balompié nacional.
Por ejemplo, algunos hinchas que vieron al América de los 80 se pueden sentir identificados con las maneras de Ochoa, y algunos otros aficionados del balón con las de Zubeldía y Bilardo. Y en casos más recientes, a muchos colombianos les gustó el Atlético Nacional de Óscar Héctor Quintabani, que tenía semejanzas en cuanto a la forma de juego con el de Maturana, y, a otros, los enamoró el de transiciones rápidas de Juan Carlos Osorio. Además, a otros les llenó la retina la intensidad táctica y los constantes cambios de ritmo del Santa Fe de Gustavo Costas. Porque no a todos los enamora lo mismo.
En la década del 20, cuando en el mundo se jugaba 2-3-5 o 4-1-5 —y sus variantes—, apareció un defensor central que no solo se dedicaba a jugar: entendía el porqué de esos sistemas tácticos y de los movimientos que ellos permitían. Los analizaba y desde su posición visualizaba cómo crear nuevos espacios para lograr lo anhelado por todos: anotar más goles que el contrario. Fernando el Flaco Paternoster le explicaba conceptos a Ludovico Bidoglio, su compañero de zaga, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928. Un año después triunfó en el Campeonato Sudamericano —hoy en día Copa América— con la selección de Argentina.
(Aquí, toda la información deportiva)
Con el combinado albiceleste, Paternoster participó en el Mundial inaugural, el de Uruguay 1930, donde se convirtió en el primer jugador en errar un penalti en esta competición. Esa vez fue José Della Torre —con quien también compartía en Rancig— quien se deleitó escuchando sus indicaciones, que no evitaron que el equipo anfitrión ganara la final, pero que ya le iban dando al ex-Atlanta el prestigio de ser un sabio del balompié. Sus conocimientos los compartió en Argentinos Juniors hasta 1936, año en el que dejó de ser futbolista profesional.
En 1938, Paternoster llegó a Colombia para dirigir al Club Deportivo Municipal —a la postre Millonarios— y a la selección de fútbol, con motivo de los primeros Juegos Bolivarianos, que permitieron inaugurar el estadio Nemesio Camacho El Campín de Bogotá, al cumplirse 400 años de la fundación de la ciudad. Paternoster arribó en una época en la que el mundo ya conocía la WM del Arsenal de Herbert Chapman (tres defensores, dos mediocampistas, dos delanteros interiores retrasados y tres más adelantados) y las maneras en las que se intentaba contrarrestarla.
Aunque promovía un juego de ataque y de constante búsqueda de nuevos espacios, también inculcó algunos conceptos defensivos, que ayudaban en una época en la que eran más los futbolistas ofensivos. Esas ideas las llevó después a Atlético Nacional, y le dio al club antioqueño su primera estrella, en 1954, cuando ya había pasado El Dorado, la era entre 1949 y 1953 en la que algunos de los mejores jugadores del mundo vinieron a Colombia. Tiempos que marcaron la historia del balompié nacional y moldearon varias de sus maneras de entender al más popular de los deportes.
El segundo gran influenciador argentino en el fútbol colombiano fue otro defensor, Carlos Roberto Cacho Aldabe, primer entrenador campeón con Millonarios, en 1949. Fue la primera piedra del Ballet Azul —que deleitó al planeta y que para algunos especialistas de la época era el mejor equipo del mundo—, pues fue el que inculcó la idea de ese fútbol lírico a un plantel al que después se unió Adolfo Pedernera, convencido por él. Y el Maestro, que a los cuatro años ya le pegaba con potencia a la pelota y que fue un enorme delantero, llegó con lo aprendido en La Máquina de River, el cuadro legendario que dominó el fútbol argentino en la década del 40.
Lea también: Jugar de falso nueve tras un desprendimiento de retina, y convertirse en leyenda
Pedernera reemplazó a Aldabe en la conducción del cuadro albiazul, en el que luego Alfredo Di Stéfano, Néstor Raúl Rossi y Alfredo Castillo, entre otros, dejaron un eterno legado. En el Ballet Azul inculcó su amada posesión de la pelota con mediocampistas conceptualmente destacados, la constante postura ofensiva, la amplitud y profundidad con extremos habilidosos y la definición efectiva con certeros centro delanteros. El público bogotano se divertía y con esa visión fue tricampeón con Millonarios entre 1951 y 1953, año en el que los cracks extranjeros retornaron a sus países de origen o emigraron a otros.
“Además de Pedernera, también hablé aquí en Madrid con Di Stéfano y aprendí de ellos algo muy importante: la humildad. Estamos hablando de próceres del fútbol, de gente que inventó el fútbol, y ¡la sencillez que tenían! Poseían un amor gigante por la pelota y el juego. Me reunía con ellos para eso: para que me dijeran cómo defendían, cómo atacaban y cómo veían los partidos”, le contó Ángel Cappa a El Espectador.
Alguna vez, irónicamente, Pedernera, quien les daba tanta importancia a las formas como al objetivo, dijo: “El éxito es el dueño y señor”. Él se enfocaba en la preparación individual de cada dirigido. De hecho, uno de sus consentidos era Francisco Cobo Zuluaga, y en ese entonces le expresó: “Necesitas tener el máximo de movilidad para poder marcar bien al alero. Si puedes reducir un poco de peso, mejor”.
En ese equipo de Pedernera era arquero Gabriel Ochoa Uribe, el técnico más ganador en la historia del fútbol colombiano. No se quedó únicamente con lo aprendido de Pedernera, indagaba a hombres de fútbol de diferentes ideas y moldeó las propias. Inicialmente le preocupaban más los detalles ofensivos. Después no descuidó ninguno. Fue un adelantado en su época para manejar conceptos como el pressing y las transiciones, tan comunes en la actualidad. Entrenaba dos y, a veces, hasta tres veces al día. Su obsesión así lo demandaba.
En Santa Fe, Millonarios y América, entre la década del 60 y finales de los 80, conformó equipos fuertes defensivamente, que intentaban llegar lo más rápido posible al arco contrario, con extremos veloces y mediocampistas dotados para los lanzamientos largos. Cuando se podía, no despreciaba las posesiones largas y la gestación lenta. Un revolucionario del fútbol colombiano, cuyo dominio fue arrebatado, en un tramo de la historia, por el argentino Francisco Pancho Villegas.
Educado bajo la escuela riverplatense, Villegas le dio al Deportivo Cali un juego de pausa y aceleración, de mucho toque, orden en defensa y movilidad arriba, para crear espacios en pro de asistencias que filtraban talentosos mediocampistas. Y logró ser campeón en 1965, 1967 y 1969, con equipos en los que brillaron, entre otros, el goleador Jorge Ramírez Gallego, el brasileño Iroldo Rodríguez de Oliveira y el también argentino Mario Desiderio.
En el año en el que Pancho Villegas conseguía su primer título como entrenador del Cali, en Argentina se gestaba una de las corrientes futbolísticas que marcarían la venidera existencia del balompié de ese país y del colombiano. Una madrugada, Osvaldo Juan Zubeldía tocó a la puerta de la casa de Carlos Salvador Bilardo, jugador de Deportivo Español que lo recibió con insultos porque le estaba interrumpiendo el sueño. Charlaron hasta el amanecer. Zubeldía fue a convencerlo de que firmara con Estudiantes de La Plata y no con Argentinos Juniors. El entonces mediocampista prometió darle una respuesta en 24 horas. Le dijo que sí. Esa conversación, en medio de mates y en la que imaginaron esquemas tácticos que luego se hicieron realidad, surtió el efecto deseado por Zubeldía. La dupla Zubeldía en el banco y Bilardo en la cancha marcó una revolución en El Pincha.
Zubeldía fue un destacado mediocampista de Vélez, Boca, Atlanta y Banfield, que siempre fue exigente consigo mismo y con los que tenía a cargo. En su corto paso por la selección de Argentina, antes del Mundial de Inglaterra 66, promovió un detallado plan de alimentación y de enseñanza de inglés para los jugadores. Sin embargo, se terminó yendo por una ofensa que tuvo la Asociación del Fútbol Argentino con su dupla técnica, Antonio Faldutti.
“Vamos a buscar a buenos jugadores, pero que vayan al frente. Que jueguen, pero que lo hagan durante los 90 minutos. Gente que transpire la camiseta, que sea viva, que luche siempre. Buscamos tipos que corran a todo el mundo, que jueguen para todo el equipo, que les compliquen la vida a los contrarios. En fin, jugadores que rindan”. Ese era su plan para el combinado argentino.
Zubeldía pasaba noches enteras analizando a sus rivales y encontrando nuevas formas de entrenamiento y de juego, con el único objetivo de ganar, sin importar la forma. Con múltiples flechas en pizarrones y trabajos a doble jornada, cambió la historia de Estudiantes de La Plata y la de Atlético Nacional, a donde llegó en 1976 tras negociar con Hernán Botero Moreno, el entonces máximo accionista y presidente de la escuadra verdolaga.
Desde que llegó, Zubeldía cambió todos los métodos de entrenamiento vigentes e impuso sus reglas, con las cuales conquistó el campeonato colombiano en su primera temporada. Repitió título en 1981. De ese equipo surgieron jugadores que después se volvieron técnicos, como Francisco Maturana, Hernán Bolillo Gómez, Eduardo Retat, Norberto Peluffo, Pedro Sarmiento, entre otros. “Al jugador hay que hablarle siempre, explicar las razones de cada determinación”, decía el Zorro, que, por ejemplo, inventó la jugada de cabecear en el primer palo y rematar en el segundo en los tiros de esquina. Que era un amante de equipos ordenados y fuertes defensivamente, de sacarle provecho a cada ítem del reglamento, de las transiciones rápidas y de trabajar el juego aéreo defensivo y ofensivo.
Esas prácticas las aplicó su alumno Bilardo en el Deportivo Cali que fue finalista de la Copa Libertadores 1978, año en el que Pedro Dellacha fue campeón con Millonarios en el rentado local. “Nunca me voy a cansar de repetir que Zubeldía fue mi maestro, tanto en lo futbolístico como en lo humano. Llegué a Estudiantes cuando tenía 25 años y no pensaba ni remotamente que el fútbol iba a ser mi profesión exclusiva. Es cierto que me gustaba de alma, pero me había encaminado decididamente en la medicina. Osvaldo me mostró una nueva dimensión del rol del jugador profesional. Me explicó cómo se puede hacer, con base en un hombre con las cualidades necesarias, un cuidadoso trabajo de orfebre y potenciarlo al máximo. Cuando uno entiende que entrenando se va acercando a la perfección, a rendir al máximo, el fútbol cobra otro significado, es como si se lo volviera a descubrir”, escribió Carlos Bilardo en su libro Así ganamos. La verdadera lucha por la Copa. Y esos conocimientos los acogieron algunos de sus dirigidos, como Fernando Pecoso Castro y Diego Édison Umaña, que luego fueron campeones como estrategas con Cali y América, respectivamente.
Desde Estudiantes también arribó otro histórico argentino, que cambió la vida del Júnior: Juan Ramón la Bruja Verón. En 1977, su compatriota José Varacka dirigió casi todo el campeonato. Por motivos personales tuvo que regresar a Argentina y Verón se desempeñó de jugador y técnico en la primera estrella del club barranquillero. Varacka retornó al Júnior y lo volvió a sacar campeón en 1980. En ese año Francisco Maturana ya tejía sus ideas para ser entrenador.
(Ángel Cappa: “El fútbol está agonizando”)
En 1987 lideró a la selección de Colombia que comenzó a caracterizarse por su juego de posesión y paciencia, que lo hizo vencer a Argentina —que en 1986 había sido campeona del mundo con Bilardo— en su casa en el partido por el tercer puesto de la Copa América de ese año. También impuso ese juego de respeto por la zona en el Atlético Nacional de los “puros criollos” que conquistó la Copa Libertadores en 1989 y en los combinados nacionales que clasificaron a los mundiales de Italia 1990 y Estados Unidos 1994.
“Jugar bien es tener un estilo y defenderlo, traducir los principios, subprincipios y los subsubprincipios (sic) que tiene el juego. Es respetar el juego como tal, a la afición y al rival. En un momento determinado, también es conseguir resultados. La forma como quiero conseguir ese resultado puede ser un premio de consolidación (…) Si tengo buenos cabeceadores, le doy la raya al extremo para que me tire el centro, pero si no los tengo y poseo buenos volantes centrales que hacen cobertura, no le daría la raya al extremo y lo invitaría a que juegue hacia el centro para que ahí se pudiera hacer el doblaje. Hay que tratar de conjugar el orden y el desorden. Orden para defender y desorden para atacar. Debe haber un patrón, un modelo de juego, que permita a los jugadores entender lo que sus compañeros harán tanto en defensa como en ataque. A mí me gusta la intensidad, pero la táctica, no la de correr y correr. La intensidad táctica es que en una jugada haya cinco o seis jugadores involucrados en ella, así estén en costados diferentes”, explicó Maturana en diálogo con este diario.
Esos principios y subprincipios fueron asimilados e implementados por su asistente, Hernán Darío Bolillo Gómez, quien clasificó a Colombia a Francia 1998. Aquel estilo que tuvo su efervescencia en la década del 90 es el que muchas veces ha sido catalogado como el del fútbol colombiano, como su identidad. Es el que recuperó José Néstor Pékerman —formador argentino que aprendió en su era de futbolista de Juan José Pizzuti— en las eliminatorias a Brasil 2014, antes de alinear equipos con bloques más retrasados, como lo fue el de Rusia 2018. Pero, como se ha explicado, no es el único que ha tenido la selección y los equipos del balompié nacional.
Por ejemplo, algunos hinchas que vieron al América de los 80 se pueden sentir identificados con las maneras de Ochoa, y algunos otros aficionados del balón con las de Zubeldía y Bilardo. Y en casos más recientes, a muchos colombianos les gustó el Atlético Nacional de Óscar Héctor Quintabani, que tenía semejanzas en cuanto a la forma de juego con el de Maturana, y, a otros, los enamoró el de transiciones rápidas de Juan Carlos Osorio. Además, a otros les llenó la retina la intensidad táctica y los constantes cambios de ritmo del Santa Fe de Gustavo Costas. Porque no a todos los enamora lo mismo.