Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Ganas, empeño e intensidad. Ese fue el mínimo común denominador en el juego entre Millonarios y Águilas Doradas. Todos sudando hasta la última gota, dejando todo dentro del terreno de juego. Apostando a las transiciones rápidas de defensa a ataque, veloces proyecciones por los costados, pero sin ideas. Sin un jugador que apareciera para poner pausa y pensar. Terminaron igualados 1-1 en el estadio El Campín, los azules tuvieron el encuentro para ganar, pero fallaron en defensa y vieron como con un autogol de Omar Barreto los antioqueños terminaron sacando un punto de su visita a Bogotá.
Estudio, análisis. Así arrancó el juego entre Millonarios y Águilas Doradas de Itagüí. Con cada equipo examinando las líneas del rival, observando las fortalezas, las debilidades, la forma de defenderse, de atacar… todo. No hubo un gran dominador. Ninguno se atrevió a tomar las riendas del juego. Cuando el cuadro embajador intentaba controlar, los antioqueños presionaban, siempre tenía un jugador encima, atento a no dejar pasar, a no dejar jugar. Y cuando los azules lograban hacer más de cinco pases seguidos, la visita se atrincheró con una doble línea de cuatro para no otorgar ningún espacio. En el momento que recuperaban el esférico, salieron con velocidad, pero sin profundidad, ni sorpresa.
Con el pasar de los minutos, el partido fue obligando a Millonarios a tomar el control. Pases iban y venían de lado a lado, poco se vio la verticalidad. En el momento que se intentó, aparecieron las faltas, el juego cortado. Todo en la mitad de la cancha, pero las jugadas de peligro no llegaban, parecían estar para otro compromiso. Se tuvo que esperar 34 minutos para que se generara el primer remate directo a portería. Llegó en un tiro de esquina para Rionegro, que el defensor Hanyer Mosquera finalizó con un cabezazo. El arquero Wuilker Fariñez apareció para salvar a los locales, para ahogar el grito de gol y darle esperanza a los incrédulos fanáticos que veían como los antioqueños complicaban al equipo de sus amores.
Los albiazules intentaron sacar a sus laterales, ser más profundos. Jair Palacios y Felipe Banguero empezaron a ser protagonistas. La idea era clara: si no podían con el toque corto, lo harían con pelotazos profundos, apostando a la velocidad. No obstante, la visita leyó bien el cambio de juego de los locales, que empezaron a ser más incisivos, a tener más intensidad, pero el remate a portería no llegaba. No aparecían las ideas, Cristian Marrugo no fue un jugador diferente, no apareció una pared o una combinación para quebrar la zona defensiva de los antioqueños. Todo se limitó a proyecciones de Palacios y Banguero o uno que otro pelotazo sin dirección.
Sin embargo, en el fútbol no hay que jugar bien para ganar. Estos partidos difíciles, en el que los rivales se defienden y complican son un escollo que hay que superar a como dé lugar. Eso lo tenía claro Miguel Ángel Russo y su Millonarios. Solo hacia falta aprovechar un momento de desconcentración, un pestañeo. Y eso sucedió a los 60 minutos en un saque de banda. Los jugadores de Águilas Doradas se quedaron peleando con el árbitro, mientras que los azules pusieron en juego el balón, Marrugo asistió al defensor Andrés Felipe Cadavid, quien solo, sin presión alguna, sacó un fuerte derechazo rastrero, que se volvió imposible para el arquero Lucero Álvarez.
El balón fue imparable. La estirada de Álvarez fue tardía y todo terminó en el grito de gol de los hinchas embajadores. Una anotación anhelada, una felicidad indescriptible. Millonarios no jugaba bien, no había realizado ningún remate a portería y en el primero que tuvo, cobró. Ese disparo de Cadavid hizo que a los hinchas azules se les hinchara el pecho de emoción. Un solo tiro había sido necesario para celebrar en El Campín. Todo parecía dado para que los locales se quedaran con el triunfo, para que sumaran tres puntos más en la Liga Águila. Empero, el entrenador Jorge Luis Bernal no iba a dejar que un despiste lo dejara con las manos vacías.
El estratega hizo los cambios respectivos para que Águilas Doradas tomara otra cara (Édinson Toloza por Roque Caballero; Omar Vásquez por Leandro Velásquez y Luis Hurtado por Álvaro Angulo). Fue un cambio de planteamiento de 180 grados. La idea: que su equipo diera un paso adelante y atacara a un Millonarios que no se había mostrado fuerte en la zona defensiva. Empezaron a generar opciones. Luis Hurtado tuvo una oportunidad, pero apareció la humanidad de Cadavid para salvar a los azules. Después llegó la jugada esperada por los visitantes: Fredy Hinestroza ganó un balón por izquierda, metió un centro rastrero y de atrás llegó Daniel Muñoz, ganándole la posición a Felipe Banguero y a Oscar Barreto, quien fue el que terminó empujando el balón al fondo.
Fue un tanto que le devolvió el alma al cuerpo a los antioqueños. Tuvieron que remar durante 16 minutos. Pero la anotación parecía marcar justicia, esa palabra poco sonada en el fútbol y mucho menos aplicada. Este es un deporte del que sabe aprovechar las oportunidades y Millonarios lo hizo, pero no supo defender la ventaja. El encuentro se fue, con alguna intensidad por parte y parte, pero sin generar la oportunidad para marcar la diferencia al final del juego. Igualdad a uno entre bogotanos y antioqueños.