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Ni los años han mermado el ímpetu que mostró Arturo Segovia en las canchas del país. Ese estado físico que tenía en los años 60 y 70 parece mantenerse intacto. Sube los cinco pisos para llegar a su apartamento sin mayores inconvenientes. A pesar de los 74 años que tiene nunca se queda quieto, siempre está buscando algo qué hacer. Con frecuencia camina por las calles del barrio el Recodo en Fontibón, donde los celadores y vendedores ambulantes le saludan. Lo único que detiene su marcha es el fútbol. Cuando ve a niños con un balón en sus pies, los ojos se le iluminan. Se queda inmóvil, con la vista perdida, como si estuviera rememorando aquellas épocas cuando brillaba en el fútbol nacional.
Este deporte lo enamoró desde temprana edad. Desde que era un niño en Soledad, Atlántico, y encontró en cualquier esquina, en cualquier terreno o calle, el campo necesario para jugar un partido, para correr detrás de un balón. “Tuve muchos problemas por el gusto por el fútbol. A mí me nació. No tuve escuela dónde practicar, fue algo que creció en la calle”, recordó Segovia. Su mamá, Edicta Pacheco, fue su apoyo incondicional, pero su papá, quien llevaba su mismo nombre, nunca estuvo de acuerdo. Siempre quiso que estudiara y sacara una carrera adelante. Pero como lo prohibido es lo más anhelado por una persona joven, pues Arturo Segovia lo que hacía era escaparse después de terminar clases en el colegio y meterse a jugar en cualquier campo deportivo con sus amigos.
La angustia se comenzó apoderar de su mamá porque siempre llegaba muy tarde después de clases. Así que para evitar que esto siguiera sucediendo, doña Edicta Pacheco se ideó la manera de ayudarlo. La fórmula fue eficaz. Creó un equipo de fútbol llamado Estudiantes y se echó todo el proyecto a los hombros. Combinó su puesto en la plaza de mercado con ayudar a su hijo a ser futbolista. Para recolectar el dinero para los uniformes, hacía fiestas. Ella se encargó de todo y lo logró. La indumentaria del equipo era parecida a la que ahora utiliza el Júnior de Barranquilla: blanca con franjas rojas, pantaloneta azul y medias blancas.
A mediados de la década de los 50, cuando la época del Dorado ya había terminado y en Barranquilla no participaba en el torneo profesional, Arturo Segovia comenzó a mostrar sus virtudes con el balón. Ese estado físico, que siempre se le destacó, estaba en ascenso, y tras un año con el equipo de su mamá su tío, Benancio Pacheco, lo vio y quedó encantado. Era un ‘brujo’ dentro del terreno de juego. En ese tiempo Pacheco era el técnico de la Selección de Soledad, así que llamó a Arturo Segovia para que hiciera parte de ella. En ese equipo jugó con Ascanio Araujo y con Rafael Otero, que también llegaron a jugar fútbol profesional con el Atlético Bucaramanga.
Ese fue el trampolín que necesitó para darse a conocer en tierras atlanticenses. Aunque no ganó torneos con la Selección de Soledad, la figura de Arturo Segovia se empezó a conocer a nivel regional. Sus constantes proyecciones al ataque por el costado derecho, su fortaleza y su enjundia dentro del campo no pasaron desapercibidas. La empresa Celanese puso sus ojos en él para participar en su equipo semiprofesional y de ahí pasó a la Selección Atlántico, en la que alcanzó sus mayores logros como amateur: campeón de los Juegos Nacionales en Cartagena.
Después de la algarabía del triunfo llegó su momento de jugar en primera división. A pesar de que en aquel momento Barranquilla no gozaba del fútbol profesional, si jugó con Colombia en los Bolivarianos de 1961 y, gracias al convenio que existía para que todo equipo que fuera a jugar a Santa Marta, al día siguiente tuvo que ir a la capital del Atlántico a disputar un encuentro. En uno de esos partidos, Segovia brilló y abrió los ojos del Deportes Tolima. Marcos Martínez, quien era el kinesiólogo del equipo, fue el encargado de llamarlo.
– Arturo, te queremos en Ibagué. Vente que aquí nos encargamos de ti – Le dijo Martínez a Segovia, en una de sus visitas a Barranquilla.
No lo pensó mucho. El fútbol lo enamoró. Era lo que quería hacer. Así que empacó maletas y viajó a Ibagué. El Tolima de 1962 no era un equipo que peleara campeonatos, era de media tabla hacia abajo. La persona que manejaba el equipo era el doctor Guzmán Molina, quien hizo lo humanamente posible para tener bien a los jugadores. Pero su problema más grave fue el de los sueldos. Nunca logró cumplir. “Los jugadores esperábamos la quincena frente de las oficinas del equipo que quedaban en un quinto piso. Nos quedábamos abajo esperando la salida de la secretaria, pero casi siempre salía con cara de tragedia diciendo que no había plata”. A pesar de los inconvenientes económicos, siempre contrató vivienda y alimentación para los jugadores.
Ibagué lo recibió bien, allí conoció a su esposa, Betty, y fue en el equipo de la capital tolimense donde se dio conocer por su versatilidad en el terreno de juego. En el estadio San Bonifacio jugó de todas las posiciones. “Comencé de volante ocho, pero también jugué de marcador de punta, delantero, mediocampista ofensivo, de todo”. Lo hizo porque el plantel era muy reducido, así que no había muchas opciones de cambios si alguien se lesionaba. “Cuando faltaba alguien por molestias físicas se escuchaba la voz del técnico: necesitamos un marcador de punta, Arturo, le toca. Volante, Segovia. Fui todero. Eso me enseñó a desempeñarme dentro del terreno de juego”. Gracias a esa función logró anotar 16 tantos, la mayor cantidad en cualquier equipo de los que jugó.
Su historia con Garrincha
En 1966 Júnior regresó al fútbol profesional y con él llegaron una buena camada de brasileños: Othon Da Cunha, Othon Valentín, Quarentinha, Pepe Romeiro, Dida, pero el más especial de todos fue Garrincha. Fue especial en el sentido de lo que él significaba, era un jugador de una gran condición técnica, rápido, con buena gambeta. Hizo ver fácil el ‘jogo bonito’. Con la camiseta del Júnior jugó apenas un partido y fue en 1968. “Lastimosamente no logró acomodarse, porque parece que tenía problemas sentimentales debido a su relación con Elza Soares”, recuerda Arturo Segovia.
En esa época era volante y llegó al cuadro barranquillero en 1966 por escasos $80.000, y a Manuel Francisco dos Santos o Garrincha solo conocía por una anécdota que le había contado el central del Independiente Medellín, “Canocho” Echeverri. “Nunca voy a olvidar las palabras de Canocho la primera vez que lo enfrentó jugando contra el Botafogo y tuvo que marcarlo. El primero en salir al campo fue Medellín y cuando lo hacía el equipo brasileño, Canocho lo vio correr y dijo: ¡Uy! qué suerte la mía, me tocó el cojo. No sabía la culebra a la que me enfrentaba. Me pegó un baile”, dijo entre risas. Segovia todavía recuerda ese comentario.
Cuando Arturo Segovia conoció a Garrincha en el hotel Majestic de Barranquilla, quedó sorprendido. Era un personaje. “Me decía garroto y me mandaba a que le comprara cosas. En ese tiempo ya Garrincha era maduro, llegó al Júnior con exceso de peso, apenas se estaba poniendo a tono, pero al final optó por no seguir jugando y se marchó. Se fue aburrido. Tenía seis hijos y la soledad lo estaba matando en Barranquilla”. A pesar del corto tiempo que duró el brasileño en el país, al ‘Brujo’, como se conocía a Segovia, le dejó un grato recuerdo:
“Me iba para los entrenamientos con él, era un tipo muy agradable, me hacía reír mucho. Salía con unas cosas que impresionaban. Me contó una cantidad de cuentos que había vivido. Incluso en su habitación mandó poner una hamaca porque no le gustaba dormir en camas. Era una persona increíble. Pero lo que más recuerdo son sus consejos. Me habló mucho de la humildad y me insistió para que fuese un buen padre”.
En ese único partido que jugó Garrincha con el Júnior estuvo Segovia. Las imágenes de aquel encuentro se perdieron con los años, pero el soledeño nunca olvida la calidad de aquel jugador brasileño que se fue triste y aburrido por la soledad de Barranquilla. “En lo poco que hizo en ese encuentro demostró su calidad. Hizo dos amagues y hasta el público cogió para el otro lado, de la gambeta tan espectacular que mandó”.
Lesión y consagración
Después de un buen paso por Júnior de Barranquilla, que incluso le sirvió para ser convocado a la Selección Colombia por Francisco 'El Cobo' Zuluaga para disputar las eliminatorias a México 1970, donde enfrentaron a Paraguay, Venezuela y Brasil. En 1971 pasó brevemente a América de Cali pero lamentablemente no le fue bien. Un golpe en la rodilla lo hizo perderse buena parte de la temporada y durante ese tiempo que estuvo parado se engordó. Parecía que la calidad que siempre le acompañó se estaba perdiendo. Pero fue ahí cuando apareció el médico Gabriel Ochoa en su vida deportiva.
– Arturo, ¿quiere venir a Millonarios? – le preguntó el entrenador.
Segovia no lo pensó dos segundos. El sí salió casi al instante que Ochoa terminó la pregunta. Así que viajó a Bogotá en 1972, se realizó los exámenes médicos correspondientes y su primera tarea fue bajar siete kilos de más que tenía. El régimen impuesto por Gabriel Ochoa fue clave. Una dieta basada en vegetales y doble jornada de entrenamiento. La primera en la mañana, con el cuerpo técnico, y la segunda en la tarde con “El Mono” Rubio, exjugador y preparador físico del equipo. En poco tiempo se puso a tono y no pasó mucho tiempo desde su llegada al cuadro albiazul cuando el técnico lo puso a debutar.
El lunes, después de un partido en Ibagué que Millonarios perdió 1-0 contra Deportes Tolima, Ochoa llamó aparte a Arturo Segovia y le dijo: “pilas que el domingo debutas contra Nacional”. Su reacción fue de asombro. El lateral Gabriel Hernández era el dueño de esa posición y nunca pensó que la oportunidad le llegara tan rápido.
El domingo esperado llegó y un vacío comenzó a llenarle el pecho. Esa emoción de volver a la titular era inexplicable. “Para ese partido tenía que cubrir a uno de los mejores jugadores que tenía en ese entonces Colombia, Víctor Campaz, quien jugaba de puntero izquierdo. Con Víctor éramos “panas” y cuando íbamos a comenzar el encuentro me le acerqué y le dije: Víctor, voy a debutar, ponte de puntero derecho. Él me respondió: tranquilo. Nunca lo vi nunca por ese costado. Ganamos 3-0”. Así comenzó su historia como jugador emblema de Millonarios de los 70. De hecho, con el equipo ganó los títulos de 1972 y 1978.
Al mismo tiempo se convirtió en habitual convocado a la Selección Colombia. Fue el capitán del seleccionado que en 1973 estuvo a las puertas de clasificar al Mundial de Alemania 1974 -quedó por fuera por diferencia de goles con Uruguay- y del combinado que en 1975 quedó subcampeón de la Copa América. “Teníamos una gran selección, jugadores con mucha calidad, pero en ese tiempo uno como jugador era muy dejado. Algunos no le ponían ganas y lamentablemente no logramos ganar nada”. Sin embargo tiene vivas las imágenes del encuentro contra Perú en Venezuela en el que Colombia perdió el título.
“Después de ganar en Bogotá y perder en Lima, el tercer partido lo jugamos a las 48 horas de haber jugado el segundo. Lamentablemente los dirigentes se dejaron meter un gol de los peruanos que pudieron reforzarse para ese encuentro. Aunque nosotros estábamos físicamente bien, en Caracas, donde se jugó ese encuentro definitivo, cayó un aguacero que fue bien aprovechado por ellos y nos ganaron 1-0. Nosotros tuvimos varias ocasiones para igualar y recuerdo en especial una de Víctor Campaz al minuto 90, pero lamentablemente no entró”.
En 1978 empezó a decirle adiós al fútbol después de muchos años de carrera. Ya para ese entonces le decían viejo. Incluso le regalaron una caricatura que hicieron de él con el uniforme de la Selección Colombia y un bastón. Ese año llegó el argentino Pedro Dellacha como técnico de Millonarios y Segovia fue relegado totalmente. No era tenido en cuenta. Por esa razón, a a pesar de salir campeón con el equipo, entendió que era el momento de retirarse. Le llegó una oferta del Deportes Tolima pero la rechazó. Ya no quería mudarse y se había encariñado con Bogotá. Sus tres hijas, Jasbleidy, Betty y Karina estaban contentas. Por eso decidió no moverse de la capital.
Después de su adiós se vinculó con la empresa Envases Diana. Tenía un equipo de fútbol y Segovia se encargó de manejarlo. Fueron tres o cuatro meses con guayabo tras el retiro del fútbol profesional, y aún lo recuerda reflexionando cómo la vida del futbolista tiene muchas comodidades que la gente del común no tiene. “Las cosas se facilitan debido a que todo el mundo lo conoce a uno. Hay más ayudas en colegios, es un mundo aparte”. Sin embargo nunca pensó en volver. La decisión estaba tomada. A partir de ahí comenzó el rebusque diario. Empezó a hacer viajes a Panamá para traer productos pero después le dijo a su esposa que tomara las riendas del negocio.
Años después se separó de ella y se radicó solo en el sector de Fontibón, donde sigue en la brega por impulsar el fútbol, aunque sabe que la parte económica es lo más difícil. “Trato de conseguir empresas que colaboren para conseguir uniformes, sigo tocando puertas para ayudar a los jóvenes talentosos. Es complicado pero la idea es motivarlos para que sigan practicando”. Claramente, las cosas ya no son como antes. Después de trabajar hasta el año pasado como contratista en la Registraduría Nacional, el rebusque diario es complicado. “Menos mal no pago arriendo porque si no, sería más difícil”.
Después de casi 18 años como profesional, dos veces campeón nacional y muchas otras seleccionado, hoy Arturo Segovia no goza de una pensión y, para él, hablar de ese tema es tiempo perdido. “Ya ni sé en qué va eso, hace rato dejé de seguirle la pista, nunca me respondieron. Lamentablemente hay muchos jugadores de mi generación que siguen en la misma pelea sin muchas opciones”. Por eso Arturo Segovia siempre está pendiente de buscar trabajo. Tiene 74 años y nunca ha dejado de pensar en el fútbol. Cuando puede, orienta a los jóvenes de El Recodo que ya lo conocen. Los que no lo tienen tan claro son algunos hinchas, que desconocen que Millonarios tuvo en los años 70 un lateral contundente que se ve siempre en las fotos junto a Willington Ortiz o Alejandro Brand.
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