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Empecé a jugar fútbol a los seis años, con pelotas de trapo. Recuerdo que tomábamos las medias de mi mamá y mis hermanas y las enrollábamos. Siempre tapé. Nací con vocación de arquero. A los 13 años, cuando se creó la liga de fútbol de menores en Barranquilla, me inscribí en el equipo Millonarios y en 1938 salimos campeones. Supe entonces que no tendría un destino distinto para mi vida.
En el colegio tuve buenos técnicos y me esmeré por practicar en mi casa ejercicios de salto. Eso me permitió tener una agilidad sorprendente. Mis hermanos se burlaban a veces, pero aguantaba. Mis papás jamás intervinieron en mi carrera deportiva.
Entendí muy joven que podía ser un gran jugador. Recuerdo que en el Mundial de 1934 salían, en los caramelos, las figuritas de los jugadores de fútbol. Ahí aparecía Ricardo el Divino Zamora, el famoso arquero español. Era una foto chiquita que uno metía en agua y se revelaba. Ahí se me metió que quería ser tan famoso como él. Ese Mundial lo seguimos a través de un radio General Electric que cogía todas las emisoras del mundo. Increíble. Mis hermanos (éramos seis varones y dos mujeres) siempre pegados a la radio.
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Esos tiempos de juventud eran hermosos. Del colegio me iba todas las tardes al estadio Romelio Martínez caminando. Me tardaba 30 minutos. Iba allá a recoger balones para entregárselos a los arqueros. Cuando ellos no venían, me ponía a tapar. Del arco a donde caían las pelotas había una distancia de unos 40 metros. En esa época los equipos entrenaban apenas con dos balones, no como ahora que tienen hasta para botar. Entonces pateaban y tocaba ir rápido a recoger la pelota, volver a entregarla y tapar de nuevo. Así me la pasaba todo el año. Lo mío era el fútbol, siempre lo fue, pero al lado del estadio Romelio había un campo de béisbol y allá me lesioné los ligamentos de la rodilla izquierda jugando. Fue terrible. Además, un médico me jodió la otra rodilla en el hospital, pues me infectó con una aguja.
El entrenador del Caldas de Barranquilla, Severiano Lugo, habló con un médico del Atlántico y le pidió que no me operara, que me curara drenándome los líquidos que se me acumularon. Durante los primeros días de mi lesión deliraba, soñaba que estaba en la Segunda Guerra Mundial (estábamos en guerra, efectivamente) y las bombas estallaban muy cerca de mí. Vivía con mucho dolor todo el día. Solo una persona hacía el milagro de espantar mis dolores: la niña Xioma, mi esposa hace ya 65 años. Estábamos de noviecitos en esa época. Apenas la veía en casa, se me quitaban los malestares. Pero apenas se iba volvía a gritar: “Ayayayyy”. Tardé más de seis meses en recuperarme. Tenía apenas 16 años. Pensé que mi sueño del fútbol llegaba hasta ahí.
Pero me recuperé. Y en el 44 me fichó el Caldas de Barranquilla. Era fútbol aficionado, pero medianamente organizado. ¡La gloria! Debuté en un clásico ante el Júnior que ganamos 3-2. Estaba muy nervioso y mamá me dio valeriana para la ansiedad. En esa época no se usaban guantes. Era a pura mano pelada. Ese día lo tapé todo. Salí en hombros.
Del Caldas pasé al Fortuna de Barranquilla y allí me consolidé. Entonces me escogieron para la selección de Colombia y yo feliz. Pero era muy goloso. Apenas salíamos de almorzar, siempre me comía un helado. Me iban a echar de la selección por tragón. Poco después, en los Suramericanos de Guayaquil (Ecuador), me fue increíble. Por arriba nadie me ganaba, era un obelisco. Al cuarto partido ya era una estrella. En esas, en el lobby del hotel del equipo argentino me encontré con René Alejandro Pontoni, el gran centro delantero del San Lorenzo de Almagro. Él me dijo: “Negro, ¿te gustaría tapar para el San Lorenzo?”. “Esa es mi gran ilusión”, le dije. Deshice un contrato verbal que tenía con el Guadalajara de México y terminé en febrero de 1948 en Buenos Aires. Pasé de una ciudad con 276 mil habitantes a una con tres millones y medio.
Me fui un día a cine para distraerme y me tocó una película romántica. Pura lágrima toda la película y me puse a llorar de nostalgia. Al llegar al hotel prometí no llorar a no ser que tuviera un duelo familiar. Me calmé, me curé de espantos y me puse a jugar. Todos mis cariños me tocó resolverlos a punta de cartas. Seguimos con Xioma a distancia. ¡Y nos queríamos religiosamente! A finales de ese año regresé a Barranquilla y tomé arrestos para pedir su mano. Nos casamos en febrero de 1949 en la iglesia del Perpetuo Socorro de Barranquilla, donde estaba la Virgen del Socorro. A esa Virgencita le pedía, estando en el colegio, que me ayudara a ser un arquero famoso.
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Trece años después, en el Mundial de Chile, se me hizo el milagro cuando el periodista Pedro Escartín escribió: “Efraín Sánchez, el Zamora suramericano”.
Ya en Argentina, en mi primera entrevista con un reportero del periódico Crítica, me preguntaron dónde había nacido y les conté que en Barranquilla. Él dijo: “Pero si de allá es el caimán, como el de la canción de José María Peñaranda”, y entonces puso: “El Caimán nos lo envían de Barranquilla y viene a probar suerte en San Lorenzo”. Ese fue el equipo que me dio la fama, junto con el Medellín. Estuve dos años en Buenos Aires, pero por esa época los grandes jugadores del mundo llegaron a Colombia cuando se abrió la liga profesional. Me devolví y el América me ofreció jugar. Luego pasé al Cali, pero allá tuve un año negro. Salté al Júnior con un año más aceptable. Después a Santa Fe y de ahí al Medellín. Luego me fui a México. En Guadalajara me contrataron en el Atlas. Tuve actuaciones brillantísimas a finales de los años 50 y hasta me nombraron capitán de ese equipo. Poco después se vinieron las eliminatorias. Entrenábamos bajo las órdenes del mítico Adolfo Pedernera. Por fin clasificamos a un Mundial, el de Chile 62. En la selección teníamos dos figuras: Maravilla Gamboa y Cobo Zuluaga. En el primer partido del Mundial le íbamos ganando a Uruguay, pero los lesionaron a los dos y no pudieron jugar más. Quedamos con nueve hombres porque en esa época no había cambios, los 11 que entraban eran los 11 que terminaban. Así, con nueve hombres, perdimos 2-1.
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Después vino el partido inmortal del 4-4 contra Rusia. Ese día saqué de todo. Fue histórico. Hubo hasta gol olímpico. Después perdimos contra Yugoslavia 5-0. El arquero de ellos fue la figura. De lo contrario les habríamos ganado o empatado como a Rusia. Fue un marcador mentiroso.
Mis últimos equipos fueron nacional y Millonarios. Luego fui técnico en varios clubes y selecciones nacionales. También lo disfruté, gané y perdí, pero siempre me consideré ante todo jugador. El fútbol es lo más hermoso que hay y a ese deporte le debo todo.