Emerson Rodríguez: de Buenaventura al mundo
A propósito del microciclo de la selección de Colombia que empieza hoy bajo la dirección de Reinaldo Rueda, hablamos con el volante embajador, convocado por ser una de las revelaciones de la Liga BetPlay.
Andrés Osorio Guillott
“Siempre me han gustado el balón y el mar. Eso está junto. A los doce años empecé a entrenar en la escuela Cerro Porteño, que fue adonde me llevó mi tío Cristóbal. Esa escuela se terminó y pasé a la escuela Deportivo Buenaventura, que esa ya era de mi tío, que siempre ha sido amante del deporte. Yo estudiaba en las mañanas, siempre me llevaba el almuerzo y comía en el colegio; a las 2:00 de la tarde me iba a entrenar hasta las 6:00, y de ahí me iba en bicicleta o me iba trotando cuando estaba lloviendo. A veces, cuando terminábamos de entrenar, nos tirábamos al mar con Juan José, con Bayron, con todos mis compañeros. Jugábamos a que nos llevara la corriente. Yo era feliz. Esos recuerdos le hacen valorar a uno más las cosas”, dijo Emerson, recordando y añorando que algo de ese pasado en familia se repita, rememorando también ese contraste del color oro de la tierra, de las calles sin pavimentar y del “gris luminoso” —como dice el escritor Tomás González—, que proviene del esplendor de las playas de Buenaventura, la tierra natal de la nueva promesa de Millonarios que hoy estará junto a 22 jugadores —tres más del cuadro embajador— adicionales del fútbol colombiano en el primer microciclo de Reinaldo Rueda como director técnico de la selección de Colombia.
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Su nombre, que bien refleja la pasión de su padre, pero en general de su familia, por el fútbol brasileño, dice mucho también de su estilo de juego y de lo que quiere demostrar en la cancha. Y así como lleva en la sangre el fútbol, también lleva el baile y los sabores del Pacífico.
“El sazón, la salsa, eso se lleva en la sangre, eso no se aprende, eso ya viene ahí”, afirmando así que lleva el son que caracteriza al pueblo de Buenaventura, ese que en sus casas emana la alegría, el olor a pescado, cocado de camarones, cazuela de mariscos, y que en más de una ocasión ha sonado a champeta, a salsa, pero en especial a esa que con orgullo no solo en sus calles, sino en todo el país, se canta y dice que “en la costa del Pacífico hay un pueblo que lo llevamos, en el alma, se nos pegaron y con otros lo comparamos, allá hay cariño, ternura, ambiente de sabrosura, los cueros van en la sangre del pequeño hasta el más grande”.
Emerson extraña su tierra. Reconoce que la distancia con sus padres es uno de los sacrificios más grandes, y que no poder ir a visitarlos por la pandemia no ha sido fácil. Sin embargo, habla con ellos y se esfuerza para seguir correspondiendo a su confianza y su apoyo constante.
Y si bien está lejos de la cancha de piedras, arena y barro, donde entrenaba con su tío Cristóbal, en su casa algo de ese ambiente jovial se revive con Juan Moreno y Diego Abadía, arquero y delantero de Millonarios que, al igual que él, son frutos de la cantera azul y son discípulos de Cerveleón Cuesta, que les insiste en darlo todo siempre, y de Alberto Gamero, que les dio la confianza y la pauta para no olvidar sus orígenes ni perder sus horizontes.
“Siempre me han gustado el balón y el mar. Eso está junto. A los doce años empecé a entrenar en la escuela Cerro Porteño, que fue adonde me llevó mi tío Cristóbal. Esa escuela se terminó y pasé a la escuela Deportivo Buenaventura, que esa ya era de mi tío, que siempre ha sido amante del deporte. Yo estudiaba en las mañanas, siempre me llevaba el almuerzo y comía en el colegio; a las 2:00 de la tarde me iba a entrenar hasta las 6:00, y de ahí me iba en bicicleta o me iba trotando cuando estaba lloviendo. A veces, cuando terminábamos de entrenar, nos tirábamos al mar con Juan José, con Bayron, con todos mis compañeros. Jugábamos a que nos llevara la corriente. Yo era feliz. Esos recuerdos le hacen valorar a uno más las cosas”, dijo Emerson, recordando y añorando que algo de ese pasado en familia se repita, rememorando también ese contraste del color oro de la tierra, de las calles sin pavimentar y del “gris luminoso” —como dice el escritor Tomás González—, que proviene del esplendor de las playas de Buenaventura, la tierra natal de la nueva promesa de Millonarios que hoy estará junto a 22 jugadores —tres más del cuadro embajador— adicionales del fútbol colombiano en el primer microciclo de Reinaldo Rueda como director técnico de la selección de Colombia.
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“El sazón, la salsa, eso se lleva en la sangre, eso no se aprende, eso ya viene ahí”, afirmando así que lleva el son que caracteriza al pueblo de Buenaventura, ese que en sus casas emana la alegría, el olor a pescado, cocado de camarones, cazuela de mariscos, y que en más de una ocasión ha sonado a champeta, a salsa, pero en especial a esa que con orgullo no solo en sus calles, sino en todo el país, se canta y dice que “en la costa del Pacífico hay un pueblo que lo llevamos, en el alma, se nos pegaron y con otros lo comparamos, allá hay cariño, ternura, ambiente de sabrosura, los cueros van en la sangre del pequeño hasta el más grande”.
Emerson extraña su tierra. Reconoce que la distancia con sus padres es uno de los sacrificios más grandes, y que no poder ir a visitarlos por la pandemia no ha sido fácil. Sin embargo, habla con ellos y se esfuerza para seguir correspondiendo a su confianza y su apoyo constante.
Y si bien está lejos de la cancha de piedras, arena y barro, donde entrenaba con su tío Cristóbal, en su casa algo de ese ambiente jovial se revive con Juan Moreno y Diego Abadía, arquero y delantero de Millonarios que, al igual que él, son frutos de la cantera azul y son discípulos de Cerveleón Cuesta, que les insiste en darlo todo siempre, y de Alberto Gamero, que les dio la confianza y la pauta para no olvidar sus orígenes ni perder sus horizontes.