Gabriel Ochoa Uribe abrió el camino para los técnicos colombianos
Así fueron los primeros tiempos del entrenador más ganador que ha tenido el fútbol colombiano. Ganar siempre fue lo único. ¿A qué jugamos?, nueva entrega.
Thomas Blanco
Diciembre de 1972, todavía no había campeón. Faltaba el triangular final entre Millonarios, Deportivo Cali y Júnior. Todos se fueron de vacaciones, los extranjeros regresaron a sus países. Pero Gabriel Ochoa Uribe se metió a la oficina de Ignacio Klein, presidente de Millonarios, y le hizo una exigencia. “Necesito que nos mande a todos para San Andrés”.
Y así, el plantel, con sus familias, se fue a la playa a pasar las vacaciones. Todos estaban en el mismo hotel. Almorzaban juntos, cenaban juntos, jugaban dominó juntos. Y Gabriel Ochoa, en compañía de Cecilia Perea, su esposa, fortaleció el aura del plantel para salir campeón.
Mire el especial⚽: ¿A qué jugamos? Identidad e historia del fútbol colombiano
“Cuando los otros equipos llegaron, nosotros ya estábamos listos, muy contentos y unidos como seres humanos por lo que había hecho el club. Estábamos listos para dar una respuesta: la décima estrella. Esos detalles son realmente de un estratega y un hombre con autoridad, porque lo que pedía Ochoa lo hacía el club. Yo me convencí y hoy puedo decirlo: Ochoa era más un estratega que un táctico en la cancha. No era el hombre de mucho trabajo táctico, sino que tenía toda la información de los adversarios, sabía dónde les dolía el juego, cuáles eran sus virtudes y los invitaba a jugar de la forma que él lo decidiera”, rememora Julio Comesaña, ilustre volante combativo del 4-2-3-1 de aquel Millonarios modelo 72, que contenía, tal vez, el tridente más completo que ha tenido el fútbol colombiano y una de las mejores obras del médico: Alejandro Brand, Jaime Morón y Willington Ortiz.
El primero, el tipo cerebral que hacía pases de una mente dotada. El segundo, un velocista, sin la técnica más depurada de todas, pero que era un cuchillo para marcar goles. Y el último, un tímido jugador de Tumaco que, en su primer año como profesional, ya los deleitaba a todos con su desborde, velocidad, fuerza y goles.
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“Cuando llegué jugaba de 10 por el centro, pero en ese momento estaba Brand y el médico debía reinventarme para que fuera un complemento. Él me dijo: ‘Tú puedes jugar en la banda y te voy a explicar cómo’. Soy una obra de él porque me acondicionó a una nueva posición y me ayudó a ser exitoso en la vida y como persona”, recuerda Willington, para muchos el jugador más talentoso que ha tenido el fútbol colombiano. “La base de su trabajo era el trabajo físico, sus equipos eran muy físicos. Para ganarles a los equipos del médico tenías que correr, pero correr”, agrega quien junto a Morón, tal cual pasa hoy, tenía la inédita e impopular responsabilidad en esa época de descender a trabajar en defensa.
En 1972, Millonarios salió campeón con uno de sus equipos más memorables de su historia, inmortalizado en la canción de la orquesta Billos Caracas Boys. Ese fue el último título de liga de los cinco que ganó Ochoa con Millonarios.
¿El primero? En 1959, un año después de salir subcampeón tras asumir al equipo siendo jugador, luego de venir de una delicada lesión que lo obligó a retirarse. Su paso previo por Brasil jugando en el América de Río de Janeiro, donde también aprovechó para continuar sus estudios de medicina, estuvo marcado por la forma de entender el juego de su DT, Martim Francisco, célebre por ser el inventor de la formación 4-2-4 que utilizó Brasil para ganar el Mundial de 1958.
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Millonarios venía de tiempos turbulentos, tanto a nivel deportivo como administrativo. Ochoa llegó a apagar el incendio y sacó al equipo segundo. Se fue en 1964 por una rifirrafe con los directivos en un amistoso contra River Plate. Le dijeron que no podía poner a Marino Aguirre, pero no hizo caso. Nunca negoció sus principios. En 1965 se fue al rival de patio y terminó campeón con Santa Fe un año después. Era una garantía de títulos.
Con sus triunfos, Gabriel Ochoa Uribe se convirtió en el primer entrenador colombiano en ganar un título de liga. Un torneo que estaba reservado para los extranjeros, tanto en la cancha como en los banquillos. El antioqueño abrió el camino para los demás técnicos del país en nuestra tierra: sí se podía.
Su bandera en el funcionamiento nunca fue hacer más goles que el rival, sino recibir menos. Todo empezaba por tener un buen arquero. Y después, un equipo equilibrado y sólido en defensa a través de un juego directo y balones largos con un equipo que hiciera daño con las transiciones rápidas. Jugar contra los equipos del médico era un suplicio para los demás.
Ochoa no concebía la idea de perder, le fastidiaba, lo exprimía. Nunca tuvo una relación tranquila con la prensa, que lo etiquetó de defensivo. Cuidar el cero era el primer mandamiento para él. “No se me olvida que un día le ganamos 5-1 al Cúcuta y fuimos el lunes a entrenar, y en el vestuario estuvo 40 minutos hablando del gol que nos habían hecho”, recuerda Comesaña.
Fue un obsesivo por los detalles desde el comienzo. “Ganar es lo único”, decía el primer gran técnico que tuvo el balompié colombiano.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador
Diciembre de 1972, todavía no había campeón. Faltaba el triangular final entre Millonarios, Deportivo Cali y Júnior. Todos se fueron de vacaciones, los extranjeros regresaron a sus países. Pero Gabriel Ochoa Uribe se metió a la oficina de Ignacio Klein, presidente de Millonarios, y le hizo una exigencia. “Necesito que nos mande a todos para San Andrés”.
Y así, el plantel, con sus familias, se fue a la playa a pasar las vacaciones. Todos estaban en el mismo hotel. Almorzaban juntos, cenaban juntos, jugaban dominó juntos. Y Gabriel Ochoa, en compañía de Cecilia Perea, su esposa, fortaleció el aura del plantel para salir campeón.
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“Cuando los otros equipos llegaron, nosotros ya estábamos listos, muy contentos y unidos como seres humanos por lo que había hecho el club. Estábamos listos para dar una respuesta: la décima estrella. Esos detalles son realmente de un estratega y un hombre con autoridad, porque lo que pedía Ochoa lo hacía el club. Yo me convencí y hoy puedo decirlo: Ochoa era más un estratega que un táctico en la cancha. No era el hombre de mucho trabajo táctico, sino que tenía toda la información de los adversarios, sabía dónde les dolía el juego, cuáles eran sus virtudes y los invitaba a jugar de la forma que él lo decidiera”, rememora Julio Comesaña, ilustre volante combativo del 4-2-3-1 de aquel Millonarios modelo 72, que contenía, tal vez, el tridente más completo que ha tenido el fútbol colombiano y una de las mejores obras del médico: Alejandro Brand, Jaime Morón y Willington Ortiz.
El primero, el tipo cerebral que hacía pases de una mente dotada. El segundo, un velocista, sin la técnica más depurada de todas, pero que era un cuchillo para marcar goles. Y el último, un tímido jugador de Tumaco que, en su primer año como profesional, ya los deleitaba a todos con su desborde, velocidad, fuerza y goles.
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“Cuando llegué jugaba de 10 por el centro, pero en ese momento estaba Brand y el médico debía reinventarme para que fuera un complemento. Él me dijo: ‘Tú puedes jugar en la banda y te voy a explicar cómo’. Soy una obra de él porque me acondicionó a una nueva posición y me ayudó a ser exitoso en la vida y como persona”, recuerda Willington, para muchos el jugador más talentoso que ha tenido el fútbol colombiano. “La base de su trabajo era el trabajo físico, sus equipos eran muy físicos. Para ganarles a los equipos del médico tenías que correr, pero correr”, agrega quien junto a Morón, tal cual pasa hoy, tenía la inédita e impopular responsabilidad en esa época de descender a trabajar en defensa.
En 1972, Millonarios salió campeón con uno de sus equipos más memorables de su historia, inmortalizado en la canción de la orquesta Billos Caracas Boys. Ese fue el último título de liga de los cinco que ganó Ochoa con Millonarios.
¿El primero? En 1959, un año después de salir subcampeón tras asumir al equipo siendo jugador, luego de venir de una delicada lesión que lo obligó a retirarse. Su paso previo por Brasil jugando en el América de Río de Janeiro, donde también aprovechó para continuar sus estudios de medicina, estuvo marcado por la forma de entender el juego de su DT, Martim Francisco, célebre por ser el inventor de la formación 4-2-4 que utilizó Brasil para ganar el Mundial de 1958.
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Millonarios venía de tiempos turbulentos, tanto a nivel deportivo como administrativo. Ochoa llegó a apagar el incendio y sacó al equipo segundo. Se fue en 1964 por una rifirrafe con los directivos en un amistoso contra River Plate. Le dijeron que no podía poner a Marino Aguirre, pero no hizo caso. Nunca negoció sus principios. En 1965 se fue al rival de patio y terminó campeón con Santa Fe un año después. Era una garantía de títulos.
Con sus triunfos, Gabriel Ochoa Uribe se convirtió en el primer entrenador colombiano en ganar un título de liga. Un torneo que estaba reservado para los extranjeros, tanto en la cancha como en los banquillos. El antioqueño abrió el camino para los demás técnicos del país en nuestra tierra: sí se podía.
Su bandera en el funcionamiento nunca fue hacer más goles que el rival, sino recibir menos. Todo empezaba por tener un buen arquero. Y después, un equipo equilibrado y sólido en defensa a través de un juego directo y balones largos con un equipo que hiciera daño con las transiciones rápidas. Jugar contra los equipos del médico era un suplicio para los demás.
Ochoa no concebía la idea de perder, le fastidiaba, lo exprimía. Nunca tuvo una relación tranquila con la prensa, que lo etiquetó de defensivo. Cuidar el cero era el primer mandamiento para él. “No se me olvida que un día le ganamos 5-1 al Cúcuta y fuimos el lunes a entrenar, y en el vestuario estuvo 40 minutos hablando del gol que nos habían hecho”, recuerda Comesaña.
Fue un obsesivo por los detalles desde el comienzo. “Ganar es lo único”, decía el primer gran técnico que tuvo el balompié colombiano.
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