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La historia es limpia, no perfecta, pero prodigiosa. Y lo es por la vocación de ir siempre para adelante, no solo en la cancha sino en la vida misma, de tener empuje y mantenerlo a pesar de los años, de hacerlo más fuerte ahora que no juega fútbol. Jhonny Ramírez ha trabajado en tantas cosas que decir que solo se dedicó a la pelota puede que sea superficial e injusto con las demás labores que ha hecho, por necesidad la mayoría. Cuando empezó en Envigado lijaba y pintaba en un taller de mecánica.
Después de que lo echaron de Real Cartagena, tuvo un taxi y, de cuando en cuando, lo manejaba en las noches para recoger dinero y salir con su novia (hoy su esposa). También ahorró todo un año y viajó a Panamá a comprar ropa para venderla después. “Así es que hemos salido a flote, haciendo de todo y guerreándola”. Ramírez tiene vocación para los negocios o, más bien, la dedicación que se necesita para ser negociante. Sí, ha sufrido con malos tratos y ha disfrutado de los buenos, como cualquier persona que en la ruleta se la juega toda por el rojo sabiendo que con el negro puede perder.
Y así como era en el terreno, distinto y temperamental, así lo es para llevar las cuentas: riguroso, metódico y con voz de mando. Ahora, alejado del fútbol profesional (se retiró en enero de este año), Jhonny procura organizar sus días para que el tiempo alcance en el estudio, en el negocio de arepas que tiene a una cuadra del parque de Envigado y en su vínculo con Comfama. “Me levanto a las seis de la mañana y hay veces que me dan las diez de la noche y no he terminado”.
Con calma tomó la baja de las ventas de uno de los locales más tradicionales del municipio antioqueño (se lo compró a su suegro) y se las ingenió para que los ingresos no siguieran cayendo (casi el 85 %) por la crisis del COVID-19. “No había para pagar arriendo y servicios. Apenas daba para suplir los sueldos de las empleadas. Entonces, hermano, empecé a promocionar los domicilios. Y, pues, como no había plata para domiciliario cogí mi carro y dele por todo el Valle de Aburrá repartiendo arepas de chócolo”.
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Como jugador, Ramírez era de los que iba, trababa, metía y empujaba. Y casi siempre a bravear de un modo particular. Y así se ganó muchas peleas, como por ejemplo con Edwin Cardona, cuando el hoy volante de Xolos jugaba en Santa Fe. “Era un conflicto maluco, una guerra de palabrería complicada”. Fuera de la competencia era más bien calmado, meditabundo y estratega. “Por eso es que tengo lo que tengo ahora. Fui ahorradorcito y juicioso, pensando en que después del deporte había una vida que continuar”.
Mientras mira un cuaderno de manera cuidadosa y repasa lo que está escrito en letras grandes, como de profesor, Jhonny se da cuenta de que tiene que llevar un pedido a la Biblioteca de Envigado y se apura, empaca todo y sale casi sin respirar, de corrido. “Hay que cumplirles a las personas, porque un cliente te lleva a que haya otro y así en cadena. Y es maluco comer frío, ¿no?”.
En el trayecto Ramírez recuerda, y reafirma, como lo ha dicho varias veces, que el peor entrenador que tuvo en su carrera fue Julio Comesaña, con el que compartió en Júnior. “No es justo ni leal, no actuaba por convicción”. También se refiere a Hernán Torres, que siempre lo quiso llevar adonde estuvo dirigiendo, y a Reinaldo Rueda, por su caballerosidad a la hora de tratar al jugador, y de esa selección de Colombia sub-20 que jugó el Mundial de la categoría en Emiratos Árabes en 2003. “Me rompí el ligamento cruzado de la rodilla y quedé fuera. Venía siendo parte del proceso. Eso sí que me dolió. Tenía 19 años”.
También habló del Boyacá Chicó, el club en el que se dio a conocer en Colombia. Y de vivir en Tunja, algo que para algunos jugadores es complicado por su clima gélido y por el sol picante, que exige el uso de gorra y aún así quema. “Viví tranquilo, pensando en mi carrera y sin distracciones. A muchos les convendría ir para adquirir disciplina y alejar las malas influencias”. Luego vinieron los problemas con Eduardo Pimentel, el choque de dos personas de carácter impetuoso y la relación se quebrantó. “Me parece que es injusto lo que hace, como maneja el equipo y dije varias cosas que fueron un punto final”.
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Este año Ramírez tenía que viajar a Argentina para la sustentación y graduarse como técnico de la ATFA, pero por la pandemia no pudo hacerlo. “Hay vainas más complicadas de las que uno tiene que preocuparse. Ya llegará el momento para tomar un avión, ir y volver con mi diploma”. Lo que pasó en su carrera, lo bueno y lo malo, quedó atrás. El mérito no es haber hecho todo lo que ha hecho sino cómo lo hizo, cómo lo sigue haciendo. “Nací para trabajar y así será hasta que no pueda más”, concluye un hombre que, físicamente, se resiste al paso del tiempo y que entendió los bemoles de esta pandemia para desenvolverse mejor en un negocio que perdura y que todo envigadeño conoce: Las Famosas.