Jhon Mario Ramírez: los sueños y el fútbol de barrio
El sábado pasado, a sus 50 años, falleció uno de los exfutbolistas bogotanos más admirados en el fútbol colombiano. Su juego y personalidad, tan arraigados a las calles en las que creció, lo llevaron al cielo al cumplir su sueño de jugar en Millonarios y al infierno de la fama que había detrás.
Andrés Osorio Guillott
Decían que antes de salir a un partido, John Mario Ramírez se ponía unas canilleras del Divino Niño y se encomendaba a él para que sus gambetas y su inteligencia le permitieran celebrar un gol y cantar victoria. Siempre mantuvo esa actitud espiritual y religiosa, pero la reafirmó aquellos días en los que los fantasmas de la fama lo acecharon, cuando la rebeldía característica de aquellos que van al lado del camino —como dice la canción de Fito Páez— le jugó malas pasadas.
(Jhon Mario Ramírez: el adiós a un crack)
Novalis decía que “en ausencia de dioses, reinan los fantasmas”, y la condición humana a veces nos lleva a sentir esas ausencias y asentar las otras presencias. Pero también en ausencia de glorias, reinan la desesperanza y la resignación. Fueron muchos lunes de la década de 1990 en los que los hinchas de Millonarios tuvieron que reconocer su desasosiego por la falta de grandes victorias en el equipo. Pero justamente en ese tiempo de incertidumbre fue cuando la luz se asomó en los destellos que salían disparados de los pies del 10 azul. Verlo era vernos a todos, era evocar los partidos del barrio, los de las canchas de microfútbol, del pavimento raspado. Verlo era soñar, era creer, y quienes invitan o enseñan a soñar merecen un espacio digno en la memoria del corazón.
No solo pasó por Millonarios, también lo hizo en Medellín, Cali, Tolima, Quindío, Bucaramanga, Carabobo (Venezuela), Santa Fe, Cúcuta, Chicó, Bogotá y Pereira; pero fue en el equipo embajador donde más se destacó e incluso logró ser llamado a la selección de Colombia. Y fue en el azul donde mejor jugó porque ese había sido su sueño desde que jugaba microfútbol en los barrios de Ciudad Bolívar y Soacha. Vistió la 10 con el orgullo de saber el peso de ese dorsal, con medias abajo y moral arriba, siempre salió a la cancha pensando en el hincha, pues él fue uno y sabía los esfuerzos que había detrás de ir al estadio con el anhelo de encontrar una trinchera para la alegría.
(Falcao, Higuita, Lunari... el fútbol se despide de Jhon Mario Ramírez)
Pisar el balón y eludir al rival en una baldosa. John Mario Ramírez fue el símbolo del fútbol bogotano en los años 90. Alcanzó a cumplir por unos días su sueño de ser director técnico (lo logró con Patriotas), pero le quedó faltando estar en el banquillo de Millonarios. No obstante, sus luchas dejan varias moralejas: una de ellas, defender las convicciones sin importar las condiciones, y que, como dice el poema de William Baecker, cuando cesan los sueños, “solo queda el aroma del recuerdo”; pero también que en el fútbol, y tal vez en la vida, no solo merecen la eternidad quienes estamparon su firma en un título, sino quienes hicieron soñar en tiempos de desdicha.
Decían que antes de salir a un partido, John Mario Ramírez se ponía unas canilleras del Divino Niño y se encomendaba a él para que sus gambetas y su inteligencia le permitieran celebrar un gol y cantar victoria. Siempre mantuvo esa actitud espiritual y religiosa, pero la reafirmó aquellos días en los que los fantasmas de la fama lo acecharon, cuando la rebeldía característica de aquellos que van al lado del camino —como dice la canción de Fito Páez— le jugó malas pasadas.
(Jhon Mario Ramírez: el adiós a un crack)
Novalis decía que “en ausencia de dioses, reinan los fantasmas”, y la condición humana a veces nos lleva a sentir esas ausencias y asentar las otras presencias. Pero también en ausencia de glorias, reinan la desesperanza y la resignación. Fueron muchos lunes de la década de 1990 en los que los hinchas de Millonarios tuvieron que reconocer su desasosiego por la falta de grandes victorias en el equipo. Pero justamente en ese tiempo de incertidumbre fue cuando la luz se asomó en los destellos que salían disparados de los pies del 10 azul. Verlo era vernos a todos, era evocar los partidos del barrio, los de las canchas de microfútbol, del pavimento raspado. Verlo era soñar, era creer, y quienes invitan o enseñan a soñar merecen un espacio digno en la memoria del corazón.
No solo pasó por Millonarios, también lo hizo en Medellín, Cali, Tolima, Quindío, Bucaramanga, Carabobo (Venezuela), Santa Fe, Cúcuta, Chicó, Bogotá y Pereira; pero fue en el equipo embajador donde más se destacó e incluso logró ser llamado a la selección de Colombia. Y fue en el azul donde mejor jugó porque ese había sido su sueño desde que jugaba microfútbol en los barrios de Ciudad Bolívar y Soacha. Vistió la 10 con el orgullo de saber el peso de ese dorsal, con medias abajo y moral arriba, siempre salió a la cancha pensando en el hincha, pues él fue uno y sabía los esfuerzos que había detrás de ir al estadio con el anhelo de encontrar una trinchera para la alegría.
(Falcao, Higuita, Lunari... el fútbol se despide de Jhon Mario Ramírez)
Pisar el balón y eludir al rival en una baldosa. John Mario Ramírez fue el símbolo del fútbol bogotano en los años 90. Alcanzó a cumplir por unos días su sueño de ser director técnico (lo logró con Patriotas), pero le quedó faltando estar en el banquillo de Millonarios. No obstante, sus luchas dejan varias moralejas: una de ellas, defender las convicciones sin importar las condiciones, y que, como dice el poema de William Baecker, cuando cesan los sueños, “solo queda el aroma del recuerdo”; pero también que en el fútbol, y tal vez en la vida, no solo merecen la eternidad quienes estamparon su firma en un título, sino quienes hicieron soñar en tiempos de desdicha.