El título más azul de Millonarios
El conjunto embajador logró sellar con el título de Liga un proceso que lleva tres años y medio. El sábado, frente a Nacional, los embajadores se quitaron esa espina en una definición que tuvo varios símbolos para destacar.
Andrés Osorio Guillott
El gol de Jefferson Duque calló El Campín. Empezaron las caras largas. La ansiedad, que ya había encontrado puntos altos a lo largo de la semana, parecía no tener límites.
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El gol de Jefferson Duque calló El Campín. Empezaron las caras largas. La ansiedad, que ya había encontrado puntos altos a lo largo de la semana, parecía no tener límites.
Melissa, una de las hinchas que asistió al estadio, compró una botella de agua y le echó gotas de valeriana para darle a su novio Juan Camilo, que tuvo que caminar por cerca de dos horas alrededor del estadio para intentar frenar el nerviosismo.
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El desespero empezó a apoderarse de todos. Era difícil cantar por el miedo de perder la final que para muchos era la más importante en la historia de Millonarios. En la cancha, Alberto Gamero puso toda la carne en el asador. En el minuto 73, tras un tiro de esquina, apareció Andrés Llinás para empezar a teñir de azul el título. Hace 11 años fue uno de los primeros recogebolas que saltó a abrazar a Luis Delgado —que el sábado estaba en primera fila alentando a Millonarios—, por atajar el penalti de la estrella 14 frente a Medellín. “¡Vamooos, vamooooos!”, gritaba el defensa bogotano, que besó el escudo con pundonor, demostrando que había que creer.
Todo se definió desde los 12 pasos. El escenario que nadie quería. La ansiedad se extendió tanto que antes de que empezaran los cobros, un sector de la hinchada de oriental pedía con desespero los primeros auxilios, pues al parecer una persona se había desmayado. La tensión estaba en su pico más alto. Muy cerca y muy lejos de la estrella 16, de un título que sellaba el proceso de Alberto Gamero o que lo volvía a condenar a la decepción por no lograrlo.
Álvaro Montero, que no dejó de recordar gol tras gol que en Millonarios no solo había una familia sino también una magia azul, terminó siendo determinante para que el embajador fuera campeón, pues atajó dos penaltis (a Cristian Zapata y Jarlan Barrera) para facilitarles la tarea a sus compañeros.
Larry Vásquez, hermano de Ómar —que fue campeón hace 11 años con Millonarios—, fue el elegido para anotar el penalti del título. Un remate arriba, potente y casi al centro le puso fin a la ansiedad y saldó la deuda de este proyecto por no haber ganado la Liga.
La red se infló y la comunión de gritos y puños al cielo decretó la felicidad. “Se nos tenía que dar”, decían varios. Las lágrimas eran el cúmulo de las frustraciones de los años anteriores y, por qué no, también de las luchas que cada uno lleva en su vida personal y que el fútbol a veces las aliviana.
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Era el desahogo a las eliminaciones de Nacional a Millonarios en cuartos de final de 2016, a las semifinales de 2017, a los pocos puntos que faltaron para clasificar a las finales en 2020, en 2021 y 2022 y a la final que perdió en 2021 frente a Tolima, Era un cúmulo de derrotas que aumentaron la presión. Que de qué sirve jugar bonito si no hay títulos, de qué sirve el proceso si no se sustenta con ser campeón. Y con esa crítica, la institución azul siguió trabajando y creyendo en Alberto Gamero, en la apuesta por la cantera, en la continuidad de jugadores con experiencia y la inclusión de figuras que le dieran la jerarquía que faltó en el pasado para alcanzar una estrella.
Gamero, campeón de Liga con Chicó, Tolima y ahora con Millonarios, cruzó las manos, le pidió a Dios la estrella y Dios se la dio. Antes y después recordó a John Mario Ramírez, que, según su hijo Mateo, antes de morir le aseguró que los embajadores serían campeones de la mano del samario, que logró su segundo trofeo con los azules.
Era un título para John Mario, que nunca pudo ganar uno con Millonarios y aún así es recordado por la afición albiazul; para Miguel Ángel, el hincha que cumplió el sueño de conocer al equipo antes de que le practicaran la eutanasia. Era un título para reafirmar que siempre se vale creer; para Alberto Gamero, que insistió en su idea de juego y nunca renunció a ella.
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Un título para Montero, que lo logró con su especialidad atajando penaltis; para Andrés Llinás, que cumplió el sueño de salir campeón con el equipo del que es hincha; para Elvis Perlaza, que fue resistido y con experiencia demostró que podía adueñarse de la banda derecha; para Juan Pablo Vargas, que celebró con sus compañeros de la selección de Costa Rica y fue clave todo el semestre por su seguridad defendiendo y su visión para salir jugando; para Jorge Arias —el jugador con más minutos: 1.732—, que reemplazó a Ómar Bertel cuando se lesionó, y luego a Vargas cuando no pudo estar, un obrero completo; para el mismo Bertel, que cumplió tanto en defensa como en ataque; para Larry, que dejó en alto a la familia Vásquez también como hinchas; para Stiven Vega, que se recuperó de una difícil lesión y volvió a ser el “jefe”; para Daniel Giraldo, que, al igual que Fernando Uribe, regresó de Júnior para reivindicarse y obtener revancha, con equilibrio y confianza en la mitad de cancha para el primero y con goles para el segundo; para Beckham David Castro y Óscar Cortés, que fueron la apuesta de la cantera este semestre y anotaron tantos importantes contra equipos como América y Medellín; para Leonardo Castro, que es bicampeón del fútbol colombiano y llegó a los azules para ser goleador; para Daniel Cataño, que obtuvo también su revancha gracias al sacrificio, el trabajo y la fe, que supo además vestir la 10 con ideas y goles; a David Mackalister Silva, el capitán, el líder, el que regaña dentro de la cancha, al que más le achacan lo malo, al que pone la cara, al que habla en la previa de cada partido y el que le hizo ver al fútbol colombiano que Millonarios es un grupo de amigos, una familia que sabe que hay que ser generoso con el otro, que al que se equivoca se le da la mano, y que el trabajo tarde o temprano da su resultado.
El título más azul. Y una forma de recordar que el fútbol, que suele ser más de anhelos y derrotas que de alegrías, a veces nos regala una felicidad que no encontramos en el diario vivir, a veces nos permite honrar las memorias y las vidas por las que buscamos cumplir sueños, por las que trabajamos para alcanzar los propósitos. Y si no que lo diga Alberto Gamero, que dedicó el título a los técnicos del fútbol colombiano, a John Mario Ramírez, pero sobre todo a su gente en Santa Marta, a su familia y a las personas que ya no lo acompañan en este mundo. “A uno se le vienen muchas cosas en la cabeza, pero una fue que sabía que, en Santa Marta, en mi barrio y en el centro, que fue donde nací, sabía de la felicidad que había allá. A veces uno sufre ese nerviosismo de no cumplirle a la familia, a la afición, al pueblo. Esas voces de aliento que me llegaban en la tarde las cumplimos. Me llenó de satisfacción y orgullo porque no era fácil. Se me vino eso a la cabeza mi padre en el cielo, mi hermano, mi abuela, mis nietos. Tengo una sobrina que recién perdió un bebé, Evelyn, que le mandó fortaleza (…) Se le vienen a uno muchas cosas a la cabeza, pero es llorar de alegría, que es lo mejor”.
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