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La semana pasada se cumplieron dos años de la firma de Alberto Gamero como nuevo DT de Millonarios. Pero tenía todo listo, todo arreglado desde hace varios meses con el rival de patio. Era la carta de Eduardo Méndez en su llegada a la presidencia de Independiente Santa Fe mientras Hárold Rivera, entrenador interino, acababa el semestre con el equipo cardenal.
Los buenos resultados de Rivera, más la oferta de Millonarios, un club que lleva Gamero en el alma por sus tiempos de futbolista, torcieron los caminos de ambos. Y el entrenador samario llegó al equipo azul con una etiqueta y un equipaje de la opinión pública que quería descargar: “Entrenador de equipo chico”.
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Todo por su atropellado ciclo en el Júnior, club en el que disputó ocho partidos con un saldo de solo una victoria... sus condiciones se pusieron en entredicho. Su aterrizaje en Millonarios tuvo esa misma turbulencia, esa misma lluvia. Debutó en un aguacero en El Campín con una derrota 2-1 ante el Deportivo Pasto. Luego llegaron seis partidos más, en los que solo consiguió una victoria. Y el periodismo, que critica el cargo de todos menos el suyo, puso en consideración su continuidad. Y estalló la pandemia... tiempo.
En el regreso a competencias el club mejoró, llegaron cinco empates, pero sobre el cierre empezó a ganar todos los partidos, al final no le alcanzó para entrar a los cuadrangulares. En la liguilla de eliminados que se inventaron para dar un tiquete a la Copa Sudamericana, Millonarios siguió ganando todos sus juegos, llegó a la final y la perdió por un brote de coronavirus dentro del plantel. El equipo codificó la idea de su entrenador. Y así tocó la tecla de la regularidad y sin brillar tanto como ahora llegó a la final del campeonato pasado con Tolima, pero la perdió en los últimos minutos por dos errores defensivos.
Contrario a lo que había hecho en sus equipos del pasado, Alberto Gamero instaló un juego menos directo, sin tanto heavy metal en el que había más pausa y paciencia con la pelota en el que construir es uno de sus principales verbos.
Este segundo semestre, Millonarios fue, tal vez, más que por números, el que mejor fútbol jugó dentro de la cancha. Con solidez en defensa y en el mediocampo ha tenido una buena circulación de balón con largas cadenas de pases de calidad en campo rival. No se le acaban las ideas a un equipo que tiene como conductor a Macalister Silva.
Y también, como su otra figura, a Stiven Vega, que con su lectura de juego, entradas y criterio con la pelota es el fuego interior del Millonarios de Gamero. Nunca juega mal. Los 12 goles de Fernando Uribe son el reflejo del buen funcionamiento de un equipo que se regeneró con su cantera.
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Solo hay dos piezas en el once que faltan por engranar: el extremo derecho con Émerson Rivaldo, quien no ha podido explotar estos meses en el jugador que todos creíamos que iba a ser, y el portero. Esteban Ruiz, ante los problemas de Juan Moreno y Cristian Vargas, asumió ese papel, pero tampoco ha podido darles seguridad a sus compañeros. Por lo demás, Millonarios es un equipazo y Alberto Gamero ha demostrado la clase de entrenador que es.
Esta noche (8:05 p.m.), en El Campín, ante el Tolima, el otro equipo más fuerte del campeonato, Millonarios buscará refrendar el trabajo del último semestre. Solo que esta vez sí podrá contar con Macalister, que el pasado domingo no pudo jugar en Ibagué por acumulación de amarillas. Necesita ganar y piensa en hacerlo por una buena cantidad de goles. Porque el Tolima, que les sacó tres puntos de ventaja a los azules, tiene siete puntos y una diferencia de gol de +5, mientras la de Millonarios es de +2.
Un microorganismo le compró el tiempo que nada ni nadie más le iba a dar a Alberto Gamero para que su carrera no estuviera para siempre encasillada en falsos estereotipos. A veces solo se necesita algo tan pequeño como un virus y tan grande como la suerte para demostrar el valor.