La retrospectiva de Julio Comesaña
En diálogo con El Espectador, el entrenador colombo-uruguayo, quien vuelve a la dirección técnica del Medellín, hizo un balance de los momentos que marcaron su carrera deportiva. Contó anécdotas con José Varacka y Gabriel Ochoa Uribe, y habló sobre Carlos Queiroz y el estilo de juego que le gusta.
¿Cuál es la persona de la que más ha aprendido del juego?
Siempre me acuerdo del entrenador José Etchegoyen, quien fue técnico de Nacional de Medellín y dirigió en Argentina también. Era un hombre que en su época ya hacía algunos trabajos con pelota de los que se realizan hoy en día. Era un tremendo fundamentador en la parte técnica. Siempre me repetía lo mismo: “No pierdas tus años en América como los perdí yo. Ándate a Europa a estudiar, que vos tienes posibilidades de hacer algo grande”. Y Juan López, entrenador de Uruguay en el Maracanazo del 50, me recibía en su casa y me hablaba sobre cómo era el juego y la manera en la que tenía que comportarme como ser humano.
Lea también: Las escuelas que han marcado la historia del fútbol colombiano
Usted también fue dirigido por Gabriel Ochoa Uribe en el Millonarios del 72 con el que fue campeón. ¿Qué tenía él de especial?
No mucha gente lo conocía en su verdadera dimensión. Fue un hombre con unos detalles de humanidad bárbaros. Y no parecía que fuera a tenerlos porque era duro y exigente, pero guardo un recuerdo maravilloso de él en ese sentido. Por ejemplo, cuando llegué a Bogotá me recibió en el hotel y también fue a visitarme con su esposa a mi casa. Me trató muy bien. Recuerdo que antes del triangular contra Cali y Júnior le exigió al club que nos llevara a todos a San Andrés con nuestras familias para pasar las fiestas de diciembre, volvimos y estábamos muy sólidos y comprometidos. Quedamos campeones tras empatar 0-0 con Cali y en la celebración nos felicitó con sobriedad. “Esto no nos alcanza”, expresó. Era un tremendo estratega que no dejaba detalles al azar. Ganábamos 5-1 y él se preocupaba de la razón por la que nos habían marcado ese gol.
Luego, en el 77, usted jugó con el Júnior que formó José Varacka, que terminó dirigiendo Juan Ramón “la Bruja” Verón. ¿Qué enseñanzas le dejaron ellos en esa primera estrella del club?
Cuando jugaba en la tercera de Gimnasia y Esgrima de La Plata, estábamos en huelga porque no nos pagaban. José dirigía allá, me llamó un día y me dijo: “Pibe, si hago que le paguen a usted, ¿iría a jugar con el primer equipo?”. Le respondí que no, que jugaba si nos pagaban a todos, y me contestó: “Me gusta cómo piensa, tranquilo”. Posteriormente me invitó al entrenamiento con los profesionales, les contó nuestra charla y me elogió. Era un líder natural. En Júnior tuvo una discrepancia con la dirigencia, se fue y Verón, quien era un referente para nosotros, dijo que no podíamos perder todo el trabajo hecho por José. Fue muy inteligente porque nos dio lugar a opinar, a meternos de lleno en lo que teníamos que hacer y conseguimos el título, que era lo que estábamos buscando. Maravilloso.
¿En qué momento le nació la pasión por la táctica y se dio cuenta de que quería ser entrenador?
Siempre fui muy atento cuando hablaban los entrenadores y sabía las alineaciones de los demás equipos, sobre los árbitros y estaba pendiente de todo. Desde los 27 años escuchaba a los técnicos y pensaba en lo que yo habría dicho, en lo que no y en lo que hubiera destacado en las charlas con los jugadores. Me gustaba eso y escribir algunas cosas. A los 33 años me retiré en Independiente Medellín porque el fútbol ya era más rápido, las cosas no salían igual y no tenía las mismas ganas de entrenar. Estando en un amistoso en Ecuador había sufrido la noticia de la muerte de mi madre en un accidente de tránsito en Uruguay. Sucedieron una cantidad de cosas, dejé de ser jugador y enseguida me ofrecieron ser técnico del Medellín. La vida me ha bendecido en muchas oportunidades.
¿Cuál fue el mejor equipo que dirigió?
En diciembre del 92, la única vez en la que he podido elegir, el máximo accionista del Júnior me preguntó qué necesitaba para ser campeón. Hice un pedido que en ese momento me daba cosa porque no sabía si era posible: Pibe Valderrama, Alexis Mendoza y Niche Guerrero. Necesitábamos un lateral derecho, porque teníamos uno solo, y llegó Flaminio Rivas. Fuad Char los llevó y ese equipo fue el que terminó ganando el título del 93 y el que llegó a semifinal de Copa Libertadores en el 94. Fue un equipo extraordinario, con algunos jugadores desequilibrantes, como los que jugaban de mitad de cancha para adelante, un 4-2 en defensa y un arquero como José María Pazo en un gran nivel. Un equipo que me dio muchas satisfacciones.
(El amor eterno entre Julio Comesaña y Júnior de Barranquilla)
¿Qué es lo más recuerda de ese equipo?
Tenía un líder como Valderrama, comandante de esos duros, bravo, de carácter fuerte, pero también cariñoso con los compañeros y con una manera de jugar muy particular. Nunca había visto una cosa igual. Fue único cómo el Pibe controlaba los equipos, los partidos, el juego y armaba todo en su cabeza. También teníamos jugadores con mucho pundonor, como Alexis Mendoza, que era el orientador en la línea de cuatro. Y adelante teníamos a Valenciano: me acuerdo que lo operaron de un menisco y jugando poco hizo muchos goles. El goleador fue Niche Guerrero: interpretaba muy bien al Pibe y le daba posibilidades de lanzamiento y de pases profundos.
¿Cuál es el estilo de juego que le gusta?
Soy una mezcla del fútbol uruguayo y colombiano, más con una tendencia al colombiano. Pero hay cosas que están en mi interior, que tienen que ver con el rigor defensivo, y que de pronto en muchas ocasiones no las he pregonado como yo lo siento. He sido un poquito laxo en ese sentido y creo que muchas veces debí ser más férreo porque es fundamental y aquí hasta a los zagueros les gusta más jugar que marcar. En el uno contra uno hay un déficit grande. Marcar no se trata de meterse atrás sino de contener al adversario, cerrarle las líneas de pase y los caminos hacia el arco, y de ponerlo a jugar donde uno quiere. A mí, lógicamente, me gustan los equipos que manejan bien la pelota y saben presionar tras pérdida en campo contrario. Lo que hay que hacer es tratar de generar una armonía futbolística que permita defender y atacar de la mejor manera, de acuerdo a los jugadores que tengo y sus características. Eso es lo que me ha tocado a mí siempre, no es lo que yo quisiera, pero lo hago con gusto porque uno se pone a prueba e, indudablemente, enriquece los conocimientos.
¿Cómo ha cambiado el fútbol desde que empezó a dirigir hasta la actualidad?
Fue cambiando paulatinamente. Los cambios son rápidos, tajantes e importantes y hay que estar atentos permanentemente porque te acuestas de una manera y te levantas de otra. Y el fútbol no puede ser ajeno a eso: hay que estar actualizándose y mirando qué sirve. Yo trato de mantener un equilibrio entre lo que yo viví y lo nuevo, por lo que no me gusta comerme el cuento solo porque cambia la terminología. Se modifica, pero quiere decir lo mismo que me enseñaron a mí antes: los principios del juego ofensivo y defensivo son siempre los mismos, lo que pasa es que ahora hay mucha información y la tecnología ha permitido analizar mucho más a fondo y desmenuzar el juego, pero lo más bonito es que el juego sigue perteneciendo a la inspiración.
Tras culminar su historia con el Júnior, ¿qué propósitos tiene ahora en su vida?
Descansar, aunque no esté cansado porque hace seis meses que no trabajaba y lo que hicimos ahora no es mucho. Ordenar algunas cosas personales y familiares y atender temas que con el fútbol los voy dejando de lado. Seguir leyendo, actualizándome, viendo fútbol y esperar si en algún momento se presenta una oportunidad de dirigir tratando de ser muy selectivo, porque yo no puedo meterme en cosas que me metía antes ni en trabajos a cuatro o cinco años, sino en objetivos a corto plazo, bien definidos y con herramientas para conseguirlos. Ya no puedo ir a los guerrazos.
(El inconformismo de “la Gambeta” Estrada)
¿Qué análisis hace del desempeño de la selección de Colombia en las primeras dos fechas de la eliminatoria?
Siguiendo el hilo desde que llegó el señor Queiroz, me agrada mucho que, más allá de detalles que pueda cambiar en un partido o modificar la estrategia, me parece que ha sido coherente con su idea, la que mostró desde el comienzo y por la que recibió elogios y críticas. Estas últimas, porque no se veía el fútbol al que está acostumbrado la gente en Colombia: agradable, colectivo, de toque y de jugadas que emocionan. Vi a James pesando poco en la organización del juego, pero me parece que Colombia aprueba el examen y va bien.
Cómo vio a la selección de su país natal, a Uruguay, que además será el próximo rival de Colombia?
Uruguay está en una transición de generación. En el primer partido contra Chile jugó con un mediocampo con Rodrigo Betancur y Federico Valverde y jugadores de buena técnica de mitad de cancha hacia adelante, como De la Cruz y De Arrascaeta. Y Uruguay, acostumbrado a los lanzamientos largos y a un juego más directo, pasó a ser un equipo que sale jugando, que hilvana desde atrás, y pienso que esa línea de cuatro del fondo no está acostumbrada a eso. Esos cambios, que hay que hacerlos, son un riesgo, porque cambiar un estilo de juego de toda la vida para jugar de otra manera no es fácil.
*Texto publicado el 17 de octubre de 2020
¿Cuál es la persona de la que más ha aprendido del juego?
Siempre me acuerdo del entrenador José Etchegoyen, quien fue técnico de Nacional de Medellín y dirigió en Argentina también. Era un hombre que en su época ya hacía algunos trabajos con pelota de los que se realizan hoy en día. Era un tremendo fundamentador en la parte técnica. Siempre me repetía lo mismo: “No pierdas tus años en América como los perdí yo. Ándate a Europa a estudiar, que vos tienes posibilidades de hacer algo grande”. Y Juan López, entrenador de Uruguay en el Maracanazo del 50, me recibía en su casa y me hablaba sobre cómo era el juego y la manera en la que tenía que comportarme como ser humano.
Lea también: Las escuelas que han marcado la historia del fútbol colombiano
Usted también fue dirigido por Gabriel Ochoa Uribe en el Millonarios del 72 con el que fue campeón. ¿Qué tenía él de especial?
No mucha gente lo conocía en su verdadera dimensión. Fue un hombre con unos detalles de humanidad bárbaros. Y no parecía que fuera a tenerlos porque era duro y exigente, pero guardo un recuerdo maravilloso de él en ese sentido. Por ejemplo, cuando llegué a Bogotá me recibió en el hotel y también fue a visitarme con su esposa a mi casa. Me trató muy bien. Recuerdo que antes del triangular contra Cali y Júnior le exigió al club que nos llevara a todos a San Andrés con nuestras familias para pasar las fiestas de diciembre, volvimos y estábamos muy sólidos y comprometidos. Quedamos campeones tras empatar 0-0 con Cali y en la celebración nos felicitó con sobriedad. “Esto no nos alcanza”, expresó. Era un tremendo estratega que no dejaba detalles al azar. Ganábamos 5-1 y él se preocupaba de la razón por la que nos habían marcado ese gol.
Luego, en el 77, usted jugó con el Júnior que formó José Varacka, que terminó dirigiendo Juan Ramón “la Bruja” Verón. ¿Qué enseñanzas le dejaron ellos en esa primera estrella del club?
Cuando jugaba en la tercera de Gimnasia y Esgrima de La Plata, estábamos en huelga porque no nos pagaban. José dirigía allá, me llamó un día y me dijo: “Pibe, si hago que le paguen a usted, ¿iría a jugar con el primer equipo?”. Le respondí que no, que jugaba si nos pagaban a todos, y me contestó: “Me gusta cómo piensa, tranquilo”. Posteriormente me invitó al entrenamiento con los profesionales, les contó nuestra charla y me elogió. Era un líder natural. En Júnior tuvo una discrepancia con la dirigencia, se fue y Verón, quien era un referente para nosotros, dijo que no podíamos perder todo el trabajo hecho por José. Fue muy inteligente porque nos dio lugar a opinar, a meternos de lleno en lo que teníamos que hacer y conseguimos el título, que era lo que estábamos buscando. Maravilloso.
¿En qué momento le nació la pasión por la táctica y se dio cuenta de que quería ser entrenador?
Siempre fui muy atento cuando hablaban los entrenadores y sabía las alineaciones de los demás equipos, sobre los árbitros y estaba pendiente de todo. Desde los 27 años escuchaba a los técnicos y pensaba en lo que yo habría dicho, en lo que no y en lo que hubiera destacado en las charlas con los jugadores. Me gustaba eso y escribir algunas cosas. A los 33 años me retiré en Independiente Medellín porque el fútbol ya era más rápido, las cosas no salían igual y no tenía las mismas ganas de entrenar. Estando en un amistoso en Ecuador había sufrido la noticia de la muerte de mi madre en un accidente de tránsito en Uruguay. Sucedieron una cantidad de cosas, dejé de ser jugador y enseguida me ofrecieron ser técnico del Medellín. La vida me ha bendecido en muchas oportunidades.
¿Cuál fue el mejor equipo que dirigió?
En diciembre del 92, la única vez en la que he podido elegir, el máximo accionista del Júnior me preguntó qué necesitaba para ser campeón. Hice un pedido que en ese momento me daba cosa porque no sabía si era posible: Pibe Valderrama, Alexis Mendoza y Niche Guerrero. Necesitábamos un lateral derecho, porque teníamos uno solo, y llegó Flaminio Rivas. Fuad Char los llevó y ese equipo fue el que terminó ganando el título del 93 y el que llegó a semifinal de Copa Libertadores en el 94. Fue un equipo extraordinario, con algunos jugadores desequilibrantes, como los que jugaban de mitad de cancha para adelante, un 4-2 en defensa y un arquero como José María Pazo en un gran nivel. Un equipo que me dio muchas satisfacciones.
(El amor eterno entre Julio Comesaña y Júnior de Barranquilla)
¿Qué es lo más recuerda de ese equipo?
Tenía un líder como Valderrama, comandante de esos duros, bravo, de carácter fuerte, pero también cariñoso con los compañeros y con una manera de jugar muy particular. Nunca había visto una cosa igual. Fue único cómo el Pibe controlaba los equipos, los partidos, el juego y armaba todo en su cabeza. También teníamos jugadores con mucho pundonor, como Alexis Mendoza, que era el orientador en la línea de cuatro. Y adelante teníamos a Valenciano: me acuerdo que lo operaron de un menisco y jugando poco hizo muchos goles. El goleador fue Niche Guerrero: interpretaba muy bien al Pibe y le daba posibilidades de lanzamiento y de pases profundos.
¿Cuál es el estilo de juego que le gusta?
Soy una mezcla del fútbol uruguayo y colombiano, más con una tendencia al colombiano. Pero hay cosas que están en mi interior, que tienen que ver con el rigor defensivo, y que de pronto en muchas ocasiones no las he pregonado como yo lo siento. He sido un poquito laxo en ese sentido y creo que muchas veces debí ser más férreo porque es fundamental y aquí hasta a los zagueros les gusta más jugar que marcar. En el uno contra uno hay un déficit grande. Marcar no se trata de meterse atrás sino de contener al adversario, cerrarle las líneas de pase y los caminos hacia el arco, y de ponerlo a jugar donde uno quiere. A mí, lógicamente, me gustan los equipos que manejan bien la pelota y saben presionar tras pérdida en campo contrario. Lo que hay que hacer es tratar de generar una armonía futbolística que permita defender y atacar de la mejor manera, de acuerdo a los jugadores que tengo y sus características. Eso es lo que me ha tocado a mí siempre, no es lo que yo quisiera, pero lo hago con gusto porque uno se pone a prueba e, indudablemente, enriquece los conocimientos.
¿Cómo ha cambiado el fútbol desde que empezó a dirigir hasta la actualidad?
Fue cambiando paulatinamente. Los cambios son rápidos, tajantes e importantes y hay que estar atentos permanentemente porque te acuestas de una manera y te levantas de otra. Y el fútbol no puede ser ajeno a eso: hay que estar actualizándose y mirando qué sirve. Yo trato de mantener un equilibrio entre lo que yo viví y lo nuevo, por lo que no me gusta comerme el cuento solo porque cambia la terminología. Se modifica, pero quiere decir lo mismo que me enseñaron a mí antes: los principios del juego ofensivo y defensivo son siempre los mismos, lo que pasa es que ahora hay mucha información y la tecnología ha permitido analizar mucho más a fondo y desmenuzar el juego, pero lo más bonito es que el juego sigue perteneciendo a la inspiración.
Tras culminar su historia con el Júnior, ¿qué propósitos tiene ahora en su vida?
Descansar, aunque no esté cansado porque hace seis meses que no trabajaba y lo que hicimos ahora no es mucho. Ordenar algunas cosas personales y familiares y atender temas que con el fútbol los voy dejando de lado. Seguir leyendo, actualizándome, viendo fútbol y esperar si en algún momento se presenta una oportunidad de dirigir tratando de ser muy selectivo, porque yo no puedo meterme en cosas que me metía antes ni en trabajos a cuatro o cinco años, sino en objetivos a corto plazo, bien definidos y con herramientas para conseguirlos. Ya no puedo ir a los guerrazos.
(El inconformismo de “la Gambeta” Estrada)
¿Qué análisis hace del desempeño de la selección de Colombia en las primeras dos fechas de la eliminatoria?
Siguiendo el hilo desde que llegó el señor Queiroz, me agrada mucho que, más allá de detalles que pueda cambiar en un partido o modificar la estrategia, me parece que ha sido coherente con su idea, la que mostró desde el comienzo y por la que recibió elogios y críticas. Estas últimas, porque no se veía el fútbol al que está acostumbrado la gente en Colombia: agradable, colectivo, de toque y de jugadas que emocionan. Vi a James pesando poco en la organización del juego, pero me parece que Colombia aprueba el examen y va bien.
Cómo vio a la selección de su país natal, a Uruguay, que además será el próximo rival de Colombia?
Uruguay está en una transición de generación. En el primer partido contra Chile jugó con un mediocampo con Rodrigo Betancur y Federico Valverde y jugadores de buena técnica de mitad de cancha hacia adelante, como De la Cruz y De Arrascaeta. Y Uruguay, acostumbrado a los lanzamientos largos y a un juego más directo, pasó a ser un equipo que sale jugando, que hilvana desde atrás, y pienso que esa línea de cuatro del fondo no está acostumbrada a eso. Esos cambios, que hay que hacerlos, son un riesgo, porque cambiar un estilo de juego de toda la vida para jugar de otra manera no es fácil.
*Texto publicado el 17 de octubre de 2020