Las decisiones de Hugo Galeano
Creció entre balas y drogas. No se dejó convencer de hundirse en el vicio y prefirió el fútbol, cuya suspensión actual tiene en problemas económicos a su club, especializado en la preparación mental de los jugadores.
La buseta con el letrero de “Villa Hermosa” pasaba y Hugo Galeano y sus cómplices del fútbol callejero se hacían a un lado para que se esfumara rápido de la calle empinada y poder continuar jugando a la pelota, con piedras como arcos y gaseosas como trofeos. Ese cuadro feliz se colmaba de angustia cuando en el barrio Manrique Oriental, de Medellín, a finales de la década del 70 y comienzos de los 80, las balas empezaban a volar y a conmover con sus sonidos. Entre violencia y balones creció el hijo de Gabriel, quien trabajaba en Coltejer, y Consuelo, ama de casa que aguardaba la llegada de sus 12 pequeños sanos y salvos al hogar.
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La buseta con el letrero de “Villa Hermosa” pasaba y Hugo Galeano y sus cómplices del fútbol callejero se hacían a un lado para que se esfumara rápido de la calle empinada y poder continuar jugando a la pelota, con piedras como arcos y gaseosas como trofeos. Ese cuadro feliz se colmaba de angustia cuando en el barrio Manrique Oriental, de Medellín, a finales de la década del 70 y comienzos de los 80, las balas empezaban a volar y a conmover con sus sonidos. Entre violencia y balones creció el hijo de Gabriel, quien trabajaba en Coltejer, y Consuelo, ama de casa que aguardaba la llegada de sus 12 pequeños sanos y salvos al hogar.
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En los momentos en que no se encontraba en la escuela Olaya Herrera o ayudando a los vecinos para recibir algunas monedas a cambio, Hugo estaba en la cancha arenosa de la zona, hasta que aparecía su abuelo materno y lo perseguía, con correa en mano, por las múltiples escaleras del barrio, pues no le gustaba que su nieto estuviera en la calle exponiéndose a los vicios en los que terminaron refugiándose varios amigos del niño. No obstante, Galeano convencía a sus padres para que lo dejaran continuar con su amada práctica.
A él no le importaba que se burlaran de su uniforme descolorido y le preguntaran si lo patrocinaba el río Medellín, porque en la cancha, junto a los otros soñadores, se entendían de maravilla y goleaban a los equipos con indumentarias prolijas. Tampoco le prestaba atención a tener que caminar una hora de ida y otra de regreso para llegar a los partidos de la Liga de Antioquia, que disputaba con el equipo Mundo Color. Hugo solo anhelaba jugar. Por eso, cuando Mundo Color no tenía compromisos, se ponía la camiseta de Oro Negro, un equipo que era de Luis Pabón, amigo de Edmer Tamayo, expresidente de Millonarios.
Por sus actuaciones en Oro Negro, Galeano fue seleccionado para ir a Cartago a representar al equipo Robledo FC, que era una sede del cuadro bogotano. Camino a ese municipio del Valle del Cauca, el ya joven decidió que jugaría de lateral izquierdo. En esa posición, rechazada por muchos, podría rendir. No se equivocó, se destacó, pasó las pruebas y antes de integrar el plantel del club albiazul comenzó su carrera como profesional con Deportes Quindío, en 1984. Un año más tarde ya hacía parte del grupo que dirigía Jorge Luis Pinto.
Hugo se consolidó en Millonarios en el lugar del terreno de juego que había elegido en las largas horas en bus de Medellín a Cartago. Y con Luis Augusto Chiqui García como entrenador fue campeón en dos ocasiones de la primera división (1987 y 1988), con un once que todavía recuerda de memoria. “Jugábamos así: Ómar Franco; Alberto Gamero, Wilman Conde, Cerveleón Cuesta, Hugo Galeano, Eduardo Pimentel, Mario Vanemerak, la Gambeta Estrada, Arnoldo Iguarán, el Pájaro Juárez y Rubén Darío Hernández”.
Según le dijo Galeano a El Espectador, de García aprendió el manejo de grupo. “Él fue muy astuto en esa época y nos ayudó a ser campeones”, recalcó el hombre que años después de su consagración con Millonarios se fue al Júnior de Pachequito, Valderrama, Mackenzie y Valenciano, entre otros. Ese con el que fue semifinalista de la Copa Libertadores en 1994 y con el que volvió a triunfar en el fútbol colombiano en 1995. “En el último partido de ese torneo perdimos contra Santa Fe y, aunque ya éramos campeones, el Pibe salió verraco. No le gusta perder nunca”, recordó.
Con la camiseta rojiblanca, Galeano se destacó y fue convocado por Hernán Darío Bolillo Gómez para disputar las eliminatorias al Mundial de Francia 1998, para el que no hizo parte de la selección de Colombia, lo cual motivó su partida al balompié estadounidense. Militó con el Charlotte Eagles y luego retornó al país para retirarse, a los 40 años, con el Boyacá Chicó. Se graduó de entrenador de la Asociación de Técnicos del Fútbol Argentino, se desempeñó como asistente y años después conoció a Samuel Arias Calero, con quien se asoció para la creación del club Mentisport.
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Galeano trabaja con jugadores jóvenes que, a través de la teoría del mindfulness (atención plena) y los elementos de la psicología deportiva, buscan tener mejor rendimiento en la cancha. “Hemos intentado llevar este campo a clubes profesionales, pero ha sido difícil, porque todavía creen únicamente en el psicólogo deportivo y la motivación, lo cual no es suficiente porque lo emocional y lo cerebral tienen que trabajar de la mano durante el entrenamiento”, explicó el exfutbolista, quien ha sido afectado económicamente por el cese de actividades deportivas a causa del COVID-19.
“El balón está en nuestras manos” es el nombre de la campaña que lidera Hugo Galeano y que tiene el acompañamiento de entrenadores independientes, clubes aficionados y periodistas deportivos que también se quedaron sin trabajo. A varios de ellos les ha entregado mercados que ha recibido gracias a la misión que promueve. Además, ha contado con el apoyo de otros exjugadores que a través de videos han impulsado su proyecto. Algunos son: Carlos Valderrama, Faustino Asprilla, el argentino Juan Pablo Sorin, Máyer Candelo y Víctor Aristizábal. Por ahora, el exlateral campeón con Millonarios aguarda por una solución de parte del Ministerio del Deporte y las entidades que rigen el fútbol en Colombia. Para olvidarse de sus sufrimientos actuales, a ratos rememora sus picados en Manrique Oriental.