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Las imágenes que recuerda la mente a veces son más poderosas que cualquier letra. Ese cabezazo repentino y oportuno que habilitó a James Rodríguez para marcar el gol más importante de Colombia en un Mundial, también inmortalizó en una jugada a Abel Aguilar, un hombre que siempre ha trabajado con gusto aunque en silencio.
El fútbol tiene muchas cosas injustas. Jugadas polémicas o goles que debieron ser anulados, pero entre las más ingratas está la labor de ese volante que algunas veces no se ve, que vive gran parte de su carrera sin el reconocimiento de la tribuna.
Y no se ve porque la gracia es esa. Ser simple, rápido, invisible, pero fundamental en el juego. Varios técnicos han dicho que su jugador favorito y con el que más hablan es ese volante que les da el equilibrio. Esa figura laboriosa la ha sabido llevar Abel con cada camiseta que se ha puesto. La última, la del Unión Magdalena, un histórico de nuestro fútbol que vuelve después de 13 años en la segunda división a la mesa donde juegan los mejores.
La llegada de Aguilar a Santa Marta se dio después de mucho trasegar por Italia, España, Francia y Portugal, pero, sobre todo, por la selección.
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El protagonismo de Abel con la camiseta de Colombia comenzó a bajar cuando las lesiones afectaron su rendimiento. Aguilar llegó al Deportivo Cali en junio de 2016. Venía de casi nueves meses en el fútbol portugués, en los que apenas disputó nueve encuentros con la camiseta del Belenenses. Y antes de eso, con el Toulouse en Francia, equipo con el que llegó a lograr una continuidad importante, tuvo el infortunio de descender. Pero nada de eso puso en discusión su papel en el equipo que dirigía José Néstor Pékerman.
Después del Mundial de Brasil 2014 Aguilar seguía siendo llamado por el entrenador argentino, a pesar de que no gozaba del mismo ritmo y continuidad en los clubes. Un ritmo que sí tenía con la camiseta de Colombia durante las eliminatorias para esa Copa del Mundo.
Esa falta de minutos era contraria a la confianza que Pékerman tenía en él. Después de la cita orbital en la que el país logró su mejor participación al llegar a los cuartos de final, el papel de quién era el líder en la selección empezó a ser un tema de discusión. La salida de Mario Alberto Yepes y Farid Mondragón dejó al equipo sin voz de mando.
Los defensas Cristian Zapata y Camilo Zúñiga, el delantero Radamel Falcao García e incluso James Rodríguez, cuyo traspaso al Real Madrid comenzó a darle una importancia mayor a la que ya tenía, eran los nombres a los que ese liderazgo les fue otorgado. Aunque, en la cancha era otra cosa.
En el empate 1-1 con Brasil en Barranquilla por las eliminatorias a Rusia 2018 fue cuando Abel disipó las dudas de seguir en el equipo nacional. En ese juego enfrentó a un mediocampo lleno de estrellas del fútbol mundial: Fernandinho, William y Neymar jugaron esa vez. Hizo lo suyo: ser soporte y equilibrio. Dar el pase correcto. Ser la descarga de James, el apoyo de Carlos Sánchez en la recuperación y quien filtraba balones cuando el partido lo pedía.
Fue esa capacidad de entender el juego la que lo llevó a su segundo mundial de mayores en 2018. Así mucha gente cercana al fútbol y hasta el hincha común dudaran de su rendimiento y su convocatoria.
Su última aparición con la camiseta de Colombia fue contra Polonia en la segunda fecha del Mundial de Rusia. Tan solo pudo jugar treinta minutos. Una molestia en el abductor lo obligó a pedir el cambio y, tal como pasó en el Deportivo Cali, los problemas físicos fueron los que lo sacaron de competencia y lo encaminaron hacia la puerta de salida.
Terminado el Mundial, el Cali decidió prescindir de él y migró al Dallas FC de la liga de Estados Unidos. Cuatro partidos y tan solo uno como titular fue su resumen en ese país.
Con ese ritmo y esos números es que llegó este 2019 al Unión Magdalena. Un equipo que venció al letargo, a los malos manejos administrativos, al recuerdo de las derrotas y al estigma de estar desde 2005 en la segunda división.
El reto para esta temporada es claro: mantener en la máxima categoría a un club histórico del fútbol colombiano. Para eso es que llegó Abel.
“Para mí es todo un reto. Lo veo como la oportunidad de ayudar a la consolidación del equipo en la A. He estado en muchos sitios y en varios países y para mí también es importante lograr cosas aquí. Esta institución lo merece. Por todo lo que luchó el año pasado y por la gente también”, comentó Aguilar minutos después de uno de los varios juegos amistosos que realizó el equipo en la pretemporada que hizo en Bogotá.
Para los pocos aficionados samarios que llegaron a la sede de entrenamiento de La Equidad tener a Aguilar en el plantel es como ver a una estrella. “No me siento así. Yo trabajo como uno más y trato de ayudar a los más jóvenes. A que ellos sientan confianza. Busco hacerles ver que todavía tienen mucho camino por delante. Esta carrera no es fácil. Cuando uno ya tiene y adquiere experiencia es para eso, para ayudar, para aportar. Yo no me creo una estrella, al contrario, a esta edad (34 años) es cuando más hay que trabajar”, reconoce un Abel que aún se entrega de lleno a su profesión y sobre todo a las órdenes del técnico Hárold Rivera.
El entrenador ibaguereño fue el encargado de la odisea del ascenso. Una de sus mejores noticias al comenzar la temporada fue contar con la experiencia de Abel. “Es un hombre con trayectoria. Más allá de su aporte en la cancha, tenerlo aquí genera un crecimiento en todos estos jugadores jóvenes”, cuenta Rivera, quien desde noviembre pasado es visto como un héroe en la ciudad.
Las edades se discuten mucho en el fútbol. Nunca hay un punto fijo que determine hasta cuándo un jugador puede dar la talla. Y tal como lo hace en la cancha, Abel lo asume con tranquilidad y sencillez.
“Yo he planteado mi vida igual. Estar en el Unión no es un paso atrás ni es diferente a cuando estuve en Europa. Me lo tomo con la misma responsabilidad y ganas, porque soy un profesional y porque este club se lo merece, y si pensaron en mí es por algo y yo debo devolverle eso a la gente”.
Con esa gratitud busca honrar sus raíces. Su padre es del Magdalena. En ese territorio Caribe es donde pasó varias de sus navidades y fechas especiales cuando era niño. Eso en parte le dio las ganas de ponerse esa camiseta. Como siempre, en el medio campo y con el número 8 a la espalda. El reto es grande. Hay que disipar los fantasmas del descenso y evitar que la desdicha de la B vuelva al equipo. Abel lo sabe. Por eso estará ahí en la mitad del campo siempre dispuesto a ser ese primer pase del gran Ciclón, que después de 13 años es nuevamente de primera división.