Alfredo Arias, el pizzero del fútbol uruguayo
El DT de Deportivo Cali se retiró del fútbol en 1987 y luego de montar un negocio en Shangrilá, su pueblo natal, se dio cuenta de que lo suyo era la dirección técnica. Volvió, hizo historia con Montevideo Wanderers y ahora quiere dejar huella en el conjunto azucarero.
Camilo Amaya - @CamiloGAmaya
Del pelo largo, a veces enrulado y siempre despelucado, no queda nada. Mantiene la espalda robusta y los brazos gruesos. Ahora hay lentes. Eso sí, Alfredo Arias sigue hablando con las manos. Lo hacía para pedirles a sus compañeros que le pusieran la pelota en el espacio o arriba en el centro del área para sacar un latigazo con la cabeza, lo hace ahora para que sus jugadores sepan dónde los quiere dentro de la cancha.
Quizá ya no es tan morocho como antes, como lo recuerdan en Montevideo Wanderers, club al que llegó a los 17 años porque en Peñarol tuvo poca continuidad y era la segunda opción por detrás de Fernando Morena, un delantero de pies y voz, un ídolo que se ganó el cariño de la gente y que en la década de los 70 fue bautizado el Golden Boy de Uruguay por el periodista Ramón Mérica.
Por eso es que Arias se formó en Wanderers y aprendió a querer al equipo como se quiere a una familia, además porque le dieron la posibilidad de entrenar y estudiar Contaduría al mismo tiempo, antes de que la alta exigencia del deporte lo obligara a renunciar a la universidad.
En 1983 hizo parte del plantel que brilló en la Copa Libertadores, que puso en aprietos a Nacional de Uruguay y que junto a Enzo Francescoli, Daniel Carreño y Jorge Barrios por poco dejan fuera del torneo continental a una de las instituciones más importantes del país (perdieron 2-1 en el partido de desempate). Esas buenas actuaciones y la templanza en el terreno le dieron un lugar en la selección charrúa, también el tiquete para ir a Chile y a México, donde a los 29 años se retiró en lo que para algunos fue un abandono prematuro, pero para los más cercanos fue una salida necesaria.
“Con sus ahorros como jugador puso una pizzería en Shangrilá y trabajó allí durante trece años”, recuerda Jorge Nin, expresidente de Wanderers y hoy directivo del club. En ese negocio se dedicó a amasar, a meterse de cuando en cuando con la parrilla y se volvió un experto del asado, un trabajador incansable para llevar una vida más que digna y en calma en un pueblo ribereño, de atardeceres coloridos en la primavera y de noches frescas en el verano, que con el tiempo terminó siendo una extensión más de Montevideo.
“Pero le faltaban el fútbol y los gritos, los golpes y los goles. Y si vos has estado en ese mundo, tarde que temprano te hala. Y esa fuerza puede con vos”, agregó Nin.
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Entonces Arias se desesperó y empezó a tocar puertas por acá y por allá para dirigir algún equipo juvenil, para que alguien le diera la oportunidad, así no hubiera hoja de vida, mucho menos experiencia como DT. “Logró reunirse con el presidente de Wanderers de la época y llegaron a un acuerdo”.
La cita no fue tan larga. Arias estaba nervioso. Debía convencer al directivo de que él era el hombre perfecto para estar a cargo del equipo sub-17. El caso es que ambos salieron satisfechos: el presidente porque le iba a pagar un sueldo muy bajito y él porque tendría unos cuantos pesos sabiendo que en principio hubiera aceptado hacer el trabajo gratis.
Si bien con esa categoría no logró títulos —tampoco es prioridad del club que sus divisiones inferiores levanten trofeos—, Arias llamó la atención por la manera en la que conversaba con los jóvenes, haciéndoles entender que el fútbol era más que glorificar el resultado, que había que hacer las cosas bien, como el toque cortito al pie y en profundidad cuando ameritaba.
“Probaba de todo: un día que línea de tres, otro que de cuatro, después que cinco volantes y luego que tres. Y eso nos pareció importante, porque obligaba al jugador para que se desempeñara igual en diferentes situaciones”.
Arias se empecinó en analizar videos del Barcelona de Pep Guardiola y, en la medida de lo posible, emular movimientos y posicionamientos, y que balón, sin importar el rival, “siempre fuera nuestro”. En 2012, Daniel Carreño tuvo una oferta del exterior y dio un paso al costado. Wanderers se quedó sin entrenador. Y luego de analizar nombres y currículos en carpetas, de tomar varias tazas de café, Arias apareció en la discusión.
Hubo debate, se alzó la voz, y se volvió a bajar, y que mire que Alfredo es la mejor opción, que es un hombre de la casa, que tenemos que pensar a futuro. Al final, humo blanco, no por unanimidad, sí por mayoría. El comienzo no fue fácil por los malos resultados, y los hinchas, muy pasionales, empezaron a gritarle desde la platea cosas como “regresá a tu pueblo, pizzero” o “andá a amasar”. Incluso, en una ocasión, un hombre le arrojó harina tras una derrota antes de soltarle un mar de palabrería.
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Tampoco fue fácil la relación con la directiva, pues si bien existía un trato respetuoso, Arias pedía y pedía jugadores, y el club le decía que no, que no había dinero, que los números en tesorería no eran buenos. Y se trenzaban en discusiones eternas en las que el DT argumentaba su necesidad incansablemente.
“Nos dimos cuenta de que tenía un ojo increíble. Hubo un central que compramos con mucho esfuerzo, fue figura y lo vendimos después a Necaxa de México y eso dejó réditos en las arcas. Pasó de igual forma con el arquero Federico Cristóforo, titular indiscutido, que más adelante se fue a préstamo a México. Entendimos que no pedía por pedir, que había un estudio serio detrás, y que todo era en beneficio de la institución”.
En la fiesta de conmemoración de los 110 años de Wanderers (fundado en 1902), Arias tomó el micrófono y empezó a hablar lo que nunca nadie había contemplado, lo que antes solo se susurraba y ni siquiera estaba dentro de los planes.
—Yo le voy a pelear el título a Nacional y Peñarol.
—Wanderers volverá a ser campeón.
—Y lo vamos a hacer jugando como Guardiola.
Y los presentes creyeron que el DT había tomado unas cuantas copas de más y que el alcohol y la emoción del instante lo tenían diciendo disparates. “Para nosotros era muy complicado pelear por un campeonato y por eso nuestros esfuerzos estaban enfocados en garantizar cupos a torneos internacionales. Hasta en eso nos cambió Alfredo, en ser más ambiciosos”, rememora Jorge Nin.
En 2014 y con muchos problemas económicos, Arias tuvo que ser recursivo y armar un equipo competitivo con lo que tenía, pues no hubo espacio para contrataciones de nombre. Subió uno que otro juvenil y conformó la nómina más joven del clausura uruguayo. Y empezó a ganar partidos complicados, como el triunfo 3-2 frente a Juventud en condición de visitante, o el 3-2 sobre Nacional en el Parque Alfredo Víctor Viera.
Wanderers, con seguridad y calma en su forma de hacer las cosas, se hizo más sólido y triunfó en los últimos siete encuentros del campeonato para lograr su primer título profesional (los de 1906, 1909 y 1931 eran amateurs). Maximiliano Oliveria marcó el único tanto frente a El Tanque Sisley, resultado suficiente para levantar el trofeo un domingo 18 de mayo en el estadio Campeones Olímpicos, un escenario que más bien parecía una cancha de barrio en el departamento de Florida, que se llenó de aficionados una vez el juez terminó todo.
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En esa oportunidad no importaron las largas filas, pues al lado de las hileras hubo parrillas, choripán y cerveza para contener el hambre y la sed de la pequeña marea blanquinegra que llegó para que nadie se lo contara, para ser testigo presencial. Y para luego compartir con jugadores y cuerpo técnico en medio de abrazos, lágrimas, arengas y para decir, al final, que estuvieron el día que Wanderers fue campeón.
“Es que, imagínese usted, el 90 % de los uruguayos, que somos bien pocos, son aficionados de Peñarol o de Nacional. Y el resto se dividen en los demás clubes. Y la brecha de ingresos es abismal, claro, porque ellos son los vendedores, los de las sumas astronómicas por los derechos de televisión; nosotros no. Fue un día hermoso, de los padres, un poco más sabios, enseñándoles a los niños el amor por una camiseta. Y Alfredo es el gran responsable de eso, porque su equipo hizo un viaje increíble”.
Lo conocieron en Suramérica
Después del éxito en Uruguay, Arias se marchó para otro Wanderers, el chileno, conjunto con el que fue sexto en el torneo clausura. Su trabajo tuvo un eco tan fuerte que lo buscaron de Ecuador para que tomara las riendas de Emelec durante dos temporadas.
“Vino a hacer la preparación en Montevideo y las personas fueron a ver el partido amistoso con Wanderers solo para pedirle un autógrafo a Alfredo”. Luego se marchó a Bolivia y allí, impetuoso, se quejó de los jueces, de lo que para él estaba arreglado en contra de Bolívar y no aguantó tanta injusticia y regresó a Chile no sin antes decir: “El arbitraje está expuesto a algo muy corrupto en este país”.
En la Universidad de Chile no le fue bien. Recibió un club en plena crisis, en la parte baja de la tabla y con la difícil misión de enmendar lo hecho por Frank Kudekla. Duró cinco meses antes de que lo despidieran tras un empate con Audax.
Llegó a Wanderers, a pesar de tener ofertas de Arabia Saudita, y en un gesto de cariño aceptó dirigirlo y volver tal cual el río retoma el cauce seco. Sabía que no iba a ganar grandes sumas de dinero, pero era algo que le debía a la institución y a las personas que creyeron en él.
“Esos gestos no se olvidan. Fue lindo contar otra vez con un hombre tan directo y tan trabajador como él. El año pasado, en diciembre, me confesó que había una propuesta de Colombia. Lo único que les pido a los hinchas de Deportivo Cali es que le tengan paciencia, porque es un tipo honesto y ganador. Ya verán que más adelante lo van a disfrutar por montones”.
Del pelo largo, a veces enrulado y siempre despelucado, no queda nada. Mantiene la espalda robusta y los brazos gruesos. Ahora hay lentes. Eso sí, Alfredo Arias sigue hablando con las manos. Lo hacía para pedirles a sus compañeros que le pusieran la pelota en el espacio o arriba en el centro del área para sacar un latigazo con la cabeza, lo hace ahora para que sus jugadores sepan dónde los quiere dentro de la cancha.
Quizá ya no es tan morocho como antes, como lo recuerdan en Montevideo Wanderers, club al que llegó a los 17 años porque en Peñarol tuvo poca continuidad y era la segunda opción por detrás de Fernando Morena, un delantero de pies y voz, un ídolo que se ganó el cariño de la gente y que en la década de los 70 fue bautizado el Golden Boy de Uruguay por el periodista Ramón Mérica.
Por eso es que Arias se formó en Wanderers y aprendió a querer al equipo como se quiere a una familia, además porque le dieron la posibilidad de entrenar y estudiar Contaduría al mismo tiempo, antes de que la alta exigencia del deporte lo obligara a renunciar a la universidad.
En 1983 hizo parte del plantel que brilló en la Copa Libertadores, que puso en aprietos a Nacional de Uruguay y que junto a Enzo Francescoli, Daniel Carreño y Jorge Barrios por poco dejan fuera del torneo continental a una de las instituciones más importantes del país (perdieron 2-1 en el partido de desempate). Esas buenas actuaciones y la templanza en el terreno le dieron un lugar en la selección charrúa, también el tiquete para ir a Chile y a México, donde a los 29 años se retiró en lo que para algunos fue un abandono prematuro, pero para los más cercanos fue una salida necesaria.
“Con sus ahorros como jugador puso una pizzería en Shangrilá y trabajó allí durante trece años”, recuerda Jorge Nin, expresidente de Wanderers y hoy directivo del club. En ese negocio se dedicó a amasar, a meterse de cuando en cuando con la parrilla y se volvió un experto del asado, un trabajador incansable para llevar una vida más que digna y en calma en un pueblo ribereño, de atardeceres coloridos en la primavera y de noches frescas en el verano, que con el tiempo terminó siendo una extensión más de Montevideo.
“Pero le faltaban el fútbol y los gritos, los golpes y los goles. Y si vos has estado en ese mundo, tarde que temprano te hala. Y esa fuerza puede con vos”, agregó Nin.
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Entonces Arias se desesperó y empezó a tocar puertas por acá y por allá para dirigir algún equipo juvenil, para que alguien le diera la oportunidad, así no hubiera hoja de vida, mucho menos experiencia como DT. “Logró reunirse con el presidente de Wanderers de la época y llegaron a un acuerdo”.
La cita no fue tan larga. Arias estaba nervioso. Debía convencer al directivo de que él era el hombre perfecto para estar a cargo del equipo sub-17. El caso es que ambos salieron satisfechos: el presidente porque le iba a pagar un sueldo muy bajito y él porque tendría unos cuantos pesos sabiendo que en principio hubiera aceptado hacer el trabajo gratis.
Si bien con esa categoría no logró títulos —tampoco es prioridad del club que sus divisiones inferiores levanten trofeos—, Arias llamó la atención por la manera en la que conversaba con los jóvenes, haciéndoles entender que el fútbol era más que glorificar el resultado, que había que hacer las cosas bien, como el toque cortito al pie y en profundidad cuando ameritaba.
“Probaba de todo: un día que línea de tres, otro que de cuatro, después que cinco volantes y luego que tres. Y eso nos pareció importante, porque obligaba al jugador para que se desempeñara igual en diferentes situaciones”.
Arias se empecinó en analizar videos del Barcelona de Pep Guardiola y, en la medida de lo posible, emular movimientos y posicionamientos, y que balón, sin importar el rival, “siempre fuera nuestro”. En 2012, Daniel Carreño tuvo una oferta del exterior y dio un paso al costado. Wanderers se quedó sin entrenador. Y luego de analizar nombres y currículos en carpetas, de tomar varias tazas de café, Arias apareció en la discusión.
Hubo debate, se alzó la voz, y se volvió a bajar, y que mire que Alfredo es la mejor opción, que es un hombre de la casa, que tenemos que pensar a futuro. Al final, humo blanco, no por unanimidad, sí por mayoría. El comienzo no fue fácil por los malos resultados, y los hinchas, muy pasionales, empezaron a gritarle desde la platea cosas como “regresá a tu pueblo, pizzero” o “andá a amasar”. Incluso, en una ocasión, un hombre le arrojó harina tras una derrota antes de soltarle un mar de palabrería.
Lea aquí: Las polémicas palabras de Eduardo Pimentel
Tampoco fue fácil la relación con la directiva, pues si bien existía un trato respetuoso, Arias pedía y pedía jugadores, y el club le decía que no, que no había dinero, que los números en tesorería no eran buenos. Y se trenzaban en discusiones eternas en las que el DT argumentaba su necesidad incansablemente.
“Nos dimos cuenta de que tenía un ojo increíble. Hubo un central que compramos con mucho esfuerzo, fue figura y lo vendimos después a Necaxa de México y eso dejó réditos en las arcas. Pasó de igual forma con el arquero Federico Cristóforo, titular indiscutido, que más adelante se fue a préstamo a México. Entendimos que no pedía por pedir, que había un estudio serio detrás, y que todo era en beneficio de la institución”.
En la fiesta de conmemoración de los 110 años de Wanderers (fundado en 1902), Arias tomó el micrófono y empezó a hablar lo que nunca nadie había contemplado, lo que antes solo se susurraba y ni siquiera estaba dentro de los planes.
—Yo le voy a pelear el título a Nacional y Peñarol.
—Wanderers volverá a ser campeón.
—Y lo vamos a hacer jugando como Guardiola.
Y los presentes creyeron que el DT había tomado unas cuantas copas de más y que el alcohol y la emoción del instante lo tenían diciendo disparates. “Para nosotros era muy complicado pelear por un campeonato y por eso nuestros esfuerzos estaban enfocados en garantizar cupos a torneos internacionales. Hasta en eso nos cambió Alfredo, en ser más ambiciosos”, rememora Jorge Nin.
En 2014 y con muchos problemas económicos, Arias tuvo que ser recursivo y armar un equipo competitivo con lo que tenía, pues no hubo espacio para contrataciones de nombre. Subió uno que otro juvenil y conformó la nómina más joven del clausura uruguayo. Y empezó a ganar partidos complicados, como el triunfo 3-2 frente a Juventud en condición de visitante, o el 3-2 sobre Nacional en el Parque Alfredo Víctor Viera.
Wanderers, con seguridad y calma en su forma de hacer las cosas, se hizo más sólido y triunfó en los últimos siete encuentros del campeonato para lograr su primer título profesional (los de 1906, 1909 y 1931 eran amateurs). Maximiliano Oliveria marcó el único tanto frente a El Tanque Sisley, resultado suficiente para levantar el trofeo un domingo 18 de mayo en el estadio Campeones Olímpicos, un escenario que más bien parecía una cancha de barrio en el departamento de Florida, que se llenó de aficionados una vez el juez terminó todo.
Lea aquí: Andrés Pérez, histórico del fútbol colombiano
En esa oportunidad no importaron las largas filas, pues al lado de las hileras hubo parrillas, choripán y cerveza para contener el hambre y la sed de la pequeña marea blanquinegra que llegó para que nadie se lo contara, para ser testigo presencial. Y para luego compartir con jugadores y cuerpo técnico en medio de abrazos, lágrimas, arengas y para decir, al final, que estuvieron el día que Wanderers fue campeón.
“Es que, imagínese usted, el 90 % de los uruguayos, que somos bien pocos, son aficionados de Peñarol o de Nacional. Y el resto se dividen en los demás clubes. Y la brecha de ingresos es abismal, claro, porque ellos son los vendedores, los de las sumas astronómicas por los derechos de televisión; nosotros no. Fue un día hermoso, de los padres, un poco más sabios, enseñándoles a los niños el amor por una camiseta. Y Alfredo es el gran responsable de eso, porque su equipo hizo un viaje increíble”.
Lo conocieron en Suramérica
Después del éxito en Uruguay, Arias se marchó para otro Wanderers, el chileno, conjunto con el que fue sexto en el torneo clausura. Su trabajo tuvo un eco tan fuerte que lo buscaron de Ecuador para que tomara las riendas de Emelec durante dos temporadas.
“Vino a hacer la preparación en Montevideo y las personas fueron a ver el partido amistoso con Wanderers solo para pedirle un autógrafo a Alfredo”. Luego se marchó a Bolivia y allí, impetuoso, se quejó de los jueces, de lo que para él estaba arreglado en contra de Bolívar y no aguantó tanta injusticia y regresó a Chile no sin antes decir: “El arbitraje está expuesto a algo muy corrupto en este país”.
En la Universidad de Chile no le fue bien. Recibió un club en plena crisis, en la parte baja de la tabla y con la difícil misión de enmendar lo hecho por Frank Kudekla. Duró cinco meses antes de que lo despidieran tras un empate con Audax.
Llegó a Wanderers, a pesar de tener ofertas de Arabia Saudita, y en un gesto de cariño aceptó dirigirlo y volver tal cual el río retoma el cauce seco. Sabía que no iba a ganar grandes sumas de dinero, pero era algo que le debía a la institución y a las personas que creyeron en él.
“Esos gestos no se olvidan. Fue lindo contar otra vez con un hombre tan directo y tan trabajador como él. El año pasado, en diciembre, me confesó que había una propuesta de Colombia. Lo único que les pido a los hinchas de Deportivo Cali es que le tengan paciencia, porque es un tipo honesto y ganador. Ya verán que más adelante lo van a disfrutar por montones”.