Diego Herazo y la ley de atracción
Es un amante del béisbol que a los 16 años abandonó su natal Condoto (Chocó) para irse a Medellín e intentar ser futbolista profesional. Fue rechazado por Águilas Doradas y Envigado, y se dio a conocer en el balompié antioqueño con el equipo de la fundación de Jackson Martínez, a cuyos entrenamientos arribaba tras una hora de caminata. La historia del goleador de la Liga.
Las mejillas de Diego Herazo se humedecían por su llanto, cuando era niño y llegaba el día lunes, que significaba que su padre, Alfredo Herazo, se iba a la mina de oro a trabajar y no volvería hasta el próximo viernes. El pequeño se abrazaba a su hermano menor, también desconsolado. En los comienzos de semana, Diego intentaba distraer su tristeza con las clases que le gustaban: español, ciencias sociales y educación física. Si en su horario escolar se atravesaba matemáticas, el sufrimiento aumentaba.
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Todo lo solucionaba la pelota. Cuando la acariciaba, el tiempo se hacía más veloz. Con ella acompañándolo en los partidos en los que representaba a la escuela de Condoto (Chocó), más los abrazos de su madre, Elizabeth Moreno, la ausencia de su papá era más llevadera. Los fines de semana, don Alfredo le pulía las condiciones a su orgullo. Y, cuando llegaban las vacaciones de diciembre, se lo llevaba para su natal San Juan Nepomuceno, en el departamento de Bolívar.
“En su pueblo, mi papá me llevaba a ver partidos de béisbol, íbamos a las corralejas y hacíamos muchas cosas bacanas”, le contó a El Espectador el protagonista de estas letras, quien también se enamoró del diamante y la pelota caliente. No obstante, desde 2012, Diego no volvió a acompañar a su padre a San Juan Nepomuceno, pues, con 16 años, decidió irse para Medellín a intentar ser futbolista profesional.
“Tenía un amigo del pueblo que jugaba en Águilas Doradas y me dijo que fuera, que él me ayudaba para que hiciera pruebas ahí. No quedé, pero seguí intentando en varios clubes. En Envigado fui uno de los mejores, pero solo podían elegir a uno y se quedaron con un muchacho de Cartagena. Un señor me dijo que fuera al equipo de la Fundación Deportiva Jackson Martínez”, relató el jugador que fue recibido en la capital antioqueña por una tía a la cual todavía le agradece.
(James Mina Camacho: música en el arco)
Para ir a entrenar con el equipo mencionado, se levantaba a las 5:00 de la mañana y junto a un amigo tomaban un bus que los dejaba en el parque Berrío, en el centro de la ciudad. Desde ahí caminaban una hora hacia arriba hasta la cancha de prácticas. Tras la jornada deportiva, caminaban otra hora de bajada hasta el parque y ahí tomaban el bus de regreso hacia el barrio. “Solo teníamos lo de un pasaje de ida y uno de vuelta, nos tocaba caminar”.
Diego vio recompensado su sacrificio cuando su talento se dio a conocer en partidos de la Liga de Antioquia y sus derechos deportivos fueron adquiridos por Deportivo Independiente Medellín. “Hoy en día le digo a mi hermano que a uno le ha tocado difícil. He estado toda la vida guerreando y nada te lo regalan. Hay jóvenes que no son capaces de separarse del papá y la mamá para ir en búsqueda de sus sueños. Por eso, me siento satisfecho de lo que estoy haciendo, pero me falta mucho más”, dijo el luchador que debutó como profesional en 2015 con la camiseta del poderoso.
Tuvo que continuar guerreándola, porque al siguiente año fue cedido al Cúcuta Deportivo y luego al Valledupar, con el que sus goles fueron constantes en la segunda división del fútbol profesional colombiano. En 2019 regresó al Medellín y el año pasado fue el goleador del Atlético Bucaramanga. Para la presente temporada tenía la posibilidad de jugar de nuevo con la institución dueña de su pase, porque Hernán Darío el Bolillo Gómez lo quería en su nómina, pero él prefirió ir a préstamo a La Equidad.
(Pedro Zape: entre azúcar y barro)
En el conjunto bogotano se ha colmado de aprendizajes y de la siempre anhelada confianza. Herazo ve en el técnico Alexis García a un segundo padre que lo guía y busca encaminarlo por los paisajes de la gloria. “En la cancha me ha enseñado movimientos claves para los delanteros, a que rote las posiciones con los extremos, y eso me ha servido mucho. Y, en lo personal, me da muchos consejos sobre la vida: entre otras, cómo manejar mis finanzas y utilizar la ley de atracción. Lo que uno atrae, eso le llega”.
Él ha atraído la consecución del sueño de millones de niños: ser futbolista profesional. Ha atraído el ser el goleador de la actual Liga BetPlay. Ha atraído un plantel en el que “me siento bien rodeado y feliz”. Ha atraído una familia amorosa a la que le dedica su tiempo libre. Antes de cada encuentro atrae las buenas energías con una sagrada charla con su esposa y su madre.
¿Qué busca atraer para el futuro?: “Quedar campeón de la Liga con La Equidad, superar al Pasto en la Sudamericana y pelearla, llegar a la selección de Colombia y poder ir a jugar al fútbol europeo, que es mi sueño desde que era pequeño y veía por televisión los partidos de Ruud van Nistelrooy”.
Las mejillas de Diego Herazo se humedecían por su llanto, cuando era niño y llegaba el día lunes, que significaba que su padre, Alfredo Herazo, se iba a la mina de oro a trabajar y no volvería hasta el próximo viernes. El pequeño se abrazaba a su hermano menor, también desconsolado. En los comienzos de semana, Diego intentaba distraer su tristeza con las clases que le gustaban: español, ciencias sociales y educación física. Si en su horario escolar se atravesaba matemáticas, el sufrimiento aumentaba.
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Todo lo solucionaba la pelota. Cuando la acariciaba, el tiempo se hacía más veloz. Con ella acompañándolo en los partidos en los que representaba a la escuela de Condoto (Chocó), más los abrazos de su madre, Elizabeth Moreno, la ausencia de su papá era más llevadera. Los fines de semana, don Alfredo le pulía las condiciones a su orgullo. Y, cuando llegaban las vacaciones de diciembre, se lo llevaba para su natal San Juan Nepomuceno, en el departamento de Bolívar.
“En su pueblo, mi papá me llevaba a ver partidos de béisbol, íbamos a las corralejas y hacíamos muchas cosas bacanas”, le contó a El Espectador el protagonista de estas letras, quien también se enamoró del diamante y la pelota caliente. No obstante, desde 2012, Diego no volvió a acompañar a su padre a San Juan Nepomuceno, pues, con 16 años, decidió irse para Medellín a intentar ser futbolista profesional.
“Tenía un amigo del pueblo que jugaba en Águilas Doradas y me dijo que fuera, que él me ayudaba para que hiciera pruebas ahí. No quedé, pero seguí intentando en varios clubes. En Envigado fui uno de los mejores, pero solo podían elegir a uno y se quedaron con un muchacho de Cartagena. Un señor me dijo que fuera al equipo de la Fundación Deportiva Jackson Martínez”, relató el jugador que fue recibido en la capital antioqueña por una tía a la cual todavía le agradece.
(James Mina Camacho: música en el arco)
Para ir a entrenar con el equipo mencionado, se levantaba a las 5:00 de la mañana y junto a un amigo tomaban un bus que los dejaba en el parque Berrío, en el centro de la ciudad. Desde ahí caminaban una hora hacia arriba hasta la cancha de prácticas. Tras la jornada deportiva, caminaban otra hora de bajada hasta el parque y ahí tomaban el bus de regreso hacia el barrio. “Solo teníamos lo de un pasaje de ida y uno de vuelta, nos tocaba caminar”.
Diego vio recompensado su sacrificio cuando su talento se dio a conocer en partidos de la Liga de Antioquia y sus derechos deportivos fueron adquiridos por Deportivo Independiente Medellín. “Hoy en día le digo a mi hermano que a uno le ha tocado difícil. He estado toda la vida guerreando y nada te lo regalan. Hay jóvenes que no son capaces de separarse del papá y la mamá para ir en búsqueda de sus sueños. Por eso, me siento satisfecho de lo que estoy haciendo, pero me falta mucho más”, dijo el luchador que debutó como profesional en 2015 con la camiseta del poderoso.
Tuvo que continuar guerreándola, porque al siguiente año fue cedido al Cúcuta Deportivo y luego al Valledupar, con el que sus goles fueron constantes en la segunda división del fútbol profesional colombiano. En 2019 regresó al Medellín y el año pasado fue el goleador del Atlético Bucaramanga. Para la presente temporada tenía la posibilidad de jugar de nuevo con la institución dueña de su pase, porque Hernán Darío el Bolillo Gómez lo quería en su nómina, pero él prefirió ir a préstamo a La Equidad.
(Pedro Zape: entre azúcar y barro)
En el conjunto bogotano se ha colmado de aprendizajes y de la siempre anhelada confianza. Herazo ve en el técnico Alexis García a un segundo padre que lo guía y busca encaminarlo por los paisajes de la gloria. “En la cancha me ha enseñado movimientos claves para los delanteros, a que rote las posiciones con los extremos, y eso me ha servido mucho. Y, en lo personal, me da muchos consejos sobre la vida: entre otras, cómo manejar mis finanzas y utilizar la ley de atracción. Lo que uno atrae, eso le llega”.
Él ha atraído la consecución del sueño de millones de niños: ser futbolista profesional. Ha atraído el ser el goleador de la actual Liga BetPlay. Ha atraído un plantel en el que “me siento bien rodeado y feliz”. Ha atraído una familia amorosa a la que le dedica su tiempo libre. Antes de cada encuentro atrae las buenas energías con una sagrada charla con su esposa y su madre.
¿Qué busca atraer para el futuro?: “Quedar campeón de la Liga con La Equidad, superar al Pasto en la Sudamericana y pelearla, llegar a la selección de Colombia y poder ir a jugar al fútbol europeo, que es mi sueño desde que era pequeño y veía por televisión los partidos de Ruud van Nistelrooy”.