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Fue en un entrenamiento después de un partido con Envigado, en un día lluvioso, de la pelota rodando más rápido y del peligro de no controlar la velocidad de las piernas y la fuerza del cuerpo.
Un compañero se arrojó para quitarle el balón, él alcanzó a rechazarlo, saltó para evitar el contacto y cuando cayó, la rodilla izquierda hizo un movimiento brusco hacia adentro. Escuchó un crujido, se arrojó al piso y sintió la pierna dormida. Con vehemencia trató de levantarse, pero se dio cuenta de que algo estaba suelto, desencajado. No hubo un dolor intenso e insoportable, como la vez que se fracturó el cuello del tobillo, y tampoco se desmayó.
El parte médico: fractura del ligamento cruzado de la rodilla izquierda, la lesión más temida por los futbolistas, la más común, la segunda en su cuenta personal (ya le había pasado lo mismo en la otra pierna). Se habló de la operación, de la gravedad, y de suerte también, pues la incógnita de volver a jugar no tenía respuesta. Nadie supo qué decir. “Fue un momento duro porque estaba tapando muy bien. Y me costó asimilarlo, pues ya era la segunda vez que atravesaba una situación así”.
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Diego Novoa estuvo un año fuera de competencia, yendo a una piscina todos los días, de seis a ocho de la mañana, para hacer hidroterapia, trabajando con David del Castillo y Cristian Quiceno, médicos de La Equidad (club en el que estuvo hasta el año pasado), para recuperar de a poco la movilidad, la confianza, las sensaciones, y volver a ser el mismo de antes. En las tardes tenía otra tanda de terapia bajo el agua y en la noche ejercicios en el gimnasio.
No hubo afán y se hizo énfasis en eliminar el miedo del regreso durante otro período lejos del fútbol, a diferencia de 2011, cuando la competencia misma se encargó de exterminar el temor a una recaída. Por recomendación del cirujano, cambió el carro por la bicicleta.
“Es una actividad física en la que no hay un impacto, por ende, no se altera la rodilla”, le dijo. Y empezó a recorrer la ciudad en dos ruedas, a ir hasta la sede del club, a disfrutar de la ciclovía, a tener de nuevo la certeza, no sólo de lo que era, sino de lo que soñaba.
Contra los impulsos y los deseos dejó de ver partidos por televisión, para no hacerse daño, para no sentir nostalgia, para no amargar más los días incoloros.
“Me deprimí varias veces y por eso tomé esa decisión. Es duro saber que un día estás en un estadio repleto de gente y al otro necesitas que alguien te ayude a pasar al baño”. Ese alguien a quien se refiere Novoa es su esposa, Daniela Sánchez, la persona que no lo dejó desmoronar, la que le dio ánimo cuando no hubo ganas de nada, la que hizo las veces de calmante para mermar el lamento. “Las gracias totales a ella por todo lo que hizo. Seguiré dándoselas siempre”.
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No caer en la rutina también fue clave para mantener la motivación. Y para eso el grupo de médicos del equipo asegurador, y de fisioterapeutas, cambió de manera constante los estiramientos para que el hábito no desembocara en aburrimiento.
Y el retiro forzado lo fortaleció, lo hizo reparar en detalles que no había visto antes, lo volvió más analítico y calculador, un mejor arquero.
“Maduré y me entregué más a mi profesión”. Y mientras iba con ese andar optimista conoció a Luis Fernando Suárez, el entrenador que llegó cuando él ya estaba lesionado, el mismo que supo de sus virtudes por videos, por las buenas referencias de otros, por caminos lejanos al de la observación. Y sin saber cómo jugaba lo apoyó, entendiendo que al estar a la cabeza del grupo cualquier problema era ahora suyo. “Me dijo que no me apresurara, que tomara las cosas con tranquilidad, que él me iba a esperar”.
Fue el mismo técnico antioqueño el que lo recibió en su primera práctica, luego de tanto tiempo, el que le dijo que comenzara con un ejercicio de trabajo en espacio reducido con sus demás compañeros y, en función de eso, el que lo empezó a tratar como uno más, sin tener en cuenta su prontuario de lesiones.
Novoa extrañaba las charlas con los amigos, los chistes en los camerinos, la desprevención en esos instantes y la necesidad de olvidar protocolos y la formalidad excesiva para simplemente divertirse. “La alegría de ellos te contagia y te hace sentir diferente”.
Hoy, con 31 años y la experiencia del que no hace algo por primera vez, Novoa es uno de los mejores arqueros del fútbol colombiano y refuerzo de América de Cali, reciente campeón del torneo, para la temporada 2021. Un hombre que tuvo que luchar contra los golpes para aprender que caer y levantarse, dos verbos de su diario vivir, mejoran los instintos básicos de supervivencia, y que de allí nace la importancia de volver siempre más fuerte.
*Nota publicada en agosto de 2018