Don Mike Forero Nougués, el campeón de campeones
Falleció este miércoles en Bogotá, a los 99 años de edad, el gran maestro del periodismo deportivo.
Rufino Acosta
Bueno, se nos fue don Mike Forero Nougués. Tranquilo y en paz, sin sufrimiento, como dijo su hijo Clemente. Había nacido en Piedecuesta, hijo de Guillermo y Concha, hace 99 años y 6 meses. Pensé que llegaría al centenario, pero la voluntad divina lo llamó un poco antes. Fue un luchador insigne. Aun en condiciones adversas, después de una caída que hizo más difíciles sus últimos cuatro años, nunca se rindió ni dejó de sonreír.
Alguien me preguntaba, cuando iba a visitarlo, que si me recordaba, si sabía quién era yo, y, como en otro pasaje de la vida, yo siempre respondía: “No importa, porque sé quién es él”. Creo que alcancé a decirle en vida casi todo cuánto le agradecía por su amistad y sus enseñanzas. Tal vez me faltó poco. Cuando lo saludé de despedida, este 12 de junio de 2019, estaba como dormido, pero sentí que nos escuchaba. Le dije que era un ilustre garrotero y nunca dejaba de batallar. Queda el enorme legado de su condición de excepcional periodista y la historia inagotable que plasmó en las páginas de El Espectador y otros medios.
Mike creció al lado de dos hermanos y una hermana, Guillermo, Santiago y Marion. Su padre, también periodista, fue andariego y eso lo heredó Mike, quien se definía como ciudadano del mundo. Estuvo en los seis continentes y de cada paso traía una lección o unas palabras nuevas. Olímpicos, mundiales y citas deportivas de todo orden figuraron en su agenda terrenal. Estudió bacteriología en la Universidad de Filadelfia, estuvo vinculado a la enfermería y siempre recordaba con entusiasmo la manera como prefería departir con amigos de raza negra, a pesar de las fuertes restricciones raciales de la época. Eran mis mejores amigos, decía. De aquella época solía evocar sus romances con el béisbol como hincha de los célebres Filis.
En Colombia obtuvo el título de licenciado en Educación Física en la Universidad Nacional, donde conoció a la joven bolivarense Alicia Pineda, con quien formó el hogar de tres hijos: Clemente, Norma y Patricia. Alicia se le adelantó en el último viaje unos doce años. Era el gran patriarca de la Forerada. Hace rato perdí la cuenta de su árbol familiar por lo amplio y frondoso. Resultaba inevitable que se convirtiera en periodista, pues lo traía en las venas. Antes había incursionado en cargos públicos, pero su vocación estaba por otro lado. Casi se va para Montería, donde le ofrecían un empleo bien remunerado. Ya había escrito sus primeras notas y a finales de la década del 40 tomaba fuerza su pluma. Esplendor máximo de la que sería una espléndida, fructífera y extensa carrera que se aceleró cuando llegó a El Espectador de los Cano y estableció una relación de amor eterno. Más de setenta años en una travesía que llevó mucho más tiempo le permitieron dejar huella como decano del periodismo deportivo de Colombia, sin la menor duda la pluma más aguda y talentosa.
Claro que Mike era un periodista en todo el ancho de la palabra. Por eso pudo incursionar en temas políticos, de poesía y literatura, historia y cuantas exigencias les impusiera el oficio. Columnas como Aire Libre y Sermones Laicos —que heredó de su padre— quedan en el archivo de una producción inagotable y llena de rico contenido. Fue polémico, atrevido, cazador de batallas e incansable defensor del valor del hombre colombiano. Apoyó a los llamados galeotes del fútbol, se metió en conflictos duros y en alguna ocasión tuvo que salir protegido por cadetes de la Escuela Naval cuando hasta la Policía se mostraba hostil. Crítico de Adolfo Pedernera cuando tomó la selección de Colombia para el Mundial de Chile 1962, tampoco tuvo reservas para darse un abrazo con el técnico argentino en la mitad de la cancha de El Campín. Apoyó el movimiento que le quitó el control del fútbol a la Asociación que tenía sede en Barranquilla y eso le costó malquerencias perdurables.
Creía que era tiempo de cambio. Años más tarde, cuando por llamado del presidente Julio César Turbay, aceptó la dirección de Coldeportes y fue gestor del hoy monumental estadio Roberto Meléndez. Al frente del organismo estatal, promulgó normas que protegían al jugador criollo frente a una ola extranjerizante y de nacionalizaciones al garete. Nunca dejaba de evocar la aventura de 1956, cuando en un vuelo de 36 horas con escalas acompañó a Colombia a los Juegos Olímpicos de Melbourne. En las carreteras del país fue el comandante de la famosa Chiva de El Espectador, que por espacio de largos años dejó la marca registrada al lado de los ciclistas que desde la época de Efraín el Zipa Forero empezaban a trazar el molde de lo que ahora es la leyenda de los escarabajos. Se nos fue don Mike y desde luego hay un vacío, se siente tanto su ausencia. Pero creo que sus ejemplos de virtudes, errores y aciertos nos bastan para guardar su memoria en el cofre de las eternas querencias. Hasta luego don Mike; la historia sigue mientras usted descansa en paz.
Bueno, se nos fue don Mike Forero Nougués. Tranquilo y en paz, sin sufrimiento, como dijo su hijo Clemente. Había nacido en Piedecuesta, hijo de Guillermo y Concha, hace 99 años y 6 meses. Pensé que llegaría al centenario, pero la voluntad divina lo llamó un poco antes. Fue un luchador insigne. Aun en condiciones adversas, después de una caída que hizo más difíciles sus últimos cuatro años, nunca se rindió ni dejó de sonreír.
Alguien me preguntaba, cuando iba a visitarlo, que si me recordaba, si sabía quién era yo, y, como en otro pasaje de la vida, yo siempre respondía: “No importa, porque sé quién es él”. Creo que alcancé a decirle en vida casi todo cuánto le agradecía por su amistad y sus enseñanzas. Tal vez me faltó poco. Cuando lo saludé de despedida, este 12 de junio de 2019, estaba como dormido, pero sentí que nos escuchaba. Le dije que era un ilustre garrotero y nunca dejaba de batallar. Queda el enorme legado de su condición de excepcional periodista y la historia inagotable que plasmó en las páginas de El Espectador y otros medios.
Mike creció al lado de dos hermanos y una hermana, Guillermo, Santiago y Marion. Su padre, también periodista, fue andariego y eso lo heredó Mike, quien se definía como ciudadano del mundo. Estuvo en los seis continentes y de cada paso traía una lección o unas palabras nuevas. Olímpicos, mundiales y citas deportivas de todo orden figuraron en su agenda terrenal. Estudió bacteriología en la Universidad de Filadelfia, estuvo vinculado a la enfermería y siempre recordaba con entusiasmo la manera como prefería departir con amigos de raza negra, a pesar de las fuertes restricciones raciales de la época. Eran mis mejores amigos, decía. De aquella época solía evocar sus romances con el béisbol como hincha de los célebres Filis.
En Colombia obtuvo el título de licenciado en Educación Física en la Universidad Nacional, donde conoció a la joven bolivarense Alicia Pineda, con quien formó el hogar de tres hijos: Clemente, Norma y Patricia. Alicia se le adelantó en el último viaje unos doce años. Era el gran patriarca de la Forerada. Hace rato perdí la cuenta de su árbol familiar por lo amplio y frondoso. Resultaba inevitable que se convirtiera en periodista, pues lo traía en las venas. Antes había incursionado en cargos públicos, pero su vocación estaba por otro lado. Casi se va para Montería, donde le ofrecían un empleo bien remunerado. Ya había escrito sus primeras notas y a finales de la década del 40 tomaba fuerza su pluma. Esplendor máximo de la que sería una espléndida, fructífera y extensa carrera que se aceleró cuando llegó a El Espectador de los Cano y estableció una relación de amor eterno. Más de setenta años en una travesía que llevó mucho más tiempo le permitieron dejar huella como decano del periodismo deportivo de Colombia, sin la menor duda la pluma más aguda y talentosa.
Claro que Mike era un periodista en todo el ancho de la palabra. Por eso pudo incursionar en temas políticos, de poesía y literatura, historia y cuantas exigencias les impusiera el oficio. Columnas como Aire Libre y Sermones Laicos —que heredó de su padre— quedan en el archivo de una producción inagotable y llena de rico contenido. Fue polémico, atrevido, cazador de batallas e incansable defensor del valor del hombre colombiano. Apoyó a los llamados galeotes del fútbol, se metió en conflictos duros y en alguna ocasión tuvo que salir protegido por cadetes de la Escuela Naval cuando hasta la Policía se mostraba hostil. Crítico de Adolfo Pedernera cuando tomó la selección de Colombia para el Mundial de Chile 1962, tampoco tuvo reservas para darse un abrazo con el técnico argentino en la mitad de la cancha de El Campín. Apoyó el movimiento que le quitó el control del fútbol a la Asociación que tenía sede en Barranquilla y eso le costó malquerencias perdurables.
Creía que era tiempo de cambio. Años más tarde, cuando por llamado del presidente Julio César Turbay, aceptó la dirección de Coldeportes y fue gestor del hoy monumental estadio Roberto Meléndez. Al frente del organismo estatal, promulgó normas que protegían al jugador criollo frente a una ola extranjerizante y de nacionalizaciones al garete. Nunca dejaba de evocar la aventura de 1956, cuando en un vuelo de 36 horas con escalas acompañó a Colombia a los Juegos Olímpicos de Melbourne. En las carreteras del país fue el comandante de la famosa Chiva de El Espectador, que por espacio de largos años dejó la marca registrada al lado de los ciclistas que desde la época de Efraín el Zipa Forero empezaban a trazar el molde de lo que ahora es la leyenda de los escarabajos. Se nos fue don Mike y desde luego hay un vacío, se siente tanto su ausencia. Pero creo que sus ejemplos de virtudes, errores y aciertos nos bastan para guardar su memoria en el cofre de las eternas querencias. Hasta luego don Mike; la historia sigue mientras usted descansa en paz.