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El amor desenfrenado entre una adolescente y un hombre que acaba de dejarla, los sorprendió a ambos con un bebé que en lugar de apartarlos, terminó por unirlos para siempre en un hogar del cual es su mayor orgullo.
“A mí no me importa que en un futuro nos compre casa o nos dé comodidades, con sólo verlo conseguir logros para el país soy la mujer más feliz del mundo, porque al fin y al cabo nuestro hogar se ha sostenido con el mínimo que durante años viene ganando el papá”. Así es como Paula Bedoya disfruta el momento que vive Edwin Cardona, su hijo mayor, que engendró cuando era apenas quinceañera.
El que es hoy la figura de la selección Prejuvenil de Colombia en el Suramericano, hizo del fútbol más que “una razón de vida —cuenta la progenitora—, porque desde bebé tenía un balón al lado, ya más grandecito se nos volaba a ver partidos y fuera de eso el papá (Andrés Giovanni) siempre lo jugó y le faltó poco para ser profesional”.
Pero en casa de los Cardona, ubicada en el barrio Antioquia, cerca del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, la pelota le picó a más de uno porque aparte de Edwin, Geraldine, de 14, es defensora central del equipo Formas Íntimas, mientras Mateo (13), también volante de creación, acaba de coronarse campeón nacional infantil con Antioquia.
A Jéison, el menor (10), tampoco le resulta esquivo el balón, pero a la que no ha podido gambetear es a la nostalgia, por no tener a su “manito” cerca y “cuando lo ve en televisión, se pone a llorar”, aunque no es el único, porque a Paula se le corta la voz cuando la llama, pero el primogénito tiene la fórmula para secarle las lágrimas: “Tan pronto me siente triste, me dice: no llore, ‘má’, que esto es por usted”.
Más bien prefiere pedirle la infaltable bendición, así sea por teléfono, ya que ni siquiera pudo recibírsela antes de viajar a Chile. “El día que se iba para Cali y de ahí salían para el Suramericano, nos fuimos con el papá en la moto y él se fue en un carro con el primo, pero nos perdimos y cuando llegamos al aeropuerto, ya estaba dentro del avión, así que no alcancé a despedirme y me tocó encomendárselo a mi Dios por celular”.
Ya en Iquique, “la mayoría de las veces me llama antes de los partidos para que se la dé, porque él dice que es fundamental para irle bien, aunque para el partido contra Ecuador no alcanzó a marcarme y sólo hablamos el lunes”.
‘Quiubo pues, parce’...
En cada marcación, lo primero que hace es preguntar por sus hermanos, con los que se la lleva bien, pero toca distintos temas… “Con la niña hay un lazo afectivo más fuerte y por ser mujer, le habla de sus amigas o novias; al otro, por ser futbolista, le da consejos de cómo jugar y al pequeño intenta ayudarle en las tareas” que él también hace, porque cursa octavo grado en “la nocturna, ya que el tiempo no le daba de día por sus entrenamientos”.
Edwin no puede colgar sin hablar con su padre, que trabaja como almacenista en una empresa constructora y el cual para Paula es “antes que cualquier cosa su amigo, al punto que lo saluda ‘Quiubo, parce’”. Obviamente el fútbol es el único tema de la conversación y los consejos no se hacen esperar, los mismos que el progenitor le daba en la cancha Marte del Atanasio, cuando disputaba los Ponyfútbol con los equipos de Buenavista, Guayabal y Campo Amor, antes de que Nacional se fijara en él y en 2005 lo vistiera de verde.
Ella también le habla mucho para que “siga siendo el mismo” y no hay día en que deje de recomendarle que “esté tranquilo y no se deje llevar por el temperamento, porque es una persona que se sale fácil de casillas, inclusive acá en la casa”, donde le esperan unos fríjoles y una cartelera de bienvenida que “ya estamos haciendo entre todos, porque siento que el tiempo se ha detenido sin mi hijo acá, pero falta poco”.
Tampoco resta demasiado para que pueda ser mundialista y por eso esta tarde esperará la llamada, pero así no suene el teléfono antes del pitazo en Iquique, Edwin sabe que bendecido está por la ‘má’ y también por el talento que puede llevar a la selección hasta Nigeria.