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                                                                                                                                El día que "El Tren" Valencia le marcó tres goles a Francia

                                                                                                                                Hace 24 años, 9 meses y 13 días, Adolfo Valencia anotó los tres goles en la victoria de la tricolor por 3-1 en un partido amistoso que se jugó en Martinica. Este viernes, desde las 3:00 p.m. por el Gol Caracol, esas dos selecciones se volverán a enfrentar.

                                                                                                                                Camilo Amaya

                                                                                                                                Valencia tenía 25 años cuando jugó el encuentro que lo llevó a Europa. / Archivo El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Al final, Maturana, el hombre de la economía en las palabras y las pocas explicaciones, aplicó un juicio agudo y certero para decidir que De Ávila debía ser el acompañante Faustino. El Pitufo no duró más de 15 minutos en la cancha, pues cuando intentó correr por una pelota, en un duelo con el defensor Frank Leboeuf, se le torció el pie derecho. El gesto de dolor del jugador, la mano en el rostro de Maturana, la mirada analítica hacia los suplentes, la momentánea derrota por 1-0 (el gol del local lo marcó Youri Djorkaeff). (Puede leer: "Los meses antes del Mundial son los más difíciles": José Pékerman).

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                —Pacho, yo estoy bien, meteme. Yo te ayudo.

                                                                                                                                —¿Seguro, Adolfo?

                                                                                                                                —Sí, sí, estoy que me juego.

                                                                                                                                Era el momento, también el día. Valencia entró con coraje, con convicción, y tras una habilitación de Freddy Rincón puso el 1-1 luego de llevarse la pelota con la rodilla y acomodarla para su pierna derecha. En la tribuna no hubo gritos, sólo unos cuantos aplausos de una escasa afición lejana al fútbol y que llegó, en su mayoría, con boletas de cortesía. Seguido, en una acción de primera intención, Valencia puso el 2-1. Y ya algunos hinchas se pusieron de pie, y después otros, y luego más, y así sucesivamente, como gesto de admiración, pero también de incredulidad. Por último, para cerrar un gran partido, emergió Hárold Lozano y una corrida desenfrenada, unas zancadas que le dieron ventaja sobre los rivales, que lo hicieron inalcanzable, y su paso raudo por las narices del arquero para quedar con el arco a su disposición. Un golazo que no fue. ¿Por qué? “Yo no sé qué pasó por mi cabeza, pero sin darme cuenta le metí el brazo y le pegué primero a la pelota. Eso sí, en la celebración me dijo: ‘Jueputa, no me dejaste hacerlo’. Así somos los que jugamos adelante: egoístas”, rememora Valencia, tratando de contener la risa ante lo que arroja su memoria inapelable.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Valencia tenía 25 años cuando jugó el encuentro que lo llevó a Europa. / Archivo El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Al final, Maturana, el hombre de la economía en las palabras y las pocas explicaciones, aplicó un juicio agudo y certero para decidir que De Ávila debía ser el acompañante Faustino. El Pitufo no duró más de 15 minutos en la cancha, pues cuando intentó correr por una pelota, en un duelo con el defensor Frank Leboeuf, se le torció el pie derecho. El gesto de dolor del jugador, la mano en el rostro de Maturana, la mirada analítica hacia los suplentes, la momentánea derrota por 1-0 (el gol del local lo marcó Youri Djorkaeff). (Puede leer: "Los meses antes del Mundial son los más difíciles": José Pékerman).

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                —Pacho, yo estoy bien, meteme. Yo te ayudo.

                                                                                                                                —¿Seguro, Adolfo?

                                                                                                                                —Sí, sí, estoy que me juego.

                                                                                                                                Era el momento, también el día. Valencia entró con coraje, con convicción, y tras una habilitación de Freddy Rincón puso el 1-1 luego de llevarse la pelota con la rodilla y acomodarla para su pierna derecha. En la tribuna no hubo gritos, sólo unos cuantos aplausos de una escasa afición lejana al fútbol y que llegó, en su mayoría, con boletas de cortesía. Seguido, en una acción de primera intención, Valencia puso el 2-1. Y ya algunos hinchas se pusieron de pie, y después otros, y luego más, y así sucesivamente, como gesto de admiración, pero también de incredulidad. Por último, para cerrar un gran partido, emergió Hárold Lozano y una corrida desenfrenada, unas zancadas que le dieron ventaja sobre los rivales, que lo hicieron inalcanzable, y su paso raudo por las narices del arquero para quedar con el arco a su disposición. Un golazo que no fue. ¿Por qué? “Yo no sé qué pasó por mi cabeza, pero sin darme cuenta le metí el brazo y le pegué primero a la pelota. Eso sí, en la celebración me dijo: ‘Jueputa, no me dejaste hacerlo’. Así somos los que jugamos adelante: egoístas”, rememora Valencia, tratando de contener la risa ante lo que arroja su memoria inapelable.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Por Camilo Amaya

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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