El día que "El Tren" Valencia le marcó tres goles a Francia
Hace 24 años, 9 meses y 13 días, Adolfo Valencia anotó los tres goles en la victoria de la tricolor por 3-1 en un partido amistoso que se jugó en Martinica. Este viernes, desde las 3:00 p.m. por el Gol Caracol, esas dos selecciones se volverán a enfrentar.
Camilo Amaya
La noche anterior, es decir, la del 9 de junio de 1993, Jhon Jairo Tréllez sacó, como casi siempre, su sombrero jamaiquino y se puso a bailar una canción de Bob Marley. El delantero permanecía en un estado de fiesta y, por ende, Adolfo Valencia, su compañero de concentración, también. El fútbol, o su fútbol, se abastecía de la música del ídolo del reggae, al punto de personificarlo cada tanto, cuando podía, cuando lo dejaban. “¡Jueputa! Me tenés mamado con esa música”, exclamó el Tren en un tono regañón que, después de verlo moverse un buen rato, mutó en una entonación burlesca.
La selección de Colombia jugaba al otro día contra Francia un encuentro amistoso de preparación para la Copa América de Ecuador, en Martinica, un punto pequeño en el Caribe considerado un estado de ultramar de los franceses. La distracción era algo intrínseco en un grupo que demostraba que, con la pelota en los pies, también era posible bailar. Una experiencia cotidiana. El entonces entrenador del equipo, Francisco Maturana, sólo tenía un goleador fijo en la titular: Faustino Asprilla. Que juega en Europa, que conoce mejor a los de allá, que está atravesando un gran momento, eran algunos de los muchos argumentos por los que el Tino era la opción segura. El otro puesto se lo tenían que pelear Tréllez, de gran presente con Atlético Nacional, al igual que Víctor Hugo Aristizábal; Iván René Valenciano y su gran campaña con el Júnior; Anthony de Ávila, la figura del América, y Valencia, el mejor de Independiente Santa Fe. (Puede leer: Colombia se examina en Francia ante uno de los favoritos del Mundial).
Al final, Maturana, el hombre de la economía en las palabras y las pocas explicaciones, aplicó un juicio agudo y certero para decidir que De Ávila debía ser el acompañante Faustino. El Pitufo no duró más de 15 minutos en la cancha, pues cuando intentó correr por una pelota, en un duelo con el defensor Frank Leboeuf, se le torció el pie derecho. El gesto de dolor del jugador, la mano en el rostro de Maturana, la mirada analítica hacia los suplentes, la momentánea derrota por 1-0 (el gol del local lo marcó Youri Djorkaeff). (Puede leer: "Los meses antes del Mundial son los más difíciles": José Pékerman).
—¿Y ahora quién me salva esto?
—Pacho, yo estoy bien, meteme. Yo te ayudo.
—¿Seguro, Adolfo?
—Sí, sí, estoy que me juego.
Era el momento, también el día. Valencia entró con coraje, con convicción, y tras una habilitación de Freddy Rincón puso el 1-1 luego de llevarse la pelota con la rodilla y acomodarla para su pierna derecha. En la tribuna no hubo gritos, sólo unos cuantos aplausos de una escasa afición lejana al fútbol y que llegó, en su mayoría, con boletas de cortesía. Seguido, en una acción de primera intención, Valencia puso el 2-1. Y ya algunos hinchas se pusieron de pie, y después otros, y luego más, y así sucesivamente, como gesto de admiración, pero también de incredulidad. Por último, para cerrar un gran partido, emergió Hárold Lozano y una corrida desenfrenada, unas zancadas que le dieron ventaja sobre los rivales, que lo hicieron inalcanzable, y su paso raudo por las narices del arquero para quedar con el arco a su disposición. Un golazo que no fue. ¿Por qué? “Yo no sé qué pasó por mi cabeza, pero sin darme cuenta le metí el brazo y le pegué primero a la pelota. Eso sí, en la celebración me dijo: ‘Jueputa, no me dejaste hacerlo’. Así somos los que jugamos adelante: egoístas”, rememora Valencia, tratando de contener la risa ante lo que arroja su memoria inapelable.
Esa actuación, esas ganas de ir por más, ese perpetuo estado de aceleración cuando jugaba cualquier partido, hizo que esa misma noche la gente del Bayern Múnich contactara a Valencia y lo citara en el aeropuerto de la isla. “Yo fui con Tréllez y cuando llegamos estaban Rudi Völler y Franz Beckenbauer. Me saludaron y me dijeron que si tenía interés de irme a Alemania. Creo que pensé con la boca abierta y les dije que sí. Les comenté que tenían que hablar con César Villegas para cuadrar todo”. (Le puede interesar: Las palabras de Pékerman que complican la presencia de Edwin Cardona en Rusia).
Dos meses después, Adolfo El Tren Valencia firmó con el club bávaro por una cifra cercana a los US$3 millones y con un salario promedio de uno por temporada. Esa victoria contra Francia, la única en la historia de nuestro país sobre el seleccionado europeo en cuatro duelos, no sólo dejó buenas sensaciones para lo que sería el debut frente a México en la Copa América (Colombia se impuso 2-1 con tantos de Valencia y Aristizábal), sino que también le dio la oportunidad a un jugador, que tenía por ese entonces 25 años, de estar en una de las ligas más importantes del mundo y recibir un bálsamo de nueva vida en un lugar en el que más adelante pondría su firma, en el que sería llamado el Rey de Múnich.
La noche anterior, es decir, la del 9 de junio de 1993, Jhon Jairo Tréllez sacó, como casi siempre, su sombrero jamaiquino y se puso a bailar una canción de Bob Marley. El delantero permanecía en un estado de fiesta y, por ende, Adolfo Valencia, su compañero de concentración, también. El fútbol, o su fútbol, se abastecía de la música del ídolo del reggae, al punto de personificarlo cada tanto, cuando podía, cuando lo dejaban. “¡Jueputa! Me tenés mamado con esa música”, exclamó el Tren en un tono regañón que, después de verlo moverse un buen rato, mutó en una entonación burlesca.
La selección de Colombia jugaba al otro día contra Francia un encuentro amistoso de preparación para la Copa América de Ecuador, en Martinica, un punto pequeño en el Caribe considerado un estado de ultramar de los franceses. La distracción era algo intrínseco en un grupo que demostraba que, con la pelota en los pies, también era posible bailar. Una experiencia cotidiana. El entonces entrenador del equipo, Francisco Maturana, sólo tenía un goleador fijo en la titular: Faustino Asprilla. Que juega en Europa, que conoce mejor a los de allá, que está atravesando un gran momento, eran algunos de los muchos argumentos por los que el Tino era la opción segura. El otro puesto se lo tenían que pelear Tréllez, de gran presente con Atlético Nacional, al igual que Víctor Hugo Aristizábal; Iván René Valenciano y su gran campaña con el Júnior; Anthony de Ávila, la figura del América, y Valencia, el mejor de Independiente Santa Fe. (Puede leer: Colombia se examina en Francia ante uno de los favoritos del Mundial).
Al final, Maturana, el hombre de la economía en las palabras y las pocas explicaciones, aplicó un juicio agudo y certero para decidir que De Ávila debía ser el acompañante Faustino. El Pitufo no duró más de 15 minutos en la cancha, pues cuando intentó correr por una pelota, en un duelo con el defensor Frank Leboeuf, se le torció el pie derecho. El gesto de dolor del jugador, la mano en el rostro de Maturana, la mirada analítica hacia los suplentes, la momentánea derrota por 1-0 (el gol del local lo marcó Youri Djorkaeff). (Puede leer: "Los meses antes del Mundial son los más difíciles": José Pékerman).
—¿Y ahora quién me salva esto?
—Pacho, yo estoy bien, meteme. Yo te ayudo.
—¿Seguro, Adolfo?
—Sí, sí, estoy que me juego.
Era el momento, también el día. Valencia entró con coraje, con convicción, y tras una habilitación de Freddy Rincón puso el 1-1 luego de llevarse la pelota con la rodilla y acomodarla para su pierna derecha. En la tribuna no hubo gritos, sólo unos cuantos aplausos de una escasa afición lejana al fútbol y que llegó, en su mayoría, con boletas de cortesía. Seguido, en una acción de primera intención, Valencia puso el 2-1. Y ya algunos hinchas se pusieron de pie, y después otros, y luego más, y así sucesivamente, como gesto de admiración, pero también de incredulidad. Por último, para cerrar un gran partido, emergió Hárold Lozano y una corrida desenfrenada, unas zancadas que le dieron ventaja sobre los rivales, que lo hicieron inalcanzable, y su paso raudo por las narices del arquero para quedar con el arco a su disposición. Un golazo que no fue. ¿Por qué? “Yo no sé qué pasó por mi cabeza, pero sin darme cuenta le metí el brazo y le pegué primero a la pelota. Eso sí, en la celebración me dijo: ‘Jueputa, no me dejaste hacerlo’. Así somos los que jugamos adelante: egoístas”, rememora Valencia, tratando de contener la risa ante lo que arroja su memoria inapelable.
Esa actuación, esas ganas de ir por más, ese perpetuo estado de aceleración cuando jugaba cualquier partido, hizo que esa misma noche la gente del Bayern Múnich contactara a Valencia y lo citara en el aeropuerto de la isla. “Yo fui con Tréllez y cuando llegamos estaban Rudi Völler y Franz Beckenbauer. Me saludaron y me dijeron que si tenía interés de irme a Alemania. Creo que pensé con la boca abierta y les dije que sí. Les comenté que tenían que hablar con César Villegas para cuadrar todo”. (Le puede interesar: Las palabras de Pékerman que complican la presencia de Edwin Cardona en Rusia).
Dos meses después, Adolfo El Tren Valencia firmó con el club bávaro por una cifra cercana a los US$3 millones y con un salario promedio de uno por temporada. Esa victoria contra Francia, la única en la historia de nuestro país sobre el seleccionado europeo en cuatro duelos, no sólo dejó buenas sensaciones para lo que sería el debut frente a México en la Copa América (Colombia se impuso 2-1 con tantos de Valencia y Aristizábal), sino que también le dio la oportunidad a un jugador, que tenía por ese entonces 25 años, de estar en una de las ligas más importantes del mundo y recibir un bálsamo de nueva vida en un lugar en el que más adelante pondría su firma, en el que sería llamado el Rey de Múnich.