Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cuando Guillermo de Amores apenas era un niño, solo tenía ojos para la pelota. Y dice que eso es lo común en Uruguay, porque en su país el fútbol prácticamente es religión: “Pasa en todas las casas, el primer regalo que recibes es una pelota, es de lo que hablan tus amigos, es lo que juegas en las calles, es lo que miras en la televisión, lo que escuchas en las conversaciones. Es lo que amas por primera vez”.
Ese fútbol, el de a sol y sombra que acuñó Eduardo Galeano, el de la danza del balón, el de “la música del cuerpo y la fiesta de los ojos”. Un amor que nace de la inercia de la pasión y que se cuela en cada instante de la vida.
Mire: Lo mejor del fútbol colombiano está en El Espectador
Con solo cinco años, Guillermo de Amores inició su camino en el fútbol juvenil de Uruguay, así de loco lo traía la pelota. En primera debutó con Liverpool y después tuvo un tortuoso paso por Fluminense en Brasil y por Boston River en su país, clubes en los que no jugó ni un solo partido. Volvió a tener continuidad en Centro Atlético Fénix de Montevideo y logró consolidarse este año con Deportivo Cali, equipo que le dio una nueva oportunidad en el fútbol y con el que disputará la final de la Liga BetPlay.
De Amores llegó a Colombia buscando continuidad y de a poco se ganó el corazón de los aficionados azucareros. Su destacada participación en los cuadrangulares finales lo tienen como una de las grandes figuras del equipo y espera seguir su buen andar en la definición del campeonato contra Deportes Tolima.
Llegar a otro país para buscar el primer título de primera división de su carrera, a Guillermo de Amores lo lleva a pensar en sus precoces inicios en las calles de San Jacinto, municipio uruguayo del que es oriundo.
Su hermano Andrés jugaba al fútbol, y Guillermo quería ser como él. Esa fue su inspiración para poner a rodar la pelota en el potrero. Por eso el color que más recuerda de su niñez es ese verde del campo, por el que ponía a rodar el balón mientras corría tras él. Cuando entró al baby fútbol, como se les conoce a las divisiones menores en el país charrúa, se formó con la aspereza de la topografía uruguaya. “Ahí es donde realmente aprendes, cuando te toca pasar de jugar en pasto al pavimento, a la tierra o al pedregullo. A veces, incluso, hasta en el vidrio nos poníamos a pelotear”.
Más: Camilo Vargas: la mirada serena del héroe de Atlas
Su referente, desde el primer día, fue el arquero Fabián Carini. Por eso siempre fue al arco, porque quería imitarlo. A él y su figura, sus atajadas, sus maneras y su personalidad. De Amores siempre sintió una predilección por lanzarse al suelo, por atajar la pelota y por volar. Muchas veces los entrenadores, por su estatura, le pedían que fuera adelante a cabecear, a batirse con los defensas, pero en realidad lo suyo siempre fue la portería.
Llegar a Cali, después de una corta pero convulsionada carrera, fue como un alivio. Recuerda que cuando lo compró Fluminense, con 24 años, su carrera parecía apuntar a lo más alto. Pero las promesas que le hicieron en Brasil no se cumplieron y las lesiones lo hundieron en un hueco del que creía no iba a salir. “En ese momento me centré en recibir el apoyo de mi familia, de mis padres y de mi novia. Y gracias a ellos pude superar esa circunstancia y salir más fortalecido”.
Y de Amores pasó de casi dejar el amor de su vida a volver a vivirlo con intensidad en Cali. Lo trajo a Colombia el profesor Alfredo Arias, que siempre confió en él. “Cada entrenador tiene sus ideas y con él hicimos un gran trabajo. Las cosas se hicieron bien, pero los resultados no llegaron”.
Ahí llegó Rafael Dudamel, estratega que tomó la dirección del Cali para llevarlo hasta la final del fútbol profesional colombiano. “Dudamel siguió el trabajo del profesor Arias, pero con sus conceptos. Rafael nos hizo mejorar en la parte mental, en la competitividad, y así fue como ganamos confianza para pelear por el título”.
No se pierda: Rafael Dudamel: “Uno tiene que ser un ladrón de ideas”
Del entrenador, Guillermo de Amores sabe que fue un referente en su misma posición durante sus épocas de jugador. Y ahora, como director técnico, también piensa que es de los grandes estandartes de Suramérica: “Es un gran entrenador, que ha hecho un proceso muy importante en las inferiores de Venezuela. Uno trata de aprender de él. Es un entrenador que en Colombia como arquero hizo una carrera excelente, lo quieren mucho en Cali y en otras partes del país”.
Sobre el fútbol de Colombia, de Amores opina que es diferente al de Uruguay, porque este tiene más posesión y es menos físico, aunque reconoce la gran capacidad atlética de los futbolistas locales. Cuando él llegó al Valle tenía varias referencias. Para él, Colombia y Cali no eran territorio desconocido porque a lo largo de su carrera había tenido preparadores en su posición que supieron brillar en nuestro país, como es el caso de Luis Barbat, Héctor Wálter Burguez y Leonel Rocco. Ellos se encargaron de hablarle de las características de nuestro fútbol, de las virtudes y defectos.
De ahí la emoción que le genera la posibilidad de darle al Cali la tan ansiada décima estrella. Cuenta las horas, aunque más que nervios, hay confianza y expectativa. El conjunto azucarero y su hinchada le permitieron a Guillermo de Amores volver a sentirse vivo, recuperar ese primer amor que en algún punto vio perdido. De ahí la razón por la cual el uruguayo quiere retribuirles el cariño con un título.