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Muchos jugadores han cambiado de posición dentro de la cancha para triunfar en el complicado mundo del fútbol. Aunque a veces esas decisiones son inesperadas, pueden llegar a llenar su carrera de éxitos. (El adiós del generoso Mauricio Molina)
Mauricio Alejandro Molina Uribe es prueba de eso. Nacido el 30 de abril de 1980, inició su formación futbolística actuando como arquero en el Club Sajo, del municipio de Bello, en el que era dirigido por Francisco González. “Allá pasé los mejores años de mi vida, donde realmente jugaba uno al fútbol por diversión, por amor. A nivel profesional hay un montón de ingredientes extrafutbolísticos que te hacen ver el deporte de una manera diferente”, recuerda Mao con una pequeña sonrisa.
Apenas con nueve años de edad, demostraba las agallas necesarias para descuidar su arco y salir a jugar con los pies. Era un René Higuita en potencia. Y su entrenador no tardó en notar que su verdadero talento estaba en los pies, así que lo comenzó a poner de puntero izquierdo. Con el balón más tiempo en su prodigiosa zurda que en sus manos, Mauricio empezó a ser el jugador más destacado de su club, aunque su técnico seguía buscando la posición ideal para él.
“Un día íbamos a jugar un torneo vacacional y escuché a dDon Pacho diciéndole a otro niño que iba a jugar de puntero izquierdo. Yo me asusté, me fui superpreocupado. Al otro entrenamiento me agarró y me dijo que me veía más condiciones para que fuera el cerebro del equipo, para que jugara de 10”, explica Mao, quien comenzó así un exitoso camino como volante de creación.
Fue campeón del torneo Pony Fútbol y fue convocado a la selección de Antioquia, en la que lucía el número 10 y era el capitán. Con el equipo de su departamento ganó el campeonato nacional prejuvenil y quedó goleador, lo que lo catapultó a la selección colombiana sub-17 que disputó el Sudamericano de 1997, en el que marcó tres goles.
Envigado puso sus ojos en él y adquirió sus derechos deportivos. Con apenas 16 años de edad, debutó en el fútbol profesional vestido de naranja. A pesar de que era buen estudiante, a esas alturas Mao ya sabía que el fútbol era lo suyo. “Cuando me gradué como bachiller, pasé a la universidad en Ingeniería Informática, pero no pude ni empezar la carrera, porque me subieron al equipo profesional y ya tenía que entrenar a doble jornada todos los días”, recuerda orgulloso de su decisión.
A Molina, el amor le llegó pronto. Muy joven conoció a Laura Casas, quien terminó siendo su compañera de vida y la madre de sus hijos, Alejandro y María del Mar Molina, quienes han sido fundamentales durante toda su carrera, pues advierte que la juventud, la fama y el dinero a veces son desventajas para los futbolistas. “La familia ha sido mi polo a tierra. La mayoría de los jugadores tenemos hijos muy rápidamente, porque nuestra vida va como al revés, comenzamos y terminamos muy jóvenes nuestra carrera”, admite.
Colombia, México, Argentina, Paraguay, Serbia, Brasil y hasta Corea del Sur han sido los países en los que la familia Molina ha tenido que vivir para apoyar al histórico volante, dos veces campeón con el Independiente Medellín (2002 y 2016), quien reconoce que sin ellos no habría sido capaz de aguantar tanto tiempo afuera, en culturas tan diferentes a la nuestra.
La coreana es la más distinta, asegura. No entendían el idioma y no estaban acostumbrados a la comida. Aunque su capacidad de adaptación les permitió acomodarse y vivir siete años en un país que terminaron amando y al que pretenden volver.
Una Liga de Campeones de la Asia, una K-League y un Korean FA Cup, además de títulos individuales como el goleador de la Copa Mundial de Clubes de la FIFA con tres tantos para el Seongnam, hicieron de su paso por Corea la etapa más importante y exitosa de su carrera.
Eso sí, vivió muchos más momentos gloriosos en sus 20 años de carrera. Está convencido de que el campeonato que ganó en 2002 con el DIM le cambió la vida, pues el club poderoso llevaba 45 años sin conquistar el torneo colombiano.
Ese mismo equipo que le dio una de sus primeras alegrías en el mundo del fútbol, fue el que escogió para su despedida de las canchas. Después de una nueva estrella, el año pasado, Mao decidió que 2017 sería su última temporada como profesional.
Oficialmente dejó de patear balones con su zurda magistral, aunque se sigue levantando temprano para entrenar en un gimnasio y mantener una buena condición física. Estudia inglés con un profesor personalizado y disfruta del día a día con su familia.
Molina, también campeón de la Copa América de 2001 con la selección nacional, espera continuar ligado al deporte que ama, aunque no se ve como director técnico. Más bien como administrador deportivo, representante de jugadores o, inclusive, como comentarista.
“Para cualquiera de estas actividades que me gustaría desempeñar en el futuro, necesito seguir preparándome, especialmente con el inglés, por eso estoy estudiando juicioso”, advierte.