Los partidos que le dieron a Colombia la clasificación a un Mundial
Recordamos los encuentros en los que la selección de Colombia aseguró su asistencia a una Copa del Mundo. El último: el 3-3 contra Chile en Barranquilla. Radamel Falcao García fue la figura.
Camilo Amaya
Colombia no ganó ese 30 de abril de 1961. No perdió, que es otra cosa. Sí, la anterior afirmación puede sonar ambigua, pero la connotación que lleva implícita explica el porqué del titular de El Espectador el 1º de mayo de ese año: “Colombia no perdió”. Perú, en ese entonces una de las mejores selecciones de Suramérica, era el obstáculo por superar para ir al Mundial de Chile 62. La derrota en Bogotá era aceptable, el empate festejable, pero el triunfo inconcebible. Por eso, cuando Eusebio Escobar tomó el rebote del portero Rigoberto Felandro, tras un remate de Delio Maravilla Gamboa, y anotó el único tanto en el estadio El Campín, no solo celebraron los 40 mil asistentes. También lo hicieron los 15 mil que se quedaron a las afueras del escenario, sentados en muebles de sala y pegados a unos cuantos radios a transistores. No fue necesario escuchar la narración, el estruendo que salió de dentro alertó y puso a festejar. “No vimos el gol, pero lo sentimos”, dijo un hincha que no consiguió boleta y que tuvo que llegar a las 9 de la mañana para conseguir un buen puesto en los alrededores (el partido comenzó a las 12:15 p.m.).
Fue una realidad poco creíble, pero al fin de cuentas, la realidad. La selección de Colombia, dirigida por Adolfo Pedernera, empató a la semana siguiente en Lima (1-1), con anotaciones de Faustino Delgado y Héctor El Zipa González, y clasificó por primera vez a un Mundial, al de Chile 62. Histórico, la palabra repetida en la radio, en los diarios, en los diálogos callejeros, en los cafés de Bogotá y Medellín, en las playas de Cartagena. Luego ya vendría el empate con la Unión Soviética (4-4), el gol olímpico de Marcos Coll y un paso efímero en la Copa del Mundo, pero eterno para los colombianos.
Sufrimos 28 años, cinco meses y ocho días, derrotas con Chile y Ecuador, con Brasil y Paraguay, con Uruguay, con el mismo Perú, incluso con Argentina. El tiempo corrió y el recuerdo mantuvo una ilusión que parecía más un fantasma, un vestigio de lo que fue alguna vez, de regresar al evento más importante con los mejores. El 15 de octubre de 1989, cuando nuestro país era el centro del continente tras el título de la Copa Libertadores alcanzado por Atlético Nacional (31 de mayo de 1989), el fútbol volvió a ser alegría para todos, no para unos pocos. El pase de Carlos El Pibe Valderrama, el control de Albeiro Usuriaga, la pelota rebelde que por poco se le va de los pies, el toque delicado y preciso de Luis Alfonso Fajardo por debajo de las piernas del rival y la llegada desde atrás del mismo Palomo para vencer al arquero Ben Zion Ginsburg. El fútbol y la efectividad, Francisco Maturana y su equipo geométrico.
El repechaje fue para Colombia sobre Israel. Bastó esa victoria en el Metropolitano de Barranquilla (1-0), que respaldó la igualdad sin tantos en Tel Aviv (30 de octubre). Otro Mundial, el segundo, ahora en Italia. Era el comienzo de una era memorable, de una osadía poco frecuente para un país que disfrutaba de los eventos mundiales a través del placer de ver a otros participar.
Se clasificó en Buenos Aires
El estadio Monumental era una caldera, un embudo con 65 mil personas volcando sus miradas a la cancha, chiflando a Faustino Asprilla mientras caminaba por la gramilla hablando con un teléfono celular que le habían dado en Italia. Prepotencia en la tierra de los prepotentes. Argentina en el abismo propio, Colombia en la cima. 5 de septiembre de 1993. Historia breve, corta y sencilla. Cinco goles, uno tras otro, uno más humillante que el anterior. Una tortura para los hinchas y sus ojos cristalizados, una algarabía para los 36,2 millones que gozaron a siete mil kilómetros de distancia. Una puñalada tras otra. El Tino, Freddy Rincón y Adolfo El Tren Valencia, los responsables del titular de la revista El Gráfico al día siguiente: “¡Vergüenza! Desde Suecia no hacíamos un papelón así”. La fatalidad contrastó con la emoción: “¡Mundialistas!, decía la portada de El Espectador. “Es el triunfo deportivo más importante del país”, las palabras del entonces presidente de la República, César Gaviria. No era para menos. Segundo mundial consecutivo y tiquete obtenido donde pocos habían ganado. Lo de Italia 90 ya no fue una coincidencia. La lucidez en Buenos Aires demostró que había un país con un estilo revolucionario, apoyado en el talento individual de sus jugadores. La tercera cita era Estados Unidos. El tiempo enseñaría que los favoritismos pasionales y desbordados traen consecuencias negativas. “Ese partido nos hizo más daño a nosotros que a ellos”, reconoció años después Hernán Darío Bolillo Gómez, quien presagió la debacle luego del quinto gol colombiano: “Nos jodimos, Pacho, ahora nos toca ganar el Mundial”.
El último de la seguidilla
Con la consigna de reivindicarse luego de Estados Unidos 94, Colombia jugó una eliminatoria, a Francia 98, dentro de lo correcto. Ganó en Barranquilla seis de los ocho juegos que disputó (perdió con Argentina y Perú) y fuera de casa superó a Ecuador. En la penúltima jornada, contra Venezuela (10 de octubre de 1997) en el Metropolitano, Asprilla, siempre desequilibrante, desbordó por la derecha, sacó un centro para que Wílmer Cabrera anticipara a su marcador en el primer palo y venciera a Rafael Dudamel (hoy entrenador de la vinotinto). No se necesitó de más. Esta vez, bajo la dirección del Bolillo Gómez, el tercer Mundial consecutivo era una realidad. La última oportunidad de Valderrama, Rincón, Jorge Bermúdez, El Tren Valencia, Víctor Hugo Aristizábal, entre otros; la ocasión de inmortalizar el instante de quienes a lo largo de los 90 hicieron que el fútbol colombiano fuera conocido en el mundo entero, sobre todo respetado.
La nueva generación
Esperar no siempre es malo. Se torna en un martirio cuando los plazos impuestos por uno mismo se vencen, se prolongan. Pasaron 16 años y tres mundiales, varios intentos que se esfumaron por el valor de los pequeños detalles, por unos cuantos goles. Para Brasil 2014, con el argentino José Néstor Pékerman a la cabeza y con una nueva generación de futbolistas, el momento fue certero, puntual, es decir, inmejorable. El clímax: el partido contra Chile en Barranquilla (11 de octubre de 2013). Primero fue la tormenta. El gol de Arturo Vidal en el minuto 18. Luego el derrumbe. El tanto de Alexis Sánchez en el 21. Y seguido la punzada del mismo Alexis, ocho minutos después. Silencio en un público absorto, impactado, pasmado. Un primer tiempo nefasto, una segunda parte mejor, con Teófilo Gutiérrez inspirado y un Radamel Falcao García arrollador. Un día en el que los primeros 45 minutos fueron un juego y la parte complementaria un combate.
Mucha jerarquía, hasta un toque de anarquía, le permitió a Colombia igualar el encuentro, sumar un punto y volver a una cita mundialista luego de tres ausencias. Ese partido fue visto como una cuestión de vida o muerte y así mismo se respondió. El grito del Tigre generó adrenalina y locura en la afición, en un país con 47,1 millones de habitantes. Un día en el que la palabra histórico volvió a aparecer. Este martes en Perú no fue Falcao sino James el que se iluminó. El mediocampista aprovechó un centro de Falcao para anotar el gol que inició la ilusión de ir a Rusia 2018. A pesar del empate de Paolo Guerrero, el resultado de Brasil contra Chile le dio el pasaje directo al cuadro nacional, que llegó a su sexta Copa del mundo.
Colombia no ganó ese 30 de abril de 1961. No perdió, que es otra cosa. Sí, la anterior afirmación puede sonar ambigua, pero la connotación que lleva implícita explica el porqué del titular de El Espectador el 1º de mayo de ese año: “Colombia no perdió”. Perú, en ese entonces una de las mejores selecciones de Suramérica, era el obstáculo por superar para ir al Mundial de Chile 62. La derrota en Bogotá era aceptable, el empate festejable, pero el triunfo inconcebible. Por eso, cuando Eusebio Escobar tomó el rebote del portero Rigoberto Felandro, tras un remate de Delio Maravilla Gamboa, y anotó el único tanto en el estadio El Campín, no solo celebraron los 40 mil asistentes. También lo hicieron los 15 mil que se quedaron a las afueras del escenario, sentados en muebles de sala y pegados a unos cuantos radios a transistores. No fue necesario escuchar la narración, el estruendo que salió de dentro alertó y puso a festejar. “No vimos el gol, pero lo sentimos”, dijo un hincha que no consiguió boleta y que tuvo que llegar a las 9 de la mañana para conseguir un buen puesto en los alrededores (el partido comenzó a las 12:15 p.m.).
Fue una realidad poco creíble, pero al fin de cuentas, la realidad. La selección de Colombia, dirigida por Adolfo Pedernera, empató a la semana siguiente en Lima (1-1), con anotaciones de Faustino Delgado y Héctor El Zipa González, y clasificó por primera vez a un Mundial, al de Chile 62. Histórico, la palabra repetida en la radio, en los diarios, en los diálogos callejeros, en los cafés de Bogotá y Medellín, en las playas de Cartagena. Luego ya vendría el empate con la Unión Soviética (4-4), el gol olímpico de Marcos Coll y un paso efímero en la Copa del Mundo, pero eterno para los colombianos.
Sufrimos 28 años, cinco meses y ocho días, derrotas con Chile y Ecuador, con Brasil y Paraguay, con Uruguay, con el mismo Perú, incluso con Argentina. El tiempo corrió y el recuerdo mantuvo una ilusión que parecía más un fantasma, un vestigio de lo que fue alguna vez, de regresar al evento más importante con los mejores. El 15 de octubre de 1989, cuando nuestro país era el centro del continente tras el título de la Copa Libertadores alcanzado por Atlético Nacional (31 de mayo de 1989), el fútbol volvió a ser alegría para todos, no para unos pocos. El pase de Carlos El Pibe Valderrama, el control de Albeiro Usuriaga, la pelota rebelde que por poco se le va de los pies, el toque delicado y preciso de Luis Alfonso Fajardo por debajo de las piernas del rival y la llegada desde atrás del mismo Palomo para vencer al arquero Ben Zion Ginsburg. El fútbol y la efectividad, Francisco Maturana y su equipo geométrico.
El repechaje fue para Colombia sobre Israel. Bastó esa victoria en el Metropolitano de Barranquilla (1-0), que respaldó la igualdad sin tantos en Tel Aviv (30 de octubre). Otro Mundial, el segundo, ahora en Italia. Era el comienzo de una era memorable, de una osadía poco frecuente para un país que disfrutaba de los eventos mundiales a través del placer de ver a otros participar.
Se clasificó en Buenos Aires
El estadio Monumental era una caldera, un embudo con 65 mil personas volcando sus miradas a la cancha, chiflando a Faustino Asprilla mientras caminaba por la gramilla hablando con un teléfono celular que le habían dado en Italia. Prepotencia en la tierra de los prepotentes. Argentina en el abismo propio, Colombia en la cima. 5 de septiembre de 1993. Historia breve, corta y sencilla. Cinco goles, uno tras otro, uno más humillante que el anterior. Una tortura para los hinchas y sus ojos cristalizados, una algarabía para los 36,2 millones que gozaron a siete mil kilómetros de distancia. Una puñalada tras otra. El Tino, Freddy Rincón y Adolfo El Tren Valencia, los responsables del titular de la revista El Gráfico al día siguiente: “¡Vergüenza! Desde Suecia no hacíamos un papelón así”. La fatalidad contrastó con la emoción: “¡Mundialistas!, decía la portada de El Espectador. “Es el triunfo deportivo más importante del país”, las palabras del entonces presidente de la República, César Gaviria. No era para menos. Segundo mundial consecutivo y tiquete obtenido donde pocos habían ganado. Lo de Italia 90 ya no fue una coincidencia. La lucidez en Buenos Aires demostró que había un país con un estilo revolucionario, apoyado en el talento individual de sus jugadores. La tercera cita era Estados Unidos. El tiempo enseñaría que los favoritismos pasionales y desbordados traen consecuencias negativas. “Ese partido nos hizo más daño a nosotros que a ellos”, reconoció años después Hernán Darío Bolillo Gómez, quien presagió la debacle luego del quinto gol colombiano: “Nos jodimos, Pacho, ahora nos toca ganar el Mundial”.
El último de la seguidilla
Con la consigna de reivindicarse luego de Estados Unidos 94, Colombia jugó una eliminatoria, a Francia 98, dentro de lo correcto. Ganó en Barranquilla seis de los ocho juegos que disputó (perdió con Argentina y Perú) y fuera de casa superó a Ecuador. En la penúltima jornada, contra Venezuela (10 de octubre de 1997) en el Metropolitano, Asprilla, siempre desequilibrante, desbordó por la derecha, sacó un centro para que Wílmer Cabrera anticipara a su marcador en el primer palo y venciera a Rafael Dudamel (hoy entrenador de la vinotinto). No se necesitó de más. Esta vez, bajo la dirección del Bolillo Gómez, el tercer Mundial consecutivo era una realidad. La última oportunidad de Valderrama, Rincón, Jorge Bermúdez, El Tren Valencia, Víctor Hugo Aristizábal, entre otros; la ocasión de inmortalizar el instante de quienes a lo largo de los 90 hicieron que el fútbol colombiano fuera conocido en el mundo entero, sobre todo respetado.
La nueva generación
Esperar no siempre es malo. Se torna en un martirio cuando los plazos impuestos por uno mismo se vencen, se prolongan. Pasaron 16 años y tres mundiales, varios intentos que se esfumaron por el valor de los pequeños detalles, por unos cuantos goles. Para Brasil 2014, con el argentino José Néstor Pékerman a la cabeza y con una nueva generación de futbolistas, el momento fue certero, puntual, es decir, inmejorable. El clímax: el partido contra Chile en Barranquilla (11 de octubre de 2013). Primero fue la tormenta. El gol de Arturo Vidal en el minuto 18. Luego el derrumbe. El tanto de Alexis Sánchez en el 21. Y seguido la punzada del mismo Alexis, ocho minutos después. Silencio en un público absorto, impactado, pasmado. Un primer tiempo nefasto, una segunda parte mejor, con Teófilo Gutiérrez inspirado y un Radamel Falcao García arrollador. Un día en el que los primeros 45 minutos fueron un juego y la parte complementaria un combate.
Mucha jerarquía, hasta un toque de anarquía, le permitió a Colombia igualar el encuentro, sumar un punto y volver a una cita mundialista luego de tres ausencias. Ese partido fue visto como una cuestión de vida o muerte y así mismo se respondió. El grito del Tigre generó adrenalina y locura en la afición, en un país con 47,1 millones de habitantes. Un día en el que la palabra histórico volvió a aparecer. Este martes en Perú no fue Falcao sino James el que se iluminó. El mediocampista aprovechó un centro de Falcao para anotar el gol que inició la ilusión de ir a Rusia 2018. A pesar del empate de Paolo Guerrero, el resultado de Brasil contra Chile le dio el pasaje directo al cuadro nacional, que llegó a su sexta Copa del mundo.