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Amarillo: “Colombia es uno de los mejores equipos del Mundial y el más difícil de enfrentar por sus variantes”. Lo dijo esta semana Fernandinho, jugador de Brasil, al destacar el fútbol de alta calidad generado desde los pies de James Rodríguez y de Juan Guillermo Cuadrado, que con sus cambios de costado y sus regates desestabilizan cualquier defensa. Se notó que analizaron cada movimiento de los colombianos porque habló del video del partido contra Grecia y de cómo se sorprendieron de ver llegar hasta el área rival, una y otra vez, a los laterales Armero, autor del primer gol, y Zúñiga. Allí en Belo Horizonte empezaron a brillar y lo ratificaron con creces en Brasilia, Cuiabá y Río de Janeiro contra Costa de Marfil, Japón y Uruguay.
Aunque son sus herederos, no es el mismo fútbol del toque-toque que participó en tres mundiales en los 90 bajo la dirección de Francisco Maturana y el Bolillo Gómez. Comprobamos que en su mejor nivel, los defensas son más versátiles y veloces, los mediocampistas más creativos y no tan dependientes del número 10; los delanteros, impredecibles y letales. Lo más importante: el rendimiento máximo se alcanzó durante el mundial, no en la eliminatoria como nos pasó con el 5-0 sobre Argentina.
El mérito del equipo técnico y de los jugadores es que en Brasil la curva llegó a su pico y vimos la exhibición de un fútbol más sereno y maduro, producto de las lecciones de nuestros primeros mundiales, de la ausencia en Corea-Japón, Alemania y Sudáfrica, de la experiencia que han venido adquiriendo los jugadores especialmente en los mejores equipos de Europa. Símbolos como El Pibe Valderrama marcaron la senda en clubes de bajo perfil como Valladolid y Montpellier. Marcaron la senda y hoy vemos el resultado del proceso natural de que ese talento nacional haya llegado al Bayern Múnich, al Real y al Atlético de Madrid, al Milán, Inter y Fiorentina, por citar algunos italianos, a ingleses como Newcastle y Aston Villa.
Ese roce permanente hizo crecer técnica y sicológicamente a los colombianos, que se convirtieron en equipo de referencia americana, ya no amedrentado por Brasil, Argentina y Uruguay. Enfrentándolos de tú a tú como en este mundial. Los cafeteros ya no son tímidos ni hombres de destellos. Ahora son atrevidos, osados, insolentes, alegres. Los calificativos que abundan aquí para referirse a Cuadrado, James, Zúñiga. Si la copa se concediera al conjunto que logró la mejor propuesta estética de este deporte, el ganador sería Colombia por lo que hizo en sus cuatro juegos victoriosos.
“El equipo con más alma”, lo definió el escritor venezolano Oscar Marcano, fundador de la revista digital Prodavinci. También lo impresionó que hasta con Brasil no mostraban dudas, más bien “ideas claras y resolución”. La evidencia del trabajo de un técnico experimentado y paciente como Pékerman. En otros tiempos en los mejores días acuñamos la frase “jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Aquí subimos de escalón y ganamos más partidos que en los otros cuatro mundiales que participamos.
Líderes en cada línea, a los que se suma Yepes atrás, transmiten seguridad y los ritmos que imponen, a veces pisando el balón y haciendo pausas, a veces tocando de primera y profundizando, llevan al espectador al goce. Colombia ya no es predecible como la de Italia, Estados Unidos y Francia que lateralizaba u horizontalizaba con telégrafo y dependía siempre de un pase mágico del Pibe. No. Ahora cambia de frente con naturalidad, hace diagonales y relevos, ofrece una sorpresa cada minuto; un pase de James, un amague de Cuadrado, y del juego corto puede trascender al pase a la espalda de la defensa buscando el desborde veloz de Ibarbo, Jackson, Teo, Bacca.
Esto también nació en los barrios de Colombia, como el Jordán de Ibagué donde creció James, en los campeonatos de Pony Fútbol de donde surgieron cuatro de los seleccionados, de la mejoría en las divisiones inferiores de los equipos más grandes y de la iniciativa privada para formar nuevas generaciones como La Equidad, la Academia Compensar (Éder Álvarez) y la Fair Play (Falcao).
Gracias a todo ello, nuestra amarilla fue admirada en la tierra del fútbol. Después del primer partido fui a los estadios con un letrero que decía “Colombia, jogo bonito” y decenas de brasileños e hinchas de distintos países me corrigieron en portugués: “bonito no, belo, belíssimo”. Y aplaudían. En Cuiabá un grupo de japoneses le hizo la venia al equipo cuando se despedía luego de ganar 4-1.
La preocupación de los oponentes se resumía en cortar la movilidad de los once de Pékerman, que impusieron hasta octavos de final el “futbol total” que una vez se le atribuyó a los holandeses: todos atacaban, todos defendían. Podría citar cien testimonios más que he oído en los estadios, en radio y televisión, o leído en los periódicos brasileños hablando de cuánto disfrutaron de “ver danzar a la Colombia”. Mención especial para David Ospina, uno de los jugadores que siempre estuvo concentrado, consistente, salvado goles inminentes.
Otro factor del que no le gusta hablar a los jugadores es la disciplina. Hay una gran diferencia entre la personalidad de la selección del toque-toque y la de hoy, no tan desbordada, más juiciosa con su profesión y su vida personal. Influye en el actual equilibrio que James y el ausente Falcao, los líderes máximos, sean cristianos como la mayoría del equipo. No quiero decir que todos deben ser evangélicos y creyentes en Dios. Sí que el orden impuesto por un técnico extranjero de respeto y que debiera seguir hasta el próximo mundial resulta más eficaz en un equipo bajo control espiritual.
Se ilumina la mente cuando uno recrea el primer gol de James contra Uruguay: ve venir el balón desde la cabeza de Aguilar, mira su posición cerca al área grande, ve a Godín concediéndole un par de metros y en una fracción de segundo decide recibirla con el costado izquierdo del pecho con delicadeza de bailarín al tiempo que avanza un paso para quitar del medio al defensa y le pega con toda la potencia de la zurda prodigiosa. El gol de Brasil 2014. No se borrará de la mente. El juego de Colombia llegó a ser macondiano por amarillo, mágico, hiperbólico, representativo de nuestras razas y costumbres. Lo importante es que la selección siga “con los pies sobre la tierra”, como dijo Freddy Rincón, que no le pase como a Remedios la bella y se eleve hacia el cielo entre banderas ondeantes.
Azul: parece que al final el equipo se enfrió. Tal vez seis días de descanso parecieron afectar más a Colombia y beneficiar a Brasil. ¿Ahí perdimos el ritmo? ¿Hubo relajación y exceso de confianza o nos pesó más el nerviosismo que a los pentacampeones?
Rojo: Para rematar nos tocó jugar con la camiseta roja y fallamos el día que no había margen para el error. En la derrota del viernes se notó que no estábamos en una instancia definitiva hacía 16 años. Eso no es gratuito. La experiencia pesa, más cuando quedan los ocho mejores del mundo. El argentino Daniel Pasarella en Sportv después del triunfo de Brasil: “a semifinales siempre llegamos los mismos”. Es verdad, pero estamos aprendiendo, caímos después de la época brillante del Pibe y compañía y ahora nuestra curva es ascendente a diferencia de la de países como España. La furia roja se extinguió y reclama renovación total. Colombia ya sembró y esta es apenas la primera cosecha. Solo Mondragón y Yepes no seguirán. Los demás, incluido Falcao, seguramente tendrán la oportunidad de estar en el mundial que ganaremos según pronosticó a El Espectador el extécnico argentino y extécnico de la selección Colombia, Carlos Bilardo. ¿Será en Rusia o Qatar?
Propuesta tricolor: en un ejercicio de identidad, si hubo una generación del toque-toque, ¿a esta cómo debemos bautizarla? ¿La máquina cafetera? ¿La danza amarilla? ¿El fútbol tricolor? ¿La magia macondiana? Los lectores tienen la palabra.