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El carro llegó a la finca y de él se bajó Gabriel Ochoa Uribe. ”¿Dónde está Luis Fernando Montoya?”, fue lo primero que preguntó. Le respondieron y allá fue, directo. Entró a la casa, raudo, prácticamente sin saludar a nadie, afanado por encontrarse con el campeón de la Copa Libertadores, esa obsesión que nunca pudo cumplir y que lo persiguió hasta sus últimos días.
— Profe, vengo a quitarle 15 minutos porque quiero felicitarlo. —le dijo cuando entró al cuarto— Usted con muy poquito hizo mucho. Y yo, que lo tuve todo, nunca fui capaz de lograrlo.
Hoy, hablando en la oficina de su casa, Montoya atesora ese momento. Dice que cuando lo escuchó la sonrisa más sincera que ha sentido se le dibujó en el rostro. “Gabriel Ochoa Uribe a mí me producía mucho respeto. Y que él, un técnico tan ganador, que tuvo los mejores jugadores, me dijera eso, para mí fue como ganarme la medalla de oro más importante de mi vida”.
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“¿Fue así o no fue así?”, pregunta el profe Montoya y voltea su mirada hacia Luis Alfonso Sosa, psicólogo de aquel cuadro manizalita que hizo historia en 2004 al ganarle la Copa Libertadores a Boca Juniors, compañero del entrenador en toda su carrera deportiva y, sobre todo, su amigo incondicional, el que siempre está ahí. “Así fue”, responde Sosa y vuelve a guardar silencio. Lo mira atento, le gusta escucharlo. Considera que sabe más que todos y que lo que hizo con Once Caldas fue una verdadera proeza.
Parecía imposible: ¿una Libertadores para Manizales? ¿Para un equipo sin grandes presupuestos, sin historia y sin figuras? Decían que Once Caldas jugaba feo, que no representaba nuestro estilo. No era un fútbol lírico, era un equipo defensivo, que se resguardaba en su área y no enfrentaba cara a cara a los más grandes. Sin embargo, esa fue la clave que los llevó a la gloria: la inteligencia. Montoya leyó el momento y aprovechó sus fichas en función de una idea de juego que le permitiera ganar contra equipos que eran mucho más poderosos.
“Once Caldas se encontró con esa Copa y supo aprovechar su momento porque tuvo un grupo muy comprometido con la idea. Cuando usted tiene las herramientas, adelante. A mí me gusta el fútbol bien jugado. ¿Pero, y cuando no? Usted no puede pelear. ¿Si lo van a robar y el otro tiene un revolver y usted un cortaúñas? Agache la cabeza y entregue lo que tiene. Eso sí, jamás se dé por vencido”.
Caldas no era un equipo de grandes nombres. De la nómina de los campeones continentales llegaron lejos: Elkin Soto, que figuró muchos años en Alemania, y Dayro Moreno, que por aquel entonces era muy joven, no era el killer en el que se convirtió años después. Los demás, eran un conjunto de peones; laboriosos, comprometidos y convencidos por Luis Fernando Montoya de que, en medio de las limitaciones, darle a Manizales una Libertadores era posible.
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Una idea distinta de juego
Colombia encontró su estilo en los 90, tras décadas de escuelas e ideas foráneas que irrumpieron y nutrieron sus bases. Francisco Maturana le dio un vuelco a nuestro fútbol en el 89 cuando, de la mano de los “puros criollos”, conquistó la primera Libertadores del país con Atlético Nacional. Después con la selección de Colombia, junto a su escudero, Hernán Darío Bolillo Gómez, hizo historia: volvió a los Mundiales, clasificó por primera vez al combinado nacional a octavos de una Copa del Mundo y puso a la Tricolor en el panorama internacional.
Fue una revolución. Sobre todo, desde el juego. Colombia tuvo por primera vez una identidad. Nos representaba una idea, a eso jugábamos, así nos reconocía el mundo. Maturana, inspirado en Luis Cubilla y su baloncesto interpretado con los pies, le heredó al fútbol de nuestro país un estilo ofensivo y bonito; de posesión de pelota, con un pressing agresivo en la marca y en el que la interpretación de la idiosincrasia de cada jugador influía la función de los futbolistas en el campo y los movimientos del conjunto.
La idea copó toda una década y tuvo su coletazo final en 2001, con el único campeonato oficial de nuestra historia: la Copa América. Fue una generación extraordinaria, que, cuando entró el nuevo siglo, ya estaba desgastada. Tanto como la idea de Pacho, que se perdió con los nuevos tiempos y hasta nuestros días jamás volvió.
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En el naufragio de nuestro estilo surgieron otros nombres (Lara, Rueda, Pinto), que, inspirados en el revolcón de los 90, llegaron con otras ideas. Eran los elegidos como sucesores cronológicos, aunque no precisamente los naturales, de Maturana en la selección de Colombia.
Y Luis Fernando Montoya estaba en ese sonajero. Era un técnico joven, triunfador en las juveniles del fútbol antioqueño y subcampeón con Atlético Nacional en 2002. A Once Caldas llegó en 2003 y en seis meses le dio su segunda estrella, después de 53 años de sequía. En el siguiente año, rompió todos los paradigmas y le ganó la Copa Libertadores al Boca Juniors de Carlos Bianchi, el equipo que le habían ganado al Milán de Ancelotti y al Real Madrid de los galácticos. Y el blanco blanco, que no era reconocido en el mundo ni por su nombre ni por su historia, estuvo a punto de dar otro batacazo en la Intercontinental cuando enfrentó al Porto de José Mourinho y perdió en los penaltis.
Montoya encabezaba los nombres de la sucesión en el banco de la selección. Tenía todo listo para dirigir al Racing de Avellaneda, pero en el fulgor de su carrera, un 22 de diciembre de 2004, sufrió un atentado que le partió la vida. Dos heridas de bala, por intentar defender a su esposa de un robo, le ocasionaron una grave afectación de la médula espinal, que, como consecuencia, le dejó una cuadriplejia irreversible.
¿Qué habría pasado si…? La pregunta es estéril, porque la vida no sigue el curso de supuestos. Montoya se repuso, siguió viviendo y aprendió a perdonar, lo más difícil en medio del sentimiento de haberlo perdido todo. Se adaptó para luchar, así como lo hizo su Once Caldas en la Libertadores en la que hizo historia.
Montoya vive por el fútbol, es su obsesión. Advierte que era admirador de Alfonso Marroquín —técnico para el que pide el mayor de los reconocimientos— y de las ideas de Maturana. Le gustaba ese juego y siempre aspiró a emular su estilo. “Lo que pasó fue que no me dejaron, me arrebataron la oportunidad”. Él, antioqueño y de la entraña de Nacional, siente que esa es nuestra idea, la que mejor aprovecha las cualidades de nuestros futbolistas, pero insiste en que el modelo de juego siempre depende de las herramientas.
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—¿Usted cree que Once Caldas era el mejor equipo de Colombia? —pregunta y se responde a sí mismo negando con la cabeza— ¿Cree que éramos el mejor de Sudamérica? Nos superaban Santos, Barcelona de Ecuador, Sao Paulo, Boca Juniors…—repite el gesto, niega de nuevo— ¿Pero, qué tuvieron los muchachos? ¡Compromiso!
Para Montoya la clave de su Once Caldas, más que el sistema de juego, fue la disciplina, bandera que el antioqueño aprendió tras estudiar los métodos de Osvaldo Zubeldía, Carlos Salvador Bilardo y, sobre todo, de Ochoa Uribe. Lo importante era sacar los resultados y para eso todos los jugadores debían acoplarse a las decisiones del entrenador.
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“No fue fácil, pero lo logramos. Potenciamos al máximo las condiciones de cada jugador para enfrentarnos cara a cara con los brasileños y los argentinos. Soy un convencido de que el jugador colombiano es único por sus características, pero le falta compromiso y humildad. Cuando juntemos esos valores con las virtudes de nuestros futbolistas, no nos parará nadie”, explica y vuelve su mirada a Alfonso Sosa, como buscando su aprobación. Y su amigo replica: “Es así… es así. Tiene toda la razón”.
Una Libertadores histórica
Sosa va al volante y el carro se aleja de la finca donde vive el profe Montoya en Caldas (Antioquia).
—Siempre fue así, como lo vio, terco— explica, mientras intenta evitar con el manubrio los huecos de la trocha. La conoce de memoria porque visita al profe todas las semanas. Siempre, desde que ocurrió el atentado.
—¿Y así jugaban sus equipos?
—Si —responde mientras se rasca la cabeza, como si al frotarla la anécdota que está por contra llegara más rápido a su memoria.
Actualmente Sosa trabaja con Atlético Nacional en el cuerpo técnico del Hernán Darío Herrera, que busca la estrella 17 del verde paisa en el fútbol profesional colombiano. El Arriero está acompañado de un comité técnico en el que están, entre varios nombres, el de Pacho Maturana.
—El otro día estábamos viendo, en el palco del estadio, el partido entre Nacional y Medellín. Y ese era un equipo duro, bien parado en la cancha, difícil de atacar. Y de repente, Pacho nos dijo a todos: ¡ese parece un equipo dirigido por Luis Fernando Montoya!
“Era un equipo de tercos”, se ríe Sosa al pensar en aquellos años. “Dimos en la tecla que era”, recalca. Los “peones” estaban obstinados por cumplir la idea que les había vendido el jefe del tablero. “Cuando al él se le mete una idea en la cabeza, no se la saca nadie. Y él quería ser campeón de la Libertadores. Con las herramientas que había, nos llevó a lograrlo. Fue histórico...fue inolvidable”.
El profe Montoya nunca se desligó del fútbol. Según cuenta Sosa, hoy en día tiene comunicación directa con Maturana y con el Arriero Herrera. “Yo se los pongo al teléfono para que hablen con él, porque me gusta mantenerlo activo. Él ve mucho fútbol y todavía tiene los conceptos muy claros”, explica mientras pone rumbo a Guarne porque va al entrenamiento de los verdolagas.
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Recuerda que, tras el atentado, uno de los primeros que llegó a la finca a visitar a Montoya fue Bianchi.
—Vino a pedirle perdón —explica Sosa— para él fue doloroso que, después de haberlo derrotado en la final, ellos se quitaron la medalla y se fueron de la cancha.
Sin embargo, Montoya sabía la magnitud de su gesta. Y era consciente de que tarde o temprano el reconocimiento iba a llegar. No le afanaban los grandes focos, siempre prefirió el perfil bajo.
—Y después de todos estos años, ¿por qué sigue al lado del profe? ¿No es muy desgastante?
—No me importa. Él es mi amigo y me necesita. El día que me diga que ya no me quiere a su lado, me iré. Pero, mientras tanto, seguiré con él, el tiempo que haga falta.
Antes de dejar su casa, Luis Fernando Montoya hizo una seña. Todavía tenía algo más para decir.
—Cuando vi que la final era con Boca Juniors dije: ¡Jueputa! ¿Y ahora cómo vamos a ganarles a ellos, que le han ganado al Real Madrid y al Milan? ¿Quiénes éramos nosotros? Simple: teníamos que adaptarnos— abre los ojos y con la boca hace un gesto de incomodidad— ¿Cuál es el problema del fútbol colombiano? Que cree que solo hay una idea. ¿Y con esa idea cómo nos ha ido afuera en los últimos años? Cuando recién empezaba, Juan Carlos Osorio vino a visitarme y me dijo: mi sueño es ganarme una Copa Libertadores, pero no como se la ganó usted. Y hoy, todavía no ha podido. No es tan fácil como se piensa, no se puede morir con una sola idea, un solo estilo.
Silencio en la sala, habla el profe Montoya: “Ojo, en un juego como el fútbol, siempre hay que saber aprovechar lo que tenemos. Pero, en Colombia eso es algo que todavía no hemos entendido— hace una pausa, respira, sonríe y termina— cuando lo hagamos, ahí sí estaremos preparados para ser campeones del mundo.
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