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¿Trata de futbolistas colombianos?

En los últimos seis meses, más de una docena de futbolistas colombianos invirtió para ser reclutada en el fútbol profesional salvadoreño; la mayoría de ellos terminaron maltratados por personas que se dicen agentes de futbolistas.

Ítalo Hernández y David Bernal para El Gráfico / El Salvador
24 de abril de 2016 - 02:19 p. m.
Joan Alexis Torres, futbolista colombiano, vendiendo pescado.
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Hay conmoción en Centroamérica por recientes revelaciones periodísticas en El Salvador en las que se evidencia un creciente número de colombianos que llegan a ese país arrastrados por la esperanza de jugar en las ligas profesionales del fútbol, sin que esto se cumpla. No es solo la historia de una desilusión profesional, sino que detrás se asoma un tinglado de pagos, denuncias de sobornos, y al final desengaños, que deja a los colombianos rebuscándose la vida para poder sobrevivir y abandonados a su suerte tratando de regresar a su país.

El cónsul de Colombia en El Salvador, Rafael Quintero, ya reaccionó ante la situación de los supuestos agentes de futbolistas y asegura que debe “advertir que en este caso hay una línea que es muy delgada y que se pueden confundir intereses económicos, comerciales, de representación deportiva, con un tema de delincuencia que se llama trata de personas”. Esta historia, investigada por periodistas del diario salvadoreño El Gráfico, es publicada en Colombia gracias a un acuerdo para redifusión de contenidos con la plataforma de periodismo latinoamericano Connectas, aliada de El Espectador.

La situación denunciada se refleja por ejemplo en Juan David Martínez Orejuela, oriundo de Ibagué, Tolima, volante de 20 años de edad y quien ya suma trece meses en El Salvador. Llegó, dice él, engañado por un entrenador que le aseguró que por 800 dólares y el costo del boleto aéreo, el fútbol cuscatleco lo recibiría con los brazos abiertos. Él cambió el fútbol de segunda división de Colombia por una aventura en el balompié salvadoreño que le costó 1.800 dólares de su ajustado presupuesto, pero por ahora sólo lo llevó a trabajar en la agricultura y de mesero en una cervecería. (Vea más del drama vivido por los jugadores).

“Me ofrecieron venirme acá, que me contratarían en el Vendaval (de Apopa, segunda división). Que venía directo a jugar, ya contratado. Pero eran puras mentiras”, contó. De hecho, muestra un aviso en Facebook que es una de las vías para reclutar a los jugadores: “Se necesitan un central y un delantero del año 1992-1993-1994-1995 con experiencia para jugar en Centroamérica San Salvador con un 90 por ciento de probabilidad de jugar con un equipo profesional o en la B. Valor de la estadía 1 mil dólares”, dice textualmente el anuncio.

Martínez firmó letras de pago y pidió prestados 1.800 dólares para viajar, lo equivalente al boleto de avión. Junto a Juan hubo más de una docena de colombianos que han corrido la misma suerte en el fútbol centroamericano. Algunos incluso vivieron con él bajo el mismo techo. Todos coinciden en sentirse engañados en algunos casos por sus connacionales y en otros por salvadoreños.

En el caso de Martínez, dice que tuvo que dar otros 800 dólares no más al salir del aeropuerto, y que se los entregó al entrenador argentino radicado en El Salvador Carlos Che Sánchez.

“Me ofrecieron venir a jugar a El Salvador, que ganaría más dinero, llegaría a firmar. Me ilusioné porque ganaría en dólares", explica el deportista. Ahí, según él, empezó su calvario: Sánchez lo alojó en un apartamento cerca del estadio Cuscatlán en San Salvador; al mes, lo expulsaron del lugar por falta de pago; el Vendaval no lo contrató, vivió unos días en casa del argentino y luego consiguió una oportunidad como utilero del San Pablo de Tacachico, donde se encargaba de lavar los uniformes e implementos deportivos, sumando ingresos extras como mesero en una cantina y como jornalero.

Sánchez, un argentino con más de cuatro décadas en el país, se defendió asegurando que Martínez y otros jugadores colombianos a los que él ha dado “albergue” son “jugadores indeseables”. “Yo les alquilé una casa muy linda, donde hasta piscina había, pero lo que hacían ahí era acostarse a las 2:00 o 3:00 de la mañana totalmente ebrios, tomados. Y futbolísticamente hablando no jugaban a nada. Hay salvadoreños que juegan diez veces mejor que ellos. Estos jugadores al verse marginados por diferentes equipos del fútbol nacional buscan un pretexto para tener notoriedad en el país”, aseguró. (Vea más de las respuestas de los señalados por los jugadores).

Rember Reyes, otro señalado de ser “agente” de jugadores, asegura: “En ningún momento he traído a nadie. A veces hay mucha gente que deja acá abandonados a los jugadores. Lo que sucede es que a veces uno los encuentra con sus maletas y trata de ayudarlos”. Y precisa que lo que hace es trabajar como camionero. Por su parte Carlos Achury, que es presentado por los colombianos como uno de los intermediarios, dice que lleva más de una década llevando jugadores a El Salvador y niega cualquier acusación: “Es falso que deje a los jugadores tirados o aguantando hambre”.

Según la Dirección General de Migración y Extranjería, entre enero de 2012 y febrero de 2016, 37 extranjeros solicitaron permiso para trabajar como futbolistas en El Salvador. El 43 por ciento de ese total fueron colombianos, pero sólo uno con residencia definitiva; el resto recibió permisos temporales para trabajar o para acompañar a familiares que residen en el territorio.

Ninguno de los colombianos de esta oleada de importación figura en esos registros. La invisibilidad de los inmigrantes es la materia de trabajo de quienes los traen al país: su vulnerable estatus migratorio los vuelve fáciles de manejar e intimidar. El método es tan bueno que está a la orden de tantos “representantes” como se pueda.

El modus operandi es parecido: hay una persona en Colombia, que contacta a los futbolistas y les garantiza un futuro profesional en el balompié salvadoreño a cambio de una inversión preliminar que incluye boleto aéreo y el pago de una comisión que oscila entre los 500 y los 800 dólares. La mayoría de los jugadores consultados por El Gráfico proceden de Cali.

Al venir al país, se les prueba de modo exprés en equipos generalmente de segunda división, y si no son contratados, se les comienzan a cobrar gastos de estadía, hasta que lo que cancelaron como pago por representación se agota. Luego: a la calle.

Entre la docena de jugadores colombianos en El Salvador se habla de diferentes intermediarios y modalidades. “Que venía con salario fijo, alimentación, estadía, con un contrato de 1.500 dólares de salario con el Juventud Independiente... Que sólo vendría a jugar, sin hacer pruebas, y que el equipo ya sabía de mi llegada. Pagué casi dos millones de pesos por el derecho de venir a El Salvador y otro tanto por el pasaje aéreo”, cuenta uno de ellos.

Pero una vez en El Salvador, le cobraban la estadía y le decían que debía pagar su comida. “Lo cuestioné porque ya había pagado, hubo una discusión fuerte y me salí de esa casa”. Al salirse de la “tutela” de su paisano, Torres quedó en la calle y a duras penas ha podido sobrevivir.

A la juventud e inexperiencia de los colombianos con los que los periodistas de El Gráfico han hablado (23 años en promedio), hay que sumar la precariedad de las condiciones en las que vienen.

Algunos logran irse del país sólo mediante la intervención y auxilio de personas que se conmueven de su situación. El caso de uno de ellos impactó a Rafael Quintero, cónsul colombiano en El Salvador. Sólo la intervención del funcionario posibilitó que Juan Camilo Ortiz Perea, delantero de 21 años, se fuera del país. Al llegar al aeropuerto el 28 de enero de este año, le pidieron 500 dólares más para poder colocarlo. Es un dinero que Ortiz recobraría rápido porque, según se le dijo, el equipo en el que recalaría le pagaría 500 dólares de salario, además de comida y alojamiento. (Vea más de la intervención de Colombia por los jugadores).

Pero “colocar” se tradujo en llevarlo a un entrenamiento del San Pablo, de la segunda división. Ahí lo recibieron el 2 de febrero. Al final, le ofrecieron 200 dólares que no aceptó. Después de eso, con el libro de pases ya cerrado en El Salvador, Ortiz quedó en la calle.

Existen casos más dramáticos. El cónsul colombiano dice que “esta es una situación que nosotros conocemos de manera muy accidental y la conocemos porque algunas veces los mismos muchachos, los futbolistas, cuando ya están en una situación bien desesperada, vienen acá, a pedir colaboración. Ha habido casos dramáticos, como el año pasado, cuando vino un muchacho que trabajaba como futbolista en San Miguel, le habían partido una pierna y lo habían dejado tirado. Le tuvimos que ayudar para que su familia viniera por él”.

Lo único que queda de la mayoría de ellos en El Salvador son sus denuncias y un prontuario de penas. Pena como la de Idwur Lendis Hernández Arango, lesionado mientras jugaba para el Quequeisque y quien quedó varado, sin salario e incluso debió dormir en el estadio Las Delicias; como las de Julio César Quiñones, David Gómez, Kevin Fajardo, Víctor Vasco, Julián Ballesteros, Pedro Solano, Felipe Araújo, Gustavo Adolfo Camilo, Michael Estewar Redín Sánchez y otros tantos que siguen llegando al país sin un control que les permita pedir auxilio cuando lo necesiten.

Vea en www.connectas.org información de los testimonios de los jugadores, las respuestas de los señalados y la intervención sobre este tema del Consul de Colombia en El Salvador.

Este artículo fue escrito por Ítalo Hernández y David Bernal para El Gráfico de El Salvador y es republicado en El Espectador gracias a un acuerdo para difusión de contenidos con Connectas. 

Por Ítalo Hernández y David Bernal para El Gráfico / El Salvador

 

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