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Una gladiadora llamada Yoreli Rincón

Fue sacada de las convocatorias de la Selección Colombia por revolucionaria, por atreverse a hablarles de frente a los hombres, por defender a las suyas, por buscar libertades. Hoy cumple 27 años y aquí se los celebramos con este perfil.

Farouk Caballero / Especial para El Espectador
27 de julio de 2020 - 05:52 p. m.
Yoreli Rincón, futbolista colombiana del Inter de Milán, Italia.
Yoreli Rincón, futbolista colombiana del Inter de Milán, Italia.
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Antes de Diego Maradona nadie sabía dónde quedaba Villa Fiorito y antes del Pibe Valderrama la mayoría ignoraba dónde se ubica Pescaíto. Ocurre lo mismo con el municipio colombiano de Piedecuesta, de donde es oriunda Yoreli Rincón.

La hija menor de Griselda Torres y Elberth Rincón llegó a este mundo un día como hoy, pero de 1993. La bebé pateó primero el balón y después gateó, pues la familia tenía dentro de casa la fábrica de balones Golber, la cual surgió por necesidades económicas y porque el padre unió la esencia del fútbol, el gol, con su nombre.

Él mismo intentó sin éxito separar a su hija del compañero que la vida le había destinado. Elberth, educado por las costumbres dictatoriales de antaño, no concebía que su hija menor prefiriera el balón sobre las muñecas. Por eso, le compró una muñeca grande para que se entretuviera y Yoreli Hazleydi Rincón Torres, ante el detalle, cometió su primer acto de rebeldía: transformó su muñeca en un balón; le arrancó la cabeza y la agarró de pelota.

La hermana mayor de Yoreli, Eliana, recuerda que desde pequeñita la menor jugaba muy bien y que no quería salir de la cancha del barrio La Argentina, donde hizo sus primeros goles. Allí se descalabraba intentando chilenas y con sangre en la cabeza llegaba a la casa y su papá, sin mediar palabra, la recibía a juetazos. Cuanto más el padre intentaba alejarla del fútbol, Yoreli más se empeñaba en demostrarle que ese era su camino.

Daniel Rincón, el hermano mayor, también la alcahueteaba. Entre él y Eliana lograban que Yoreli jugara sin que el padre se diera cuenta. Así ingresó al equipo del barrio La Argentina. Ella era la única niña de un torneo de niños, pero era la más talentosa.

Rápido su talento rompió las fronteras de Piedecuesta y llegó a oídos del hoy técnico del fútbol profesional colombiano Víctor González. En ese entonces, Víctor manejaba la Escuela de Fútbol Nantes del municipio de Floridablanca. Así lo recuerda el profe casi 20 años después: “yo fui a verla y ella tenía esa característica del talentoso que se divierte jugando. Tenía siete u ocho años y no se arrugaba contra niños de 12 o 13. De inmediato le propuse que se viniera a entrenar, pero el papá no quiso”.

El primer intento de Víctor Hugo no dio resultado, pero él sabía que esa niña tenía pinta de crack; por eso volvió a la carga y convenció al papá de que la viera jugar y ahí tomara una decisión. El partido se hizo y Yoreli se puso la camiseta de Nantes y estrenó sus primeros guayos. Antes de ese juego, Yoreli jugaba descalza en el barrio y con tenis cuando tenía partidos contra otros barrios, pero para ese día su hermano y su padre juntaron los ahorros y le compraron unos guayos anaranjados que se transformarían en una reliquia familiar.

Ni el padre ni el hermano sabían la talla exacta de la niña calidosa de la familia. Optaron por la talla 37, pues, según Eliana: “mi papá no tenía ni idea y dijo que así le duraban más porque los pies le irían creciendo. El problema fue que le quedaron demasiado grandes, casi como zapatos de payaso. Mi hermano fue el que los arregló, le metió papel periódico en las puntas y así se los puso. También, mi hermana debía usar canilleras y sus piernas eran muy flaquitas, por lo que mi hermano recortó dos cartones a su medida y de ahí le sacó sus primeras canilleras”.

Con cartones, papel periódico y los guayos anaranjados, Yoreli le demostró a su padre y a todos que su hábitat era la cancha. Hizo dos goles y fue la figura. El padre decidió dejarla entrenar y para la pequeña inició un batallar que no ha parado, como lo recuerda Víctor: “con Yoreli nada fue fácil. El machismo de los padres de los otros equipos era muy fuerte. Le gritaban a sus niños que no se podían dejar ganar de una niña, que la agarraran del pelo y le pegaran patadas. Ella siempre respondió como una jugadora distinta. Ante cada patada, ella intentaba tirar un túnel, un sombrero o un ocho, y así se ganó el respeto, dentro y fuera de la cancha, de todos sus rivales”.

Con Nantes, Yoreli recorrió el norte de Colombia. Barranquilla, Valledupar, Santa Marta y demás canchas de arena y piedra la vieron jugar. En la casa de los Rincón Torres el dinero siempre brillaba por ausencia, por eso el resto de padres de familia del equipo hacían colectas para poner la cuota de la niña crack y así podía viajar.

A donde fue causó sensación, pero cuando debía jugar para su departamento en la Selección Santander, le cerraron las puertas. No pudo ser profeta en su tierra, pero el coro del Himno de Santander sí le aconsejó el siguiente paso. La letra escrita por Pablo Rueda Arciniegas en 1888 dice así: “Santandereanos, siempre adelante/ santandereanos, ni un paso atrás./ Con el coraje por estandarte/ y por escudo la libertad”.

El coraje de Yoreli, apenas con 13 años de edad, fue lo que le ayudó a superar uno de los momentos más crudos de su vida. Así lo recuerda el profe Víctor: “fue durísimo que no quedara en la Selección Santander, pero yo tenía unos videos y hablé con el profe Jhon Agudelo que dirigía la Selección Tolima y él aceptó verla. Ella y la mamá viajaron. Jhon la vio y en 10 minutos la firmó. Se acordó que Yorelí viviría con él y sus hijas y que además estudiaría, pues los padres no querían que abandonara el estudio por el fútbol”.

Si la verraquera existe, esa niña de 13 años que abandonó su casa y su familia para luchar por sus sueños, tenía verraquera de pura cepa en cada centímetro de su cuerpo diminuto. Yoreli se la rebuscó. Entró a estudiar a un colegio de monjas en Ibagué y ahí el profesor de educación física evidentemente le valoró el talento deportivo y la nombró su asistente.

Ella, desde la imponente ciudad de Milán, hoy lo recuerda con alegría y nostalgia: “no tenía para comer en el colegio, ni para los buses. Entonces el profesor de educación física me dejaba enseñarles movimientos a mis compañeras y yo les cobraba $500 para ponerles buena nota. Así me hacía $5.000 a la semana y eso me servía para moverme, al menos, en bus”.

Tacones no, guayos sí

El padre confiesa que quería ver a su hija con tacones siendo una gran persona en su pueblo. La hija le cumplió lo de gran persona, pero sin tacones y lejos del pueblo. Ella prefirió los guayos y con su capacidad traspasó los límites nacionales y continentales. Su habilidad en la cancha rápidamente llamó la atención y con 14 años fue convocada para jugar en la Selección Colombia Sub 17. Yoreli vuelve al pasado y confiesa: “estaba muy emocionada, me mandaron pasajes de avión para el día siguiente y no me supe poner el cinturón; la persona que iba a mi lado me ayudó y así volé por primera vez, era un manojo de nervios”.

Las alas las abrió de forma literal. Con 14 años, Yoreli fue la gran figura del Suramericano Femenino Sub-17 que se disputó en Chile durante enero de 2008. Ella era la más chiquita del equipo, pero eso no le impidió convertirse en la Mejor Jugadora del Torneo. Todo lo que corrió y entrenó en Piedecuesta, jugando con niños mayores que ella, fue lo que le ayudó a forjar una valentía inquebrantable y en Chile lo demostró. Su actuación le ayudó a Colombia a quedar campeona del torneo, superando a Brasil en el cuadrangular final por diferencia de gol.

Llegó el Mundial Sub 17 en Nueva Zelanda. Yoreli lo jugó con 15 años, ella no cambió zapatillas ni bailó esas cursilerías del vals, ella aprendió a sus 15 años lo que era disputar un Mundial. A Colombia le fue mal, pero las leyes del fútbol son claras: habría revancha.

El fútbol de Yoreli la llevó a Bogotá. En el frío capitalino estuvo un poco más en familia, pues el techo esta vez provino de sus abuelos maternos, que le compartieron lo poco que tenían: “mis abuelos me abrieron las puertas de su casa para seguir mi carrera; Senén Torres y Bárbara Manrique, él muy cascarrabias y ella sí me apoyaba en todas mis locuras. Ahí me ayudaban a veces con los transportes, pero casi nunca tenía para comer algo en el colegio y yo caminaba Bogotá de lado a lado para poder entrenar y crecer, lo logré, pero también me gané una terrible gastritis”.

El fútbol hizo justicia y la primera revancha llegó. Yoreli, en principio, no tuvo oportunidad en su tierra, pero en 2008 volvió como figura fundamental de la Selección Colombia Sub 20. El principal estadio de Santander, el Estadio Alfonso López de Bucaramanga, se llenó para aplaudir a una gladiadora de 16 años. Colombia quedó segunda, pero logró el tiquete para jugar el Mundial Sub 20 en Alemania. Yoreli ya era una realidad del fútbol.

El 24 de julio de 2010, tres días antes de que Yoreli cumpliera 17 años, marcó el mejor gol del Mundial Sub 20 de Alemania. Colombia enfrentaba a Suecia por cuartos de final en la ciudad de Bochum; ahí Yoreli hizo historia. Recibió un pase rasante desde la derecha al centro y sacó toda su clase. Amagó con abrir el balón por izquierda y cuando las suecas seguían el movimiento lógico, Yoreli inventó. En una baldosa pisó el balón con derecha, lo jaló y lo tocó suave para auto-habilitarse. Con el balón clarito al frente, sacó un cañonazo de derecha que le rompió el arco a Suecia. La sueca que la marcaba quedó con la cintura quebrada y sin saber qué había pasado. Lo que sucedió fue que, según la FIFA, Yoreli había marcado el mejor gol de ese Mundial.

Colombia quedó cuarta, sólo por detrás de Alemania, campeona, Nigeria, subcampeona, y Corea del Sur, tercera.

Una bruja del siglo XXI

Las selecciones juveniles se acabaron y Yoreli se ganó el honor de lucir la camiseta más emblemática del fútbol colombiano, la número 10 de la Selección absoluta. Sudando esa camiseta, Yoreli guio a Colombia en la Copa América Femenina Ecuador 2010. Hizo cinco goles en siete partidos. Colombia quedó segunda y obtuvo tres premios enormes: clasificó a los Panamericanos Guadalajara 2011, al Mundial Alemania 2011 y a los Juegos Olímpicos Londres 2012.

Lo que sería ya una hazaña para contarles a las generaciones futuras de la familia, para Yoreli apenas era el comienzo. En 2012, se transformó en la primera jugadora colombiana profesional de fútbol. Ella, y sus compañeras Daniela Montoya, Orianica Velásquez, Catalina Usme y compañía, les abrieron las puertas del exterior a las jugadoras colombianas. Pero para ser honestos, el traspaso de Yoreli al club brasilero XV de Piracicaba marcó un antes y un después para el fútbol femenino en Colombia.

Parte de la prensa empezó a llamar a estas guerreras del fútbol como “Las chicas superpoderosas”. No cabe duda, la prensa, muchísimas veces, es culpable de crear imaginarios grotescos e inverosímiles, como sucedía con las brujas de antaño, pero ya vamos a llegar ahí. Aquí hay que ser enfáticos: nuestras jugadoras no son caricaturas que entretienen a los niños como el programa televisivo al que ese horroroso remoquete hace alusión. Ellas, nuestras guerreras, son de carne y hueso. Sudan, se raspan, se entregan por ellas, por el honor propio, por sus familias y por la patria. Ellas no son nada distinto a gladiadoras del fútbol. Más respeto, por favor.

Yoreli seguía en su trayectoria y sumaba ciudades y continentes. De Brasil salió porque las suecas, que la sufrieron, la pidieron. Aterrizó en Malmö y jugó Champions League con el F.C. Rosengård Dam, donde además se coronó campeona de la liga sueca. Luego, voló a New York y jugó con el Western New York Flash, pero siempre estaba dispuesta a ponerse la 10 de La Tricolor nacional cuando la citaban.

Recibió el llamado para jugar la Copa América Ecuador 2014 y ahí, en siete partidos, hizo tres goles. Brasil ganó el torneo, pero como sería local de los Juegos Olímpicos Río 2016; Colombia, por ser subcampeona, obtuvo ese cupo, más los tiquetes a los Panamericanos Toronto 2015 y al Mundial Canadá 2015.

Pero Yoreli decidió hablar y empezaron los problemas.

Hay que precisar que Yoreli nació en tierra comunera y los comuneros fueron los que en el siglo XVIII le cantaron la tabla al rey Carlos III. Ellos ofrendaron sus vidas por las libertades del pueblo. Esa sangre insurrecta corre por las venas de Yoreli y por eso no se calla: “yo siempre he hablado claro, porque soy santandereana y así me criaron. No nos pueden tratar como nos tratan y dejarnos sin apoyo. Qué jugador, por más crack que sea, puede vivir cobrando sólo tres meses de sueldo y además sin entrenarse… y así nos exigen resultados”.

Ella dice las cosas como son, sin matices para cuidar su puesto, pues es una convencida de que las futbolistas no deben callarse ante los abusos. Ella expuso que desde que llegó a la Selección Colombia debían jugar con la ropa usada de los hombres, así los uniformes les quedaran dos o tres tallas más grandes. Ella peleó por los premios y libertades y eso no gustó.

Para colmo de males, una lesión la sacó de los Juegos Olímpicos de Río 2016 cuando ya había jugado en el Sassari Torres Femminile de Italia y el Avaldsnes IL de Noruega. Yoreli se recuperó y volvió al fútbol colombiano. Se inició un proyecto de Liga femenina, más por cumplir un mandato de FIFA que por convicción de los paupérrimos directivos del fútbol colombiano.

Yoreli jugó en Patriotas y luego lideró, en 2018, al Atlético Huila. Ganaron la Liga colombiana y se coronaron campeonas de la Copa Libertadores. Esta hazaña no fue bien vista por los directivos, quienes pretendieron quedarse con el dinero del premio que las jugadoras habían sudado en la cancha. Yoreli no se guardó nada y por redes sociales dijo que les querían quitar el dinero ganado para invertirlo en el equipo masculino del Atlético Huila.

Fue bautizada de bruja, porque se atrevió a hablar duro. Pensó y apoyó a sus compañeras. La respuesta de la inquisición de hoy llegó. Un dirigente del fútbol colombiano, que representa toda la cloaca de los dueños del deporte en el país, expectoró veneno en contra de las jugadoras. Las quiso quemar en la hoguera pública. Así habló el exsenador Gabriel Camargo y gran patriarca del fútbol en Tolima: “el fútbol femenino anda mal, eso no da nada económicamente. Aparte de los problemas que hay con las mujeres que son más toma trago que los hombres. Pregúntele a los del Huila cómo están de arrepentidos de haberle invertido tanta plata a eso. Eso es un caldo de cultivo del lesbianismo tremendo”.

Yoreli fue sacada de las convocatorias de la Selección Colombia. Dijeron que eran razones técnicas, pero eso no lo cree nadie, la sacaron por bruja. Y que se entienda bien esta palabra, a las brujas las quemaron por revolucionarias, por atreverse a hablarles de frente a los hombres, por defender a las suyas, por buscar libertades, por eso sacaron a Yoreli.

Para la periodista Liliana Salazar, conocedora de los pormenores del fútbol femenino, lo de Yoreli no tiene explicación: “A Yoreli la conozco desde que era una niña y desde ahí ha sido pieza fundamental en las selecciones Colombia. Con una maleta ha recorrido el mundo y ha llevado nuestra bandera con honor y talento, pero como ha sido frentera para cobrar premios y hablar de su sexualidad, eso le pasó factura. Por eso la sacaron, dijeron que fue decisión técnica, pero Yoreli, por condiciones y talento, debe estar siempre dentro de la Selección Colombia”.

Si la analogía lo permite, hay que señalar que hoy la cancha es el campo de batalla entre dos naciones. Y de ese campo sacaron a una guerrera por no pensar como los hombres. Lo mismo que Juana de Arco, quien, en nombre de Dios y Francia, fue quemada viva por no cumplir con su mandato de cosechar hijos y dedicarse, con alma y vida, a guerrear por su nación. Eso le hicieron a Yoreli, pero en la hoguera de hoy. Con 26 años fue eliminada de la Selección y ella respondió como le ha tocado desde que nació, con coraje.

Y no se trata de libertades sexuales, el sexo pertenece a la privacidad de cada ser humano, aquí se trata de amor. Yoreli se enamoró de una mujer y los dirigentes la condenaron por manifestar sus sentimientos, pues en esta nación mojigata tan católica, el homosexualismo es aceptado, sí y sólo sí, no es público. Ella siguió jugando y peleando por las libertades de las mujeres. Recordemos: “con el coraje por estandarte/ y por escudo la libertad”.

Jugó después en el Junior de Barranquilla, donde destacó en la cancha en cada partido y devoró las butifarras de Soledad. Luego, su carrera de esfuerzos y talento la premió. El Inter de Milán la compró y cambió el verano eterno de Barranquilla, por las estaciones de Milán: “este club es lo mejor que me ha pasado, el Inter es uno de los cinco clubes más importantes de Europa y trabajaré con disciplina y dedicación para ganar títulos aquí”.

No pudo jugar mucho, porque llegó la pandemia. Volvió a su casa en Piedecuesta y allí se entrenaba y, según su hermana Eliana, de vez en cuando pecaba: “cuando Yoreli está en competencia es muy juiciosa con lo que debe comer y sus horarios de ejercicios, pero cuando viene a la casa, se desvive por el sancocho de mi mamá, por los perros calientes de Jimmy y por unas papas amarillas que yo hago y que bauticé Multimedia”.

La pandemia no ha terminado, pero Yoreli ya voló a Milán. Ahora sabe abrocharse el cinturón y en nombre de muchos compatriotas sólo resta agradecerle por ser ejemplo de tenacidad y entrega. Hoy cumple 27 años y para finalizar sólo quedan cuatro palabras: que los cumpla feliz.

@faroukcaballero

Por Farouk Caballero / Especial para El Espectador

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