Zubeldía-Bilardo, y el pacto secreto del fútbol

La escuela de Estudiantes de La Plata fue esencial para el fútbol colombiano, pues los tres pilares del equipo multicampeón de los 60 arribaron a Colombia para dirigir a Júnior, Nacional y Deportivo Cali.

FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ
18 de junio de 2017 - 01:34 p. m.
Osvaldo Juan Zubeldía (Izq.) y Carlos Salvador Bilardo. / Archivo El Espectador
Osvaldo Juan Zubeldía (Izq.) y Carlos Salvador Bilardo. / Archivo El Espectador
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Aquella madrugada de finales de 1965 que lo cambiaría casi todo en el fútbol se inició con un toc-toc a las dos y algo, con un inmediato “la puta, quién puede joder a estas horas”, con unos pasos, la espera del visitante, la rabia de los anfitriones, otro toc-toc y la puerta de una casa del barrio Paternal de Buenos Aires que por fin se abría, para que un hombre con la frente despejada, un cigarrillo en la boca y los ojos incisivos preguntara si estaba Carlos. Aquella madrugada continuaría hasta el amanecer con una charla pausada, secreta, entre dos hombres que se habían visto tiempo antes y se habían cruzado unas cuantas palabras, pero nada más. Ahora hablaban de fútbol, de propósitos, de un gran objetivo, de trabajo y disciplina, de nombres. Anotaban en libretas. Fumaban. Se pasaban un mate. Imaginaban sobre una cancha lo que dibujaban, y dibujaban lo que tendrían que hacer. Cuando se despidieron, pasadas las siete de la mañana, el anfitrión, Carlos Salvador Bilardo, le dijo a su visitante, Oswaldo Juan Zubeldía, que en menos de 24 horas le daría una respuesta.

Veinticuatro horas después, Bilardo respondió que sí, que se iba a Estudiantes de la Plata, que desecharía una propuesta que tenía sobre su mesa de noche para jugar en Argentinos Juniors, que se comprometía a formar parte del equipo que estaba armando Zubeldía. Entonces sellaron un pacto, y más que un pacto, sellaron una historia, La historia, y miles de leyendas. “Nunca me voy a cansar de repetir que Osvaldo Zubeldía fue mi maestro, tanto en lo futbolístico como en lo humano. Llegué a Estudiantes cuando tenía 25 años y no pensaba ni remotamente que el fútbol iba a ser mi profesión exclusiva. Es cierto que me gustaba de alma, pero me había encaminado decididamente en la medicina. Osvaldo me mostró una nueva dimensión del rol del jugador profesional. Me explicó cómo se puede hacer, con base en un hombre con las cualidades necesarias, un cuidadoso trabajo de orfebre y potenciarlo al máximo. Cuando uno entiende que entrenando se va acercando a la perfección, a rendir al máximo, el fútbol cobra otro significado, es como si se lo volviera a descubrir. Ya Osvaldo, con Argentino Geronazzo, había publicado un libro sobre tácticas y estrategias que me resultó francamente apasionante”, escribió muchos, muchos años después Bilardo en su libro Así ganamos. La verdadera lucha por la Copa.

El toc-toc de la madrugada en La paternal desembocó en cinco años de convivencias, y en miles de días de trabajo, planeación, repetición, táctica y estrategia, lealtades, enfrentamientos, victorias, títulos, derrotas y adioses. Zubeldía y Bilardo trazaron las líneas de un camino espartano en el que no había, no podía haber distracciones ni hechos librados al azar. Había que reducir la suerte y lo que llamaban inspiración o genialidad a la mínima expresión. Multiplicar el hacer, el trabajo, el repetir, el concentrarse, y poner por encima de todo al hombre y sus lealtades. “A Zubeldía le pasaron cosas bastante feas por mantenerse fiel a sus principios -escribió Bilardo-. En 1965 lo nombraron por primera vez director de la selección nacional. Puso como condición para aceptar constituir un cuerpo técnico con Faldutti y Manuel Giúdice. Su anuncio fue concreto: ‘Vamos a buscar a buenos jugadores, pero que vayan al frente. Que jueguen, pero que lo hagan durante los 90 minutos. Gente que transpire la camiseta, que sea viva, que luche siempre. Buscamos tipos que corran a todo el mundo, que jueguen para todo el equipo, que les compliquen la vida a los contrarios. En fin, jugadores que rindan’. Todo se acabó cuando los mismos dirigentes que habían aceptado a Faldutti le negaron el reconocimiento. Osvaldo decidió que de esa manera no podía seguir. Su concepto de la amistad, puesto antes que nada, le impedía dejar en el camino a un compañero. Se fue. O su amigo trabajaba con él de igual a igual o se iban juntos a casa. Les dio a todos una lección de dignidad y hombría de bien”.

Luego de su efímero paso por la selección, Zubeldía firmó con Estudiantes, un equipo sin títulos, de mitad de tabla en Argentina, más acostumbrado a pelear por no descender que a jugar por los primeros lugares, con más historias y leyendas que realidades. Cuando asumió, reunió a sus jugadores, los nuevos como Bilardo y los antiguos, como Juan Ramón Verón, y a sus asistentes, y les dijo que iban a ganar todo si le hacían caso, que el fútbol era como la vida, y que a la vida había que lucharla todos los días, que para llegar a las finales y obtener copas había que caminar trochas llenas de espinas. “A la gloria no se llega por un camino de rosas”, solía decir. Su frase quedó estampada en uno de los muros del Old Trafford, pues fue allí donde Estudiantes ganó la Intercontinental.

Ocho años más tarde, luego de tres Copas Libertadores y del título mundial ante el Manchester United, de Bobby Charlton y George Best, Oswaldo Ardizzone reseñó en la revista El Gráfico lo que era y había sido aquel grupo: “Cada uno era responsable de su vida privada frente a ese inflexible tribunal que integraban ellos mismos. El trabajo no era sólo físico, sino mental. Cada uno sabía a qué riesgos se exponía si coqueteaba con el periodismo o con la promoción estruendosa. Era tal el pudor que ellos mismos experimentaban de “salir en tapa” de las publicaciones de onda, que todas las declaraciones que formulaban a la prensa estaban referidas al grupo. Estaba “prohibido” -por una actitud tácita- el vedetismo, de la misma manera que las quejas después de una derrota. Así como no se admitía el exhibicionismo con muchachas -sobre todo de la farándula-, también estaba “clausurado” recibir las lisonjas en primera persona. Por eso, la banda de City Bell, en las “franciscanas” veladas transcurridas frente al televisor, registraba en sus recaudos tácticos y estratégicos el donjuanismo de algunos jugadores ávidos de la notoriedad del jet set asociados con comentados “romances” con heroínas de la noche. Por eso, no admitían los ayes plañideros de las presuntas víctimas de sus desbordes temperamentales o de su inflexible rigidez para ejercer la marcación hombre a hombre u hombre en zona”.

La excepción de casi todo aquello era Juan Ramón Verón, decía Ardizzone. Por creatividad, por técnica, por su mutismo, porque era un hombre solo con sus locuras y su imaginación, y porque necesitaba de la soledad para después desbordarse en la cancha, sacar allí todo lo que había acumulado. “Siempre silencioso, más amigo de la existencia solitaria que de la locuacidad y el estruendo. ¡Y qué jugador, Juan! De esos para ganar partidos, principalmente, las finales y más, principalmente, las que guardaban estrecha relación con las Copas, incluida la del Mundo”. Verón voló a Colombia en 1977, y fue jugador, técnico y campeón con el Júnior de Barranquilla. Un año antes habían llegado Zubeldía y Bilardo a Nacional y al Cali. La vieja escuela de Estudiantes de La Plata se había regado por Colombia, y comenzaba a sentar las bases de lo que sería el fútbol. Ante todo, voluntad y más voluntad. Disciplina, orden, entrenamientos a mañana y tarde, cuidado, salud, darle y darle, inventar jugadas y practicarlas, buscar la perfección.

Más allá de las copas, fueron dejando sus enseñanzas, las que les transmitió Zubeldía luego de aquella madrugada del 65, y las que fueron recogiendo en el camino. Sus historias se sumaron por miles y se multiplicaron hasta transformarse en leyendas de todos los colores, porque había quienes decían que en la cancha Bilardo y sus cómplices -porque eran cómplices-, pinchaban a sus rivales con alfileres, y había quienes aseguraban que los que se querían casar lo tenían que hacer a finales de año y tener lunas de miel de 10 días, pues las temporadas y los cronogramas estaban organizados con mucha antelación, pero también hubo quienes afirmaron que entre ellos habían construido el modernismo del fútbol de América.

Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

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