El día en el que Santa Fe volvió a ser grande
El 15 de julio de 2012, el equipo cardenal rompió una sequía de 37 años sin conseguir títulos de Liga. Una campaña venida de menos a más que le devolvió el prestigio y abrió el lustro más importante de la historia del club.
Hugo Santiago Caro
La tradición que rodeaba a Independiente Santa Fe hasta hace 10 años lo había reducido a ser “santafecito”. Era eso, un equipo que llevaba 37 años en sequía de títulos de Liga, una institución sin rumbo que se había extraviado y había visto pasar su grandeza a un segundo plano. Meses atrás, en septiembre de 2011, los malos resultados habían llevado a sus directivos a despedir al técnico Arturo Boyacá, un hecho determinante en el futuro inmediato del equipo. El hasta ese entonces asistente de Boyacá, Wilson Gutiérrez, fue el encargado de tomar las riendas del equipo de manera inmediata.
Wilson es un hombre de la casa. Había sido capitán del equipo en los noventa en sus épocas como defensor y asumía, sin pergaminos en su hoja de vida, el timón de un equipo que venía acostumbrado a fracaso tras fracaso en la Liga colombiana. Para el primer semestre de 2012 las cosas parecían no cambiar. Santa Fe llegaba a la mitad del torneo solamente con una victoria en ocho partidos, con muy poco fútbol mostrado, hasta que todo cambió el 25 de marzo. Jonathan Copete brilló sobre el gramado de El Campín y marcó dos goles en 30 minutos.
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Omar Pérez, el capitán y figura de ese equipo, se unió a la fiesta cardenal, al igual que Diego Aroldo Cabrera, y en 53 minutos el equipo de Wilson goleaba 4-0 a Millonarios. Aunque el rival logró poner el partido 4-3, ese día se rompió el maleficio. “Creo que ese clásico fue la bisagra, nos dimos cuenta de que podíamos hacer grandes cosas en ese tiempo”, afirmó a El Espectador Gustavo Bustos, entonces preparador físico de Santa Fe.
De ahí en adelante el grupo vino en alza. Gutiérrez enarboló un equipo que funcionaba en torno a Omar Pérez. El “10” dictaba el paso y ponía el ritmo con el que se jugaba. “Es un líder nato, un ganador. El tipo habla poco, pero habla dentro de la cancha. La sola presencia de Omar ya al grupo lo tranquilizaba. Nos daba moral, era correr y darle la pelota a los pies”, recuerda Germán Centurión, defensor paraguayo de ese equipo.
Con su abanderado, Santa Fe encontró un carisma que hasta entonces solo se vivía en las tribunas. Los aficionados de “santafecito” veían representado en la cancha ese fervor que llevaban viviendo en ascuas 37 años en las tribunas de El Campín. “El equipo de Wilson Gutiérrez tenía un corazón muy grande, comprometido con la afición, con el escudo de la institución. A partir de ahí empezaba lo fundamental que era el respeto hacia el club. Era todo, como granitos de arena que sumaban muchísimo, y eso nos volvió un equipo muy fuerte”, continúa Centurión.
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Esa frase que repite el exdefensor guaraní sonaba en coro la noche del domingo 15 de julio de 2012, el equipo de Wilson tenía corazón. El Campín retumbaba desde tempranas horas del día porque Santa Fe tenía la oportunidad de culminar con éxito una campaña que se había tornado de ensueño. El equipo había avanzado con éxito a los cuadrangulares y siguió por la senda de la victoria hasta la final.
Tres días antes habían empatado contra Deportivo Pasto en la altura nariñense y Santa Fe llegaba a jugar la vuelta en su estadio, con su gente, en un escenario convertido en una caldera roja. El hermetismo de la estrella en disputa mantuvo el cero en el marcador durante 70 minutos. Gutiérrez jugaba un mano a mano en la dirección técnica contra Flabio Torres (DT del Pasto) y sacó del terreno de juego a Yulián Anchico para meter a un joven Edwin Cardona.
El primer balón que tocó Cardona terminó en una falta en terreno del Pasto, solo unos metros adelante del círculo central. El balón parado tenía dueño y era Pérez. El “10” plantó cara con el brazalete rojo de capitán en su brazo izquierdo. Dos pasos de amague, habituales en sus cobros, y después un balón suavecito que encontró en el área norte del estadio a Jonathan Copete. El delantero saltó sin marca y acomodó la pelota al segundo palo del arquero del Pasto, para marcar el único gol del juego.
Los golpes de pecho de Copete celebrando se fundieron con las lágrimas de la afición. El narrador de la transmisión televisiva avisaba que El Campín se iba a caer. “Vimos que la pelota entró, pero no vi el cabezazo de Copete, era todo emoción”, dice Bustos.
Aunque Santa Fe ya completa seis años sin un título de Liga, y pese a haber ganado copas en Suramérica y a nivel intercontinental, ese fue el galardón más importante del equipo. Le devolvió la grandeza, le sirvió para recuperar el prestigio y abrir el lustro más glorioso de su historia, con nueve trofeos en seis años.
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La tradición que rodeaba a Independiente Santa Fe hasta hace 10 años lo había reducido a ser “santafecito”. Era eso, un equipo que llevaba 37 años en sequía de títulos de Liga, una institución sin rumbo que se había extraviado y había visto pasar su grandeza a un segundo plano. Meses atrás, en septiembre de 2011, los malos resultados habían llevado a sus directivos a despedir al técnico Arturo Boyacá, un hecho determinante en el futuro inmediato del equipo. El hasta ese entonces asistente de Boyacá, Wilson Gutiérrez, fue el encargado de tomar las riendas del equipo de manera inmediata.
Wilson es un hombre de la casa. Había sido capitán del equipo en los noventa en sus épocas como defensor y asumía, sin pergaminos en su hoja de vida, el timón de un equipo que venía acostumbrado a fracaso tras fracaso en la Liga colombiana. Para el primer semestre de 2012 las cosas parecían no cambiar. Santa Fe llegaba a la mitad del torneo solamente con una victoria en ocho partidos, con muy poco fútbol mostrado, hasta que todo cambió el 25 de marzo. Jonathan Copete brilló sobre el gramado de El Campín y marcó dos goles en 30 minutos.
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Omar Pérez, el capitán y figura de ese equipo, se unió a la fiesta cardenal, al igual que Diego Aroldo Cabrera, y en 53 minutos el equipo de Wilson goleaba 4-0 a Millonarios. Aunque el rival logró poner el partido 4-3, ese día se rompió el maleficio. “Creo que ese clásico fue la bisagra, nos dimos cuenta de que podíamos hacer grandes cosas en ese tiempo”, afirmó a El Espectador Gustavo Bustos, entonces preparador físico de Santa Fe.
De ahí en adelante el grupo vino en alza. Gutiérrez enarboló un equipo que funcionaba en torno a Omar Pérez. El “10” dictaba el paso y ponía el ritmo con el que se jugaba. “Es un líder nato, un ganador. El tipo habla poco, pero habla dentro de la cancha. La sola presencia de Omar ya al grupo lo tranquilizaba. Nos daba moral, era correr y darle la pelota a los pies”, recuerda Germán Centurión, defensor paraguayo de ese equipo.
Con su abanderado, Santa Fe encontró un carisma que hasta entonces solo se vivía en las tribunas. Los aficionados de “santafecito” veían representado en la cancha ese fervor que llevaban viviendo en ascuas 37 años en las tribunas de El Campín. “El equipo de Wilson Gutiérrez tenía un corazón muy grande, comprometido con la afición, con el escudo de la institución. A partir de ahí empezaba lo fundamental que era el respeto hacia el club. Era todo, como granitos de arena que sumaban muchísimo, y eso nos volvió un equipo muy fuerte”, continúa Centurión.
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Tres días antes habían empatado contra Deportivo Pasto en la altura nariñense y Santa Fe llegaba a jugar la vuelta en su estadio, con su gente, en un escenario convertido en una caldera roja. El hermetismo de la estrella en disputa mantuvo el cero en el marcador durante 70 minutos. Gutiérrez jugaba un mano a mano en la dirección técnica contra Flabio Torres (DT del Pasto) y sacó del terreno de juego a Yulián Anchico para meter a un joven Edwin Cardona.
El primer balón que tocó Cardona terminó en una falta en terreno del Pasto, solo unos metros adelante del círculo central. El balón parado tenía dueño y era Pérez. El “10” plantó cara con el brazalete rojo de capitán en su brazo izquierdo. Dos pasos de amague, habituales en sus cobros, y después un balón suavecito que encontró en el área norte del estadio a Jonathan Copete. El delantero saltó sin marca y acomodó la pelota al segundo palo del arquero del Pasto, para marcar el único gol del juego.
Los golpes de pecho de Copete celebrando se fundieron con las lágrimas de la afición. El narrador de la transmisión televisiva avisaba que El Campín se iba a caer. “Vimos que la pelota entró, pero no vi el cabezazo de Copete, era todo emoción”, dice Bustos.
Aunque Santa Fe ya completa seis años sin un título de Liga, y pese a haber ganado copas en Suramérica y a nivel intercontinental, ese fue el galardón más importante del equipo. Le devolvió la grandeza, le sirvió para recuperar el prestigio y abrir el lustro más glorioso de su historia, con nueve trofeos en seis años.
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