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Cuando apenas tenía cinco años, Fabián Sambueza supo que quería ser futbolista para cumplir el sueño frustrado de su padre, quien por falta de apoyo y recursos no pudo ser profesional. Su hermano Rubens ya tenía nueve e iniciaba su carrera en un equipo infantil de Zapala, una pequeña ciudad en la provincia de Neuquén, en Argentina.
A los dos les brillaban los ojos cuando veían por televisión al River Plate de Enzo Francescoli, Hernán Crespo, Ariel Ortega y Marcelo Gallardo, ese que dominó la Liga argentina en los 90 y ganó la Copa Libertadores de 1996 luego de superar en la final al América de Cali.
Rubens, quien había sido invitado por un cazatalentos del equipo millonario, se fue muy chico a probar suerte a Buenos Aires. Vivió varios años en la casa que tenía el club para los jugadores de las divisiones menores y en 2003 debutó como profesional. Luego de tres temporadas se fue a México, en donde todavía juega.
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Fabián intento seguir sus pasos, pero no contó con la misma suerte. Incluso pensó en renunciar a su sueño de ser futbolista cuando tenía 18 años y veía que las oportunidades no llegaban.
Pero pudo más la pasión por la pelota. “Prácticamente pasé por todas las divisiones del fútbol argentino, hasta que en 2014 logramos el ascenso a primera con el Temperley”, cuenta orgulloso el Chino, como le dicen en Colombia, a donde llegó a comienzos de 2016.
Jugó dos temporadas en el Deportivo Cali, con el que marcó 23 goles en 103 presentaciones antes de irse al Júnior, a mediados de 2018. En Barranquilla celebró tres títulos, dos de Liga y uno de Superliga, aunque no tuvo tanto protagonismo, porque fue más suplente que titular. Aun así, sumó 35 juegos y cuatro anotaciones.
Un nuevo desafío
Para el segundo semestre del año pasado llegó a Santa Fe. Aceptó el desafío a pesar de que el cuadro cardenal atravesaba por una profunda crisis deportiva, económica y administrativa.
Un par de lesiones le impidieron hacer una buena pretemporada e integrarse rápidamente al funcionamiento del equipo, pero con la llegada del técnico Hárold Rivera comenzó a tener continuidad.
Y en apenas tres meses Sambueza se metió en el corazón de la hinchada santafereña. Aunque todavía está lejos de ser ídolo en Bogotá, la afición le agradece haber puesto el pecho en un momento complicado, el más difícil de los últimos años.
El equipo llevaba 14 fechas sin ganar como local, era colero en la tabla y algunos, exageradamente, ya hablaban incluso de descenso.
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Fue entonces cuando el plantel reaccionó de la mano de Leandro Castellanos, William Tesillo, Andrés Pérez, Jéfferson Duque y jóvenes como Edwin Herrera y John Velásquez, todos ellos comandados en lo futbolístico por el volante argentino, quien además de aportar talento e ideas en la mitad, contagió a sus compañeros con la garra y el espíritu de lucha que parecían perdidos en el equipo del león.
“En el fútbol moderno el único que no tiene que marcar es Messi”, aseguró después de un partido cuando le preguntaron por su despliegue físico y deseo de colaborarles a sus compañeros.
Para Fabián el juego de este sábado contra Júnior, por la cuarta fecha de la Liga, tenía un significado especial. Enfrentó a sus excompañeros, entre ellos Teo Gutiérrez, a quien considera el mejor jugador del torneo local.
Y como creían que no había rival mejor para que Santa Fe comenzara a sumar de a tres, tuvo una destacada presentación. No solamente abrió el marcador, sino que manejó los hilos del equipo. “No podemos volver a remar desde tan atrás, como el año pasado. Tácticamente estamos muy sólidos y nuestra mentalidad cambió. Los resultados traen confianza y ahora sabemos que podemos jugarle de tú a tú a cualquiera”, asegura con firmeza.
El jugador tiene contrato con el club hasta final de año, pero ahora mismo solo se preocupa por mantenerse bien físicamente y rendir. Sea con goles, asistencias o un balón recuperado en la mitad, espera seguir siendo vital en el andamiaje cardenal y devolverle a la hinchada todo el cariño que le ha demostrado: “Aquí la gente es muy fiel. No olvido cómo nos respaldaron en la mala, el torneo pasado, fue algo impresionante”.
Eso sí, todavía tiene un sueño por cumplir. Quiere jugar al lado de su hermano Rubens, actualmente en el Pachuca mexicano. “Allá o acá, no importa”, dice sin cerrar ninguna puerta, pues casi a diario imagina la cara de su padre al mirar una foto de los dos jugando con el mismo equipo.